LA PROMOCIÓN DE LA EDUCACIÓN FINANCIERA:
QUIÉN, CÓMO Y POR QUÉ. La educación
financiera se expandió por todo el globo de la mano de la OCDE, gracias a
la “estafa que llaman crisis” –permítanme utilizar este maravilloso eslogan del
15M-, que supuso lo que el club de los países más ricos llamó un “momento
pedagógicamente aprovechable”, esto es, una coyuntura
en donde la población podía ser “más fácilmente convencida” de la necesidad de educación
financiera. Entraron
así en el juego
el G-20, la Comisión Europea o el Banco Mundial, ligando el
“desarrollo” a la inclusión financiera y la estabilidad de los mercados
financieros a una mayor educación de toda la sociedad. Para ellos, el foco del problema ya no
está en la falta de regulación, en la falta de ética de unos pocos, ni en el
propio funcionamiento de los mercados financieros, sino en los conocimientos, en los
“valores” y en las “actitudes” del conjunto de la población.
España hizo
también sus deberes. El Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores,
los reguladores de los mercados financieros, desarrollaron módulos a impartir
en diferentes materias. Los contenidos mainstream se incorporaron a materias de Educación Primaria y Secundaria y la LOMCE
abrió la puerta a la creación de asignaturas de libre configuración autonómica
en educación financiera, que están ya en marcha en Comunidades como Galicia o
Castilla y León. Además, la Asociación
Española de Banca se jactaba de
que los bancos y las
instituciones financieras habían llegado ya a cuatro millones y medio de
“beneficiarios”. Sus iniciativas son múltiples y variadas: videojuegos,
talleres en centros educativos, conferencias en universidades, dinámicas para
los más pequeños, clases en centros de mayores, concursos, actividades
extraescolares… Y la vida sigue, y aquí no pasa nada. Sin embargo, a las instituciones financieras
españolas esta interpretación de las cosas les debe salir muy rentable. Ya
no se encuentran en el ojo del huracán. Tal vez por eso estén dedicando ingentes recursos a
educar en finanzas. Venden buen hacer y responsabilidad social mientras adoctrinan en un
sistema que les interesa y para el que necesitan la participación activa y
acrítica de todas y todos nosotros.
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Educación financiera en la escuela: "A los niños se les enseña a
pedir créditos en lugar de becas" El último
informe PISA financiero advierte que uno de cada cuatro adolescentes no alcanza
el nivel básico de educación financiera. Expertos consideran que "la educación
financiera habla de planes de pensiones privados asumiendo que no va a haber un
Estado que vaya a proveer de esto". Por su parte, la banca cree
"necesario" formar a los niños en finanzas.
***
LA LÓGICA PERVERSA DE LA
EDUCACIÓN FINANCIERA.
*****
Miren
Alonso.
Público
miércoles 7 de junio del 2017.
Estos días la educación
financiera está en boca de muchos. La OCDE, el club de los países más ricos, ha
dado a conocer la segunda edición
del informe PISA sobre competencia financiera. PISA mide y compara la
competencia en ciencias, matemática y comprensión lectora de estudiantes de
diferentes países. Sin embargo, desde 2012 ha empezado a medir también la
competencia financiera. España –¡sorpresa!- está por debajo de la media de la OCDE
y el tratamiento a seguir está claro: hace falta más educación en finanzas.
Pero esta correlación de ideas tiene muchos problemas.
PISA o cómo
crear realidad a partir de mediciones.
Hablemos
claro. El informe PISA sobre
competencia financiera está financiado por el BBVA. En París, en el lanzamiento de los resultados, los
oradores se desvivían en agradecimientos a Francisco González, presidente del
banco. En la conferencia
inaugural compartió discurso con
el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría. Quizá se encuentre aquí la
razón de que muchos países que sí participan en los informes tradicionales de
PISA no lo hagan en este, o que un gran número se haya descolgado entre la
primera y la segunda edición.
Pero
hay más. La creación de este
informe tiene un propósito muy preciso: “desarrollar evidencia de necesidad”. Así lo expresa la OCDE en una
publicación en la que da consejos para introducir la educación financiera en
los colegios y en la que sugiere crear encuestas e indicadores con este
propósito. PISA representa
para ellos, en este sentido, una “convincente herramienta”. Se construye
entonces un instrumento de medición para diagnosticar la situación en torno a
un fenómeno que, antes de dicha medición, apenas existía; y se hace atendiendo
a unas competencias y a unos contenidos muy concretos, que no son neutrales ni
inocentes.
