“Como no podía ser de otro modo, la izquierda no supo ir más allá de
la versión ideológica del sistema, según la cual la “caída” de los países “comunistas”
significaba un doble fracaso: por un lado, el fracaso teórico de Marx y, por el
otro, el fracaso del comunismo; de este modo, quedaban “superadas”, de un
plumazo, las dos grandes bestias negras del sistema: Marx y el comunismo, y, en passant, el sistema capitalista
era proclamado como “el mejor de los mundos posibles”. Ninguna de las dos
cosas es cierta: por un lado, Marx no fracasó en nada de eso, puesto que no diseñó
ningún modelo de sociedad que pudiera triunfar o fracasar, simplemente, analizó
los síntomas del paciente y diagnosticó la enfermedad del sistema capitalista; por
el otro lado, tampoco se pudo constatar el fracaso del comunismo, en primer lugar porque
aún no existe un modelo definido de en qué consiste (o en qué podría consistir)
y, por otro lado, lo poco que existe en el imaginario revolucionario del
modelo comunista nunca llegó a implantarse en ningún país, ya que dicho
modelo de sociedad supone, por ejemplo, la superación del estado y,
lamentablemente, la izquierda, que cuando llega al poder se vuelve reaccionaria, ha
renunciado siempre, a la hora de la verdad, a esta idea (que era la esperanza
de Marx de llevar a cabo la revolución
pacíficamente a través de la transformación de la estructura del estado). La única certeza que hay sobre este penoso capítulo de
la historia, es que ha triunfado la peor versión del
capitalismo “estable”.
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EL FANTASMA DE KARL MARX
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Jordi Soler Alomá.
Rebelión miércoles 19 de febrero del 2020.
Cuando Marx, en las primeras líneas del Manifiesto, escribía la famosa
frase “Un fantasma recorre Europa…” nunca imaginó que este fantasma iba a asustar a los progresistas, a los
socialistas y a perseguir, incluso, a los propios comunistas.
¿Cómo se llegó a tamaña paradoja? ¿Cómo fue posible que el símbolo y la meta de la liberación del
proletariado (y con éste, de toda la sociedad) se convirtiera en un anatema y
en algo vergonzante?
Cualquier ser racional convendrá en que un concepto no es responsable
del buen o mal uso que se haga del mismo. Consecuentemente, el concepto de comunismo
no es responsable del uso que se haya hecho de su nombre: usar un nombre no
implica conocer su concepto, como queda demostrado por el uso y abuso que se
hace del nombre “democracia” sin tener la menor idea de en qué consiste su
concepto (que es mucho más profundo de lo que parece y de cómo aparece).
A pesar de que en nombre de la “democracia” se han perpetrado
barbaridades (basta, para hacerse una idea, con repasar la lista de agresiones
que terceros países han sufrido por parte de los USA usando la “democracia”
como argumento), la palabra “democracia” sigue siendo usada por aves de todo tipo
de pelaje en todos los foros. Por el contrario, la palabra “comunismo” es
objeto de autocensura por parte de quien (dicho sea de paso, raramente) la
utiliza. Personas cultas y supuestamente progresistas necesitan justificar de
algún modo el uso de la palabra “comunismo” cuando lo hacen en un sentido que
no sea el habitual: peyorativo o negativo; algunos gentilhombres la mejoran con
aditivos como “libertario”, escindiendo, así, el propio concepto (que, por
definición, es libertario).
Comunismo y libertad (como se tratará de mostrar en este texto) son
lógicamente vinculantes: un sistema social es libre si este sistema social es
comunista, y viceversa: un sistema social es comunista si es libre. Libertad y
comunismo no pueden existir separadamente, puesto que se implican mutuamente.
A pesar de lo incompleta y degradada que está la democracia, y de lo
ignoto de su concepto, no decimos memeces tales como "democracia
demócrata". La expresión “comunismo libertario” es una redundancia no solo
gratuita, sino mentecata, análoga a expresiones tales como “agua mojada”, “sol
solar”, “aire aéreo”, “lluvia lluviosa” …
En el párrafo anterior se ha usado la expresión “democracia demócrata”
como ejemplo de redundancia, sin embargo, la democracia existente no es
verdaderamente demócrata: la democracia solamente puede ser verdaderamente
demócrata en la forma totalmente desarrollada de la república democrática; es
decir, cuando la sociedad, en la figura del proletariado asume, literalmente,
el poder del estado; cuando el pueblo consciente se erige en el único lobby y
en el único protagonista de la política; este tipo de socialismo es, en
realidad, la última fase del capitalismo, que debe conducir a su autosuperación
(en términos hegelianos, a su negación dialéctica). En este momento del proceso
de transformación, la estructura del estado depende de que la organización de
la producción esté basada en el trabajo abstracto, heredado del capitalismo
(así como en la forma de valor); por un breve período aún será necesario el
cálculo de los procesos productivos y la planificación económica, aunque ahora
se llevaran a cabo en beneficio de toda la sociedad.
