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“Las clases dirigentes europeas escogieron otro camino: negociar desde posiciones de fuerza y bloquearla geopolíticamente.
En esto nunca hubo diferencias
sustanciales entre la OTAN y la
Unión Europea. El conflicto
ucraniano servía a un doble
propósito: construir un potente y
creíble enemigo externo que legitimara
una salida militarista a la crisis de la UE. El tiempo y los fracasos complicaron mucho
la situación; ahora se trata de algo más importante, encontrar soluciones
a una grave situación económica vía
rearme e impedir, cueste lo que cueste, la victoria política de Rusia. Para convencer a Trump, para comprometerlo
con la guerra en Ucrania, están
dispuestos a entregarle todo o casi; les va en ello algo más que el
prestigio.
“Si Rusia gana, se debilitará
seriamente a una política (vínculo atlántico)
y se definirá una nueva arquitectura de seguridad que cuestionará, en sus fundamentos, la Unión Europea tal como la conocemos hoy y a una OTAN en peligro
de desintegración. Lo que viene ahora dependerá mucho
de los EEUU. Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida y su frente político-militar,
al borde del colapso. La Unión Europea,
empezando por Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra forma, implique
una victoria para Rusia.
“El Presidente imperial, insisto, que ha
conseguido de sus aliados todo lo que quería hasta llegar a la humillación, no está dispuesto a entronizar a Putin
como el estadista que cambió la relación de fuerzas en Europa y puso las bases de un nuevo sistema de seguridad global. La
reunión de Alaska dará muchas pistas
sobre los limites reales y las percepciones de los actores fundamentales. La paz por medio de la fuerza implica jugar al límite, corriendo siempre el riesgo de perder el control de la situación. Con Trump los peligros se acentúan.
Veremos.
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Fuentes: Rebelión.
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ACUERDO TRUMP/VON DER LEYEN:
una expropiación de grandes proporciones.
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Por | 16/08/2025 | Economía
Fuentes. Revista Rebelión sábado
16 de agosto del 2025.
Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida y su frente
político-militar al borde del colapso. La Unión Europea, empezando por
Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra forma,
implique una victoria para Rusia.
Asombra que asombre. Hay una rara y singularísima unanimidad, se trata un pésimo
acuerdo entre los Estados Unidos y la
Unión Europea. Algunos, heroicos
ellos, hablan de rendición, de
humillación, de traición. Hasta José
Borrell lo critica ásperamente; se demuestra, una vez más, que no hay mejor
remedio para recobrar lucidez que dejar el gobierno y un cargo tan gratificante
como el de Alto representante de la Unión
para Asuntos Exteriores y de Seguridad. Por cierto, siempre me pareció
significativo que la diplomacia de la UE
llevara incorporada la seguridad y la defensa, eso que antes se llamaba
ministerio de la guerra. Borrell, se puede decir sin exageración, lo ejerció con coherencia hasta el
final: una diplomacia para la militarización y la guerra.
Lo que más me impresiona es la desazón, la
decepción, las lágrimas de aquellos que han defendido, contra toda
evidencia, la irreversible marcha de esta Unión
Europea hacia un Estado Federal
capaz de convertirse en un sujeto
geopolítico determinante; sí, determinante, en un mundo que cambia radicalmente. Más Europa y menos Estados nacionales fue su consigna favorita. La última
formulación resulta ahora enternecedora: autonomía estratégica europea. Ni más
ni menos.
La foto de Úrsula von der Layen con el emperador Donald Trump lo explica todo o casi. Se ha dicho en
primera página con dolor: ¡Trump desnuda
a Europa! Así es. ¿Qué aparece
tras los oropeles de la propaganda y el autobombo? Una Europa Fortaleza en proceso de militarización, que acentúa
trágicamente su dependencia de unos EEUU
en crisis, actora secundaria en una guerra por delegación (Ucrania mediante) de
la OTAN contra Rusia.