¿Qué se
enseña?
Se
enseña a no cuestionar el modelo financiero actual. Se enseña a reproducirlo y
a profundizarlo en
nuestras acciones diarias sin hacer preguntas. Para empezar, se asume que la responsabilidad pasa del Estado
al individuo. Para las entidades que “educan” en finanzas se vuelve una
cuestión fundamental “preparar nuestra jubilación”; ahorrar por si surgen
“imprevistos como la pérdida de empleo”; pagar “la cobertura de [las]
necesidades de salud”; o “financiar estudios”. Las instituciones públicas que
deberían velar por el bienestar social simplemente desaparecen de la ecuación,
al alumnado se le pinta un escenario en el que está solo ante el peligro –y
ante las grandes oportunidades que los mercados financieros parecen presentar-.
Desaparecen
también las causas de índole estructural y se impone un juicio moral sobre el
endeudamiento. En una de las guías de educación
financiera editadas por los reguladores financieros se explica que: “mucha
gente trabaja duro durante años, pero por diversas razones nunca logra ahorrar
y vive mes a mes en situación precaria. (…) Todos debemos adoptar el hábito de
ahorrar”. La pobreza y la
precariedad son ahora un problema de mal comportamiento, de falta de ahorro
y de educación, no una cuestión colectiva, dependiente de las políticas
actuales. La crisis, la regulación financiera, la política, el rol activo del
consumidor y del ciudadano… No están por ningún lado. La libertad se
circunscribe a elegir entre un producto financiero u otro, basando la decisión
en dos únicas variables: riesgo y rentabilidad.
La promoción
de la educación financiera: quién, cómo y por qué.
La educación financiera se expandió
por todo el globo de la mano de la OCDE, gracias a la “estafa que llaman
crisis” –permítanme utilizar este maravilloso eslogan del 15M-, que supuso lo
que el club de los países más ricos llamó un “momento pedagógicamente
aprovechable”, esto es, una coyuntura
en donde la población podía ser “más fácilmente convencida” de la necesidad de educación
financiera.
Dos niñas repasan sus apuntes de Educación en finanzas, y no educación en Valores, Educación en Derechos. Se olvidaron o que tipo de educación es la que se impone hoy en la Escuela, en una sociedad sin valores y un mundo en plena y absoluta Desigualdad económico-social-laboral-educativa, etc.
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Entraron
así en el juego el G-20, la Comisión Europea o el Banco Mundial, ligando el
“desarrollo” a la inclusión financiera y la estabilidad de los mercados
financieros a una mayor educación de toda la sociedad. Para ellos, el foco del problema ya no
está en la falta de regulación, en la falta de ética de unos pocos, ni en el
propio funcionamiento de los mercados financieros, sino en los conocimientos, en los
“valores” y en las “actitudes” del conjunto de la población.
España
hizo también sus deberes. El Banco de España y la Comisión
Nacional del Mercado de Valores, los reguladores de los mercados financieros,
desarrollaron módulos a impartir en diferentes materias. Los contenidos mainstream se incorporaron a materias de
Educación Primaria y Secundaria y la LOMCE abrió la puerta a la creación de
asignaturas de libre configuración autonómica en educación financiera, que
están ya en marcha en Comunidades como Galicia o Castilla y León.
Además,
la Asociación Española de Banca se jactaba de que los bancos y las instituciones
financieras habían llegado ya a cuatro millones y medio de “beneficiarios”.
Sus iniciativas son múltiples y variadas: videojuegos, talleres en centros
educativos, conferencias en universidades, dinámicas para los más pequeños,
clases en centros de mayores, concursos, actividades extraescolares… Y la vida
sigue, y aquí no pasa nada.
Sin
embargo, a las instituciones
financieras españolas esta interpretación de las cosas les debe salir muy
rentable. Ya no se encuentran en el ojo del huracán. Tal vez por eso estén dedicando ingentes recursos a
educar en finanzas. Venden buen hacer y responsabilidad social mientras
adoctrinan en un sistema que les interesa y para el que necesitan la participación
activa y acrítica de todas y todos nosotros.
