VIII. ¿Qué es el socialismo? Para muchos
marxistas es la transformación de las relaciones de producción –mediante
la apropiación colectiva de los medios de producción- para permitir el libre
desarrollo de las fuerzas productivas. El ecosocialismo
se reclama de MARX, pero rompe de forma
explícita con ese modelo productivista. Ciertamente, la apropiación
colectiva es indispensable, pero es también necesario transformar radicalmente
las mismas fuerzas productivas: a)
cambiando sus fuentes de energía (renovables en lugar de fósiles); b) reduciendo el consumo global de energía; c) reduciendo (decrecimiento) la
producción de bienes y suprimiendo las actividades inútiles (publicidad) y
las perjudiciales (pesticidas, armas de guerra); d)
poniendo fin a la obsolescencia programada. El socialismo
implica también la transformación de los modelos de consumo, de las formas
de transporte, del urbanismo, del modo de vida. En resumen, es
mucho más que una modificación de las formas de propiedad: se trata de
un cambio civilizatorio, basado en los valores
de solidaridad, igualdad y libertad y respeto de la naturaleza. La civilización ecosocialista
rompe con el productivismo y el consumismo para
privilegiar la reducción del tiempo de trabajo y, así, la extensión del tiempo
libre dedicado a las actividades sociales, políticas, lúdicas,
artísticas, eróticas, etc., etc. Marx
designaba ese objetivo con el término Reino de
la libertad.
IX. Para cumplir la transición hacia el ecosocialismo es
necesaria una planificación democrática, orientada por dos
criterios: la satisfacción de las verdaderas necesidades y el respeto
de los equilibrios ecológicos del planeta. Es la misma población –una
vez desembarazada del bombardeo publicitario y de la obsesión consumista
fabricada por el mercado capitalista- quien decidirá, democráticamente,
cuáles son las verdaderas necesidades. El ecosocialismo
es una apuesta por la racionalidad democrática de las clases populares.
XI. El ecosocialismo es a la vez un proyecto de futuro y una
estrategia para el combate aquí y ahora. No se trata de esperar a que las
condiciones estén maduras: hay que promover la convergencia entre luchas
sociales y luchas ecológicas y batirse contra las iniciativas más destructoras
de los poderes al servicio del capital. Es lo que Naomi Klein llama Blockadia. Es en el interior de
las movilizaciones de este tipo donde podrá emerger, en las luchas, la conciencia
anticapitalista y el interés por el ecosocialismo. Las propuestas
como el Green New Deal forman parte de ese combate, en sus formas
radicales, que exigen el abandono efectivo de las energías fósiles, pero no en las que se limitan a reciclar el capitalismo
verde.
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TRECE
TESIS SOBRE LA CATÁSTROFE (ECOLÓGICA)
INMINENTE Y LOS MEDIOS (REVOLUCIONARIOS) DE EVITARLA.
*****
Michael Löwy
Nediapart
Rebelión lunes 17 de febrero del 2020.
I. La crisis
ecológica está ya presente y se convertirá todavía más, en los meses y años próximos, en la cuestión
social y política más importante del siglo XXI. El porvenir del planeta
y de la humanidad va a decidirse en los próximos decenios. Los cálculos de
algunos científicos en relación con los escenarios para el 2100 no son muy
útiles, por dos razones: a) científica: considerando todos los efectos
retroactivos imposibles de calcular, es muy aventurado hacer proyecciones de un
siglo; b) política: a finales del siglo, todos y todas nosotros y
nosotras, nuestros hijos y nietos habrán partido y entonces ¿qué interés tiene?
II. La
crisis ecológica incluye varios aspectos, de consecuencias peligrosas, pero la cuestión climática es sin duda la amenaza
más dramática. Como explica el GIEC [Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático, ndt], si la temperatura media
sobrepasa más de 1,5 grados en relación con la del período
preindustrial, existe el riesgo de que se desencadene un proceso irreversible
de cambio climático. ¿Cuáles serían las consecuencias? A continuación se
señalan algunos ejemplos: la multiplicación de mega-incendios como el de
Australia; la desaparición de los ríos y la desertificación de
los suelos; el deshielo y la dislocación de los glaciares
polares y la elevación del nivel del mar, que puede alcanzar hasta
decenas de metros, mientras que solo con dos metros amplias regiones de Bengala,
de India y de Tailandia, así como las principales ciudades
de la civilización humana –Hong-Kong, Calcuta, Viena, Amsterdam, Sangai,
Londres, Nueva York, Río- desaparecerán bajo el mar. ¿Hasta dónde
podrá subir la temperatura? ¿A partir de qué temperatura estará amenazada la
vida humana sobre este planeta? Nadie tiene respuesta a estas preguntas…
III. Estos
son riesgos de catástrofe sin precedente en la historia humana. Sería preciso volver al Plioceno, hace
algunos millones de años, para encontrar una condición climática análoga a la
que podrá instaurarse en el futuro gracias al cambio climático. La mayor parte
de los geólogos estiman que hemos entrado en una nueva era geológica,
el Antropoceno, en el que las condiciones
del planeta se han modificado por la actividad humana. ¿Qué actividad?