Una Europa cada vez más dividida entre una vieja derecha extrema y una extrema derecha empeñada en demostrar que ellos son los verdaderos interlocutores del “amo y custodio” del vínculo atlántico, defensor intransigente del Occidente verdadero. En muchos países de la Unión, la contienda electoral se dirime cada vez más entre estas dos versiones de las derechas, férreamente comprometidas con un liberalismo conservador y autoritario. A su izquierda no va quedando demasiado; hay excepciones, pero la tendencia general es la desintegración de la vieja socialdemocracia y la progresiva desaparición de la izquierda alternativa en sus varias versiones.
Esta es la Unión Europea real que rinde pleitesía a Donald Trump
y que, en muchos sentidos, la explica.
La pregunta hay que hacerla: ¿cómo entender una capitulación tan
denigrante?
La cuestión tiene diversas aristas y exige algunas consideraciones previas. La primera, EEUU tiene un sistema de
alianzas organizado por círculos concéntricos. En su centro, el Reino Unido y
Australia; en un segundo nivel
aparecen sus protectorados político-
militares, a saber, Alemania, Japón
y Corea del Sur; en un tercer nivel, Italia.
Parece insólito, pero nunca se tiene en
cuenta que estos países fueron potencias
derrotadas, vencidas, ocupadas y nuclearizadas; dicho con más claridad, son
países con una soberanía restringida, limitada. Sus sistemas políticos y sus clases dirigentes fueron moldeadas,
reconstruidas y organizadas por los EEUU
y son parte fundamental de su sistema
de dominio y control global.
En segundo lugar, lo que EEUU ha ofrecido siempre es protección a los grupos económicamente dominantes frente al enemigo externo (la URSS) y el enemigo interno (la izquierda socialista y comunista). La hegemonía norteamericana se forjó en Europa combinando sabiamente (lo diremos en los términos de su academia) poder duro (OTAN e intervención permanente en los Estados singularmente considerados), poder blando (cooptación sistemática de las élites económicas, políticas y culturales; apoyo a las fuerzas políticas afines y promoción del modo de vida americano, desde su casi ilimitado control de los aparatos ideológicos y los medios de comunicación), poder estructural, es decir, su capacidad para fijar las reglas globales del sistema internacional y controlar las grandes instituciones, sobre todo las económicas (FMI, BM, OMC).
Claro está, la “Guerra Fría” en los países de la periferia de la economía- mundo
capitalista, en las colonias, fue caliente casi siempre y los dispositivos de
poder fueron menos sofisticados, más directos, más brutales. Vincent Bevis lo
explica bien en su libro, el Método Yakarta.
La Unión Europea, a pesar de las estupideces
que suele decir Donald Trump, fue desde su origen una construcción impulsada, tutelada y, en último término, guiada por las diversas Administraciones
norteamericanas. Toda estructura
de poder tiende a reproducirse y ganar más peso e influencia; la UE también ha cumplido ese papel,
siempre entre “un quiero y no puedo”, y, a veces, un no debo. Ha habido
momentos de mayor o menor autonomía,
pero, ésta siempre ha sido relativa,
dependiendo del cuadro internacional, de la dinámica interna de la Unión
y, sobre todo, de las necesidades de los
EEUU.
Hay una etapa histórica que explica con mucha precisión la dinámica de la Unión Europea actual y da muchas pistas
sobre los problemas actuales; me refiero
al fin de la URSS y a la desintegración
del Pacto de Varsovia. Era un momento fundante. Bush padre agradeció los servicios prestados a las elites soviéticas y apostó claramente
por un Nuevo Orden Internacional bajo hegemonía clara, nítida, de los EEUU. El
siglo XXI sería norteamericano.
En ese Nuevo Orden la Unión Europea y la OTAN jugarían un papel especialmente
relevante; al final, se
estableció una división del trabajo entre ellas, ajustadas según una estrategia
que privilegiaba en cada momento el
vínculo atlántico, es decir, los
intereses globales de los EEUU.
