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“Son
prueba de ello esfuerzos de mala fe como los realizados por el líder de la minoría demócrata en la Cámara de
Representantes, Hakeem Jeffries, por relanzar una zombi «solución de dos Estados», mientras prosiguen desenfrenadamente las
masacres y el Knesset israelí anuncia nuevas anexiones de territorio
palestino. Lo mismo ocurre
con el ofrecimiento del Presidente
francés Emmanuel Macron de reconocer la condición de Estado de Palestina —a condición
de que esta se desmilitarice por
completo— y la insípida amenaza lanzada
por el Primer Ministro británico Keir
Starmer de que hará lo mismo
a menos que Israel declare un alto el fuego. Del mismo modo, el Primer Ministro canadiense Mark Carney
declaró esta semana que en septiembre Canadá
reconocerá la condición de Estado de
Palestina, mientras armas canadienses
siguen llegando a
Israel. Todos esos esfuerzos
pasan por alto el carácter sistemático de la destrucción de Gaza y la depuración étnica de la Ribera Occidental por parte de Israel,
al tiempo que subordinan la libre determinación de los palestinos a un
principio de seguridad absoluta para Israel
que es indistinguible de la dominación total y la impunidad sin fin.
“La urgencia
de la situación es tan extrema
que sólo cabe esperar que esos interesados cambios
de postura se traduzcan en algún tipo de alivio de la crisis más inmediata.
Pero a menos que el hambre en Gaza se
entienda como una consecuencia necesaria
de las políticas de Israel —es
decir, como un instrumento, no como un accidente—, toda medida en contra se
convertirá en una forma cruel de
mitigación. Entregar raciones de
subsistencia a un pueblo asediado que sigue siendo masacrado impunemente,
cuya sociedad es destruida de forma deliberada
y sistemática, no es hacer justicia. No se trata de una catástrofe humanitaria a la que se
pueda responder con soluciones
humanitarias. Se trata de un genocidio
colonial que podrá detenerse sólo mediante una acción internacional concertada.
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Fuentes: In These Times - Communis- Jacobin América Latina - Imagen: Una niña gazatí gravemente desnutrida. Foto cortesía de Naciones Unidas.
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CÓMO OCULTAR UN GENOCIDIO.
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Por Alberto Toscano | 14/08/2025 | Palestina y Oriente Próximo.
Fuentes Revista Rebelión, jueves 14 de agosto del 2025.
Como
han demostrado múltiples informes presentados por Francesca Albanese, Relatora
Especial de las Naciones Unidas, entender la violencia en Gaza como un caso de
genocidio nos permite vincular el sufrimiento masivo de la población civil con
la intención expresa de Israel, su política de Estado, sus relaciones
económicas y su estrategia militar.
En la última
semana, mientras múltiples
organismos internacionales, organizaciones de derechos humanos y trabajadores
sanitarios advertían de que la crisis alimentaria en
Gaza había alcanzado un punto de inflexión y los
palestinos de Gaza hacían frente a
la «posibilidad de una
hambruna extrema», políticos y expertos de todo el espectro político
se han visto embargados por un nuevo sentimiento de urgencia.
El 24 de
julio, la senadora Amy Klobuchar
(demócrata por Minnesota), en una
intervención ante el Senado, condenó la hambruna masiva y suplicó a Israel que
cambiara de rumbo. Dos días después, el senador Cory
Booker (demócrata por Nueva Jersey) publicó en X un mensaje sobre la «crisis humanitaria» en Gaza y la necesidad de «inundar la
zona»
con suministros de ayuda, en el que señalaba que «la estrategia de la Fundación Humanitaria de Gaza» había fracasado. Al día siguiente, el expresidente
Barack Obama denunció «el escarnio que significa la muerte de personas
inocentes por causa de una hambruna evitable».
No fueron, sin embargo, demócratas centristas los únicos en
dar la alarma. Durante ese mismo lapso se han producido bruscos giros en no
pocos sectores de la derecha. En The New
York Times, el columnista conservador Ross Douthat declaró que
la guerra de Israel se había convertido,
de repente, en una guerra «injusta». The Free
Press, ferviente partidaria de
Israel, luego de que en mayo publicara un artículo en el que
desestimaba el «mito de la hambruna en
Gaza», ha terminado por caer en cuenta de la realidad de la «crisis alimentaria».
