LOS PARAISOS FISCALES. EVASIÓN DE IMPUESTOS, LAVADO DE DINERO Y
TRÁFICO ILICITO DE DROGAS. TID.-
Este trabajo pretende realizar un acercamiento al estado del lavado de dinero y
los paraísos fiscales en el continente americano, relacionado con el crimen
organizado trasnacional, particularmente con el vinculado al tráfico ilícito de
drogas (TID). Para ello se hace un
breve análisis sobre los paraísos fiscales
en América y su relación con el lavado de dinero, proveniente en lo
fundamental del TID y otros delitos
conexos (tráfico ilícito de personas,
órganos y armas), para desde allí abordar la situación de dependencia y
dominación en que mantiene los EE.UU.
a nuestra América, en el contexto de crisis de la economía mundial.
La
historia de los paraísos fiscales y el lavado de dinero en Latinoamérica,
parece una historia romántica
donde la conspiración, las alianzas entre élites de poder económico
trasnacional parece no hallar racionalidad. En un contexto pletórico de burbujas financieras, donde el tráfico
ilícito de drogas y otros delitos conexos, consolidan las alianzas entre el
empresariado y sectores de la “alta” política, para el blanqueo de las
ganancias y la evasión de altos impuestos. Parece
ser que el mundo incivilizado suele imponerse para los países de nuestra
América. El TID si bien en materia jurídica es seriamente penado por las
autoridades norteamericanas, desde el orden económico, financiero y comercial,
son muy bien aprovechados los dividendos provenientes de ese flagelo. Digamos
que cuando se sigue la ruta del dinero, puede percibirse el punto de encuentro
entre los intereses de los
narcotraficantes, el empresariado transnacional y los altos funcionarios
políticos latinoamericanos y
estadounidenses, en el lavado de
dinero y la evasión de impuestos; para lo cual utilizan hábilmente los paraísos
fiscales de la región y, también, del territorio de los EE.UU.
Los
paraísos fiscales no son necesariamente ilegales, a pesar de que en muchos
casos se les
relacione con el blanqueo de dinero, la fuga de capitales o la evasión de
impuestos; ciertamente se pueden obtener ventajas sin cometer ningún delito,
aunque moralmente dejen mucho que desear.
Existe también un problema ético aunque no deja de ser legal cuando los
ciudadanos o empresas trasladan sus capitales hacia otros países en aras de
evitar los altos impuestos en su país de origen. El dinero negro puede derivarse tanto de actividades
económicas ilícitas como de aquel que no se declara en hacienda, tanto para la evasión de la Justicia en
términos criminales como la evasión de los altos impuestos. En este trabajo
interesa destacar aquel dinero blanqueado por tráfico de drogas y otros delitos
conexos. La
problemática parte en este caso, cuando el individuo acumula una suma de dinero
la cual no puede justificar y, por tanto, utilizar libremente para el comercio.
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¿SE PUEDE ACABAR CON LOS PARAISOS
FISCALES?.
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Diego Herranz.
Público. Jueves 23 de noviembre del 2017.
Los
paraísos fiscales no atienden advertencias. Incluso hacen oídos sordos a las
listas negras que elaboran instituciones multilaterales como la OCDE, y sus
fórmulas de exigir el final de sus secretos impositivos -y, en muchos casos
bancario- con protocolos internacionales de intercambio de información. Su
existencia persistirá mientras la gobernanza global que debe partir del G-20
no los prohíba expresamente y decrete duras sanciones a estos enclaves
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La firma
de consultoría Price waterhouse Coopers (PwC) ha sido la última voz que se ha
sumado a la reivindicación, cada vez más coral y global, de que los paraísos
fiscales, centros off-shore, jurisdicciones de baja tributación o
enclaves con imposición dañina -que de todas y cada una de estas formas se conocen,
por las peculiaridades y el grado de permisividad de sus ordenamientos
jurídicos hacia la atracción de capitales de empresas y grandes patrimonios
personales por su laxitud tributaria- deberían tener los días contados. Sin
embargo, que este deseo, loable, salga del limbo de las utopías y se convierta
en realidad, depende de un ejercicio excepcional. De que las potencias
industrializadas y los grandes mercados emergentes, los socios del G-20, se
pongan a gobernar la globalización. La tarea por la que, en la crisis de 2008,
este foro sucedió al G-7 en la tarea de aplicar racionalidad económica a los
mercados.