La respuesta de las clases dirigentes europeas es conocida: el Tratado de Maastricht, la rápida integración de los países del Este,
la ampliación de la OTAN, y,
fundamental, la unidad alemana. En esto tampoco cabe engañarse demasiado.
La “vieja Europa”, decadente y con sueños de grandeza
caducos, daba vida a la “nueva
Europa” con los ex países
socialistas como vanguardia armada,
liberales, nacionalistas y aliados privilegiados de los EEUU.
Acto inaugural, 1999: los 78 días de
bombardeo de la OTAN sobre una Yugoslavia
en proceso de desmembramiento
definitivo; por cierto, sin el mandato
del Consejo de Seguridad de las NNUU. Primakov, jefe de gobierno
ruso en ese momento, tomó nota de lo
que llegaba; junto con él, los dirigentes
chinos comprendieron, después del
bombardeo intencionado de su embajada
en Belgrado, que la PAX americana
inauguraba un periodo de guerras y
de conflictos y, sobre todo, que no duraría mucho. Perfil bajo geopolítico y a reconstruirse, sabiendo que el factor
tiempo sería clave. La historia cuenta; cada vez más.
Biden y Trump fueron dos respuestas a la crisis
de la hegemonía norteamericana, siempre, no hay que olvidarlo, desde una dialéctica compleja entre la realidad
interna del país y el declive imperial en un mudo que cambiaba rápidamente. Hilary Clinton era la escogida, pero, contra
todo pronóstico, ganó el candidato
republicano. Éste, como siempre,
habló mucho, no hizo casi nada y demostró una incapacidad de gestión clamorosa;
al menos no se metió en ningún
conflicto e intentó, sin éxito, salirse alguno
de ellos.
Hoy sabemos que el “Rusiagate” fue una
operación de inteligencia urdida por los demócratas
y en alianza con eso que se ha dado en llamar “el Estado profundo”. Aun
así, hizo falta una
“gran coalición “de intereses y
enormes recursos económicos para ganar a un Trump
que denunció fraude desde el primer
momento. ¿Qué política ganaba con Biden?
¿Qué América volvía?
El viejo equipo de la Sra. Clinton había diseñado una estrategia internacional aceptable para las clases medias, con un objetivo
preciso: revertir el declive, oponerse firmemente a un nuevo orden internacional sobre bases no norteamericanas. El mundo unipolar tenía que ser redefinido, ampliando su base,
incorporando a la Unión Europea, dándole
más protagonismo a los británicos
y a un Japón que sería decisivo en el conflicto con el único competidor realmente global:
China. La “trilateral” (pace Brzezininski) devenía en “Occidente
colectivo” democrático y “woke”, opuesto
al tradicional autoritarismo de una Eurasia en proceso de reorganización “espacio-temporal” en
torno a un trípode formado por Rusia, Irán y China.
Las elites europeas se sumaron entusiastas
a esta política y establecieron
una sólida alianza con una clase
dirigente norteamericana con la que compartían
cultura, análisis y, sobre todo, objetivos.
Claro está, había que disciplinar a aliados que no acababan de entender la gravedad del momento y la necesidad de poner fin viejas políticas.
La voladura del “Nord Stream” 1 y 2 demostró que los EEUU iban en serio y que se ponía fin (era uno de los objetivos fundamentales de
la nueva estrategia) a cualquier posible
alianza entre Rusia y Alemania (pace Mackinder). Algunos pensaron que era el momento para reclamar más autonomía y marcar perfil; no
duró mucho y pronto la OTAN (EEUU)
controló la agenda política real y
término siendo la dirección efectiva de la Unión
Europea. Insisto, las élites
europeas compartían la estrategia de la Administración Biden: Rusia primero, después China.
