“Análisis
multitemporal y multifractal de la deglaciación de la Cordillera Parón en los
Andes de Perú.- Los glaciares andinos son de interés para
los científicos, dado que constituyen importantes indicadores del cambio
climático, los cuales juegan un importante rol en el manejo del recurso
hídrico, actúan como reguladores del régimen hidrológico en casi toda la región
andina, y pueden ser directa o
indirectamente, causa de catástrofes (PNUMA, 2007). Una
de las técnicas disponibles para estudiar elementos que crecen y decrecen en el
tiempo, como las nubes, glaciares, etc., es el uso de la técnica multifractal,
que ha sido utilizada por Posadas et. al. (2005) como estadística estocástica
para analizar concentraciones de ulexite en una mina de sal, a tajo abierto, en
Bolivia.
El concepto de multifractales
contempla un número infinito de dimensiones fractales;
un proceso multifractal se caracteriza por estudiar eventos extremos y más o
menos aislados (Posadas et al., 2002).
A pesar de las ventajas conceptuales y de mayor flexibilidad en el
análisis, el concepto multifractal no ha sido aplicado masivamente, posiblemente
la complejidad de los parámetros multifractales constituye un impedimento para
la interpretación de los resultados (Posadas et al., 2003).
En el presente trabajo se
utilizaron imágenes satelitales del tipo Lansat de cada año, desde 1987 al 2011,
con resolución de 30 metros por pixel, y el
método aplicado fue el de box counting, o método de la caja de contar,
empleado para cuantificar los pixeles de la superficie glaciar y hallar
posteriormente su volumen; asimismo se usó el Índice de Diferencia de Nieve Normalizada (NDSI) y el ratio imagen
o relación de bandas 4/5 para delimitar la superficie glaciar y diferenciar el
hielo de otros elementos como nubes. A
partir de la superficie obtenida, se estimó el volumen glaciar medio de la
Cordillera Parón con la fórmula de Klein & Isacks (1998). Las
imágenes satelitales escogidas fueron las del periodo de escasa precipitación y
que no presentaban nubes sobre la superficie glaciar o en una mínima proporción
que no representaban un problema para su digitalización. El propósito de
este artículo es presentar las bases del método multifractal y efectuar una
aplicación de esta teoría para cuantificar el volumen y otros parámetros multifractales de los
glaciares de la Cordillera Parón ante los eventos El Niño y La Niña”. Fuente
Gilberto Medina y Abel Mejía. Universidad Agraria de la Selva. Tingo María .
Perú.
/////
Americo González Caldua
lleva más de dos décadas como asistente de montaña en la Cordillera Blanca de
Perú. crédito Tomás Munita para The New York Times.
***
UN PERUANO HA DEDICADO SU VIDA A LOS GLACIARES Y AHORA LOS VE
DESAPARECER.
*****
Nicholas Casey.
New York Times.
Rebelión miércoles 31 de enero del 2018.
Américo
González Caldua, ha pasado décadas como ayudante de campo en el Cordillera
Blanca de Perú, donde disfrutaba de las capas de hielo, que marcaron su
juventud. En la actualidad dice, ya solo se ve piedras.
HUARAZ, Perú –
La vida de Américo González Caldua,
de 50 años, ha coincidido con la desaparición de los glaciares de los picos de
los Andes. Cada año que pasa, a medida que se eleva la temperatura de las
montañas, el casquete glaciar retrocede unos 18 metros.
Durante
la estación seca —cuando disminuyen las tormentas y comienza la temporada de
investigación— González se dirige hacia las heladas cúspides
de los picos cercanos, con marcadores y prismas de agrimensura en mano. Lleva
taladros de perforación pesada para extraer muestras de las profundidades de
los glaciares, que revelan la imagen de la atmósfera de hace un siglo.
Conoce las capas gélidas como nadie.
González no es científico ni montañista, pero es el hombre que suele seguir a
los investigadores mientras carga sus equipos.
El
Everest tiene a los sherpas pero la Cordillera
Blanca, una sierra nevada en el norte de Perú, tiene a los ayudantes de campo. Son hombres de
montaña —en su mayoría indígenas— y en el transcurso de la última generación
han visto desaparecer rápidamente una vasta extensión de hielo que había estado
ahí desde hace siglos.
“Antes,
nuestros glaciares se veían hermosos; nuestra cordillera estaba cubierta de una
capa blanca espectacular”, dijo González hace poco en un pequeño albergue para
montañistas ubicado cerca del campamento base de un pico de alrededor de 5400
metros. “Pero hoy, ya no vemos eso en nuestro glaciar, y perdemos más y más
cada día. En vez de nieve, vemos piedras”.
De todos los glaciares que se han
visto afectados en el mundo, los que se encuentran en esta parte de América del Sur son los que
probablemente desaparecerán primero. Los científicos los llaman glaciares
tropicales, casquetes de hielo que se encuentran en lugares más cálidos como Ecuador e Indonesia, donde las
cúspides elevadas de las montañas los han resguardado durante miles de años del
calor de las temperaturas selváticas a sus pies.
Sin embargo, incluso estos santuarios
elevados se encuentran en crisis. Los
científicos climáticos dicen que la capa de hielo se redujo casi una cuarta
parte en los últimos cuarenta años debido al aumento de las temperaturas. Dado
que la tasa de deshielo aumenta cada año, algunos predicen que dentro de
cincuenta años muchos de los picos en la región ya no tendrán glaciares.
“No es la Antártida, donde si hay una
grieta de un kilómetro todo mundo le presta atención”, dijo Justiniano Alejo
Cochachin, quien trabaja en la Unidad de Glaciología y Recursos Hídricos del
gobierno peruano. “Son diecinueve metros al año, es poco a poco”.
