Aquellos que
justifican el sistema insisten en que el crecimiento económico es central para la reducción d ela pobreza. Sin
embargo, un estudio en la World Economic Review señala que el 60% más pobre de
las personas del mundo reciben sólo un 5% de ingresos adicionales generados por
el crecimiento del PIB. Como resultado, se
requieren 111 dólares (unos 94 euros) adicionales por cada dólar destinado
a la reducción de la pobreza. Por ello, según las tendencias actuales, se necesitarían 200 años para asegurar que
todo el mundo reciba cinco dólares (unos cuatro euros) al año. Llegado ese
punto, el salario medio per cápita llegaría al millón de dólares (unos 850.000
euros) al año, y la economía sería 175 más grande que actualmente. Esta no es una fórmula para vencer la
pobreza. Es una fórmula para la destrucción de todos y de todos.
Cuando escuches que algo tiene sentido a nivel
económico, esto significa que es lo contrario al sentido común. Esos hombres y mujeres sensatos que llevan
los ministerios de Hacienda y los bancos centrales mundiales, que ven un
ascenso infinito del consumo como algo normal y necesario, son los destructores:
destrozan las maravillas del mundo y
acaban con la prosperidad de las generaciones futuras para mantener unas cifras
que tienen cada vez menos relación con el bienestar general.
El
consumismo responsable, el desacoplamiento material, el crecimiento sostenible: son todo
ilusiones, diseñadas para justificar un modelo económico que nos está llevando
a la catástrofe. El sistema actual, basado en el lujo privado y la miseria
pública, nos hará miserables a todos: bajo este modelo, el lujo y la carencia son
una bestia con dos cabezas.
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OTRO MUNDO ES POSIBLE: TODOS LOS DÍAS SON
BLACK FRIDAY, PARA DESTRUÍR NUESTRO PLANETA.
El sistema actual, basado en el lujo
privado y la miseria pública, nos hará miserables a todos.
*****
George Monbiot.
Eldiario.es
Viernes 24 de noviembre del 2017.
Todos quieren tener de todo. ¿Cómo va a funcionar?
La promesa del crecimiento económico es que los pobres pueden vivir como los
ricos y los ricos como los oligarcas. Pero estamos superando las barreras
físicas del planeta que nos sostiene. El colapso climático, la pérdida de
suelo, la desintegración de hábitats y especies, el mar de plástico, la desaparición de insectos:
todo impulsado por el consumo. La promesa del lujo para todos no puede
alcanzarse. No existe suficiente espacio físico ni ecológico para eso.
Pero el crecimiento tiene que seguir: este es el
imperativo político en todas partes. Y tenemos que modificar nuestros gustos de
manera acorde. En el nombre de la autonomía y la elección, el marketing emplea
los últimos descubrimientos en neurociencia para derribar nuestras defensas.
Los que intenten resistirse serán silenciados, como los partidarios de la Vida
Sencilla en Un mundo feliz de Huxley, pero en este caso por
los medios de comunicación.
Con cada generación cambia la referencia de qué
constituye un consumo normal. Hace treinta años era ridículo comprar agua
embotellada en sitios en los que el agua del grifo es abundante y limpia. Hoy
en día, a nivel mundial, usamos un millón de botellas de plástico cada minuto.
Cada viernes es viernes negro –Black Friday–,
cada Navidad un festival mayor de destrucción adornado por guirnaldas de colores.
Entre saunas con nieves, neveras portátiles para sandías y smarphones para perros con los que nos incitan a llenar nuestras vidas, mi
premio Civilización extrema va para el PancakeBot: una
impresora 3D de masa que te permite comer cada mañana la Mona Lisa, el Taj
Mahal o el culo de tu perro. En la práctica, te estorbará durante una semana
hasta que te des cuenta de que no tienes espacio en la cocina. Para porquerías
como esa estamos destrozando el planeta y nuestras propias perspectivas de
futuro. Tenemos que quitarlo todo de en medio.
La promesa complementaria a esta es que a través
del consumismo ecológico podemos reconciliar el crecimiento perpetuo y la
supervivencia del planeta. Sin embargo, una serie de trabajos de investigación
demuestran que no hay una diferencia significativa entre la huella ecológica de
la gente que se preocupa y la que no. Un artículo reciente publicado en la
revista Environment and Behaviour, señala que aquellos que se
identifican como consumidores comprometidos usan más energía y producen más
emisiones que quieres no se preocupan por el medio ambiente.
¿Por qué? Porque la sensibilización medioambiental
suele ser mayor entre personas adineradas. No son nuestras posturas las que
impactan el medio ambiente, sino nuestros ingresos. Cuanto más ricos somos, más
grande es nuestra huella ecológica, sin importar nuestras intenciones. Según
muestra el estudio, los que se perciben como consumidores ecológicos se centran
principalmente en comportamientos que tienen "beneficios relativamente
pequeños".
