LA DESIGUALDAD. UNA “IDEA” CENTRAL. DR. T. PIKETTY- “La
cuestión de la desigualdad y la redistribución está en el centro del conflicto
político. A grandes rasgos, podemos decir que
tradicionalmente el conflicto central opone dos vertientes. Por un lado, la posición liberal de derecha
nos dice que solo las fuerzas de mercado,
la iniciativa individual y el crecimiento de la productividad permiten mejorar
en el largo plazo los ingresos y las condiciones de vida —en especial, de
los menos favorecidos—, y que por lo
tanto la acción pública de redistribución, además de ser moderada, debe
limitarse a herramientas que interfieran lo menos posible con ese mecanismo
virtuoso; por ejemplo, el
sistema integrado de retenciones y transferencias (impuesto negativo) de Milton Friedman (1962). Por otra parte,
la posición tradicional de izquierda,
heredada de los teóricos socialistas decimonónicos y de la práctica sindical,
nos dice”
“Que solo
las luchas sociales y políticas pueden aliviar la indigencia de los más
necesitados producida por el sistema capitalista, y que la
política pública de redistribución, por el contrario, debe llegar hasta la
médula del proceso de producción para cuestionar la manera en que las fuerzas
de mercado determinan tanto las ganancias
apropiadas por los poseedores del capital como las desigualdades entre
asalariados, por ejemplo, nacionalizando los
medios de producción o fijando escalas salariales, y no debe limitarse a
establecer impuestos que financien transferencias fiscales. En principio, este
conflicto derecha/izquierda muestra
que los desacuerdos sobre la forma concreta y la oportunidad de una política
pública de redistribución no se deben necesariamente a principios contradictorios de justicia social, sino antes bien a
análisis contradictorios acerca de los mecanismos económicos y sociales que producen
las desigualdades. De hecho, hay cierto consenso”.
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Un hombre pide limosna en la calle Gardiner, de Dublín. GIUSEPPE MILO.
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LOS COSTES VERDADEROS
(Y FALSOS) DE LA DESIGUALDAD.
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Kate Pickett y Richard Wilkinson.
CTXT.
Martes 31 de octubre del 2017.
La calidad
de las relaciones sociales esenciales para alcanzar la satisfacción vital y la
felicidad empeora en aquellos países en los que las diferencias de ingresos
entre ricos y pobres son más acusadas.
En la década de los
setenta se publicaron los primeros trabajos de investigación que mostraban que
los indicadores de salud eran peores y la violencia más común en las sociedades
con grandes diferencias de ingresos. Desde entonces se han reunido numerosas pruebas
que demuestran los efectos nocivos de la desigualdad.
Los países en los que las
diferencias de ingresos entre ricos y pobres son más acusadas tienden a padecer
en mayor medida una gran variedad de problemas sociales y sanitarios. La salud
física y mental empeora, la esperanza de vida disminuye, la tasa de homicidios
aumenta, las calificaciones de los niños en matemáticas y lectoescritura
tienden a ser más bajas, la drogadicción es más común y hay un mayor número de
encarcelamientos. Todos estos elementos guardan una estrecha relación con los
niveles de desigualdad, tanto en el plano internacional como entre los 50
estados que conforman EEUU.
A menudo causa sorpresa la
larga lista de problemas que se agravan en los países con mayor desigualdad. La
clave para entender estos datos es que en ellos hay gradientes sociales que los
hacen más comunes a medida que bajamos peldaños en la escala social. Esto
permite entender fácilmente el patrón básico: los problemas que sabemos ligados
al estatus social dentro de las sociedades empeoran cuando aumentan las
diferencias de estatus. El aumento de las diferencias materiales conlleva que
la distancia social entre nosotros sea mayor. La dimensión vertical de la
sociedad –la pirámide de clase y las diferencias de estatus social-- cobra
mayor importancia. Las diferencias materiales proporcionan el marco o andamiaje
al que se adscriben todos los indicadores culturales de estatus y clase –desde
donde vivimos hasta el gusto estético y la educación infantil–.
Una desigualdad generalizada.
