lunes, 22 de febrero de 2016

UMBERTO ECO Y LOS SIGNOS DE SU TIEMPO. UMBERTO ECO SOBRE HARRY POTTER..

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UMBERTO ECO FALLECIÓ A LOS 84 AÑOS DE EDAD. EL ESCRITOR, FILÓSOFO Y SEMIÓLOGO, ITALIANO; se hizo muy conocido por la novela "El nombre de la rosa", que fue bestseller mundial Así lo informan los medios italianos Il Corriere della Sera y La Repubblica, este último aduciendo que la familia del escritor confirmó la noticia.  Eco es reconocido en el mundo de la filosofía y la semiótica y sus dos obras más conocidas por el público general son "El Nombre de la Rosa" y "El Péndulo de Foucalt”. Una de las últimas polémicas que protagonizó el experto en semiótica fue respecto a las redes sociales, plataformas que según él "le dan derecho de hablar a legiones de idiotas".

El escritor, filósofo y Semiólogo italiano, Umberto Eco, murió a los 84 años debido a un cáncer que afrontaba hace varios años, según informaron distintos medios italianos. Nació en la ciudad de Alessandria, en la región italiana de Piamonte, justo en el centro del triángulo entre Génova, Milán, Turín. Fue uno de los escritores más importantes del siglo XX. Entre sus principales éxitos literarios, se destacan El nombre de la rosa, que fue traducida a casi medio centenar de lenguas y fue bestseller internacional con más de 30 millones de copias vendidas, y El péndulo de Foucault, que según el mismo escritor, podría leerse como la crítica de El código Da Vinci. Otras obras importantes fueron El cementerio de Praga y Apocalípticos e integrados, cuya obra de ficción podría enmarcarse sin demasiadas precisiones en el apartado de novela histórica. Su última novela, Número cero, presentada en 2015, se centraba en las crisis del periodismo a partir de la historia de un diario fallido. Además de novelas de éxito internacional, en su extensa carrera Eco fue autor de numerosos ensayos de semiótica, estética medieval, lingüística y filosofía.

Eco recibió en el año 2000 el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y en su obra hay títulos del prestigio y reconocimiento como El Nombre de la Rosa, novela que fue bestseller internacional y fue llevada al cine en una película protagonizada por Sean Connery. En la última entrevista que le brindó a la Nación de Argentina, en abril del 2015, Eco reiteró sus críticas al periodismo pero sostuvo que "la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque la pluralidad de los diarios ejerce una función de control". El escritor cuestionó la manera de adaptarse de los diarios con el boom de Internet. "El periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse a hablar del mundo. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. El diario funciona todavía como si la Red no existiera. ¡Es como si no se ocuparan nunca de su mayor adversario!".


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UMBERTO ECO Y LOS SIGNOS DE SU TIEMPO.
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Álvaro Cuadra.

ALAINET. Domingo 21 de febrero del 2016.

Ciertos nombres se vuelven una referencia obligada en nuestras vidas, tal es el caso de Umberto Eco (1932-2016). Para quienes hayan hecho sus estudios superiores en el ámbito del arte, la filosofía y, muy especialmente, en semiótica y lingüística, este nombre ha estado siempre presente sea como libro o artículo. Se trataba, en principio, de un notable académico italiano que dominó la escena durante los años ochenta y noventa del siglo XX. Pero, como suele ocurrir con los grandes, nos sorprendió también como novelista y best seller con El nombre de la rosa. Recordar a Umberto Eco es traer a la memoria una retahíla de títulos, lúcidos textos académicos, a los que debemos parte de nuestra propia formación. 

Entre los más notables, destaquemos La estructura ausente, Obra Abierta, Apocalípticos e Integrados, Signo y su monumental Tratado de Semiótica General. Para Eco, la noción de “cultura” era indisociable de aquellas de “signo” y “comunicación”, de suerte que la “semiótica” no podría ser sino una “teoría general de la cultura”. Umberto Eco nos enseñó a pensar y analizar el presente, su pensamiento supo conjugar la más fina sensibilidad estética con el más exigente rigor analítico. Y no obstante, se trata de una reflexión radical, mas no altisonante. En este sentido, no basta con leer sus escritos académicos, ellos nos invitan más bien a detenernos en una demorada reflexión que nos va entregando sutiles iridiscencias sobre el mundo que nos rodea y sobre nosotros mismos.

En El nombre de la rosa, Eco cede a la tentación del género novelesco. Se trata de una ficción culta que instala una trama de investigación policial en una fría abadía durante la Edad Media. En este lúgubre paisaje se esconde un libro prohibido, un perdido escrito aristotélico que trataría sobre la comedia, el humor y la risa. En esta novela, Umberto Eco vuelca todo su conocimiento sobre la estética del medioevo y toda su pasión literaria. Como todos los grandes maestros –académico, escritor, filósofo del arte-, Umberto Eco nos deja un precioso legado, una forma otra de trascendencia reservada a los intelectuales, sus signos, su escritura. Eco nos ha mostrado que una reflexión, inspirada, como en los niños, en la más genuina curiosidad, pero con el rigor y la serenidad de la madurez, logra alcanzar las más insondables profundidades del pensamiento. No podría haber un mejor aporte de un pensador a su época y al mundo que le ha tocado vivir.

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UMBERTO ECO SOBRE HARRY POTTER.
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La Jornada. 2002.

