“Medianoche del 9 de noviembre de 2016. Donald Trump pide a sus asesores que le dejen
solo. “Necesito un momento”, cuentan que dijo Trump al cerrar la puerta de la cocina de su ático en Manhattan, justo antes de quedarse a
solas con las columnas rococó, el suelo de mármol crema y los zócalos
recubiertos de oro. Si le acompañaba alguna mirada, sería la de alguna de las
decenas de dioses griegos plasmados en los frescos que bañan sus paredes, o la del igualmente ubicuo Fred Trump,
difunto padre del magnate. Allí, sentado en la mesa de la cocina, instantes
después de recibir la llamada de Hillary
Clinton que le confirmaba como presidente de Estados Unidos certificando
así uno de los mayores vuelcos electorales de la era moderna, Trump tuvo su
momento”.
“Un año después de aquella larga noche, el mundo no ha tenido un respiro. Trump, ayudado por los tiempos voraces
de los medios de comunicación en la era digital, ha sumido a la ciudadanía en un ritmo febril de vaivenes, a golpe de
tuit. Se han sucedido las declaraciones
estrambóticas, los decretazos, las purgas en el gabinete. Han proliferado el
caos en la Casa Blanca, el desasosiego en los aeropuertos y oficinas
consulares, la disfunción en el Congreso y la tensión en las calles. Ha
cundido, ante todo, el ruido. Es hora de
parar, de preguntarse cómo llegamos hasta aquí, de hacer balance de un año colérico y lleno de
aristas. Y de situar las posibles coordenadas del camino de salida”.
/////
Dr. David Harvey.
ENTREVISTAS
A DAVID HARVEY, NANCY FRASER, BHASKAR SUNKARA Y DIEZ MÁS DESTACADOS
INTELECTUALES DE EE.UU.
Un
año de trumpismo: ¿cómo llegamos aquí? Y sobre todo: ¿cómo salimos?
*****
Trece
grandes intelectuales estadounidenses responden preguntas de CTXT, para trazar
un balance del primer año del magnate-histrión en la Casa Blanca.
Medianoche
del 9 de noviembre de 2016. Donald Trump pide a sus asesores que le dejen solo. “Necesito un momento”, cuentan que dijo
Trump al cerrar la puerta de la cocina de su ático en Manhattan, justo antes de
quedarse a solas con las columnas rococó, el suelo de mármol crema y los
zócalos recubiertos de oro. Si le acompañaba alguna mirada, sería la de alguna
de las decenas de dioses griegos plasmados en los frescos que bañan sus
paredes, o la del igualmente ubicuo Fred
Trump, difunto padre del magnate. Allí, sentado en la mesa de la cocina,
instantes después de recibir la llamada de Hillary
Clinton que le confirmaba como presidente de Estados Unidos certificando
así uno de los mayores vuelcos electorales de la era moderna, Trump tuvo su
momento.
Un año después de aquella larga
noche, el mundo no ha tenido un respiro. Trump,
ayudado por los tiempos voraces de los medios de comunicación en la era
digital, ha sumido a la ciudadanía en un ritmo febril de vaivenes, a golpe de tuit. Se han sucedido las declaraciones
estrambóticas, los decretazos, las purgas en el gabinete. Han proliferado el
caos en la Casa Blanca, el desasosiego en los aeropuertos y oficinas
consulares, la disfunción en el Congreso y la tensión en las calles. Ha
cundido, ante todo, el ruido. Es hora de
parar, de preguntarse cómo llegamos hasta aquí, de hacer balance de un año
colérico y lleno de aristas. Y de situar las posibles coordenadas del camino de
salida.
Eso –-sin columnas rococó de por medio— se plantea Qué Hacer. EE.UU. en la Era Trump, el proyecto audiovisual de trece entrevistas a intelectuales públicos, pensadores y activistas en Estados Unidos que estrena hoy CTXT, con motivo del aniversario de las elecciones. La serie, de emisión semanal, estará disponible en El Saloncito, la web de los suscriptores y mecenas de la revista.
Make
America Great Again?
