EL PENSAMIENTO DE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI.- Hasta 1919, fecha en que volvió al Perú después de permanecer tres años
en Europa, duró lo que él llamó su "edad
de piedra" para referirse a la evolución de su pensamiento. De regreso
a Lima, inició la ya relatada campaña de proselitismo ideológico, hasta
declararse "marxista convicto y
confeso": en esa época fundaría la Confederación General de
Trabajadores y el Partido Socialista. Un hito fundamental de su trayectoria fue la
fundación de la famosa revista Amauta (1926-1930), que contribuyó a
difundir no sólo el ideario socialista, sino también las principales
manifestaciones de la vanguardia, y que propició la discusión de los problemas
más sensibles del Perú de entonces, como la cuestión indigenista, en la que
tomó partido concibiendo el indigenismo dentro de un contexto más amplio,
alejándose de la ortodoxia de considerar a
este movimiento la única vía posible de expresión para el arte y la literatura
peruana.
Sus ideas en esta
etapa tienen dos claros referentes doctrinarios: el materialismo histórico y el
socialismo marxista; con ellos, articuló de manera sólida y coherente una visión del Perú que
hasta hoy sigue siendo referencia obligada. En ese sentido, uno de sus libros
más difundidos, Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana (1928), representa un auténtico
paradigma de análisis político, social y cultural, y coloca a Mariátegui como
iniciador del ensayo como materia y estructura en la literatura nacional. En el
primer ensayo de los contenidos en dicha obra, se estudia brevemente la
evolución de la economía peruana, subrayando la influencia negativa que
para el desarrollo de la economía capitalista en el Perú ejerce el régimen
feudal imperante. En el segundo se ocupa
del problema del indio y propugna un nuevo planteamiento que lo vincule al
de la propiedad de la tierra. El régimen
de propiedad agraria es el tema del tercer ensayo. En él se hace un
profundo y minucioso examen de la situación de la economía agrícola en las
diversas regiones del Perú y de los problemas jurídicos y sociales ligados a
ella. El cuarto, titulado "El
Proceso de la Instrucción Pública", constituye una contribución al
análisis de los problemas que plantea la educación peruana, desde la
perspectiva del socialismo.
El quinto de los Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana estudia la función que la religión ha tenido en
la vida peruana. En el sexto, titulado "Regionalismo y
Centralismo", el autor toma posición en el debate entre los defensores
de la organización central y los federalistas. Frente a ellos, defiende un
nuevo regionalismo, opuesto tanto al centralismo que olvida los intereses de
las provincias, cuanto al regionalismo de cepa feudal. En el séptimo y último ensayo se hace una revisión del proceso de la
literatura peruana. Mariátegui señala la dependencia de ésta respecto a la
organización económica del Perú en sus diversas etapas históricas y destaca,
como rasgos característicos de la literatura de la época, la liberación del
espíritu colonial, la tendencia creciente a aproximarse a la vida nacional y la
influencia del espíritu cosmopolita.
Su posición marxista decidida
y apasionada lo llevó con frecuencia a la polémica, y fruto de ella fue su trabajo titulado Defensa del marxismo, frente a la posición revisionista del político y teórico belga Henri de Man. Cabe
anotar un rasgo peculiar de su pensamiento marxista, al que él consideraba no calco ni
copia, sino "creación heroica": su
heterodoxia, especialmente en el terreno del análisis literario. En
efecto, Mariátegui rebasó las fronteras del historicismo positivista y los
límites que imponía el marxismo al arte, y al mismo tiempo concibió la
literatura como un fenómeno estético, histórico y social. Asimismo, es valiosa su periodización de la literatura peruana en tres
fases: colonial,
cosmopolita y nacional. Fue por tanto
un agudo crítico de la cultura de su tiempo y mantuvo siempre una sensibilidad
despierta y entusiasta
ante las nuevas formas artísticas surgidas entre las décadas de 1920 y 1930. Su
prematura muerte truncó su obra.
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JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. A
123 AÑOS DE SU NACIMIENTO.
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Gustavo
Espinoza M.
Rebelión
viernes 16 de junio del 2017.
El tiempo transcurrido desde el nacimiento y la
muerte de José Carlos Mariátegui permite revisar sus enseñanzas, reflexionar en
torno a su mensaje, y someter otra vez sus ideas a un análisis profundo; sobre
todo porque crea condiciones para observar los hechos de manera comparativa,
reconociendo los avances y los retrocesos del pensamiento y de la historia, así
como las victorias y derrotas de los pueblos. Y es que el aporte de Mariátegui
a la concepción humana tiene sentido ecuménico, valor universal. Sobre todo, si
como lo advirtiera ya hace muchos años Jorge Basadre, su obra tuvo como
primordial propósito servir a los intereses de la clase proletaria.