Se supone que las aventuras de Harry Potter son una versión moderna del Grial, un mito ilustre de la tradición occidental que legitimaría por sí solo su lectura y, por eso, no debería preocupar a nadie. Umberto Eco dedicó este artículo a los adultos, por lo tanto, a los padres. Fue publicado en La Jornada en 2002

Dos años atrás escribí acerca de Harry Potter, cuando ya habían aparecido las primeras tres historias y el mundo anglosajón se había empalagado por la discusión de si era o no educativo narrar esas historias de magia a los muchachos, pues podría llevarlos a tomar en serio muchos desvaríos ocultistas. Ahora que gracias al cine el fenómeno Harry Potter se volvió global, me topé por casualidad con un Porta a Porta (un programa de la televisión italiana), donde por un lado aparecía el mago Otelma, muy contento por esa propaganda a favor de señores como él (entre otras cosas, se presentaba vestido de manera tan "magosa" que ni Ed Wood se hubiera atrevido a hacerlo aparecer en uno de sus filmes de horror), y por otro, un insigne exorcista como el padre Amorth (nomen omen), según el cual las historias de Harry Potter transmiten ideas diabólicas.

Para entendernos, mientras que la mayoría de las otras personas sensatas presentes en la transmisión consideraba que magia blanca y magia negra eran patrañas (aun si hay que tomar en serio a quienes creen en ella), el padre exorcista tomaba en serio cualquier forma de magia (blanca, negra y quizá también en forma de bolitas), como obra del Maligno.

Si este es el clima, creo que tendré que regresar a romper lanzas a favor de Harry Potter. Estas historias son, sí, historias de magos y brujos, y es natural que logren éxito, porque a los niños siempre les han gustado las hadas, enanos, dragones y nigromantes, y nadie ha pensado que Blancanieves fuera efecto de un complot de Satanás; pero han alcanzado el éxito que continúan teniendo porque su autora (no sé si por una intención muy culta, o por un instinto prodigioso) supo poner en escena algunas situaciones narrativas verdaderamente arquetípicas.

Harry Potter es hijo de dos magos muy buenos que son asesinados por las fuerzas del mal, cosa que al inicio él ignoraba, y vivía como huerfanito mal soportado por dos tíos tiránicos y mezquinos. Después de que se le revelan su naturaleza y su vocación, va a estudiar a un colegio para jóvenes magos de los dos sexos, donde le suceden asombrosas aventuras. Este es el primer esquema, clásico: tome una joven y tierna criatura, hágala padecer sufrimientos de todo tipo, revélele que es el último vástago de una raza, destinado a un luminoso destino, y tendrán no sólo al Patito Feo y a Cenicienta, sino también a Oliver Twist y al Remy de Sin familia.

Además, el colegio de Hogwarts, donde Harry va a estudiar cómo preparar pociones mágicas, se parece a muchos otros colegios ingleses donde se juega uno de esos deportes anglosajones que fascinan a los lectores más allá de La Mancha porque intuyen sus reglas, y también a los del continente porque nunca las entenderán. Pero otra situación arquetípica es la de los muchachos de la calle Paal. Hay también algo del Giornalino di Gian Burrasca, con sus pequeños estudiantes que se reúnen en conventículos en contra de profesores excéntricos (algunos perversos). Añádase que los muchachos juegan cabalgando escobas voladoras, y tendrán también a Mary Poppins y a Peter Pan. En fin, Hogwarts se parece a uno de esos castillos misteriosos de la Biblioteca para muchachos de Salani (la misma editorial italiana de Harry Potter), donde un grupo de muchachos con pantalones cortos y muchachas de largos cabellos de oro, desenmascara las maniobras de un intendente deshonesto, de un tío corrupto, de una banda de truhanes, y al final descubre un tesoro, un documento perdido: una cripta llena de secretos.

Si en Harry Potter aparecen encantamientos escalofriantes y animales espantosos (aunque la historia se dirige a niños acostumbrados a los monstruos de Rambaldi y a las caricaturas animadas japonesas), esos muchachos luchan por causas buenas como los Tres boys scouts, y escuchan a educadores virtuosos, al punto de desflorar –dejando de a lado todas las taras históricas– la superbondad del Corazón, diario de un niño de De Amicis.

¿Pensamos verdaderamente que, leyendo historias de magia, los niños, cuando sean adultos, creerán en las brujas (como lo piensan, como si fueran un solo hombre, aunque con sentimientos encontrados, el mago Otelma y el padre Amorth)? Todos sentimos un terror saludable ante ogros y licántropos, pero ya adultos hemos aprendido a no tenerle miedo a las manzanas envenenadas, sino al agujero en la capa de ozono; desde niños creímos que a los niños los traía la cigüeña, pero esto no nos impidió, siendo adultos, adoptar un método más adecuado (y más agradable) para crearlos.

El verdadero problema no es el de los niños que crecen creyendo en el Gato y en el Zorro y que después aprenden a preocuparse de otros chapuceros menos fantásticos; el problema más preocupante es de los adultos, quizá de los que cuando eran niños no leían historias de magia, pero que ya crecidos a menudo se dejan influir inclusive por las transmisiones televisivas para acudir a los lectores del tarot y del café, a los oficiantes de misas negras, a los adivinos, a los curanderos, a las sesiones espiritistas, a los prestidigitadores del ectoplasma, a los reveladores del misterio de Tutankamen. Luego, a fuerza de creer en los magos, terminan confiando también en los Gatos y en los Zorros.

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