Trump tomó la Casa Blanca por asalto. Se plantó
allí, sin que nadie le invitara, después de llevarse por delante a las élites
del Partido Republicano, y más tarde a la bienpensante ilustración liberal y a
su candidata ungida. Lo hizo después de sacudir el sistema político
estadounidense con un proyecto que prometía restaurar la grandeza de América.
"Make America Great Again". Desde su lanzamiento, con una arenga
pirómana en la que acusó a los mexicanos de ser criminales y violadores, y
especialmente en la última iteración de su campaña, renacida cual ave fénix de
la mano del exdirector de un tabloide de extrema derecha, el a la postre
desterrado Steve Bannon, el magnate perfiló un discurso exaltado, que situaba
los males de EE.UU. en una conspiración liderada por inmigrantes indocumentados
y potencias extranjeras decididas a destruir el país. Los inmigrantes y los
chinos, Mexico and China, se convirtieron en mantras de un Trump encendido, que
los repetía hasta la saciedad, para deleite de sus seguidores
Pero, ¿cómo logró abrirse camino ese
discurso?
Para
David Harvey, legendario geógrafo y teórico marxista, la
respuesta es simple, y se remonta a la salida de la última gran crisis
financiera. “Los únicos que verdaderamente se han beneficiado de la crisis de
2007-2008 han sido el 1% más rico, y el 0,1% más rico, mientras que todos los
demás salían perdiendo”. Harvey va más allá; en la primera entrevista de la
serie, señala que el ascenso de Trump es inseparable de la “enorme desilusión”
que han generado décadas de políticas neoliberales. “Las poblaciones cada vez
se sienten más alienadas en sus puestos de trabajo. Encontrar un trabajo digno,
con significado, se ha vuelto cada vez más difícil. La vida cotidiana se ha
hecho cada vez más agobiante”.
En lugar de poner el foco sobre el capital y sus desmanes, sostiene Harvey, Trump logró situarlo sobre dos reos mucho más fáciles de atacar: China y los inmigrantes.
En lugar de poner el foco sobre el capital y sus desmanes, sostiene Harvey, Trump logró situarlo sobre dos reos mucho más fáciles de atacar: China y los inmigrantes.
Wendy
Brown está de acuerdo. La politóloga californiana señala que
el elemento clave del discurso de Trump –las referencias a la construcción de
un muro fronterizo con México— trata de restañar las heridas de una soberanía
lesionada por el asalto neoliberal.
La idea del muro, sostiene Brown, “sirve para
construir un imaginario de nación. Imaginamos que somos una nación blanca
sitiada por riadas de inmigrantes no deseados, drogas y todo lo demás, y que
levantamos una barricada contra eso para proteger nuestra existencia civilizada
y purificada”. De modo que ‘Make
America Great Again’ era, en realidad, ‘Make America White Again’.
Para
la filósofa Susan Buck-Morss, lejos de
reafirmar la soberanía supuestamente agraviada de EE.UU., la elección
de Trump fortalece el control político de las oligarquías, a nivel
internacional:
“Con la elección de Trump, el
capitalismo global ha tomado el control”, señala Buck-Morss. “Estados Unidos es
simplemente un instrumento del capital. Ya no hay imperialismo, y esto nos
sitúa finalmente más cerca de los países del tercer mundo, que ya vienen viviendo
esto desde hace tiempo”.
Otro factor para entender tanto el ascenso político de Trump como las
correas de transmisión de poder en los Estados Unidos de hoy es la comunicación
digital, que se detienen a analizar tanto el
jurista Bernard Harcourt como el crítico de medios Douglas Rushkoff.
El goce y el
deseo de autoexponerse debilitan a los ciudadanos, explica Harcourt, y permiten
a las corporaciones obtener datos para fines comerciales o de espionaje. En lugar de observarnos contra nuestra
voluntad, lo hacen aprovechándose de nuestro deseo de retransmitir nuestras
vidas. Rushkoff va un paso más allá, al señalar que esas mismas empresas, y
políticos como Trump, no se limitan a predecir nuestra conducta o intentar
aprovecharse de ella, sino a tratar directamente de manipularla.