Aunque sobre todo en las últimas décadas se ha
escrito mucho y se ha profundizado sustantivamente en la vida y en la obra de
Mariategui, ella presenta siempre nuevos elementos y se torna inagotable. Brota
como manantial fecundo y claro, no sólo en el estudio de los pensadores, sino
también en el accionar de los pueblos que se empinan para batir la adversidad
combatiendo en las condiciones más complejas.
La evolución de la crisis contemporánea en las
últimas décadas del siglo pasado, se tradujo en la desaparición de la Unión
Soviética y en la quiebra de la experiencia socialista en Europa del este. En
nuestro país, los acontecimientos estuvieron signados por la derrota de
diversos modelos y proyectos de avance y transformación social y la
preeminencia de un sorprendente e inédito pragmatismo de corte neoliberal.
Este escenario comienza a cambiar en los primeros
años del siglo XXI. El capitalismo afronta una grave crisis financiera, pero
también política, y pierde peso la tesis del mundo “unipolar” hasta hace poco
en boga. Los nuevos sucesos aportan elementos al debate, pero cuestionan
también concepciones del pasado. Sirven, además para incorporar nuevos
interrogantes que los revolucionarios de nuestro tiempo tenemos el deber de
encarar con valor y sin prejuicios.
En una circunstancia en la que la clase dominante
en el plano mundial aún entona clarines de victoria, resulta indispensable
salir al frente de los propagandistas del sistema que proclaman entusiastas el
fin de las ideologías y la derrota de los pueblos; al tiempo que asestan duros
golpes a los trabajadores y a las fuerzas progresistas en todos los países a
los que aspiran a someter, de una vez y para siempre, al dominio definitivo del
Gran Capital y de los monopolios, valiéndose para el efecto no sólo de los
grandes recursos del mundo financiero, sino también del poder de las armas y de
la guerra como instrumento de opresión contra Estados y Naciones.
Las sociedades consumistas de nuestro tiempo se
atiborran de sesudos panegiristas del capitalismo y alientan un bienestar
artificial y transitorio que sólo llega a ínfimos sectores de la vida social,
montado sobre la miseria galopante de los pueblos.
Experiencias contemporáneas como la guerra interna
que desmembró Yugoslavia, el resurgimiento del fascismo en diversos países de
Europa, el surgimiento de profundos odios nacionales y las rivalidades étnicas
que se multiplican, las guerras en Africa y Asia; pero sobre todo los sucesos
de Afganistán e Irak, golpean la conciencia de los hombres en todos los
confines del planeta y plantean retos que la humanidad debe afrontar en nuevas
condiciones. Los hechos de hoy confirman que, más allá de las grandes palabras,
el régimen de dominación vigente en buena parte del mundo, augura derrotas y
desastres a la humanidad entera y no constituye, por cierto, camino de salida
para pueblos y naciones.
El crisis del sistema se siente severamente en nuestro
continente e incluso en los Estados Unidos, donde se multiplican las protestas
y crece el descontento social. En ese contexto, los pueblos de América Latina
asoman al escenario mundial presentando una batalla sostenida en procura de su
liberación, pero, además, en lucha por el progreso y el desarrollo.
Más allá de diferencias puntuales, los procesos que
se viven hoy en la región abren posibilidades de avance en un mundo
crecientemente multipolar, en el que se ahoga el monopolio de la fuerza.
Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y El Salvador -después de Cuba, por
cierto- señalan una ruta que hay que observar con detenimiento y seguir en
buena medida; pero las experiencias de lucha que se afirman también en Brasil,
Uruguay, Paraguay, Argentina e incluso Chile; son para nosotros lecciones a
asimilar en el afán de construir una verdadera alternativa capaz de interesar a
nuestro pueblo.
En un contexto complejo y difícil como éste, para
decirlo en palabras de Tomás Borge, “los revolucionarios no deben caer en la
tentación de negarse a sí mismos, sino reafirmar principios que para algunos
perdieron vigencia, pero que siguen presentes al no haber desaparecido las
causas que los originaron”. Será esa una manera de renovar, para los hombres de
nuestro tiempo, el optimismo histórico.
Reflexionar sobre la vida y la obra de José Carlos
Mariátegui es precisamente una manera de llamar a ese optimismo, renovando la
vigencia de principios y concepciones de clase que no han sido vencidos y que
tampoco han caducado, que subyacen en las luchas de los pueblos y se proyectan
incluso más allá de ellas. Y es que, contrariamente a lo que se sostiene por
parte de los propagandistas del Gran Capital, la historia no ha terminado.
Comienza otra vez, sólo que en condiciones diferentes, por cierto más difíciles
para los pueblos.
Hacerlo, entonces, presupone también superar el
periodo de confusión que se vive en determinados segmentos de la sociedad y la
política, y al amparo del cual campea el oportunismo y el sentimiento de
acomodo de algunas gentes que renuncian a su ideología, a sus concepciones y a
sus prácticas de lucha porque en el fondo, se sienten intimidados por lo que juzgan la apoteosis del
imperialismo.
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