Más allá de algunos de sus íconos más
representativos, otra de las postales de la ciudad de Río de
Janeiro son sus asentamientos irregulares, conocidos en Brasil
como favelas.
Asentamientos irregulares eran comunes en
el siglo 19 y principio del siglo 20 en Estados
Unidos y Europa. Los asentamientos irregulares hoy en día son
comúnmente encontrados en países en desarrollo y subdesarrollados, pero también
son encontradas en países desarrollados. El singular aspecto geomórfico de la ciudad, con grandes morros
(cerros) y vastas porciones de vegetación mezclándose con grandes
edificaciones, contribuyó a que la división de clases en los distintos barrios
mostrara límites poco claros: existe un gran número de favelas en barrios de
clase media y alta, a pocos metros de suntuosas propiedades.
En 2004, Río de Janeiro tenía en su territorio 750
favelas, que representaban un área total de 42,89 km². Durante los cinco años anteriores, el área de ocupación de
asentamientos informales creció en un 3,5%. De acuerdo con esa misma fuente, en el período 1999/2004 hubo 356 favelas que mostraron un crecimiento de área (un 47,47%), 351
favelas que no alteraron la superficie ocupada (46,80%) y 43 que mostraron
algún porcentaje de reducción (5,73%) debido al trabajo de organismos oficiales
para mejorar la calidad de vida de los pobladores. Sin embargo, una
investigación del Instituto Municipal de
Urbanismo Pereira Passos (IPP) difundida en enero de 2009 afirma que Río de
Janeiro tiene 968 favelas, que representan un crecimiento de tres millones de
metros cuadrados en una década.
Algunas de las favelas más conocidas de Río de
Janeiro son Rocinha,
Pavão-Pavãozinho, Vidigal y Dona Marta, en la Zona Sur de la ciudad, así como Cidade de Deus, en la Zona
Oeste. Las más grandes son Fazenda Coqueiro, Nova Cidade (ambas en la Zona
Oeste), Complexo do Alemão y
Complexo da Maré (Zona Norte), listado que también incluye a Rocinha. Para una
lista completa, véase la Wikipedia en
portugués. El término favela surgió en Brasil y se aplica genéricamente
a las zonas pobres en el espacio centro-urbano. Sin embargo, en la década del '50, el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE) decidió por
primera vez incluir los asentamientos irregulares en los censos poblacionales,
y para ello trazó una definición de favela que incluye a las aglomeraciones
humanas que poseen parcial o totalmente las siguientes características comunes:
- Más de cincuenta casas.
- Tipo de vivienda:
aglomeraciones donde predominan las casas de aspecto rústico o barracos.
- Condición jurídica de
ocupación: terrenos de terceros o de desconocidos con construcciones sin
licencia y sin fiscalización.
- Servicios públicos
imprescindibles: ausencia parcial o total de red sanitaria, energía
eléctrica, teléfono y agua corriente.
- Urbanización: falta de
calles, casas sin matrículas y, por lo tanto, sin dirección.
Según el Plan Maestro de la Ciudad de Río de Janeiro, de 1992,
"favela es el área predominantemente
habitacional, caracterizada por ocupación de la tierra por población de bajos
ingresos, precariedad de la infraestructura urbana y de servicios públicos, vías
estrechas y de alineación irregular, lotes de forma y tamaño irregular y
construcciones no licenciadas, no acordes con los patrones legales”.
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Otra de las favelas brasileñas donde se busca
alternativas sociales para la juventud / Foto: AFP, Yasuyoshi Chiba.
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FAVELAS: MÁS ALLÁ DE LA POBREZA Y EL
MIEDO.
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Raúl Zibechi.
Brecha martes 2 de febrero del 2016.
La favela es
un mundo complejo en el que conviven la pobreza y la violencia policial y del
narcotráfico. En una primera mirada parece el espacio más difícil para
construir alternativas desde abajo y desde la izquierda. Sin embargo, cientos
de activistas la eligieron como un lugar donde crear lo nuevo.
El coche pasa casi rozando entre dos gruesas moles
de cemento de un metro de alto. Un pequeño error de cálculo y la chapa
terminaría estropeada. “Por aquí no pasa el caveirão”, dice
alguien, en referencia al vehículo blindado construido especialmente para que
la Policía Militar entre en las favelas. “Tampoco
pasan los patrulleros”, festeja un tercero. La entrada a la Comunidad Chico Mendes en el Morro de
Chapadão, zona norte de Rio de Janeiro, está restringida para los cuerpos
represivos.