En Trump convergen los vectores de la comunicación digital, dando lugar a lo que la teórica política Jodi Dean llama “capitalismo comunicativo”: Trump, sostiene Dean,
Dra Jodi Dean.
En Trump convergen los vectores de la comunicación digital, dando lugar a lo que la teórica política Jodi Dean llama “capitalismo comunicativo”: Trump, sostiene Dean,
“no se debe al significado de lo que dice. Eso no
le importa a nadie. Lo que importa es la sensación general que proyecta: ‘Soy
un hombre fuerte, no me gustan las élites, apelo a la gente que está enfadada’,
y entonces el contenido se desvanece. Puede decir falsedades sin parar. No creo
que el problema aquí sea Trump. Es la
manera en la que funciona la comunicación en el ‘capitalismo comunicativo’”.
¿Es
Trump conservador?
El lenguaje cifrado para hablar de supremacía
blanca no es patrimonio exclusivo de
Trump, señala Corey Robin, filósofo
político especialista en la derecha estadounidense. Nixon, Reagan e incluso
Bill Clinton lo practicaban con enorme destreza. Lo interesante, señala, es
que dicho lenguaje cifrado ya no era suficiente en una era de atrofia del
pensamiento conservador. Trump y el movimiento Alt Right, con sus exabruptos y su querencia por el discurso
explícitamente racista, son un síntoma de la crisis de la derecha, no su causa.
Paradójicamente, es una crisis ocasionada por los éxitos conservadores: “El
conservadurismo se ha vuelto débil de tanto ganar”, señala Robin, en referencia a los avances en
la agenda corporativa, las políticas antiabortistas y la destrucción de los
sindicatos en las últimas décadas.
“El
conservadurismo es un movimiento contrarrevolucionario: florece cuando tiene
una fuerza emancipadora a la que oponerse”, dice Robin, que señala que
la derecha estadounidense se ha impuesto con tanta rotundidad que ha perdido su
ímpetu. Sólo Trump, de manera poco
metódica y errática, pero más efectiva que sus adversarios, fue capaz de
recuperar en campaña el arrebato que, según, Robin, enciende a la derecha desde la Revolución Francesa: atacar a
las élites osificadas para sustituirlas por otras nuevas, purificadas, al
servicio del mismo régimen. Gatopardismo
puro: cambiar todo para que nada cambie.
¿Fin
del neoliberalismo?
Si Margareth
Thatcher había proclamado que “no hay alternativa” a la hegemonía neoliberal de la
austeridad fiscal y la integración globalizadora, la victoria de Trump, y en cierta medida el voto a
favor del Brexit que se produjo
pocos meses antes de su elección, parecían indicar un cambio de rumbo. Así lo
vio también, de entrada, Adam Tooze,
historiador económico de la Universidad de Columbia. Para Tooze,
el ascenso de Trump supuso la
ruptura de un consenso entre los dos grandes partidos, y al tiempo una ruptura.
En el programa republicano figuraban el racismo, la xenofobia y la incorrección
política, pero también el nacionalismo y el proteccionismo económico. Pero Trump ha dado un cambio de rumbo. Tooze ya apuntaba los límites de ese
discurso: “Muy probablemente acabe siendo una administración republicana
tradicional”.
¿Cómo explicar si no el nombramiento de un gabinete plagado de ex directivos de grandes empresas y bancos y multimillonarios desreguladores? ¿Cómo entender que el tan cacareado plan de infraestructuras, que prometía un billón de dólares para renovar los maltrechos trenes, carreteras y puentes del país haya quedado en agua de borrajas? ¿De dónde sale el anuncio de reforma fiscal que reduciría las tasas impositivas a grandes empresas y fortunas a niveles de paraíso fiscal, sin ni tan siquiera reducir en paralelo los gravámenes a las clases medias y bajas? ¿Se puede acaso entender las repentinas ansias por eliminar incluso las tímidas regulaciones financieras que se introdujeron tras el descalabro de 2008?