Los
glaciólogos estiman que el Gueshgue y otros glaciares de la Cordillera Blanca
podrían desaparecer en cincuenta años si se mantiene la tasa actual de
deshielo. Credit Tomás Munita para The
New York Times
En las décadas que lleva haciendo recorridos, González ha pasado mucho tiempo
mirando de cerca el trabajo de científicos como Cochachin, lo cual le ha permitido
ver con sus propios ojos un paisaje que ha sido alterado por el
cambio climático.
Observó que los
alrededores del glaciar Pastoruri se
volvían cada vez más rocosos por lo que, al derretirse el hielo, se hallaron
fósiles que no habían visto la luz del día en años, incluyendo los de helechos
y otras plantas. Ha visto cómo los ríos se tiñen de rojo, cuando otro glaciar
se derritió y empezó a liberar los metales pesados que envenenaron el agua
corriente abajo.
“Sin
agua, no hay vida”, dijo González.
Su trabajo comienza
temprano, mucho antes del amanecer, cuando González
empaca los crampones que usan para caminar sobre los glaciares, los taladros
para hacer hoyos profundos, los instrumentos topográficos, los cascos, los
guantes y el equipo para construir un refugio, todo en una mochila casi tan
grande como él.
La comida suele ir a lomo
de mula, siempre y cuando la mula pueda subir. De lo contrario, González la traslada al campamento
durante varios días.
González
aseguró que ascender a un glaciar llamado Yanamarey no sería
tan extenuante, tomando en cuenta sus recorridos habituales: ir y regresar solo
le tomaría unas diez horas. Así que una mañana partimos con Rolando Cruz, un
investigador de Huaraz que iba a tomar algunas medidas en la base del glaciar.
Las largas horas de
ascenso suelen ser silenciosas; González busca lo que él define como “la ruta perfecta” a través del paisaje
pantanoso escondido entre la niebla, donde se elevan los picos irregulares a
cada lado y los halcones hacen sus nidos. Las vastas planicies se extienden a
lo largo de kilómetros y los lechos de lagos de la Era del Hielo, ahora secos,
son campos de pastoreo de ganado.
“Antes
las vacas no estaban aquí”, observó González, y
agregó que, desde que subieron las temperaturas, los animales van a pastar a
altitudes más elevadas.
González
escogió una ruta que había cruzado en innumerables ocasiones a
lo largo de décadas, desde su primera visita al Yanamarey a principios de los
años noventa, cuando comenzó a trabajar con los científicos que estudiaban el
glaciar. Las descripciones que ofrece de cómo era la zona en esa época son muy
variadas. A veces, hace referencia a un edificio que “tenía muros azules”. Otras, habla de “la hermosa y larga lengua”
del glaciar, como si se tratara de un animal.
“Sí, está vivo”, dijo,
describiendo el lento movimiento del glaciar bajo sus pies.
En los años noventa, los
ascensos llegaron a ser una escapatoria temporal de los conflictos que
estallaban más cerca del nivel del mar, cuando Sendero Luminoso, el grupo
maoísta rebelde que aterrorizó a Perú durante décadas, atacó a políticos en el
poblado cercano de Huaraz y plantó tres autos bomba. A pesar de la agitación,
cada año llegaban científicos estadounidenses y de otras partes y González los
llevaba a la cima.
“Cuando
uno está en el campo, la mente se despeja”, dice.
El sonido del hielo
agrietándose, que se escuchaba en las capas de hielo que los científicos venían
a estudiar, era lo que más le perturbaba. “Tac”,
dijo, “como un estruendo”. Y cada año que volvía, el Yanamarey estaba más
lejos que la vez anterior.
Nuestro ascenso continuó.
El paisaje se convirtió en una serie de peñascos y, después, apareció el
glaciar.
Ese día se veía muy
distinto a lo que había descrito González. La capa de hielo, que alguna vez
había alcanzado el lago que se veía más abajo, había retrocedido hasta cuesta
arriba de la ladera rocosa de la montaña, y ahora tan solo era una mancha
asomándose detrás de las rocas. No había “muros azules” ni una “lengua”, solo una delgada capa de hielo sobre una
franja de rocas sin vegetación.
“Se
ve gris, como el plomo”, dijo González en varias ocasiones.
Cruz
escaló, tomó sus medidas un poco más adelante y regresó poco
después. Los dos hombres intercambiaron la misma mirada de resignación y
después comenzaron el descenso.
A
su edad, González sabe que estos recorridos no durarán para
siempre. Sus rodillas han comenzado a resentir las largas caminatas, en
especial durante el descenso cuando carga enormes cantidades de equipo. “Uno no
tiene la misma fuerza”, comentó.
De regreso en el albergue
en Huaraz, González volteó hacia donde estaba su hijo Álvaro, de 18 años, que
nos había alcanzado esa tarde. El joven me contó que pronto comenzará a
estudiar climatología en la universidad, inspirado por su padre, que hace
algunos años lo llevó a conocer la capa de hielo.
¿Y
a González quién le mostró los glaciares? Fue su madre, recuerda, un día frío
que miraban juntos los picos desde una granja cercana.
“Se
podían ver dos glaciares blancos a la distancia”, dijo. “Y nuestra madre los
señaló y dijo: ‘Raju’, que es la palabra quechua que significa hielo”.
En
aquel entonces, el hielo parecía tan permanente como las montañas.
“No,
nunca me imaginé esto”, dijo González, describiendo la situación actual. “De niño, uno no se puede imaginar lo que sucederá más
adelante”.
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