El factor tiempo era clave. Se había
perdido un tiempo precioso con la Presidencia
Trump y los progresos
tecnológico-militares de Rusia y China eran tan relevantes que pronto podrían hacer irreversible la llegada de un Nuevo Orden Internacional Multipolar. Ucrania era la línea de
demarcación y fractura. El Occidente
colectivo llevaba años preparándose
para la batalla decisiva: crear las
condiciones para obligar a Rusia
a escoger entre la guerra o la derrota estratégica. El objetivo era cambio de régimen y
desintegración de la Rusia de Putin.
Las cosas no salieron como se esperaba. Rusia no colapsó y, corriendo riesgos muy serios, se reconstruyó política, económica, financiera y técnico-militarmente. Ucrania, a pesar de los ingentes recursos humanos y materiales aportados por el Occidente colectivo, pasó pronto a posiciones defensivas; la guerra de desgaste y el arte operativo ruso fueron erosionando sus capacidades militares, sus reservas estratégicas y resquebrajando los fundamentos de un régimen político construido (Maidan-2014) para enfrentarse a Rusia como Estado y, también, como civilización. Hubo un dato absolutamente revelador:
El Sur global, votara lo que votara
en la Asamblea general de la ONU,
entendió desde el principio que el conflicto
ucraniano formaba parte de una estrategia
del Occidente colectivo para para
defender su “Orden“, sus “reglas“ y sus ”privilegios”. No hablar
demasiado y aprovecharse (ganar autonomía) de las oportunidades de un mundo que
marchaba hacia la multipolaridad.
Cuando Trump se sentó con doña
Úrsula von der Layen en su campo de golf, lugar “exquisitamente
neutral”, tenía más que ganada la
partida: diez países, entre ellos
Alemania e Italia, habían dicho que estaban de acuerdo con las
condiciones impuestas por el jefe. Todo menos una crisis con los EEUU ahora. Si de algo sabe Trump, al fin y al cabo “señor del ladrillo”, es negociar. Esta vez no hizo falta chantajear y ni amenazar, rendición completa. Lo acordado es conocido: aranceles del 15% para los productos de la UE; acero y aluminio al 50%. Compra de combustibles fósiles por valor de 750.000 millones de dólares en tres años e inversiones, sobre todo en armas, por un importe de 600.000
millones.
Se trata de un acuerdo-marco que obliga a
negociar y poner negro sobre blanco un conjunto de medidas y de instrumentos
económicos y diplomáticos de dimensiones relevantes. Lo firmó un jefe de Estado y una Presidenta de la Comisión que
actuó como si ella fuese su equivalente; no era el caso. Es más, dudo mucho que tuviera las competencias
jurídico-políticas necesarias para
llegar a un pacto de este nivel.
El acuerdo, insisto, con números, plazos e
instrumentos financieros debe pasar por el Parlamento y, sobre todo,
por el Consejo. De lo convenido a lo
que se apruebe definitivamente, queda
mucho. Sobre todo, porque hay un problema de factibilidad: lo estipulado tiene tales consecuencias
técnico- productivas, de gestión y de implementación que hay muchas
dudas de que sea viable.
Lo acordado hay que relacionarlo con
dos cumbres casi simultaneas: la de la
Haya y la de la UE y China. En la primera,
los EEUU consiguieron todo lo quisieron y más. Rearme general, compra masiva de armas y, es la otra cara, la aceptación de que no habría un complejo militar e industrial
unificado europeo. La clave está
en la letra pequeña: los Estados se
financiarán y, sobre todo, se endeudarán
individualmente, hasta llegar al 3’5 del
PIB, más el 1’5 de gastos asociados a seguridad y defensa. Se reproduce la jerarquización existente entre los Estados según sus capacidades reales y se deja a Alemania
la dirección efectiva del proceso.
La cumbre Unión Europea/China fue un fiasco y, sin embargo, pudo ser decisiva. ¿Por qué? Porque Trump quiere que la UE se sume a su estrategia
tecnológica, financiera y político-militar contra China, es decir, que se “desacople”
del gran imperio del centro. Conclusión: más dependencia de los EEUU y, sobre todo, renuncia de la Unión Europea a ser
un sujeto autónomo en unas relaciones
internacionales en proceso de mutación.
