“P. El modelo chileno ha sido, durante años, ejemplo a
seguir para muchos. ¿Qué ha pasado? R. Ese modelo ya está agotado: ya dio lo que
podía dar. El sector servicios solo crece por el aumento del empleo de bajos
salarios y el sector exportador, que es puramente extractivo, ha topado
techo solo le interesa crecer en países vecinos. Ese modelo no va a dar, en
adelante, más allá de un 2% o 2,5% de crecimiento. Sí o sí hay que
industrializar el sector exportador, sobre todo el cobre y la madera. De Chile salen al año más de 1.000 barcos con cobre concentrado,
un material que tiene solo un 30% de contenido de cobre. El resto es escoria,
así que el principal producto que Chile exporta es, por volumen, basura.
Imagínate la polución inútil que genera su transporte. Es un absurdo; no tiene
sentido.
P. ¿Qué debería hacer? Política
industrial y política comercial: lo que ha hecho Asia toda la vida. En el caso
del cobre, por ejemplo, lo que yo propongo es cobrar un royalty [tasa]
diferenciado como instrumento de política industrial, para obligar a que al
menos se funda en Chile.
P. Se recaudaría más. R. Si
los recursos naturales pagasen royalties que
les corresponde, la presión fiscal bajaría y podríamos tener un sistema de
salud, una infraestructura, una educación y una seguridad social de país
civilizado. Hoy, el cobre supuestamente paga un royalty que es una mentira, y son recursos
que se necesitan. Esa es una de las vergüenzas más grandes y revela una
absoluta falta de visión de largo plazo. La
Constitución dice que los chilenos somos dueños de todos los recursos
naturales del país y tenemos derecho de todas las rentas de ellos. No tener royalties de
verdad es algo directamente inconstitucional.
P. La diversificación sigue siendo
un gran caballo de batalla de la economía chilena. Se ha intentado muchas
veces, pero… R. Chile es una de las economías relativamente
menos diversificadas del mundo y sin intervención pública directa ese cambio no
se va a producir. Vamos camino de medio siglo de neoliberalismo y no hay
ninguna indicación, cero, de que haya interés en el sector exportador en
diversificarse. El Estado chileno es subsidiario, que se centra en
solucionarle los problemas que va dejando el sector privado y en sofocar el
descontento, y que no mira hacia adelante. Chile no necesita más Estado
en el sentido de la cantidad: necesita un Estado que sea capaz de generar
una nueva política de desarrollo. Ya se cerró un ciclo y el Estado debe llevarlo hacia uno nuevo, liderando al sector
privado y yendo, en definitiva, al fondo del problema”.
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“CHILE NECESITA UN SECTOR PÚBLICO CAPAZ
DE GENERAR UNA NUEVA POLÍTICA DE DESARROLLO”
José Gabriel Palma. Economista chileno.
*****
El profesor emérito de la Universidad de Cambridge
critica el modelo de crecimiento seguido desde los años ochenta y apela a la
intervención pública para diversificar la economía.
Ignacio Fariza.
El País Madrid. Miércoles 5 de febrero del 2020
El panorama luce todo menos despejado para la
economía chilena. Las protestas han hecho mella en el sector servicios, arrastrando
el PIB a su menor crecimiento en una década. Y, sobre todo, han
puesto sobre el espejo a una de las economías más dinámicas de la región: el
supuesto milagro está más en cuestión que nunca. Con la desaceleración como
telón de fondo y meses después de la publicación de un estudio demoledor sobre su país, que vio la luz
pocos días antes del inicio de las protestas, el economista Gabriel Palma (Santiago de Chile, 1947) atiende a
EL PAÍS por videoconferencia desde su despacho en la Universidad de Cambridge,
donde es profesor emérito -una función que compatibiliza con su tarea como
docente en la Universidad de Santiago-. Huye de una lectura cortoplacista de
los datos y prefiere trazar un horizonte de largo plazo. Y ahí, su diagnóstico
es meridiano: "Chile cerró un ciclo y necesita un Estado capaz de generar
una nueva política de desarrollo". Nada a contracorriente.