Alternativas:
otra educación financiera es posible.
El
sistema financiero parece situarse por encima del bien y del mal, en algún
lugar “ahí arriba”, lejos de la capacidad de intervención política de los Estados.
Al mismo tiempo, es protagonista de cada vez más aspectos del día a día. Crece
como una enredadera y, de repente, nuestra existencia se vuelve imposible sin
los productos bancarios. Pero el
sistema financiero depende de nuestras decisiones individuales y colectivas como consumidores, y también como
ciudadanos y ciudadanas.
Por
eso la educación financiera debería atender a lo personal, sí,
debería ayudarnos a comprender facturas y recibos; pero también tendría que prestar atención a la
naturaleza misma del sistema, ayudándonos a tener una perspectiva amplia y
crítica que nos permita participar del debate público en torno a qué mercados
financieros queremos y en torno a qué papel podemos y queremos jugar cada una
de nosotras.
Dice
el último Plan de Educación Financiera publicado por los reguladores que de la
“mejora de la cultura financiera de los ciudadanos” –la que ellos quieren y
buscan- depende “la sostenibilidad del mercado financiero”. Si creemos en cambio en que el
mercado financiero actual es insostenible y
que necesitamos una economía financiera diferente, no podemos dejar que los
agentes que promueven el statu
quo traten de amaestrar
marionetas individualistas y silenciosas, sino contribuir
a educar a las personas que puedan imaginar, construir y desarrollar
alternativas.
Miren
Alonso. Internacionalista e investigadora.
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EDUCACIÓN, ¿HACIA DONDE VAMOS?
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Jorge Majfud.
Rebelión 1 de junio del 2017.
“Cuantas veces más grande es el valor de 5 en 2573 que el de 5 en 6459?”
Esta es la primera pregunta de un examen estandarizado
para niños de cuarto año de primaria en Florida. Hay preguntas más fáciles y
más difíciles. Ahora, si usted es un adulto y necesita más de treinta segundos
para responder correctamente, es que algo no está funcionando en nuestro
sistema de educación primaria. Algo no está funcionando en el mundo donde es
más importante el éxito que el existo.
Por este camino, seguramente tendremos más matemáticos
y más ingenieros y necesitaremos más psicólogos y terapeutas de los que ya
tenemos para atender a una inmensa cantidad de niños estresados, con problemas
de ansiedad y con una infancia destruida. Es más: difícilmente tengamos adultos
maduros y equilibrados con niños sin infancia, realidad que observo cada vez
más en mis alumnos y pupilos universitarios.
Por supuesto que muchos responderán que por algo
Estados Unidos en un país desarrollado y el más rico del planeta (dejemos de
lado otras razones menos admirables), pero con semejante argumentos
materialistas podríamos decir que el incentivo del consumo de azúcar y tabaco
se justifica con la creación de puestos de trabajos.
El estado de Florida se encuentra en el puesto 40 en
las famosas y obsesionantes pruebas PISA, por encima de cualquier país
latinoamericano y por debajo de muchas ciudades asiáticas. Estas pruebas son
importantes para tener una idea de cierto estándar, pero no deberían ser el
objetivo de ninguna educación. James Joice, García Márquez, Steve Jobs, Thomas
Edison y muchos otros hubiesen renqueado muy bajo. De hecho, brillantes
intelectos como Galileo Galilei, Isaac Newton, Albert Einstein y muchos otros
fueron considerados retardados o incapacitados en sus inicios.
En Japón, país admirado por su alta disciplina y
eficiencia, el bullying grupal es un problema grave. En China, ciudades
como Shanghái encabezan la lista gracias a un régimen educativo casi militar (que,
además, margina a la población rural). Hasta el momento, la desproporción entre
las billonarias inversiones en el sistema educativo chino y los niveles de
creatividad de su población (en su sentido actual y reducido de la palabra)
deja mucho que desear. Pero aun si lograsen ser los innovadores del siglo XXI,
algo muy probable por otras razones, quedaría la pregunta de si todo eso vale
realmente la pena desde un punto de vista humano.
