"Lo
sorprendente es que, recuerda Piketty,
esta progresividad fue promovida a principios del siglo pasado por economistas
ortodoxos como Irving Fisher, quien argumentó que una gran
concentración del ingreso y de la propiedad en manos de pocos individuos
era peligroso para la democracia ya que
limitaba la igualdad de oportunidades que definía la originalidad del “nuevo
mundo” respecto de la vieja Europa de las injusticias sociales. El actual
incremento de la desigualdad del ingreso
y de la dominación política de los magnates como Donald Trump
indica que probablemente está en juego el destino y porvenir de la democracia.
Antes de 1940, en los Estados Unidos la parte del ingreso global
obtenido por el 10 por ciento de los individuos que más ganan llegaba al
46 por ciento, luego cayó al 35 por ciento entre 1940 y 1980
para volver a representar alrededor del 47 por ciento en 2015.
Pero lo más sorprendente es que el 50 por ciento que gana menos pasó de
obtener un 23 por ciento en los años ´70 a sólo un 12 por
ciento en 2015".
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LA DESIGUALDAD DEL INGRESO A LO LARGO DE LA HISTORIA.
Cómo es el nuevo libro de THOMAS PIKETTY.
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La
desigualdad económica, dice Piketty, no es un peldaño hacia el desarrollo
económico. El economista francés presentó recientemente su nuevo trabajo sobre
la historia mundial de la desigualdad económica.
Bruno Susani*
Página/12 domingo 16 de febrero del 2020.
“Capital
et Idéologie”, presentado el 12 de septiembre del 2019,
puede leerse como el tomo II de “El capital en siglo XXI”, que fue
publicado en 2013 y reseñado aquí mismo hace cinco años en “El efecto Piketty”. El nuevo aporte de
1200 páginas, 170 gráficos y un anexo estadístico que se puede consultar
gratuitamente en Internet lo hace un libro de cabecera que describe las ideas,
los grupos sociales y las sociedades que están detrás de las estadísticas
económicas. Piketty muestra la
distribución del ingreso desde una perspectiva que abarca de manera transversal
a la historia económica y social de los principales espacios económicos.
Como lo reconoce el autor, hay en este texto forzosamente un sesgo y un
análisis más profundo en lo que hace a la Europa atlántica y los Estados
Unidos, que tienen una mayor densidad de datos estadísticos, pero hace también
un esfuerzo particular de recolección de datos en los otros espacios que
aceptaron proveer estadísticas. En la perspectiva de la economía
argentina, en donde los medios se gargarizan sobre la honradez de los
dirigentes políticos como maniobra para ocultar los verdaderos problemas
económicos sobre los orígenes de la pobreza y sus consecuencias, el libro será
una suerte de brisa refrescante.
En “El
Capital en el siglo XXI”, Piketty había
mostrado que desde el fin de la primera guerra mundial hasta la década de los
´80 del siglo pasado se había produjo un cambio sustancial en la distribución
del ingreso en favor de los sectores relegados y que a partir de la
revolución conservadora de Thatcher y Reagan se recrearon nuevas desigualdades
socioeconómicas.
La
ideología que sustenta a la desigualdad es un
conjunto de conceptos “multidimensionales”, nos dice el autor, que justifica
el régimen de la propiedad y la distribución del ingreso en los diferentes
modos de acumulación del capital. La justificación de las desigualdades se apoya en construcciones
intelectuales e institucionales sofisticadas que sustentan el modo de
propiedad. En la actualidad, coexisten numerosas situaciones de desigualdad del ingreso y de los patrimonios, pero
los ideólogos del capitalismo financiarizado han inventado un concepto
justificativo que es la meritocracia. Bill
Gates ha sido endiosado, como una suerte de paradigma del genio que
en el garaje de sus padres transforma la existencia del planeta con la
revolución informática. Steve Jobs, de
Apple, es otro ejemplo que permite distinguir los ricos meritocráticos
frente a los oligarcas rusos que con chanchullos se apropiaron de los bienes
del Estado o de Carlos Slim,
beneficiario de los monopolios estatales privatizados, de los
príncipes petroleros teocráticos, o de otros multimillonarios corruptos,
financistas poco escrupulosos, Macri incluido o de banqueros buitres.
El relato del derrame ilustra cómo se justifica la riqueza de unos y la pobreza
de los otros.
El
contexto histórico, jurídico e ideológico de la desigualdad
en la distribución del ingreso muestra que ésta no es ni económica ni
tecnológica, sino que es ideológica y política, vale decir, que el
crecimiento económico y la acumulación del capital no necesitan, ni pueden
justificarse, a partir de alguna forma específica de la distribución del
ingreso.
Piketty observa
que en la actualidad, la tasa de crecimiento del producto es inferior a la tasa
de acumulación del capital patrimonial, lo cual indica que una parte de éste es utilizada
en bienes de usufructo personal para el placer y esparcimiento de los
propietarios y no para aumentar la inversión y las ganancias, como pronostica
la teoría ortodoxa.