Un año
después, estuvo a punto de lograrlo. Pero desde aquella reunión primaveral, en
Londres, en la que se anunció a bombo y platillo una lista negra de 45 paraísos
fiscales, elaborada desde la OCDE que, a su vez, impondría una exigente
metodología de obligado cumplimiento entre sus países signatarios para
convertir en habitual el intercambio de información impositivas entre las
haciendas nacionales, poco o nada se ha conseguido. Los centros off-shore siguen
atesorando las fugas de capitales -hasta 32 billones de dólares de patrimonio
financiero privado, según cifras del Índice de Secreto Financiero 2015 de Tax
Justice, la suma de los tres mayores PIB mundiales (EEUU, China y Japón);
exhibiendo las rentas per cápita más altas del planeta -Liechtenstein, Mónaco,
Luxemburgo, Bermudas, Suiza y Macao lideran la clasificación de Naciones
Unidas-, y sin mostrar la más mínima sonroja ante casos como los Paradise,
ahora, o los Panama Papers, de hace año y medio.
Contrato fiscal de las empresas.
Los
expertos de PwC creen que el uso de paraísos fiscales para eludir las
obligaciones tributarias será pronto “inaceptable”, aseguran en un reciente
informe, y que las compañías y patrimonios familiares o individuales se
avendrán a los estándares de transparencias en aras de no perjudicar su imagen
de marca, las firmas, y su reputación y futuro profesional, las personas
físicas. En su opinión, hay una creciente demanda social para que las empresas
paguen lo que les corresponde y asuman su fair play tributario. Es decir,
acepten su cuota de responsabilidad en la recaudación de las arcas de sus
tesoros nacionales. De alguna manera, el estudio de PwC se alinea con la tesis
de la OCDE. Aunque deja algunas críticas por la falta de resultados efectivos
de esta institución. “En una era de desconfianza hacia los servicios
financieros, especialmente entre la generación de los millennials”, la
fiscalidad ética será un factor determinante para construir un mundo con reglas
tributarias “con sello de excelencia” y justicia, explica. En unos días en los
que se revelaron datos como los 10 millones de libras que la Reina Isabel de
Inglaterra tiene invertidos en paraísos fiscales o las conexiones entre firmas
energéticas vinculadas a insignes jerarcas y responsables políticos de los
establishment estadounidense y ruso (los yernos de Trump y Putin) como Wilbur
Rose, secretario de Comercio americano y magnate del petróleo.
Los
sistemas impositivos de todo el mundo están en quiebra, “rotos” y la única vía
para atender las peticiones civiles de cambio son las normas de la OCDE -las
denominadas Common Reporting Standard (CRS)- de intercambios de datos de
activos y rentas de residentes. La herramienta “más efectiva para instaurar la
responsabilidad fiscal a través de instituciones financieras”. La opinión
pública de cada país “será capaz de juzgar si las compañías están cumpliendo
con su contrato social” en un contexto “de ambiente emocional hacia unos
cambios” basados en el rigor y la ley, que surgen como réplicas al “sentimiento
de corte populista”. En este esperado viraje, “las reglas fiscales serán un
componente trascendental del riesgo de negocios” de las empresas, advierten en
PwC, y el nuevo boom tecnológico de la era digital, “el utensilio para ver esa
transparencia”.
El
diagnóstico de PwC no habla, conscientemente, de sanciones. Aunque la OCDE se
reservó ese derecho por designación de los líderes del G-20 y cada vez más
testimonios de economistas y expertos instan a aplicarlas como única arma
disuasiva.
Francia y Europa frente al mundo
anglosajón.
En este
contexto ha emergido, una vez más, la nota discordante de Francia. Está en su
ADN. Quizás forme parte de su gen chovinista. Si bien, París nunca ha sido
capaz de brindar de éxito. Lionel Jospin se partió el cobre por un gobierno
económico del euro; Nicolas Sarkozy proclamó “la reconstrucción del
capitalismo”, con leyes universales que regulasen la globalización y, más tarde
François Hollande y ahora Enmanuelle Macron al sacar del baúl de los recuerdos
la cruzada contra los paraísos fiscales. Primero, con su reciente propuesta de
gravar los beneficios reales de las multinacionales, sobre todo las
tecnológicas, en suelo europeo. Al margen de las ventajas tributarias de socios
de la UE y enclaves off-shore. Y, con posterioridad, con la idea de
su titular de Finanzas, Bruno La Maire, de que Europa elabore su propia lista
negra en diciembre.
Todo un
correctivo para la OCDE, cuya clasificación ha ganado en ambigüedad, en función
de los supuestos avances en la facilitación de datos fiscales y de su grado de
trascendencia, al tiempo que reducía el número de enclaves dañinos. Por
ejemplo, el de Andorra, Liechtenstein y Mónaco, apenas dos meses después de la
citada cumbre londinense del G-20 por, supuestamente, haber aceptado cooperar
con el intercambio de información tributaria de sus normas CRS. Cuando los tres
territorios han salido a relucir desde entonces en casos de lavado de dinero y
evasiones impositivas.