El pasado martes, el Presidente Donald Trump
rechazó la afirmación del Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de
que hablar de hambruna en Gaza era
una «mentira descarada», y dijo: «Es real el hambre. Es algo que puedo ver y
que no se puede fingir.»
Ese mismo día, la congresista radical de MAGA Marjorie Taylor Greene (republicana por Georgia),
quien en noviembre de 2023 había
pedido que se censurara a la representante
palestino-estadounidense Rashida Tlaib (demócrata por Michigan) por
haber acusado a Israel de genocidio, se
convirtió en la primera republicana en
el Congreso en utilizar ella misma el término.
A medida que
nos acercamos al segundo
aniversario de la guerra de Israel
contra Gaza, ¿se estará confirmando a
toda velocidad la amarga predicción del
escritor Omar El Akkad de que «algún día, todo
el mundo habrá estado siempre en contra de esto»?
Depende de lo
que «esto» signifique.
Si bien
cualquier gesto por el que se reconozca la gravedad y el
empeoramiento del sufrimiento palestino podría parecer una victoria, es un
error ver en todas esas declaraciones prueba alguna de que los círculos políticos y mediáticos
dominantes se hayan por fin inclinado a encarar la guerra de Israel contra el pueblo palestino y, mucho menos, a adoptar medidas al respecto.
Presentar la política israelí de hambruna en Gaza únicamente como una «crisis
humanitaria»
es una forma de desviar la atención de las
consecuencias morales, políticas, jurídicas y económicas del reconocimiento de la intención genocida de Israel.
El argumento
implícito en ese presunto giro es que
sólo recientemente se ha transpuesto
algún tipo de umbral: una guerra justa se ha convertido en injusta, han muerto
demasiadas personas, la estrategia ya no está dando resultado, etc. Todo lo
cual se hace eco del «revisionismo» denunciado por el jurista palestino Nimer Sultany, cuando
reprocha a académicos y comentaristas que
se hayan preocupado tardíamente
«por no haber tenido el valor de reconocer el
genocidio y denunciarlo antes» y que ahora sostienen de forma poco convincente
que sólo en fecha reciente se satisficieron los criterios de esa designación.
Las recientes
declaraciones sobre la hambruna
en Gaza también apuntan a la
presunta posibilidad de que Israel corrija
su rumbo y aborde esa crisis
humanitaria, al tiempo que ocultan
cómo los pronunciamientos oficiales de Israel y sus acciones militares dejan al
descubierto que el sojuzgamiento, el desplazamiento y la destrucción del pueblo
palestino siguen siendo su principal misión.
Ese giro en
el discurso de los aliados de Israel está teniendo lugar
al mismo tiempo que las políticas continuadas y nuevas de Israel demuestran que la crisis de hambruna en Gaza no es accidental,
sino parte de un plan de expulsión y reasentamiento.
Ministros del gabinete israelí y parlamentarios de la coalición están exigiendo al
Ministerio de Defensa que permita al
movimiento de colonos de extrema derecha Nachala buscar lugares para nuevas construcciones en la devastada
franja norte de Gaza. En el sur de
Gaza, el objetivo —anunciado en
julio por el Ministro de Defensa israelí, Israel Katz— es convertir
los escombros de Rafah en un campo de concentración y
poner en práctica lo que Netanyahu denominara el «plan de migración voluntaria» de Trump (a lo que el
propio Trump se refiere descarnadamente
como la «limpieza» de Gaza).
También es
considerable el grado de apoyo de la sociedad israelí a las medidas más extremas. A
finales de mayo, una encuesta de
Penn State reveló que el 47 % de los judíos israelíes habían
respondido afirmativamente a la siguiente pregunta: «¿Apoya el reclamo de que [el ejército israelí], al conquistar una
ciudad enemiga, actúe de manera similar a como lo hicieron los israelitas
cuando conquistaron Jericó bajo el liderazgo de Josué, es decir, matar a todos
sus habitantes?»
Hasta cuando
reconocen la responsabilidad
que tiene Israel de mitigar la letalidad de su propia guerra de
asedio, políticos y expertos estadounidenses lo hacen para negar que la
muerte y el sufrimiento sean objetivos estratégicos, que en última instancia la hambruna sea el
objetivo de política que se quiera lograr y que lo haya sido desde el
principio.