La escala de la
desigualdad de ingresos no debería considerarse un nuevo factor determinante de
problemas sociales y de salud; más bien, nos proporciona información adicional
acerca del consabido gradiente de clase en los resultados que siempre hemos
reconocido. Poca gente ignora que las zonas más pobres de nuestras sociedades
tienden a experimentar la peor salud, así como el rendimiento académico más
bajo de los niños en edad escolar, y generalmente los índices más elevados de
violencia. La información adicional es, sencillamente, que todos estos
problemas se agravan cuando aumenta la diferencia de ingresos. Sin embargo,
estos problemas no se agravan levemente. En los análisis que llevamos a cabo en
países desarrollados ricos, hallamos que la enfermedad mental y la mortalidad
infantil eran al menos dos veces más frecuentes en países más desiguales, y en
algunos análisis, la tasa de homicidios, los encarcelamientos y la tasa de
natalidad en adolescentes resultaron ser diez veces más frecuentes en
sociedades más desiguales –por ejemplo en EE.UU., Reino Unido y Portugal-
comparadas con sociedades más igualitarias como los países escandinavos o
Japón.
La explicación a estas
importantes diferencias es que la desigualdad no afecta únicamente a los
pobres, las consecuencias son peores entre la vasta mayoría de la población.
Aunque los pobres padecen los peores efectos de la desigualdad, las ventajas de
vivir en una sociedad más igualitaria revierte incluso en los muy acomodados.
No disponemos de datos que nos indiquen si los millonarios también sufren las
desventajas de la desigualdad, pero parece poco verosímil creer que en las
sociedades más desiguales son inmunes al aumento de los índices de violencia,
drogadicción o alcoholismo.
La Extravagante Vida Del Sultán De Brunéi: Posee Más De 5.000
Coches Y Le Paga Sueldos Millonarios A Sus Empleados. Cuántas Mujeres tiene
en su Palacio.
***
Ricos pero desiguales.
Que las consecuencias de
la desigualdad alcanzan la cima de la escala de ingresos encaja con el concepto
de gradientes sociales. Los problemas que entrañan los gradientes sociales
raramente atañen únicamente a los pobres. Al igual que las consecuencias de la
desigualdad, afectan al conjunto de la sociedad: incluso la salud de las
personas que están situadas justo debajo de los más ricos es un poco peor que
la de los que son más acomodados que ellos. En efecto, si se suprime lo que
aporta la pobreza a la mala salud, en general, el patrón de las desigualdades
en materia de salud permanecería.
Los políticos, incluso
algunos conservadores, han declarado sus deseo de crear una sociedad sin
clases, pero pruebas de diferentes tipos demuestran que esto no se puede llevar
a cabo sin disminuir las diferencias de ingresos y riqueza que nos divide.
Numerosos indicios señalan que una mayor diferencia de ingresos anquilosa la
estructura social: la movilidad social es más lenta en sociedades más
desiguales; hay menos matrimonios entre diferentes clases sociales; la
segregación residencial entre ricos y pobres aumenta; y la cohesión social
disminuye. Un aumento de las diferencias materiales logra que la dimensión
vertical de la sociedad se convierta en un separador social cada vez más
efectivo.
El miedo al otro.
El peaje que se cobra la
desigualdad en la inmensa mayoría de la sociedad es una de las limitaciones más
importantes en la calidad de vida –en particular en los países desarrollados.
Perjudica la calidad de las relaciones sociales esenciales para alcanzar la
satisfacción vital y la felicidad. Numerosos estudios han demostrado que la
vida comunitaria es más sólida en sociedades más igualitarias; es más probable
que la gente se involucre en grupos locales y organizaciones de voluntarios; es
más probable que aumente su confianza en los demás; y un estudio reciente ha
demostrado que también están más dispuestos a ayudarse mutuamente –a ayudar a
los ancianos o discapacitados. Sin embargo, a medida que aumenta la desigualdad,
la confianza, la reciprocidad y la implicación en la vida comunitaria se
atrofian. En su lugar –como lo han demostrado numerosos estudios– llega un
incremento de violencia, que normalmente se mide por la tasa de homicidios. En
resumen, la desigualdad hace a las sociedades menos cohesionadas y más
antisociales.
Si observamos a algunas de
las sociedades más desiguales como Sudáfrica o México, es evidente, a juzgar
por el modo en que las casas están atrincheradas con barrotes en ventanas y
puertas, y verjas y jardines rodeados de alambradas, que la gente se tiene
miedo. Esto lo confirma con contundencia un indicador distinto de exactamente
el mismo proceso: diferentes estudios han demostrado que en las sociedades más
desiguales, la proporción de mano de obra empleada en lo que se clasifican como
“trabajos de vigilancia” –es decir, personal de seguridad, policía,
funcionarios de prisiones, etc.– es mayor. En definitiva, ocupaciones que las
personas utilizan para protegerse unas de las otras.