Pregunta. 2019 terminó
con el menor crecimiento en una década. ¿Hasta qué punto ha
pesado las protestas?
Respuesta. La economía chilena es, en realidad, dos: una
exportadora, que no se ha visto afectada y que sigue creciendo, y otra de
servicios y construcción, de baja productividad y que sí ha sufrido por la
imposibilidad de que muchos empleados llegasen a sus trabajos.
P. ¿Qué
espera para 2020?
R. Un
crecimiento mínimo que vendrá, sobre todo, del sector exportador. Está claro
que se viene un año complicado, de desaceleración fuerte sobre una economía que
ya venía muy desacelerada. La derecha creía que todo dependía de las
expectativas, pero ganó [Sebastián] Piñera y no pasó nada. Además, no se
puede descartar otra reacción de descontento si pasa poco o nada respecto del
proceso constituyente en marcha.
P. ¿Y
la inversión?
R. Ahí
sí tendrán efecto las protestas. Por ejemplo, la llegada de capitales
extranjeros se va a desacelerar, aunque en Chile la inversión exterior en
ámbitos verdaderamente productivos es mínimas.
P. ¿Hasta
qué punto debe preocupar la depreciación del peso?
R. Desde
2001 se ha seguido una política muy ortodoxa, de tipo de cambio libre. Pero, a
diferencia de otros países, Chile tiene pocas reservas para evitar que el peso
siga depreciándose: Brasil, por ejemplo, tiene tres o cuatro veces más reservas
en términos comparables. El banco central se casó con su propio fundamentalismo
y no se preparó para una situación en la que tuviese que actuar. Y ahora tiene
que ser muy cuidadoso.
P. No
le gusta que el tipo de cambio fluctúe libremente.
R. En
una economía como la chilena y en un contexto internacional como el actual es
absurdo, autodestructivo por la incertidumbre que genera. Ahí está la
experiencia de muchos países asiáticos en los que un cambio estable y
competitivo ha sido fundamental para diversificar la economía. Y hay algo de lo
que no se habla y que creo que es lo que más preocupa al banco central: el
sector privado chileno tiene la deuda más alta, en porcentaje del PIB, de todo
el mundo emergente. Más que China, Rusia, Turquía... Y es deuda en dólares.
P. ¿Hay
riesgo de quiebras?
R. A
corto plazo no: aún tienen margen de maniobra para soportar este tipo de cambio
e incluso uno algo más alto, aunque con impacto sobre los márgenes y la
inversión. Algunos pagarán deuda existente con más deuda, transformando el
problema de corto plazo en uno de mediano o largo.
P. Algunos
analistas se sorprenden de que las protestas se produzcan, precisamente, en uno
de los países más ricos de América Latina.
R. En
lo único en lo que todo el mundo está de acuerdo en Chile es en que lo que pasó
fue una sorpresa. Pero había señales importantes que se ignoraron, como que en
la última elección presidencial más de la mitad de la población no votase, ni
siquiera en segunda vuelta. Se pensó que era apatía cuando era un voto de
protesta. También crecía el rechazo al abuso generalizado. Los chilenos tienen
mucha paciencia y aguantan mucho más allá de lo que deberían, pero cuando se
les agota salen con todo. La rapidez y la virulencia del estallido tienen que
ver con eso, con que se aguantó durante demasiado tiempo: las protestas
estallaron prácticamente por nada - una subida del Metro de centavos de dólar -,
pero había un descontento social latente por la arbitrariedad sistemática. Como
decía uno de los eslóganes de los primeros días: "No
son 30 pesos, son 30 años".
P. ¿Qué
ha pasado en estos 30 años?