En la orden
emitida el 9 de octubre de 2023 para que se procediera al «asedio total»
de Gaza, el entonces Ministro de Defensa, Yoav Gallant, declaró explícitamente: «[N]o habrá
electricidad, ni comida, ni combustible.» En agosto de 2024,
el Ministro de Finanzas de extrema derecha Bezalel Smotrich señaló «que podría ser justo y moral» que Israel «matara de hambre y de sed a dos millones de
ciudadanos» en Gaza, al
tiempo que se lamentaba de que «nadie
en el mundo nos dejaría hacerlo».
Calificar de crisis humanitaria la hambruna significa negarse a reconocerla como parte de la política genocida de Israel, separando
así a los bombardeados de los
hambrientos. Significa ignorar que la Fundación
Humanitaria de Gaza no ha establecido
un sistema ineficaz de distribución de alimentos, sino deliberadas «trampas mortales», y que todo
ese dispositivo forma parte de un designio declarado para
llevar a cabo una depuración étnica y
reocupar la Franja de Gaza.
El enfoque
humanitario de la cuestión también cumple una función esencial
de relaciones públicas que la derecha gusta de llamar «alardeo moral»; es decir, un gesto que reconoce los horribles efectos
de la guerra de Israel —objeto de
una repulsa generalizada y cada vez mayor en todo el mundo—, al tiempo que sigue
ocultando las razones subyacentes de su brutalidad.
Los
subterfugios detrás de esos
tardíos reconocimientos de las insoportables condiciones imperantes hoy en Gaza no sólo se erigen en una acusación
contra el cinismo y la mala fe de nuestra clase política y mediática, sino que
además prejuzgan toda futura respuesta política a la catástrofe en sí.
Una «crisis
humanitaria» no pareciera exigir más que una mejor
distribución de los alimentos; hacer frente, en cambio, a una política de
genocidio requeriría, como mínimo, el tipo de acción concertada recientemente
propuesta por el Grupo de La Haya:
embargos bilaterales de armas,
sanciones económicas, ruptura de relaciones diplomáticas, aplicación de medidas
para hacer que se cumplan las resoluciones
judiciales internacionales adoptadas contra
Israel y sus dirigentes políticos.
Francesca Albanese.
******
Como han
demostrado múltiples informes presentados por Francesca Albanese, Relatora
Especial de las Naciones Unidas, entender la violencia en Gaza como un caso de
genocidio nos permite vincular el sufrimiento masivo de la población civil
con la intención expresa de Israel, su política de Estado, sus relaciones
económicas y su estrategia militar.
Por el
contrario, el enfoque humanitario —al menos tal como lo utilizan los políticos y
expertos de la corriente dominante— es una herramienta para pasar por alto todo lo anterior.
Lo que los
acérrimos defensores de Israel,
ahora preocupados por la hambruna, están
tratando de evitar es precisamente que se
adopten medidas para ponerle freno a Israel —en lugar de sólo reprenderlo— por su violencia sistemática
contra los palestinos. Apenas dos semanas antes de sus recientes declaraciones
sobre la crisis alimentaria, Booker
y Klobuchar formaban parte del grupo bipartidista de senadores que apareció junto a Netanyahu
en una foto de grupo a mediados de julio.
Booker, además, había posado con Gallant en una
foto tomada el pasado mes de diciembre, apenas semanas después de que la Corte Penal Internacional dictara órdenes
de detención contra Gallant y Netanyahu, tras haberlos acusado a
ambos de «responsabilidad penal»
por
«el crimen de guerra de utilizar el hambre como método de guerra; y los crímenes de lesa humanidad de asesinato,
persecución y otros actos inhumanos». El
30 de julio, Booker había votado en contra de la resolución presentada
en el Senado por Bernie Sanders para
que se bloqueara la venta de armas a Israel.
(Klobuchar fue una de los 24 senadores
demócratas o independientes que votaron a favor.)
No deja de
ser revelador que el artículo de opinión de Douthat en The New York Times empiece
por declarar que «la guerra de Israel en Gaza no es un genocidio», además de reiterar
las denuncias obligatorias de
la «potencialmente genocida» Hamás, antes de
reconocer que la fallida estrategia de Israel está conduciendo
a un «injusto despilfarro de vidas». Del mismo
modo, el reciente y renuente reconocimiento por parte de Free Press de las
condiciones de hambruna en Gaza se
ve empañado por su odiosa acusación de que informes anteriores sobre la hambruna no habían sido otra
cosa que «gritos de que viene el lobo».