¿Cómo explicar si no el nombramiento de un gabinete plagado de ex directivos de grandes empresas y bancos y multimillonarios desreguladores? ¿Cómo entender que el tan cacareado plan de infraestructuras, que prometía un billón de dólares para renovar los maltrechos trenes, carreteras y puentes del país haya quedado en agua de borrajas? ¿De dónde sale el anuncio de reforma fiscal que reduciría las tasas impositivas a grandes empresas y fortunas a niveles de paraíso fiscal, sin ni tan siquiera reducir en paralelo los gravámenes a las clases medias y bajas? ¿Se puede acaso entender las repentinas ansias por eliminar incluso las tímidas regulaciones financieras que se introdujeron tras el descalabro de 2008?
Dra. Nancy Fraser.
Trump
es, como señala la filósofa Nancy Fraser, “el timo que
menos se ha tardado en descubrir en la historia”. Trump, añade la profesora de
The New School, no está siguiendo el programa con el que se presentó a las
elecciones. “Ha sido capturado por el aparato del Partido Republicano y ha
vuelto al redil, regresando a los puntos centrales de su agenda”.
Incluso sus
planes de sacar a Estados Unidos de los acuerdos globales de comercio han perdido
ya casi todo el fuelle. En los primeros meses en el cargo, dio por finiquitado
el acuerdo comercial del Pacífico, TPP,
detuvo las negociaciones para un acuerdo homólogo con la Unión Europea, el TTIP, y propuso sacar a EE.UU. del NAFTA, el acuerdo con Canadá y
México. Pero las negociaciones para el TTIP
se reabrieron en verano, y la amenaza de finiquitar NAFTA ya va por la cuarta ronda de negociaciones. Los intereses del
gran capital estadounidense, principal beneficiario de dichos acuerdos, pesan
mucho. Por no haber, no hay ni rastro de los aranceles que Trump anunció a bombo y platillo para proteger al empleo estadounidense. Mientras el Trump candidato enrojecía
en sus virulentas diatribas contra China,
a la que acusaba de hacer la competencia
desleal a Estados Unidos en el comercio internacional, el Trump presidente se mostró dócil y “admirado”
durante la primera visita a EE.UU. del
presidente chino Xi Jimping.
En neoliberalismo no murió con la elección de Trump. Si acaso, apuntan tanto David Harvey como Wendy Brown, estamos ante una nueva fase del proyecto. Los objetivos no han cambiado, pero sí en cierta medida la modulación del mensaje, o su implementación. Brown habla de un neoliberalismo “nacionalista”, mientras Harvey prefiere poner el énfasis en una predecible deriva autoritaria.
En neoliberalismo no murió con la elección de Trump. Si acaso, apuntan tanto David Harvey como Wendy Brown, estamos ante una nueva fase del proyecto. Los objetivos no han cambiado, pero sí en cierta medida la modulación del mensaje, o su implementación. Brown habla de un neoliberalismo “nacionalista”, mientras Harvey prefiere poner el énfasis en una predecible deriva autoritaria.
¿Fascismo
en la Casa Blanca?
“Presta
atención a lo que hace, no a lo que dice”, aconseja Corey Robin. Si bien es cierto que la retórica de Trump ha envalentonado a elementos
protofascistas, como pusieron de manifiesto las marchas de extrema derecha que
terminaron con una activista antifascista muerta en Charlottesville, Virginia, en agosto, Robin pide calma a la hora de identificar a Trump como un fascista, dada la distancia enorme entre su retórica
y sus actos. Trump ha cacareado
durante meses la confrontación con China,
la única potencia que puede rivalizar con el imperio estadounidense. Otros
presidentes, como Theodore Roosevelt,
respondieron a situaciones de confrontación similar llenando las costas
asiáticas de submarinos, bombarderos, bases y tropas militares estadounidenses.
“¿Qué hace Trump? Amenaza con llevar a
China a los tribunales de arbitraje comercial”.
Otro asunto que ha llevado a muchos comentaristas a
alertar de las tendencias autoritarias de Trump
ha sido su actitud con los jueces que han dictado sentencias desfavorables a
sus políticas. “¿Y qué hace Trump cuando
hay un dictamen en su contra?”, pregunta Robin. “Tuitear, y
recurrir las sentencias: lo que haría cualquier presidente”. Para Robin no es tanto que no existan
elementos protofascistas o potencialmente fascistas en la derecha estadounidense,
sino más bien que estos pertenecen a otra familia del conservadurismo, la de los ‘neocon’ que se auparon al poder durante la presidencia de George W. Bush y lanzaron la Guerra de
Iraq.