R. No
ha sido una cuestión de falta de crecimiento, sino de un nivel de abuso que ha
llegado a ser insoportable. Para la mayoría, las pensiones privadas son de
hambre y el sistema no tiene solución; la salud pública es de vergüenza para un
país como Chile, igual que la educación pública para los grupos de bajos
ingresos. Y se regalaron las infraestructuras y los recursos naturales a
privados. Cuando dejas un mercado desregulado y un Estado que va por detrás
solucionando problemas de forma pasiva, los sectores corporativos grandes
distorsionan los mercados a su favor: se reduce la competencia, no se
diversifica la economía y empiezan los abusos por precio y mala calidad de los
productos y servicios que prestan. A todo eso se suman los salarios: la mitad
de los trabajadores chilenos no gana lo suficiente como para sacar de la
pobreza a una familia de cuatro personas. Chile está en un nivel de ingreso en
el que no debería permitir esas situaciones. Y es un país que se cree que está
a las puertas del desarrollo…
R. Ese
modelo ya está agotado: ya dio lo que podía dar. El sector servicios solo crece
por el aumento del empleo de bajos salarios y el sector exportador, que es
puramente extractivo, ha topado techo solo le interesa crecer en países
vecinos. Ese modelo no va a dar, en adelante, más allá de un 2% o 2,5% de
crecimiento. Sí o sí hay que industrializar el sector exportador, sobre todo el
cobre y la madera. De Chile salen al año más de 1.000 barcos con cobre concentrado,
un material que tiene solo un 30% de contenido de cobre. El resto es escoria,
así que el principal producto que Chile exporta es, por volumen, basura.
Imagínate la polución inútil que genera su transporte. Es un absurdo; no tiene
sentido.
P. ¿Qué
debería hacer?
R. Política
industrial y política comercial: lo que ha hecho Asia toda la vida. En el caso
del cobre, por ejemplo, lo que yo propongo es cobrar un royalty [tasa]
diferenciado como instrumento de política industrial, para obligar a que al
menos se funda en Chile.
P. Se
recaudaría más.
R. Si
los recursos naturales pagasen royalties que
les corresponde, la presión fiscal bajaría y podríamos tener un sistema de
salud, una infraestructura, una educación y una seguridad social de país
civilizado. Hoy, el cobre supuestamente paga un royalty que es una mentira, y son recursos
que se necesitan. Esa es una de las vergüenzas más grandes y revela una
absoluta falta de visión de largo plazo. La Constitución dice que los chilenos
somos dueños de todos los recursos naturales del país y tenemos derecho de
todas las rentas de ellos. No tener royalties de verdad es algo directamente
inconstitucional.
P. La
diversificación sigue siendo un gran caballo de batalla de la economía chilena.
Se ha intentado muchas veces, pero…
R. Chile
es una de las economías relativamente menos diversificadas del mundo y sin
intervención pública directa ese cambio no se va a producir. Vamos camino de
medio siglo de neoliberalismo y no hay ninguna indicación, cero, de que haya
interés en el sector exportador en diversificarse. El Estado chileno es
subsidiario, que se centra en solucionarle los problemas que va dejando el
sector privado y en sofocar el descontento, y que no mira hacia adelante. Chile
no necesita más Estado en el sentido de la cantidad: necesita un Estado que sea
capaz de generar una nueva política de desarrollo. Ya se cerró un ciclo y el
Estado debe llevarlo hacia uno nuevo, liderando al sector privado y yendo, en
definitiva, al fondo del problema.
P. ¿Por
qué se ha renunciado a la política industrial?
R. Por
ideología y porque el sector privado tiene un lobby muy fuerte sobre el Gobierno. La
concentración de la riqueza lleva a una concentración del poder.
P. Ha
habido, también, Gobiernos progresistas: los de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. Pero la política económica ha
permanecido. ¿Por qué?
R. La
centroizquierda chilena separó en su mente la política económica de la social.
Hizo una política progresista en el lado de los valores: divorcio, aborto,
derechos del colectivo gay… Pero en lo económico no
hizo nada original. Hasta el punto de que muchos de los abusos, como las peores
concesiones de infraestructuras fueron suyas.
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