Es fácil
entender por qué tantos se apresuran a distanciarse de los horrores que Israel está perpetrando
en Gaza. Cuando comienza la hambruna, el número de muertos aumenta
vertiginosamente y sigue haciéndolo incluso después de que se comienza a
prestar ayuda. Lo cual también apunta a que el número de muertos registrado por el Ministerio de Salud de Gaza —que ampliamente se reconoce como muy
inferior a la cifra real— probablemente
aumente en las semanas y los meses venideros.
Con todo,
calificar la cada vez más acuciante
hambruna en Gaza de crisis humanitaria y
no de lo que realmente es —una faceta más
del genocidio— sirve a un propósito
mucho más profundo: permitir que las potencias occidentales mantengan su
inquebrantable alianza con Israel y rechacen todo esfuerzo serio para hacer que
este rinda cuentas. Rehusarse a admitir
que Israel ha utilizado sistemáticamente
el hambre como método de guerra significa que no habrá consecuencias esta vez por la comisión de un flagrante crimen de
guerra. Y hasta permite a los aliados
occidentales de Israel encomiar a este último por desbloquear la ayuda,
como ha hecho esta
semana el Ministro de
Relaciones Exteriores de Canadá.
Como observó la
periodista Nesrine Malik, todo esto
forma parte de un juego en el que los aliados
de Israel
«mantienen,
sin qué importen las violaciones que se cometan, la viabilidad de Israel como actor investido de autoridad moral, mientras fingen
reprenderlo cada vez que incurra en alguna transgresión para que vuelva a
cumplir con sus obligaciones».
Son prueba de ello esfuerzos de mala fe como los realizados por el líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, por relanzar una zombi «solución de dos Estados», mientras prosiguen desenfrenadamente las masacres y el Knesset israelí anuncia nuevas anexiones de territorio palestino. Lo mismo ocurre con el ofrecimiento del Presidente francés Emmanuel Macron de reconocer la condición de Estado de Palestina —a condición de que esta se desmilitarice por completo— y la insípida amenaza lanzada por el Primer Ministro británico Keir Starmer de que hará lo mismo a menos que Israel declare un alto el fuego. Del mismo modo, el Primer Ministro canadiense Mark Carney declaró esta semana que en septiembre Canadá reconocerá la condición de Estado de Palestina, mientras armas canadienses siguen llegando a Israel.
Todos esos
esfuerzos pasan por alto el carácter
sistemático de la destrucción de Gaza
y la depuración étnica de la Ribera
Occidental por parte de Israel, al tiempo que subordinan la
libre determinación de los palestinos a un principio de seguridad absoluta para
Israel que es indistinguible de la
dominación total y la impunidad sin fin.
La urgencia
de la situación es tan extrema
que sólo cabe esperar que esos interesados cambios
de postura se traduzcan en algún tipo de alivio de la crisis más inmediata.
Pero a menos que el hambre en Gaza se
entienda como una consecuencia necesaria
de las políticas de Israel —es
decir, como un instrumento, no como un accidente—, toda medida en contra se
convertirá en una forma cruel de
mitigación. Entregar raciones de
subsistencia a un pueblo asediado que sigue siendo masacrado impunemente,
cuya sociedad es destruida de forma deliberada
y sistemática, no es hacer justicia. No se trata de una catástrofe humanitaria a la que se
pueda responder con soluciones
humanitarias. Se trata de un genocidio
colonial que podrá detenerse sólo mediante una acción internacional concertada.
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Alberto
Toscano: Profesor de la Escuela de Comunicación de la Universidad Simon Fraser y codirector del Centro de Filosofía y Pensamiento
Crítico en Goldsmiths. Recientemente coeditó «The SAGE Handbook of Marxism»
(2021). Es autor de «The Theatre of Production» (2006) y «Fanaticism: The Uses
of an Idea» (2010).
«How to Hide a Genocide», de Alberto Toscano,
apareció por primera vez en el sitio web de In These Times el
1 de agosto de 2025. Su traducción al español y su publicación en Communis han
sido autorizadas por In These Times y el autor. Lo
reproducimos en Jacobin como parte de la asociación de
colaboración entre ambos medios. Traducción: Rolando Prats
*****
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