Subimos ladera arriba por calles estrechas y bien
pavimentadas, entre viviendas sencillas pero cuidadas. En minutos llegamos al
local del Movimiento de Comunidades
Populares (Mcp), una enorme puerta de hierro al lado de un pequeño y
prolijo almacén que vende alimentos y productos de limpieza. “No vendemos cigarrillos”, dice
una voz de mujer. Con serenidad y firmeza agrega: “Son malos para la salud”.
El portón se abre sobre un amplio patio techado con
oficinas y salas de reuniones al fondo y un segundo piso con más salones. Un
enorme cartel advierte contra el consumo de alcohol y en otro costado del patio
otro cartel más grande detalla las diez
“columnas del movimiento”: economía, religión liberadora, familia, salud,
vivienda, escuela, deporte, arte, ocio e infraestructura. Les dicen columnas
porque son los pilares de la organización, identificadas de acuerdo a las “necesidades
de los sectores populares”.
Un hombre bajo y fornido de unos 60 años ofrece
agua fresca para paliar el tremendo calor carioca, e invita a recorrer los espacios.
Todo sucede como en cámara lenta, con mucha calma, quizá para contrarrestar el
calor. Aparece la mujer del almacén, Janduir, que nos dice que ambos fueron los
primeros militantes del Mcp en llegar a la favela, cuando las casas eran de
madera, precarias y pequeñas, hace más de veinte años.
UNA COMUNIDAD DIFERENTE.
La principal diferencia entre la Comunidad Chico Mendes y otras favelas
es que se instaló como consecuencia de una toma o invasión, no de la agregación
de familias y personas a modo de goteo. Aquí las personas ya estaban
organizadas antes de la ocupación del morro, llegaron todas juntas y comenzaron
a construir las viviendas y el barrio. Eran militantes de izquierda que
decidieron ponerle al asentamiento el nombre del más emblemático organizador de
los recolectores de caucho, asesinado por hacendados en 1988.
Ahora la comunidad tiene alrededor de 25 mil
habitantes, pero Gelson recuerda que
cuando llegaron tuvieron que hacer mutirão (trabajo colectivo) para
conectar decenas de caños a una fuente de agua a 300 metros. Salía apenas un
hilo de agua y había que hacer una fila de hasta cuatro horas para llenar una
lata. “La gente fue luchando y consiguió tener agua, luz, saneamiento y
también obras para asfaltar las calles”, explica Gelson. Las dificultades
ahora son otras: “Las cosas están lejos, los precios son altos, entrar y
salir de la comunidad es muy difícil por la violencia del tráfico”.
Recuerdan que la primera camada de militantes que
formaron la comunidad hoy ya no está; algunos fueron asesinados por los
traficantes y otros desaparecieron, se cree que secuestrados. Esa generación se
enfrentó duro al tráfico para impedir que se asentara en la comunidad. Ahora
trabajan de otro modo, menos ideologizado, evitando la confrontación con
enemigos superiores, como la policía y el narcotráfico, y sobre todo “construyendo poder popular”.
Los primeros pasos en la Chico Mendes los dieron organizando campeonatos de fútbol con
equipos de varones y de mujeres. Fue el modo de hacerse apreciar por los
vecinos, de ganar su confianza, de conseguir un lugar. A Gelson le gusta mucho
el fútbol y lo practica.
Hace casi 20
años crearon el grupo de apoyo escolar, que recibe a 70 niños y niñas de 2 a 14 años en
dos turnos con cuatro maestras y dos ayudantes. Formaron una red de apoyo a
esta escuela para financiar el sueldo de las maestras. Hace seis años armaron
una guardería para las madres de la comunidad, que ya tiene 20 alumnos en dos
turnos, con tres cuidadoras.
Los dos grupos de educación son apoyados por los
padres, que aportan dinero y realizan actividades para recaudar fondos. Una vez
al mes hacen una asamblea para debatir sobre la marcha de las escuelas y tratar
de resolver los problemas de forma colectiva. El jardín funciona en un espacio,
frente al salón central y el apoyo escolar, en el patio del principal edificio
del movimiento.
El área o columna de economía es la más importante.
Hay un Grupo de Ventas Colectivas con siete personas que tienen a su cargo el
almacén de productos de alimentación, donde se abastecen unos 150 vecinos. Este
grupo abrió hace poco tiempo, a partir de un préstamo del Grupo de Inversión
Colectiva (Gic), una barraca de materiales de construcción atendida por dos
personas del movimiento. Diez familias se organizan en torno al Grupo de
Compras Colectivas, que les permite comprar en grandes cantidades consiguiendo
precios más bajos que los del mercado.