El yo y los otros.
A medida que la dimensión
vertical de la sociedad adquiere mayor relieve, parece que nos juzguemos más en
función del estatus, el dinero y la posición social. La tendencia a juzgar la
valía interior de una persona a partir de su riqueza exterior se hace más
acusada y, con ella, aumenta nuestra preocupación por cómo nos ven y nos juzgan
los demás. Una serie de estudios psicológicos muestran que somos
particularmente sensibles a las preocupaciones de este tipo. Un análisis de los
resultados de más de 200 estudios muestra que entre los factores estresantes
que aumentan más los niveles de hormonas del estrés –como el cortisol– se
encuentran las “amenazas a la autoestima o al estatus social por el que los
demás pueden juzgarte negativamente”. Este tipo de estresantes son esenciales
para determinar los mecanismos causales que empeoran los resultados en las
sociedades más desiguales. Por ejemplo, los actos violentos muy a menudo están
provocados por la pérdida de prestigio, gente que se siente poco respetada y
menospreciada. De forma similar, el estrés prolongado pone en peligro muchos
sistemas fisiológicos y sus efectos en la salud se han ligado a un
envejecimiento más rápido.
Para comprender las
consecuencias de la desigualdad es importante incidir en el modo en que afecta
a la salud mental. Un estudio internacional ha demostrado que en las sociedades
más desiguales, los niveles de ansiedad a causa del estatus son más altos –no
solo entre los pobres, sino en todas las clases económicas, incluido el decil más
rico. Vivir en sociedades en las que hay personas que parecen muy importantes y
otras que son consideradas casi despreciables hace que aumente nuestra
preocupación por cómo nos ven y nos juzgan los demás. Las personas hacen frente
a estas preocupaciones de dos modos muy distintos. Pueden sentirse abrumadas a
causa de la falta de seguridad, la desconfianza y la baja autoestima, de modo
que las reuniones sociales resultan demasiado estresantes y se convierten un
suplicio que hay que evitar, y se retraen hasta caer en la depresión. Otra
posibilidad, que sigue siendo una respuesta frecuente a las mismas
inseguridades, es que inicien un proceso de mejora personal y autobombo al
tratar de autoensalzarse a los ojos de los demás. En lugar de ser modestas
respecto a sus logros y habilidades, estas personas alardean de ellas mismas, y
encuentran el modo de traer a colación en las conversaciones cualquier asunto
que les ayude a presentarse como personas competentes y de éxito.
Puesto que el consumismo
en parte trata de la apariencia y la competitividad por alcanzar cierto
estatus, también se agudiza con la desigualdad. Ciertos estudios muestran que
si se vive en una zona con mayor desigualdad, es más probable que gastes dinero
en productos que den estatus y en un coche llamativo.
Sin embargo, la verdadera
tragedia no se reduce a los costes que suponen tantas medidas de seguridad
adicionales o a los costes humanos en relación con el aumento de la violencia.
La verdadera tragedia es, tal y como ponen de relieve las investigaciones, que
el compromiso social y la calidad de las relaciones sociales, las amistades y
la implicación en la vida comunitaria son poderosos factores determinantes
tanto de la salud como de la felicidad. La desigualdad socava los cimientos que
sustentan la calidad de vida. La inseguridad y competitividad por alcanzar
cierto estatus hacen que la vida social sea más estresante: nos preocupamos
cada vez más por la apariencia y el modo en que nos juzgan. En lugar de
fomentar las relaciones de amistad y reciprocidad que aportan tanto a la salud
y a la felicidad, la desigualdad implica que nos apoyemos en adquisiciones
narcisistas o bien que nos retiremos de la vida social. Aunque le convenga a los negocios y ventas, no
es una base adecuada para aprender a vivir dentro de los límites del planeta.
*****
Traducción de Paloma Farré.
KATE PICKETT es
profesora de Epidemiología en la Universidad de York. RICHARD WILKINSON es
investigador especializado en el análisis de los determinantes sociales de la
salud. Es profesor visitante honorario en la Universidad de York. Picket y
Wilkinson son autores del ensayo The Spirit Level: Why More Equal Societies
Almost Always Do Better.
Este
artículo se publicó en Social Europe.
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