¿Derecha todopoderosa?
¿Derecha todopoderosa?
La foto fija de la victoria electoral de Trump, de su “momento”, dibujaba un panorama de absoluto dominio republicano. Los conservadores
gobernaban ambas Cámaras, tenían 33
gobernadores frente a 16 demócratas,
e iban a poder nombrar uno, y quizá hasta tres jueces del Supremo,
solidificando así una mayoría conservadora clara durante décadas. ¿Cómo es posible que un año después los
republicanos no se hayan apuntado una sola victoria legislativa?
El ejemplo
de la contrarreforma sanitaria es particularmente ilustrativo. Los republicanos han tropezado hasta tres veces en su intento de
echar abajo la reforma de Obama, que
aumentó la cobertura de millones de personas no aseguradas. El nuevo sistema,
basado en una solución de mercado que favorecía a la industria aseguradora, fue
percibido por la derecha como una suerte de esquema bolchevique. Durante los siete años que estuvo en vigor la ley
antes de la llegada al poder de Trump,
los republicanos, entonces en la oposición, no tuvieron escrúpulos en urdir
todo tipo de estrategias y triquiñuelas para echar atrás la reforma, hasta el
punto de paralizar ciertos organismos del Estado
al cortarles los fondos. Una vez en el poder, con una súper mayoría en ambas
cámaras, han fracasado hasta tres veces, cada una de ellas con una propuesta
más modesta de contrarreforma.
Si a esta incapacidad le sumamos los sucesivos
escándalos que rodean a Trump y su
querencia al nepotismo y las amistades peligrosas, damos con un presidente
impotente en lo legislativo, con la tasa de popularidad más baja de la historia
a estas alturas, y sobre el que planean crisis judiciales y la sombra de un
juicio político. A Trump, más allá de su
cuenta de Twitter, solo le queda una baza.
Destrozos
por decreto; semillas de resistencia
Incluso maniatado por su propia incompetencia, la
división conservadora y la espada de
Damocles de las investigaciones a miembros de su círculo de asesores, Trump tiene la capacidad de causar un
tremendo daño. Y la está utilizando desde los primeros días de su mandato. Las
medidas que más han convulsionado a la sociedad estadounidense y a la opinión
pública mundial han sido decretos presidenciales. Se trata de decisiones para
las que Trump no requiere refrendo legislativo, y que solo los jueces pueden
rechazar a posteriori, en algunos casos. La
retirada de Estados Unidos del acuerdo
climático de París fue una de esas demostraciones de fuerza. Lo fueron
también la imposición de un veto a los
viajantes de países de mayoría musulmana, limitada después por los
tribunales y, más recientemente, la retirada del programa Acción de Deportación Diferida Para las Llegadas en Edad
Infantil (DACA, en sus siglas en inglés),
que otorgaba un permiso temporal de residencia y trabajo a casi un millón de
jóvenes, en su mayoría latinos, que
emigraron a Estados Unidos siendo menores.
Las tres
medidas tienen algo en común: han prendido la mecha de la contestación social en
movimientos que ya tenían cierta entidad. Las protestas en los aeropuertos que
se organizaron en cuestión de minutos tras anunciarse el decreto contra los
viajeros musulmanes fueron un puñetazo en la mesa de los movimientos sociales. Lanzaron un mensaje que ha tenido eco
después con la retirada del acuerdo de París y, en mucha mayor medida, en torno
a la anulación de DACA. Dicho programa fue, durante la presidencia de Obama, una victoria sin paliativos de
un incipiente movimiento social, que forzó a los demócratas a reconocer la
situación de casi un millón de jóvenes indocumentados. El movimiento volvió a
sacar músculo cuando Trump anunció que suspendía DACA, y promete batalla en los meses venideros.
Para
Karina Moreno,
investigadora de política migratoria que fue inmigrante indocumentada durante
años, el episodio de DACA refleja
los límites de las políticas reformistas propuestas por los demócratas para
ganar el voto de las minorías: “Los demócratas sentaron las bases para que
ahora nos pase esto”, señala Moreno.
