El
papa Francisco en el corazón de la injusticia, el abandono, la explotación, la
miseria y la exclusión social y étnica, no solo de México, sino de la representación del Mundo. Chiapas, salió ante el mundo después
de 5 siglos el 1 de enero de 1994,
día y año que el poder central, hipotecaba los destinos de un pueblo firmando
un TLC, con dos potencias imperiales
– que la final fueron las grandes ganadoras a costa de la explotación de
millones de campesinos, y el saqueo de
sus recursos naturales -. Chiapas para el mundo, representa el 1 de enero la
insurgencia revolucionaria del Movimiento
Zapatista de Liberación Nacional, día en que los pueblos Indígenas de América
latina hacen conocer al mundo que a pesar de haber transcurridos 5 siglos de explotación, violencia,
abandono, miseria y muerte, no habían desaparecido y menos habían muerto. NO era, pues el México único, de los
Charros y la poderosa cultura e identidad nacional, la verdadera representación
de un pueblo, de una Nación – que después de su revolución de 1910 – Zapata, Villa,
sus grandes Líderes Revolucionarios, siempre vibraba en todos los corazones,
latinoamericanos, pero – la lucha continuaba y cada vez más radical y violenta –
era un país que “escondía” una
realidad fría, violenta, inhumana, de toda una Región con millones de indígenas
víctimas del Poder Nacional y Transnacional, que expoliaba sus recursos
naturales y explotaba a sus poblaciones hasta el extremo de desconocer sus
propia existencia. Chiapas descubre ante
el mundo, que son millones de indígenas y miles de pueblos originarios, que
supuestamente han desaparecido por orden del poder legal, vigente y excluyente,
están vivos y reclaman ante el mundo por la vigencia de sus Derechos Humanos.
México. Chiapas -pueblo de indígenas explotado durante siglos - es el testimonio más grande de la ,lucha de los,pueblos originarios por el reconocimiento de sus derechos. Chiapas que el día de ayer recibió al Papa Francisco y pidió perdón a todo su pueblo.
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En el
epicentro del mundo de la globalización neoliberal y en pleno tiempo histórico
y político de crisis del Estado, - última década del
siglo XX -(in)surge el Ejército Zapatista
de Liberación Nacional – el primer movimiento revolucionario en la historia
del sistema mundo, que cuestiona el Poder desde
el punto de vista Cultural, en representación de millones e Indígenas,
olvidados, postergados, excluidos hasta entonces- del mundo oficial. En el devenir de la Historia, se
produjeron movimientos políticos, sociales, pero en pleno centro de la crisis
del Estado – tiempos de “gloria” y engaño, de las políticas del Consenso de Washington – y de vigencia
del “dios” mercado, la historia de la
humanidad asiste al primer cuestionamiento del Poder desde el amplio, diverso,
controversial escenario cultural, jamás
hasta entonces cuestionado públicamente ante el mundo. Millones de Indígenas – pueblos originarios de América – están vivos – a pesar
de 5 siglos de explotación, violencia, miseria, exclusión, muerte, pero ahí
están presentes con sus territorios, su patrimonio cultural, su población, sus
lenguas originarias, su cultura, su identidad, cuestionando al poder
establecido, vigente, todopoderoso que el
mundo indígena, simplemente en la Historia Oficial NO existía.
Millones de
Ciudadanos, hombres y mujeres, desconocidos, postergados, negados, vilmente explotados en sus
Derechos, están VIVOS, viven en sus
propias tierras, sus territorios han sido saqueados, expoliados durante 5
siglos, pero hoy están presentes para encarar al mundo por primera vez en la Historia de la Humanidad que sus DERECHOS
deben ser reconocidos, que sus territorios deben ser respetados y que la
vida de sus pueblos originarios, tienen los mismos derechos de los Ciudadanos
del mundo legal, oficial, del sistema
mundo. CHIAPAS para México y para el
mundo, era el verdadero país, el territorio propio de millones de Ciudadanos
Indígenas – sin derechos - que había sido postergado, olvidado, destruido
durante 5 siglos por las propias fuerzas económico-sociales y políticas
dominantes, que durante todo ese tiempo intentaron acabar, desaparecer, pero la
férrea resistencia de su pueblo, su insurgencia revolucionaria, llevando como Bandera, como Líder a uno de
sus más grandes Revolucionarios de principios del siglo XX como fue Emiliano Zapata, el movimiento removió
las viejas estructuras de una sociedad y de un poder caduco, enfermo, en crisis
estructural. Chiapas y el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional, fue el
inicio de las lucha de los pueblos originarios por el reconocimiento y vigencia
de sus derechos. Es el corazón de los pueblos originarios del mundo. Es la lucha por la
defensa de la Vida y el respeto por la Madre Naturaleza.