El cambio climático empezó con la Revolución Industrial del siglo XVIII,
pero fue después de 1945, con la globalización
neoliberal, cuando tuvo lugar un salto cualitativo. En otros
términos, es la civilización industrial capitalista moderna quien es
responsable de la acumulación de CO2 en la atmósfera y,
con ello, del calentamiento global.
IV. La
responsabilidad del sistema capitalista en la catástrofe inminente está
ampliamente reconocida. El Papa Francisco, en la Encíclica Laudatio Si, sin pronunciar la palabra capitalismo,
denunciaba un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente
perverso, exclusivamente basado en “el principio de maximización del
beneficio” como responsable a la vez de la injusticia social y de la
destrucción de nuestra Casa Común, la Naturaleza. Una consigna
universalmente coreada en las manifestaciones ecologistas en todos los
lugares del mundo es:
“¡Cambiemos el sistema, no el clima!” La actitud de los principales representantes de
este sistema, partidarios del business as usual – millonarios, banqueros, expertos,
oligarcas, politicastros- puede ser resumida en la frase atribuida a Luis
XIV: “Después de mí, el diluvio”.
V. El
carácter sistémico del problema se ilustra cruelmente con el comportamiento de
todos los gobiernos (con
rarísimas excepciones) al servicio de la acumulación de capital, de las
multinacionales, de la oligarquía fósil,
de la mercantilización general y del libre comercio. Algunos -Donald Trump,
Jair Bolsonaro, Scott Morrison (Australia)- son abiertamente ecocidas y
negacionistas climáticos. Los otros, los razonables, dan el tono en
las reuniones anuales de la COP (¿Conferencias de los Partidos o
Circos Organizados Periódicamente?) que se caracterizan por una vaga
retórica verde y una completa inercia. La de más éxito fue
la COP21, en París, que concluyó con solemnes promesas de reducciones de
emisiones por todos los gobiernos participantes -no cumplidas, salvo por
algunas islas del Pacífico-; ahora bien, si se hubieran cumplido, los
científicos calculan que la temperatura podría sin embargo subir hasta 3,3
grados suplementarios.
VI. El capitalismo verde, los mercados de
derechos de emisión, los mecanismos de compensación y otras manipulaciones de la pretendida economía
de mercado sostenible se han revelado completamente ineficaces. Mientras
que se enverdece a diestra y siniestra, las emisiones
suben en flecha y la catástrofe se aproxima a grandes pasos. No hay solución
a la crisis ecológica en el marco del capitalismo, un sistema enteramente
volcado al productivismo, al consumismo, a la lucha feroz por
las partes de mercado, a la acumulación del capital y a
la maximización de los beneficios. Su lógica intrínsecamente perversa
conduce inevitablemente a la ruptura de los equilibrios ecológicos y a la
destrucción de los ecosistemas.
VII. Las
únicas alternativas efectivas, capaces de evitar la catástrofe, son las
alternativas radicales. Radical quiere decir que ataca a las raíces del
mal. Si la raíz es el sistema capitalista, son necesarias alternativas
anti-sistémicas, es decir anticapitalistas, como el ecosocialismo, un socialismo
ecológico a la altura de los desafíos
del siglo XXI. Otras alternativas radicales como la ecofeminismo, la ecología
social (Murray Bookchin), la ecología política de André Gorz
o el decrecimiento anticapitalista, tienen mucho en común con el ecosocialismo:
en los últimos años se han desarrollado las relaciones de influencia
recíprocas.
VIII. ¿Qué es el socialismo? Para muchos
marxistas es la transformación de las relaciones de producción –mediante la apropiación colectiva de los medios
de producción- para permitir el libre desarrollo de las fuerzas productivas.
El ecosocialismo se reclama de Marx pero rompe de forma explícita con ese modelo productivista.