Luego formaron el Grupo de Producción Colectiva, en
el cual cinco familias producen jabones, detergentes, desinfectantes y
suavizantes a partir de aceite vegetal usado. Comenzó como parte de una campaña
en defensa del ambiente y ahora vende sus productos a una cooperativa del
gobierno de Rio de Janeiro.
El grupo más importante del área de economía es el
Gic. Cuenta con 400 inversores que reciben un 2 por ciento de interés, es
administrado por voluntarios y realiza préstamos a personas del barrio. Gelson
asegura que más de 30 casas del lugar fueron adquiridas con dinero del Gic,
además de que facilitó la compra de camionetas a vecinos que trabajan con ellas
trasladando personas desde el metro hasta el morro.
“El Gic
resuelve muchos problemas de la gente, y la incentiva a ahorrar, porque en los
sectores populares no se ahorra”, dice Gelson. Es muy común que a una familia se le
termine el gas y no pueda reponerlo simplemente porque no tiene dinero. Ahora
acude al Gic y resuelve el problema sin necesidad de acudir a la banca.
UN VIEJO-NUEVO MOVIMIENTO.
Lo que hoy es el Mcp comenzó hace 40 años a partir
de un grupo de personas, como Gelson, que integraban la Juventud Agraria
Católica. Realizaron un seminario bajo la dictadura militar en el que
decidieron “construir un movimiento que no sólo trabajara por reformas y
mejoras, sino con una propuesta anticapitalista”. Y crearon el Movimiento
de Evangelización Rural, que en los hechos dejó de ser un grupo dependiente de
la Iglesia.
Gelson recuerda la pobreza del campo. Su madre tuvo 12 hijos, seis
varones y seis mujeres, en un pueblo de Paraíba. “Compraba un litro de leche
para todos y como no alcanzaba le echaba mucha agua.” Trabajaba la tierra,
y una noche, con 11 años, abrió las porteras para que salieran las vacas y los
novillos. Fue su primera rebeldía.
Con los años el movimiento se modificó a medida que
la sociedad fue cambiando. En los ochenta se produjo una gran migración hacia
la ciudad, entre otras razones por la mecanización del campo y la concentración
de la tierra en latifundios. Entonces comenzaron a trabajar en las ciudades y
crearon la Corriente de Trabajadores Independientes. Pero en los noventa
percibieron la precarización laboral y tomaron una decisión importante:
trabajar con los sectores más sufridos del pueblo, “desempleados, peones,
habitantes de las periferias, campesinos pobres”, según puede leerse en uno
de los primeros números del periódico Voz das Comunidades.
“Fue el momento más duro –asegura Gelson–. Los militantes tenían una cultura de clase media,
tenían sus familias, no aguantaron ir a la favela y decidieron adherir a
partidos como el PT y a las centrales sindicales.” En esa
instancia decisiva perdieron más de un tercio de los militantes. En paralelo
decidieron no integrarse al PT, porque consideraban que dividiría a los
sectores populares al separar a los dirigentes de las bases.
Su actividad en las periferias de las ciudades
transformó al movimiento y sus integrantes. Comenzaron a trabajar de acuerdo a
las diez columnas y a crear comunidades populares. Hoy son más de 60
comunidades, la mitad en áreas urbanas. En 2006 editaron Voz das Comunidades,
para cohesionar al movimiento, que ya tiene presencia en 12 estados. En 2011
decidieron ponerse el nombre actual: Mcp.
El movimiento se propone tres objetivos. A corto
plazo, movilizar a la gente para que resuelva sus problemas sociales y
necesidades culturales más sentidas. A mediano plazo, organizar a la población
en comunidades populares. Y a largo plazo, “conquistar un gobierno popular
de abajo hacia arriba para construir una sociedad comunitaria basada en el buen
vivir indígena, en los quilombos de los esclavos, en las comunidades campesinas
igualitarias, como la de Canudos,1 y en el socialismo obrero y popular”, como
acordaron en el segundo encuentro del movimiento, en 2012. Para ellos gobernar
de abajo hacia arriba es “controlar, a partir de la base, los servicios
públicos y comunitarios a través de la democracia participativa”, creando
las condiciones para que la gente participe.
Janduir y Gelson explican que el movimiento se
inspira en luchas históricas como las de los guaraníes, los quilombos de los
esclavos que fugaban de las plantaciones, la experiencia de Canudos y las
luchas obreras del siglo XX. Tiene como principios la independencia de los partidos
y la autonomía política pero también económica de los emprendimientos.
EL MUNDO NUEVO EN LAS PERIFERIAS.