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Francisco en el corazón de los pueblos indígenas de América. Chiapas es el símbolo de la lucha social y cultural por el reconocimiento de sus Derechos Ciudadanos.
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MÉXICO. CHIAPAS. EL PAPA PIDIÓ PERDÓN
A LOS INDÍGENAS POR LA EXCLUSIÓN.
En Chiapas Francisco
visitó la tumba de Monseñor Samuel Ruíz.
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El Pontífice interpeló al
poder político de México a que pida igualmente disculpas a los pueblos
originarios por “excluirlos, menospreciarlos y expulsarlos de sus tierras”.
Alabó la relación “armónica” de esos pueblos con la naturaleza.
Eduardo Febbro
Desde
Ciudad de México martes 16 de febrero del
2016,
Todos
los lugares del mundo están llenos de historia, pero pocos son La Historia.
Chiapas es La Historia y es nuestra Historia, una de las más ricas y creativas
del último cuarto de siglo. El papa Francisco abrió un espacio nuevo en esa
Historia retomando lo que ya latía en Chiapas desde hace décadas, es decir, la
exclusión de los indígenas. En un gesto sin precedentes, el Papa, en el corazón
de las selvas de Chiapas, alegó contra “el dolor, el maltrato y la inequidad”
de que son víctimas las 11 millones de personas pertenecientes a los pueblos
indígenas de México. El pontífice también pidió perdón a los indígenas por los
tratos recibidos e interpeló al poder político de México a que pidan igualmente
disculpas por lo que hicieron con los indígenas, es decir, “excluirlos,
menospreciarlos y expulsarlos de sus tierras”. Francisco completó la
reivindicación global de la causa indígena cuando se inclinó ante la tumba de
Monseñor Ruiz, el obispo que durante más de 40 años presidió los destinos de la
Iglesia de Chiapas y fue una figura eminente de la llamada Teología India. El
alegato papal fue demoledor y siguió en una línea de narrativas históricas la
retórica acuñada por los indígenas chiapanecos y su movimiento más visible, el
zapatismo.
La
misa que Francisco ofreció en español y en varias lenguas indígenas fue todo un
programa político que abrazó los pisoteados derechos indígenas. El Papa anheló
“una tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean
la moneda corriente”. Luego, el eje central de su discurso se centró en un
fulgurante reconocimiento de los derechos y los padecimientos indígenas. No
existe, en la historia, una palabra oficial tan fuerte. Francisco dijo “Muchas
veces, de modo sistemático y estructural, los pueblos indígenas han sido
incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores
sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el
dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado
acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer
un examen de conciencia y aprender a decir: ¡perdón! El mundo de hoy, despojado
por la cultura del descarte, los necesita”. El Papa alabó como un ejemplo la
relación “armónica” de los pueblos indígenas con la naturaleza y volvió a
recomendar a los poderes políticos que imitaran esa “sabiduría”. Luego de las
palabras del Papa, el actual obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe
Arizmendi, leyó un texto elaborado por las comunidades indígenas en el que
estas dicen: “Aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos
y nos has tomado en cuenta. Llévanos en tu corazón con nuestra cultura, con las
injusticias que sufrimos, con el dolor de nuestros enfermos. Gracias por haber
aprobado el uso en la liturgia de nuestros idiomas. Queremos hablarle a Dios en
nuestra lengua”.
“Dios
en nuestra lengua”, así se expresaba hace varias décadas el fallecido obispo de
San Cristóbal de las Casas, monseñor Ruiz, a quien el Papa ofreció un homenaje
de alcance universal cuando se recogió ante su tumba. En esa historia convergen
varios episodios que implican al mejor intérprete de la teología india y uno de
los hombres más comprometidos y progresistas de la Iglesia, el obispo Monseñor
Ruiz, y a los mismos indígenas zapatistas que hace 22 años se levantaron en
armas contra la segregación y la dominación colonial respaldados por el mismo
obispo, a quien los indígenas apodaban “Tatic”, papá en tzoztil. El Papa fue
hasta la tumba de monseñor Ruiz en un gesto que abarca un doble significado:
por un lado, el homenaje a la rama progresista del clero mexicano y su
compromiso con los pueblos: por el otro, a esa teología india que es, a su vez,
un capítulo de la tan combatida Teología de la Liberación. El Vaticano veía en
esa teología una emanación diabólica del marxismo y la persiguió y aisló
durante décadas. Ahora, aquella idea de la izquierda católica latinoamericana
se ve reivindicada en su identidad más original a través del homenaje papal a
monseñor Ruiz. El obispo definía esa teología india como algo que “nace al
interior de un contexto de opresión. No fue sólo una conquista violenta de esta
tierra por parte de España: también la religión, como la supremacía política,
viene impuesta”. La historia personal de “Tatic” describe la trayectoria de un
descubrimiento y de la adaptación a un hombre al medio en el que le tocó vivir.