Una vez, en una reunión, un estudiante de posgrado en
producción porcina observó que una mayor producción de cerdos lograría reducir
dramáticamente el hambre en el mundo. Luego me arrojó en la cara la pregunta:
“y la literatura, ¿para qué sirve la literatura?”, con la elegancia suficiente
para no herir sensibilidades. “Bueno, la literatura sirve para muchas cosas”,
contesté, con menos diplomacia, “entre otras cosas sirve para no comer tanto
cerdo”.
Mi padre era un carpintero que solía cambiar muebles
por libros que casi nunca leía. “Para qué tenés esos libros si nunca los lees”,
le pregunté yo alguna vez. Con la sabiduría de un hombre humilde, me contestó:
“porque los libros no le hace mal a nadie y siempre hay alguien que sacará
provecho de ellos”. A la edad de mi hijo, con ocho o diez años, yo no vivía
estresado como él por mis pruebas en la escuela. Cada día me hacía mi café (sí,
tomaba café, té y los sábados les robaba el vino a los empleados de mis padre)
y leía un artículo de la enciclopedia. Por las noches leía a escondidas
Shakespeare en español, porque tenía terror que mis amigos me consideraran
maricón por semejante afección. Yo iba a la escuela más pobre de mi pueblo, la
127, donde cada vez que llovía afuera llovía adentro también. No había
calefacción pero nuestras maestras tampoco nos acosaban con las notas.
En 1999 renuncié a enseñar tecnología a adolescentes
de trece años bajo argumentos que luego publiqué en algún diario: cuanto más
bajo en la escala educacional, más preparación didáctica es necesaria, algo que
yo carecía por completo. Por otra parte, el sistema educacional se basa en un
error al no reconocer que el cerebro de un niño pasa por diferentes etapas
hasta alcanzar la madurez de un hombre de veinte años. Hay una etapa emocional,
otra social, otra estrictamente intelectual, etc. Cualquiera lo puede observar
echando una mirada profunda a su propio pasado. Claro que los intereses y las
capacidades individuales varían, pero el proceso de maduración intelectual y
emocional es más o menos universal.
Es aquí, en Estados Unidos, donde veo el problema
central del éxito: la pasión por el trabajo intelectual está destruida en la
mayoría de los casos. En nuestro mundo crecientemente automatizado, cada vez es
más necesaria más educación para lograr la misma seguridad laboral de
generaciones anteriores. Básicamente por un problema ideológico: cada vez se le
exige más al 99% mientras el 1% acapara cada vez más los beneficios de dicho
progreso tecnológico. Un salario universal podría ser una solución parcial a un
problema mayor. ¿Seguiremos insistiendo con una mayor e ilimitada efectividad?
¿Efectividad de qué? ¿Para ganar, para llenarnos de medallas de oro mientras el
resto del mundo se muere de hambre, por los conflictos o simplemente se suicida
con sus “teléfonos inteligentes”? ¿Es necesario recorrer el arduo camino de los
genios para terminar siendo unos depresivos adictos con claras deficiencias
intelectuales y emocionales?
Mi padre me envió a la capital para terminar la
secundaria. En mi melancólica soledad de Montevideo, por estudiar día y noche
la teoría de la relatividad de Einstein, tenía muy malas notas en física, por
leer a Sartre, a Kierkegaard, y a Sábato, tenía pésimas notas en literatura. Mi
padre nunca me observó ni se fastidió por tantos fracasos; solo se limitaba a
decir: “Cuando uno quiere, sube al cielo en una escalera de piola”.
Aquella pequeña gran sabiduría de mi viejo la
compruebo cada día como profesor, como padre: de nada sirve tanta presión. A la
larga, mil veces más importante que las habilidades es querer hacer
algo. Sin embargo, casi toda la educación está organizada para matar la pasión
por el conocimiento y la curiosidad intelectual. Todo con nuestra ayuda, si no
de profesores al menos de padres que presionamos a nuestros hijos en un mundo
híper competitivo para que no sean más desgraciados de lo que serían sin esa
misma locura.
Sin embargo, de poco o nada sirve el rigor militar
fuera de los cuarteles. No se puede amar ni esperar ser amados a la fuerza. Si
no se ama, el amor es solo una palabra vacía. Como la vida, si no se vive.
Ese
debería ser el objetivo central de toda educación: no el éxito de los esclavos
sino la pasión de los libres.
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