La
reacción francesa ha encontrado, además, el respaldo inicial de la mayor parte
del Eurogrupo y del Ecofin. A pesar de las tradicionales reticencias, más o
menos veladas, de Irlanda, Holanda o Luxemburgo, señalados como territorios de
baja tributación. “Hubo un fuerte apoyo a la idea de moverse rápido” en esta
dirección, enfatizó el ministro estonio, Toomas Tõniste, que ejerce la
presidencia rotatoria de la UE en la última cita de este foro. Antes de admitir
que el acuerdo es “incierto”, porque se habló de “imponer sanciones” a los
países que fomentan estas prácticas, “a menudo, ilegales”, que favorecen, como
se ha comprobado en los Paradise Papers, a ricos y famosos. En este encuentro,
Luxemburgo y Malta capitalizaron las críticas.
Martin
Hearson, investigador de la London School of Economics, cree que la OCDE ha
perdido la oportunidad histórica de erigirse en el brazo armado de esta lucha y
de ganar prestigio con esta lacra de la globalización. “Es como si activase las
sanciones hacia los paraísos contraviniera los principios de soberanías
fiscal”, afirma. Cuando “lo que está realmente en juego es el combate contra el
cáncer de la corrupción en el corazón del sistema financiero global”. Los
paraísos y los centros off shore “no necesitan ser reformados, sino que lo que
se exige es su extinción”. Porque trusts, empresas y entramados societarios con
estructuras complejas y opacas acuden a estos lugares a la sombra de la
legalidad y la transparencia para lavar dinero sin cuentas bancarias y sin registros
de propiedad abiertos y públicos que, además, eluden la acción de la justicia.
Pero el
renovado órdago fiscal de París tiene también sus detractores. En esencia, los
defensores del neoliberalismo sin control de los mercados. El que propició la
crisis financiera de 2008. O, dicho con otras palabras, los acólitos del viejo
capitalismo. Del perfecto equilibrio entre oferta y demanda. Aquellos que
proclaman que existe una mano invisible que mece los mercados y a los que esta
idea no les parece un pensamiento utópico.
A este
lado de la balanza, surge el eje anglosajón, recién engrasado, con la
Administración Trump y el Gobierno tory de Theresa May, que reavivan el tótem
conservador de Reagan y Thatcher en favor de aplicar permisividad, sin apenas
supervisión, a los mercados. El combustible que desean obtener los próceres de
la teoría de la optimización de impuestos y del principio de soberanía fiscal
como justificantes filosóficos de los territorios off-shore.
La postura de EEUU y Reino Unido.
Tanto
Washington como Londres han aireado ya esos desaires. EEUU es el único gran
centro de las finanzas globales que no se ha adherido a las normas de
transparencia fiscal de la OCDE. Por temor a multas a sus bancos, reconocen los
análisis de mercado. Donald Trump hizo caso omiso en la última cita del G-20 a
una carta europea (firmada por los presidentes de la Comisión y del Consejo)
para avanzar en las prioridades de Tax Justice Network, lobby que persigue
acabar con los paraísos fiscales, para acordar medidas para perseguir las elusiones
y evasiones impositivas y el final del anonimato de compañías, trusts y
fundaciones.
En
defensa de la transparencia y de la buena gobernanza global. Y fórmulas de
castigo hacia unos abusos impositivos que fomentan los flujos de corrupción y,
en numerosas ocasiones, promueven la financiación del terrorismo internacional.
La negativa de Washington también dejó traslucir su oposición a las listas
negras de paraísos fiscales.
En un
país en el que la mega-rebaja fiscal de renta y sociedades que prepara la
actual Administración republicana se ha topado con el rechazo de 400
millonarios -entre otros, George Soros y Steven Rockefeller- a la que
consideran “absurda” y contraria a la “fortaleza de la economía y a la calidad
de los empleos”. En línea con análisis económicos que advierten que su entrada
en vigor, lejos de favorecer a las clases medias, sólo beneficia al 5% más rico
del país. La renuncia a esta guerra fiscal por parte de EEUU es toda una
afrenta. Porque la propia OCDE cifra las fugas de beneficios empresariales de
las arcas de los Tesoros o Haciendas nacionales en 240.000 millones de dólares
anuales: el 10% de lo que se recauda por Sociedades. Mientras que las 500
mayores corporaciones de EEUU mantienen más de 2 billones de dólares
(equivalente al PIB italiano) en centros off-shore, el doble que en la década
de los ochenta.