Si se entiende con una perspectiva de medio y largo plazo, la política de Trump, se comprenderá rápidamente que no se trata de ocurrencias, de caprichos o de respuestas improvisadas a una mala coyuntura geopolítica; no, es mucho más que eso. Lo que el Presidente de los EEUU dice a sus los aliados del Occidente colectivo es claro y distinto: si queréis conservar este Orden Internacional y sus normas básicas que tanto os han beneficiado, tenéis que sacrificaros hoy por la “gran potencia imprescindible” del mundo.
Así de simple: acumulación por
expropiación, empezando por los
aliados. Otra cosa muy distinta es que salga bien. Dicho de otra forma: los
aliados deben financiar el coste pasado, presente y futuro de su protección promoviendo la reindustrialización de los EEUU, comprando armas y energía al por mayor e invirtiendo en tecnología
decisivas. En definitiva, crear un espacio económico, comercial, tecnológico y político militar integrado según las necesidades de una Norteamérica en crisis.
No hace falta tener mucha imaginación
geopolítica para entender que se trata de prepararse activamente para una
guerra global. El repliegue sobre
sí mismo de Occidente, la creación
de líneas de fractura y una presión permanente sobre las zonas clave del
planeta tiene mucho que ver con una estrategia prolongada y sostenida contra un Sur Global en proceso, caótico muchas veces, de (re)construcción.
Hay un dato que se deja a un lado en los dramáticos
análisis sobre traiciones,
humillaciones y demás agresiones. Me refiero, a la guerra por delegación de UE
contra Rusia. Trump puede amenazar y
chantajear porque la UE y la OTAN
están en guerra en Ucrania y, lo que es peor, perdiéndola.
El asunto podría explicarse así: tener
como enemigo existencial de esta Europa
a Rusia implica necesariamente la dependencia
estructural y permanente de los EEUU. Solo
pueden vencer con su apoyo logístico,
sus bases militares, sus tecnologías y sus capacidades estratégicas. Y viceversa: la autonomía estratégica europea será posible con un acuerdo
de paz, seguridad y desarrollo con Rusia.
Las clases dirigentes europeas escogieron otro
camino: negociar desde posiciones de
fuerza y bloquearla geopolíticamente. En esto nunca hubo diferencias sustanciales entre la OTAN y la Unión Europea. El conflicto ucraniano servía a un doble propósito: construir un potente y creíble enemigo
externo que legitimara una salida
militarista a la crisis de la UE.
El tiempo y los fracasos complicaron
mucho la situación; ahora se trata de algo más importante, encontrar
soluciones a una grave situación
económica vía rearme e impedir, cueste lo que cueste, la victoria política de Rusia. Para convencer a Trump, para comprometerlo con la guerra en Ucrania, están dispuestos a entregarle todo o casi; les va en ello algo más que el prestigio.
Si Rusia gana, se debilitará
seriamente a una política (vínculo atlántico)
y se definirá una nueva arquitectura de seguridad que cuestionará, en sus fundamentos, la Unión Europea tal como la conocemos hoy y a una OTAN en peligro
de desintegración.
Lo que viene ahora dependerá mucho de los EEUU. Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida y su frente político-militar,
al borde del colapso. La Unión Europea,
empezando por Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra forma, implique
una victoria para Rusia.
El Presidente imperial, insisto, que ha
conseguido de sus aliados todo lo que quería hasta llegar a la humillación, no está dispuesto a entronizar a Putin
como el estadista que cambió la relación de fuerzas en Europa y puso las bases de un nuevo sistema de seguridad global.
La reunión de Alaska dará muchas pistas sobre
los limites reales y las percepciones de los actores fundamentales. La paz por medio de la fuerza implica jugar al límite, corriendo siempre el riesgo de perder el control de la situación. Con Trump los peligros se acentúan.
Veremos.
Manolo Monereo. Abogado y
politólogo español
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