Lejos de ser un teólogo progresista, cuando llegó a Chiapas en 1962 Samuel Ruiz
tenía poco más de 30 años y profesaba un conservadurismo que se tradujo
inmediatamente en la denuncia contra el comunismo. Pero el medio ambiente lo
transformó en un militante de la causa indígena. Como lo recuerda en las
páginas del semanario Proceso, uno de los colaboradores más cercanos de
monseñor Ruiz, Heriberto Cruz Vera, párroco del Santuario de Tila, “primero
tuvo que darse la conversión de Don Samuel, que dejó de pensar que venía a
enseñar a los indígenas a usar zapatos y a hablar español, para dar el paso
siguiente: dejar que estos fueran sujetos de su historia y reconocerles su
dignidad como hijos de Dios y como ciudadanos”. Hombre de carácter fuerte, de
convicciones adquiridas irrenunciables y de una capacidad innata para aprender
idiomas, Ruiz se transformó él mismo y su propia Iglesia. Se hizo un portavoz
de los derechos de las comunidades entre las cuales vivía y aprendió sus
idiomas: el tzotzil, el tzeltal, el chol y el tojolabal, en los cuales
predicaba. A finales de los años 70 hizo pública su adhesión a la “opción por
los pobres”. Hoy, la expresión es una política de Estado del mismo Vaticano,
pero en aquellos años era poco más que un pecado. El padre Heriberto Cruz Vera
recuerda que estaba prohibido decir “la Iglesia de los pobres” así como “la
Iglesia que nace del pueblo”. Pero fue la Iglesia que “Tatic” encarnó con sus
formas de militar y de vivir, montado a caballo entre lodazales y montañas, con
sus andar por San Cristóbal de las Casas con los zapatos embarrados o vestido
con los atuendos que le ofrecían los indígenas. Los símbolos iban, además, con
la realidad de sus decisiones. Ruiz levantó un muro de indignación en el
Vaticano cuando decidió ordenar a diáconos indígenas casados (340). La Santa
Sede pugnó para dejar sin efecto la medida y hubo que esperar hasta que llegara
el papa Francisco para que se levantará la prohibición de ordenar de diáconos
indígenas casados. Muchos antes de que el Trono de Pedro sea ocupado por un
papa latinoamericano, Samuel Ruiz ya profesaba la línea de Francisco: “Caminar
con ellos”.
Durante
más de 40 años monseñor Ruiz caminó con los indígenas con su teología india
bajo el brazo y una espada de Damocles sobre su cabeza. El Vaticano y la
Arquidiócesis de México hicieron de él casi un hereje. En 1999, poco después de
la visita que Juan Pablo II efectuó en México, la Arquidiócesis mexicana
publicó un documento en el cual consideraba que “la teología india, además de
no ser ortodoxa, puede deparar muchos males a los indígenas. La condena papal
intenta defender a los indígenas de estos males; es una expresión del amor y
solicitud del Papa a los indígenas”.
Los
tiempos transcurridos sirven para narrar la historia y medir, entre las
superficies lentas del pasado y la velocidad del presente, las evoluciones y
los retrocesos. Ayer, en Chiapas, el papa Francisco admitió los abusos y las
acciones eclesiásticas que los denunciaron en una región donde más de un millón
y medio de personas, todas indígenas, viven en condiciones de pobreza absoluta.
Nada de ello conmovía a Juan Pablo II y su jerarquía. La Santa Sede probó
cuanto pudo para apartar a Ruiz de su cargo, sin éxito. Cuando estalló la
revuelta del Ejército Zapatista de Liberación, EZLN, el 31 de diciembre de
1993, Monseñor Ruiz fue acusado por los cancerberos de la Santa Sede de haber
fomentado y participado en aquella gesta. El Obispo de la Teología indígena
siempre apoyó los reclamos zapatistas, salud, alimentación, tierra y justicia,
aunque no su metodología armada. Tras el levantamiento liderado por el
subcomandante Marcos, el religioso actuó como un mediador decisivo en los
acuerdos de paz. Fue nombrado presidente de la Comisión Nacional de
Intermediación (Conai). Su intervención dio lugar a los primeros acuerdos de
paz entre los Zapatistas y el gobierno (1996), pero los incumplimientos de los
mismos y las acusaciones de “imparcialidad” contra Monseñor pusieron término a
su mediación.
En su escala más íntima con los pueblos originarios de México y contra
las causas que aún los marginan, el Papa, al menos con el poder de la retórica,
borró muchas décadas de desprecio por parte de los mismos poderes religiosos. A
la historia no la transforma únicamente las palabras. Al menos estas sirvan,
tal vez, para arraigar en la tierra los cimientos de une nueva historia que
otros contarán más tarde. Quizá con menos muertes, menos hambre, menos colonialismo y
menos segregación.
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