Conozco a gente que recicla religiosamente, guarda
las bolsas de plástico, mide con cuidado la cantidad de agua al hacer té, y
después se va de vacaciones al Caribe, anulando estrepitosamente sus ahorros
medioambientales. He llegado a creer que su reciclaje le justifica los vuelos
transatlánticos. Persuade a la gente de que son ecológicos, permitiéndoles
pasar por alto impactos mayores.
Nada de esto significa que no debemos intentar
reducir nuestro impacto medioambiental, pero tenemos que ser conscientes de los
límites de nuestras acciones. Nuestro comportamiento dentro del sistema no
puede cambiar las consecuencias del sistema. Lo que hay que cambiar es el
sistema.
Una investigación de OXFAM sugiere que el 1% más rico
del planeta –si tu hogar tiene unos ingresos de 70.000 libras (unos 79.000 euros)
al año o más, éste uno por ciento eres tú) produce alrededor de 175 veces más
carbono que el 10% más pobre. ¿Cómo, en un mundo en el que se supone que todos
tenemos que aspirar a mayores ingresos, podemos evitar que la Tierra, de la que
depende todo bienestar, se convierta en una bolsa de polvo?
Mediante desacoplamiento ("decoupling"),
los economistas nos lo dicen: separar nuestro crecimiento económico de nuestro
uso de materiales. ¿Cómo está funcionando esto? Un estudio publicado en
la revistaPlos One ha
descubierto que, mientras que en algunos países ha tenido lugar un
desacoplamiento relativo, "ningún
país ha conseguido un desacoplamiento total en los últimos 50 años".
Esto significa que la cantidad de materiales y energía asociada a cada
incremento del PIB puede caer pero, mientras que el crecimiento deja atrás a la
eficiencia, el uso total de recursos sigue aumentando. Lo que es más
importante, el estudio revela que, a largo plazo, el desacoplamiento tanto
relativo como absoluto derivado del uso de recursos esenciales es imposible,
debido a los límites físicos de eficiencia.
Un crecimiento global del 3% significa que el
tamaño de la economía mundial se duplica cada
24 años. Esta es la razón por la cual las crisis
medioambientales se están acelerando a este ritmo. Aun así el plan es asegurar que se duplique y se vuelva a duplicar,
y siga duplicándose eternamente. En nuestra búsqueda por defender el mundo de
la vorágine destructiva, podemos creer que estamos luchando contra
corporaciones y gobiernos y la ignorancia general de la humanidad. Pero sólo
son sustitutos del verdadero problema: el crecimiento perpetuo en un planeta
que no está creciendo.
Aquellos que
justifican el sistema insisten en que el crecimiento económico es central para la reducción d ela pobreza Sin
embargo, un estudio en la World Economic Review señala que el 60% más pobre de
las personas del mundo reciben sólo un 5% de ingresos adicionales generados por
el crecimiento del PIB. Como resultado, se
requieren 111 dólares (unos 94 euros) adicionales por cada dólar destinado
a la reducción de la pobreza.
Por ello, según las tendencias actuales, se necesitarían 200 años para asegurar que
todo el mundo reciba cinco dólares (unos cuatro euros) al año. Llegado ese
punto, el salario medio per cápita llegaría al millón de dólares (unos 850.000
euros) al año, y la economía sería 175 más grande que actualmente. Esta no es una fórmula para vencer la
pobreza. Es una fórmula para la destrucción de todo y de todos.
Cuando escuches que algo tiene sentido a nivel
económico, esto significa que es lo contrario al sentido común. Esos hombres y mujeres sensatos que llevan
los ministerios de Hacienda y los bancos centrales mundiales, que ven un
ascenso infinito del consumo como algo normal y necesario, son los destructores:
destrozan las maravillas del mundo y
acaban con la prosperidad de las generaciones futuras para mantener unas cifras
que tienen cada vez menos relación con el bienestar general.
El
consumismo responsable, el desacoplamiento material, el crecimiento sostenible: son todo
ilusiones, diseñadas para justificar un modelo económico que nos está llevando
a la catástrofe. El sistema actual, basado en el lujo privado y la miseria
pública, nos hará miserables a todos: bajo este modelo, el lujo y la carencia son
una bestia con dos cabezas.
Necesitamos un sistema diferente, que no esté
basado en abstracciones económicas sino en realidades físicas, que establezca
los parámetros por los que juzguemos su salud. Necesitamos construir un mundo en el que el crecimiento sea
innecesario, un grupo de suficiencia privada y lujo público. Y tenemos que hacerlo
antes de que la catástrofe nos obligue a actuar.
Traducido por Marina Leiva.
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