Desde
Londres, en pleno pulso por el Brexit con la UE, el Ejecutivo tory se muestra
escéptico con las listas negras y las sanciones. Incluso se niega a designar
como paraísos fiscales a territorios que -dice- son enclaves de baja
tributación, en referencia a enclaves de ultramar que están bajo su
jurisdicción, como las islas del Canal de la Mancha, y no comparten la
intención europea de exigir cambios en los códigos fiscales de 53 centros
off-shore. Y mucho menos las sugerencias de París de que los centros off-shore
no tengan acceso a la ayuda multilateral, ni del FMI ni del Banco Mundial.
Un
reciente estudio, suscrito por tres economistas – Annette Alstadsaeter, Niels
Johannesen y Gabril Zucman-, realizado a partir de estadísticas financieras del
Banco Internacional de Pagos (BIS) precisan que patrimonios de origen ruso
tienen en paraísos fiscales cantidades superiores al 50% del PIB del país,
rango que escala hasta el 60% y el 70% cuando se trata de capitales de personas
físicas o jurídicas venezolanas, saudíes o de los Emiratos Árabes Unidos. Reino
Unido y las naciones europeas mantienen alrededor del 15% de sus PIB, con
porcentajes testimoniales en el caso de los países escandinavos.
Flujos españoles en ebullición.
La
Hacienda española también debería mostrar signos de preocupación. Sobre todo,
después de la amnistía fiscal, inconstitucional, decretada en la anterior
legislatura, y de los casos que han salido a la luz en los papeles de Panamá y
del Paraíso. Pero también porque el flujo de inversión español a centros off-shore se
cuadriplicó el pasado año, según alerta Oxfam Intermón. Hasta representar casi
la cuarta parte (el 23%) del total del tráfico de capitales hacia el exterior.
Aunque
los Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) conceden credibilidad a estos
intentos de viraje en el escenario internacional. Aseguran que los casos
recientes de evasiones tributarias “sólo son pasos, pero con efectos
limitados”. Las filtraciones servirán para “impulsar políticas de ámbito
supranacional”, que no serán suficientes, en el orden nacional, “sin una
evaluación oficial de la economía sumergida y del fraude fiscal” español. En un
comunicado oficial, Gestha muestra su rechazo al “optimismo” de la OCDE y a su
declaración de que los territorios off-shore dejarán de
existir en apenas unos años al contar con acuerdos para intercambiar
información tributaria. Entre otras razones, porque sus normas “no garantizan
el intercambio efectivo de información”, ya que las peticiones de datos “están
prohibidas” expresamente en sus ordenamientos jurídicos.
Los grandes paraísos fiscales.
Pero, ¿a
qué jurisdicciones fiscales dirigen mayoritariamente sus beneficios las 366
compañías de la lista Fortune 500 de las más grandes del planeta que, a juicio
del Institute on Taxation and Economic Policy, usan estas prácticas de dudosa
legalidad? En su clasificación de este año, por orden de mayor a menor
importancia, hacia Bermudas, Holanda, Luxemburgo, Islas Caimán, Singapur, Islas
del Canal, Isla de Man, Irlanda, Mauricio, Mónaco, Suiza y Bahamas. Aunque en
Tax Justice Network se decantan por un sorprendente decálogo de centros
off-shore: la City de Londres; Delaware (EEUU); Hong-Kong (China); Isla
Mauricio; Bélgica; Nevada (EEUU); Dublín (Irlanda); Ghana; Austria y Singapur.
Aunque el
consenso histórico habla de otros diez, con datos espectaculares: Luxemburgo,
cuya acumulación estimada de capitales extranjeros supera los 2,7 billones de
euros bajo registro de identidad con secreto bancario, además de 1,2 billones
más de dudosa identificación; las Islas Caimán, que contiene el 6% del total de
activos bancarios del mundo; Isla de Man, a la que Reino Unido no cataloga como
paraíso fiscal porque no tiene registros de corporaciones, sino que tan sólo
deja constancias registrales de ganancias de capital e impuestos por herencia;
Jersey, con más de 3,8 billones de euros de activos por kilómetro cuadrado de
su territorio; Irlanda, donde Apple declaró 44.000 millones de euros en
impuestos el pasado año; Mauricio, famoso territorio por sus créditos
impositivos para empresas extranjeras; Bermudas, a donde Google destina más de
35.000 millones de euros en reservas; Mónaco, popular domicilio fiscal de
súper-ricos de todo el mundo, aunque especialmente europeos, donde adquirir un
inmueble de 70 metros cuadrados supera el millón de euros; Suiza, residencia
con secreto bancario, supuestamente, hasta este año, y Bahamas, al que el
centro howmuch.net ostenta la mayor renta per cápita del mundo, con 91.974 dólares,
por delante de Qatar (60.796), Caimán (54.827), Kuwait (30.147) y Emiratos
Árabes Unidos (25.773) de entre los territorios con un gravamen cero en el
impuesto sobre la renta.
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