“Es hora de construir una alternativa más allá de sus políticas neoliberales
apaciguadoras”.
Otro de los
movimientos sociales más combativos es Black Lives Matter, que aboga por la
justicia racial y el reconocimiento de la desigualdad estructural
que sufren las minorías, en especial la comunidad negra en EEUU. De nuevo, se trata de un movimiento que se forjó
durante una presidencia demócrata, en este caso del primer presidente negro de
la historia del país. Brian Jones
señala ese dato como muestra de la necesidad de una política que vaya más allá
del reconocimiento simbólico, y lidie con las cuestiones estructurales, empezando por la desigualdad económica,
que trascienden la raza, recogiendo la tradición del último Martin Luther King y el socialismo democrático en EE.UU.
Sobre dónde
situar ese espacio de las alternativas, Silvia Federici, activista
feminista, señala la reaparición de
nuevos lazos sociales: los commons como espacios de riqueza material y
colectiva, más allá de las comunidades digitales. Federici traza una analogía con
Marx:
“Entendió el comunismo no como utopía del futuro,
sino como un movimiento que día a día transforma el status quo. Así veo a los
comunes hoy en día, como una lucha del día a día basada en compartir riqueza y
espacios”. El tiempo determinará el futuro de Trump, pero si una cosa parece
estar clara un año después de su elección es que la sociedad americana
despierta poco a poco del letargo individualista que el neoliberalismo ofreció
como camino y como amnesia.
De
resistencias a alternativa.
Desde la
tradición socialista, habla Bhaskar Sunkara, fundador de la revista Jacobin, altavoz más
vigoroso de la nueva generación de la izquierda estadounidense. Sunkara hace hincapié en el largo
recorrido político que tienen propuestas como la de una sanidad verdaderamente
pública y gratuita, precisamente por su elemento universal, más allá de las
identidades políticas. El ex candidato demócrata Bernie Sanders planteó una
propuesta de ley de sanidad sufragada por el Estado y logró el apoyo de
casi la mitad de los senadores demócratas, incluidas figuras clave en el
partido, algo insólito hasta hace unos años. Para Sunkara, la propuesta señala la hoja de ruta para el futuro. “Lo
viejo se está muriendo y lo nuevo no nacerá de discursos de los Globos de Oro”,
señala, lanzando un dardo a la predilección del partido demócrata, enamorado de las elites liberales que favorecen
posturas críticas con Trump vacías
de alternativas claras.
En suma, y en palabras de Nancy Fraser, durante las elecciones del pasado año se abrió un
hueco con la aparición de Bernie Sanders.
Por esa grieta, según Fraser, se
puede empezar a construir la base para una verdadera alternativa: un
feminismo, un movimiento ecologista, un antirracismo para el 99% de la
población.
¿Qué
Hacer?
Qué Hacer son trece entrevistas, pero es en realidad
mucho más. Sus protagonistas componen un retrato cubista de una realidad
dinámica, que analizan desde perspectivas tan diversas como la filosofía, la historia económica, la
crítica de medios, la tecnología, la teoría feminista o la geografía política.
Ante todo, Qué Hacer pretende ahondar en el entendimiento
para dibujar líneas maestras de acción política. Lo hace con el propósito de
derribar mitos, cuestionar las narrativas simplificadoras, y enfrentarse a los
problemas de raíz.
La serie
hará primero un repaso a las causas estructurales del ascenso político de
Trump, prestando atención a cuestiones clave como los flujos del capital, la
crisis climática o las formaciones ideológicas. El proyecto propondrá después una
cartografía de las resistencias que ha despertado o fortalecido un año de Trump
en el poder. Por último, se afrontarán cuestiones clave de estrategia
política para articular esas resistencias. Qué
Hacer es también una excusa perfecta para hacer un viaje de trece semanas
por el pensamiento de algunos de los intelectuales más influyentes de las
últimas décadas, y de las principales figuras emergentes del pensamiento, el activismo y la
teoría crítica. ¿Nos acompañan?
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