El Gic de Chico Mendes tiene 400 inversores y
moviliza 700 mil reales (unos 170 mil dólares), que son administrados en
reuniones masivas de 60 a 70 personas. En sólo 12 años consiguieron ser una
fuente de financiación para las familias del barrio, sin deudores, porque cada
persona que toma un préstamo lo tiene como aval. Cero deudas, control
comunitario de las cuentas. Janduir muestra un cuaderno donde anota todo a
mano. “Me gusta más hacerlo así que usar la computadora”, dice
sonriendo.
Entre todas las comunidades tienen 30 Gic, que son
administrados por más de cien personas y benefician a varios miles. Los Mcp
cuentan con 100 grupos de producción, ventas y servicios colectivos, con más de
1.500 integrantes. Producen ropa, bolsas, artículos de limpieza, crían animales
y cultivan la tierra. Los de ventas tienen mercados colectivos, venden gas y
cereales. Los de servicios cuentan con lavanderías, recolección de residuos,
construcción civil y han comprado camiones para la comunidad.
Han instalado diez escuelas, cuentan con grupos de
salud que hacen campañas contra el consumo de alcohol y dan cursos de salud
bucal y reproductiva, y comenzaron con un equipo de terapia comunitaria. “Se
trata siempre de las cosas que necesita el pueblo”, aseguran Gelson y
Jundair.
“Imagina que
un día la gente construya millones de grupos de este tipo en Brasil”, reflexiona
Gelson. “Es muy distinto si quisieras reclutar gente para la revolución,
tomar el poder, ¿qué hacemos después?” Es un camino diferente para procesar
los cambios. “En este proceso de construcción vamos aprendiendo a gobernar
un Gic, una microempresa, y ahí vamos aprendiendo a gobernar una escuela, un
municipio, de forma colectiva y solidaria, sin corrupción, con transparencia”,
sigue Gelson.
Todos los trabajos que realizan, desde el deporte
hasta las escuelas y los grupos de inversión, o sea, todo lo que es
construcción de comunidad, tiene como norte la creación de poder popular. Con
una doble vertiente: que sean iniciativas por fuera del mercado y del Estado
(no reciben nada de los gobiernos) y que las gestionen los mismos miembros del
movimiento de forma colectiva. A todo eso le llaman poder popular.
“La economía
popular es la economía que ya está ahí, es la economía del pueblo, como la
venta ambulante y los mercados populares. Pero lo que necesitamos es una
economía popular organizada, con conciencia de gestión colectiva.” No inventan nada, organizan y sistematizan
lo que ya está, a través de la formación y la organización colectivas. La
autogestión puede entenderse como la sistematización de lo que hacen los
sectores populares de forma embrionaria y espontánea.
En la asamblea nacional anual realizada en agosto
de 2014 los militantes del Mcp llegaron a la conclusión de que no están
caminando con los dos pies, como ellos desean. “Continuamos realizando más
actividades comunitarias (economía solidaria, actividades culturales y acciones
colectivas) que luchas reivindicativas por políticas públicas y en defensa de
derechos”, se lee en el último ejemplar del periódico. Ese desbalance se
debe, según el Mcp, a que durante diez años se focalizaron en la construcción
de comunidades y que en ese período los líderes de los movimientos fueron
cooptados por el gobierno.
Este es un debate presente en todos los movimientos
de nuevo tipo en América Latina: cuánta energía dedicar a construir lo propio y
cuánta a disputar con las instituciones estatales. El debate en torno a las
políticas públicas (participar en la gestión de instituciones públicas a escala
local) contiene dos posiciones: el temor a la cooptación por el Estado y el
temor al aislamiento. Es la necesidad de escoger entre crear poder popular
comunitario sin gobernar, o gobernar sin tener poder.
“La
contradicción entre ambas es permanente”, razonan los militantes del Mcp. Por eso Gelson, cuando se le pregunta
por las dificultades del movimiento, las coloca dentro, no fuera. “Lo más difícil es la formación de los
jóvenes”, dice sin dudar un segundo. Cuando era joven, en la década de
1960, en plena dictadura, era la realidad la que formaba la conciencia, la que
mostraba los caminos a seguir. Hoy las cosas son más complejas. El consumismo,
las redes sociales, son fuente de confusión, piensa. El trabajo de hormiga de todos los días puede
parecer poco, pero saben que no hay otro camino.
*****
- Movimiento
popular en el nordeste en torno a la figura de
Antonio Conselheiro, en la comunidad de Canudos (norte de Bahía), que fue
derrotado por el ejército. Inspiró películas y relatos periodísticos, como
Los sertones, de Euclides da Cunha (testigo de la última expedición
militar contra la comunidad), y novelas como La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.
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