Ciertamente, la apropiación colectiva es indispensable, pero es también
necesario transformar radicalmente las mismas fuerzas productivas: a)
cambiando sus fuentes de energía (renovables en lugar de fósiles); b)
reduciendo el consumo global de energía; c) reduciendo (decrecimiento)
la producción de bienes y suprimiendo las actividades inútiles
(publicidad) y las perjudiciales (pesticidas, armas de guerra); d) poniendo
fin a la obsolescencia programada. El socialismo
implica también la transformación de los modelos de consumo, de las formas
de transporte, del urbanismo, del modo de vida. En resumen, es
mucho más que una modificación de las formas de propiedad: se trata de
un cambio civilizatorio, basado en los valores
de solidaridad, igualdad y libertad y respeto de la naturaleza. La civilización ecosocialista
rompe con el productivismo y el consumismo para
privilegiar la reducción del tiempo de trabajo y, así, la extensión del tiempo
libre dedicado a las actividades sociales, políticas, lúdicas,
artísticas, eróticas, etc., etc. Marx designaba
ese objetivo con el término Reino de la
libertad.
IX. Para
cumplir la transición hacia el ecosocialismo es
necesaria una planificación democrática, orientada
por dos criterios: la satisfacción de las verdaderas necesidades
y el respeto de los equilibrios ecológicos del planeta. Es la misma población
–una vez desembarazada del bombardeo publicitario y de la obsesión
consumista fabricada por el mercado capitalista- quien decidirá, democráticamente,
cuáles son las verdaderas necesidades. El ecosocialismo
es una apuesta por la racionalidad democrática de las clases populares.
X. Para
llevar a cabo el proyecto ecosocialista no
bastan las reformas parciales. Sería
necesaria una verdadera revolución social. ¿Cómo definir esta
revolución? Podríamos referirnos a una nota de Walter Benjamin, en
un margen a sus tesis sobre el coincepto de historia- (1940).
“Marx ha dicho que las revoluciones son la locomotora de
la historia mundial. Quizá las cosas se presentan de otra forma. Puede que las
revoluciones sean el acto por el que la humanidad que viaje en el tren aprieta
los frenos de urgencia”.
Traducción
en palabras del siglo XXI: todas y
todos somos pasajeros de un tren suicida, que se llama Civilización Capitalista Industrial Moderna. Este
tren se acerca, a una velocidad creciente, a un abismo catastrófico:
el cambio climático. La acción revolucionaria tiene por objetivo
detenerlo, antes de que sea demasiado tarde.
XI. El ecosocialismo es a la vez un proyecto de futuro y
una estrategia para el combate aquí y ahora. No se trata de esperar a que las
condiciones estén maduras: hay que
promover la convergencia entre luchas sociales y luchas ecológicas
y batirse contra las iniciativas más destructoras de los poderes al
servicio del capital. Es lo que Naomi Klein llama Blockadia. Es
en el interior de las movilizaciones de este tipo donde podrá emerger,
en las luchas, la conciencia anticapitalista y el interés por el ecosocialismo.
Las propuestas como el Green New Deal forman parte de ese combate, en
sus formas radicales, que exigen el abandono efectivo de las energías fósiles,
pero no en las que se limitan a reciclar el capitalismo verde.
XII. ¿Cuál
es el sujeto de este combate? El
dogmatismo obrerista/industrialista del pasado ya no es actual. Las fuerzas
que hoy se encuentran en primera línea del enfrentamiento son los jóvenes, las mujeres, los indígenas, los campesinos. Las mujeres están muy presentes en el
formidable levantamiento de la juventud lanzado por el llamamiento de Greta Thunberg, una de las grandes fuentes de esperanza
para el futuro. Como nos explican las ecofeministas, esta
participación masiva de las mujeres en las movilizaciones proviene del hecho de
que ellas son las primeras víctimas de los daños ecológicos del
sistema. Los sindicatos comienzan,
aquí o allá, a comprometerse también. Eso es importante, ya que, en último
análisis, no se podrá abatir al sistema sin la participación activa de los
trabajadores y las trabajadoras de las ciudades y de los campos, que
constituyen la mayoría de la población. La primera condición es, en cada
movimiento, asociar los objetivos ecológicos (cierre de las minas
de carbón o de los pozos de petróleo, o de centrales térmicas,
etc.) con la garantía del empleo de los y las trabajadores y trabajadoras
afectados.
XIII.
¿Tenemos posibilidades de ganar esta batalla antes de que sea demasiado tarde? Contrariamente a los pretendidos colapsólogos,
que proclaman, a bombo y platillo, que la catástrofe es
inevitable y que cualquier resistencia es inútil, creemos que el futuro
sigue abierto. No hay ninguna garantía que ese futuro será ecosocialista: es el objeto de una apuesta en el
sentido pascaliano, en la que se comprometen todas las fuerzas, en un trabajo
por lo incierto. Pero, como decía, con una gran y simple prudencia, Bertold Brecht: “El que lucha puede perder. El que no lucha
ha perdido ya”.
Mediapart.fr.
Traducción: viento sur
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