Utilizando
las series cronológicas de la distribución del ingreso del World Inequality
Database de la Ecole d’économie de Paris, Piketty
nos recuerda que el período de alto crecimiento económico coincide con una
disminución importante de las desigualdades entre los sectores sociales en la
Europa atlántica y en los Estados Unidos. Esto no fue el resultado de
revoluciones sino de la aplicación de los impuestos progresivos al ingreso,
a la herencia y a la propiedad que comenzaron a aplicarse en países como
Inglaterra y los Estados Unidos a principio del siglo pasado. En este último
país se practicaron las tasas marginales del impuesto al ingreso más elevadas,
del 60 por ciento en 1910; 78 por ciento en 1935, durante el New Deal;
92 por ciento en 1941 para financiar el esfuerzo de guerra y un 35 por ciento
en la actualidad.
Lo
sorprendente es que, recuerda Piketty,
esta progresividad fue promovida a principios del siglo pasado por economistas
ortodoxos como Irving Fisher, quien argumentó que una gran
concentración del ingreso y de la propiedad en manos de pocos individuos
era peligroso para la democracia ya que
limitaba la igualdad de oportunidades que definía la originalidad del “nuevo
mundo” respecto de la vieja Europa de las injusticias sociales. El actual
incremento de la desigualdad del ingreso
y de la dominación política de los magnates como Donald Trump
indica que probablemente está en juego el destino y porvenir de la democracia.
Antes de 1940, en los Estados Unidos la parte del ingreso global
obtenido por el 10 por ciento de los individuos que más ganan llegaba al
46 por ciento, luego cayó al 35 por ciento entre 1940 y 1980
para volver a representar alrededor del 47 por ciento en 2015.
Pero lo más sorprendente es que el 50 por ciento que gana menos pasó de
obtener un 23 por ciento en los años ´70 a sólo un 12 por
ciento en 2015.
El libro
“El Capital en el siglo XXI” mostró que en Argentina el perfil de la
curva del ingreso del 10 por ciento que más gana era similar a la de los países
de la Europa atlántica y que esa porción empezó a caer con la crisis del 1930 (y
no en 1945) y alcanzó el punto más bajo a fines de los años 1960, volviendo a
incrementarse a partir de los 1970 con el tándem Videla-Martínez de Hoz.
El
capítulo 10 del nuevo trabajo de Piketty
describe la crisis de la “sociedad propietarista” como forma particular de la monopolización del
ingreso y la propiedad hasta el principio del siglo XX. Revela que las formas
específicas de una alta concentración de la propiedad y la estructuras
políticas anti-democráticas, el voto censitario, la edad mínima
de los votantes y la exclusión de las mujeres de la vida política
estaban asociadas a bajas tasas de crecimiento. Las nuevas estructuras
capitalistas “socialdemócratas” que emergen entre 1930 y 1980 con
la crisis del capitalismo “propietarista” combinan altas tasas
marginales del impuesto al ingreso y formas más democráticas en lo político con
las tasas de crecimiento más elevadas del PIB que hayan existido en la
historia de la humanidad.
Las
sociedades socialdemócratas que disminuyen significativamente la pobreza están organizadas con formas de propiedad
diversas: algunas, las germánicas y las escandinavas, se
caracterizan por una fuerte implicación social de los sindicatos que
intervienen directamente en la administración de las empresas y una fuerte protección
social. En otros casos, como en Gran Bretaña o Francia, la propiedad
estatal es más importante, mientras que en los Estados Unidos de
la "american way of life" los aspectos jurídicos y fiscales
son más estructurantes. La característica común de esas sociedades es
que entre el 20 por ciento que menos gana y el 20 por ciento que más
gana existe un bloque del 60 por ciento que articula a la
sociedad en su conjunto. En ese sentido, la Argentina, con su 35 por ciento de pobres y el 10 por ciento de
ricos (que recibe más del 30 por ciento PIB) tiene un nivel de desigualdad muy inferior a Brasil, en donde el 10 por ciento que más gana
se lleva el 56 por ciento del PIB. Argentina es citada (pag. 572)
justamente como uno de los pocos países de la periferia capitalista donde la estructura
fiscal y por ende la distribución el ingreso entre 1940 y 1980 aparece como
la más próxima a las sociedades socialdemócratas, en contraposición a otros
países latinoamericanos que son más desigualitarios.
"Capital
e ideología" se inscribe en un debate refundacional, ya que
las desigualdades del ingreso y del
patrimonio están volviendo a ser el tema central en los debates sobre la política
económica. Es un texto que permite una reflexión renovada sobre las desigualdades del ingreso y de los factores que
las provocan y permite buscar alternativas ya que la desigualdad, nos dice Piketty, no es un
peldaño hacia el desarrollo económico.
*Doctor
en Ciencias Económicas de la Université de Paris, Autor de «La economía
oligárquica de Macri” Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019.
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