Literalmente, “república democrática” significa que la “res” (la “cosa”,
es decir, todo lo concerniente a la sociedad) es público y democrático. En este
sentido, la forma cumplida de este modo de organización social es lo mismo que
el socialismo, que supone la socialización de todo y, por supuesto, supone la
democracia (no “formal”, sino verdadera).
El comunismo sería la consecuencia natural de la democracia llevada a
sus últimas consecuencias: al desaparecer el sistema cuya estructura mantiene
encadenados a los seres humanos física y mentalmente, desaparecerá la ideología
y, con ella, la alienación. Al desaparecer la forma de valor, y con ella el
dinero y la esclavitud asalariada, los seres humanos serán libres para
desarrollar sus capacidades en el sentido en que a cada cual le parezca mejor
(es a eso a lo que Marx se refería con “de cada cual según sus capacidades”;
nadie puede ser obligado a hacer algo contra su voluntad). La vida humana
dejará de ser un medio de vida, para constituirse en un fin en sí misma.
La aducida frase de Marx empieza con “a cada cual según sus
necesidades”. En este contexto hay que saber interpretar el sentido que tiene
el concepto de “necesidad”. Existen dos tipos de “necesidades humanas”, las que
son precisas para la subsistencia y reproducción de la mercancía “fuerza de
trabajo” (que no se diferenciarían mucho de las necesidades de cualquier otro
animal) y las necesidades humanas que son más humanas que necesidades:
es decir, aquellas necesidades que solamente pueden tener los seres humanos en
tanto que humanos, como son la cultura, el pensamiento, la ciencia, la técnica,
la socialización... sin que con ello se quiera fijar un patrón común (ni una
esencia) de “ser humano”, ya que cada cual tendrá su personal relación con el
tipo de necesidades que hemos definido como, propiamente dichas, humanas.
En realidad, tal como lo plantea Marx, “a cada quien según sus
necesidades” supera el concepto mismo de “necesidad”, puesto que el concepto
usual de “necesidad” implica una mediación entre la necesidad y su satisfacción
(por ejemplo, el dinero), pero la fórmula de Marx implica la eliminación de esa
mediación, ya que significa que cada quien obtiene todo lo que necesita, en el
lugar y momento en que lo precise. Consecuentemente, “necesidad”, “satisfacción
de una necesidad”, “poseer”, “recibir”, “trabajo” … dejan de tener significado,
puesto que se entra en un nuevo marco conceptual, en el que no caben los
conceptos (o al menos su contenido) que emanan de la ideología del sistema
anterior. Cuando Marx escribe que “…el trabajo habrá llegado a ser (…) la
primera necesidad de la vida”, está llevando ambos conceptos (“trabajo” y
“necesidad”) al límite de ruptura, en el cual pierden el significado que tenían
en su contexto natural: la “sociedad moderna” (o sea, la sociedad organizada
con fines capitalistas).
Aristóteles llevó, en su época, las categorías que utilizó hasta el
límite (como cuando investigaba los diferentes tipos de valor y su forma
monetaria, el concepto de trabajo, etc.) Lo que el atisbó fue, unos miles de
años más adelante en la historia, materializado por el capitalismo y analizado
por Marx; del mismo modo, el proceso en el cual Marx llevó al límite las
categorías que él mismo tuvo que “descubrir” para dicho análisis, proceso que
le permitió otear en el horizonte de una nueva sociedad, se verá materializado
en el futuro de un modo completamente nuevo.
Como no podía ser de otro modo, la izquierda no supo ir más allá de la
versión ideológica del sistema, según la cual la “caída” de los países
“comunistas” significaba un doble fracaso: por un lado, el fracaso teórico de
Marx y, por el otro, el fracaso del comunismo; de este modo, quedaban
“superadas”, de un plumazo, las dos grandes bestias negras del sistema: Marx y
el comunismo, y, en passant, el sistema capitalista era proclamado como
“el mejor de los mundos posibles”. Ninguna de las dos cosas es cierta: por un
lado, Marx no fracasó en nada de eso, puesto que no diseñó ningún modelo de
sociedad que pudiera triunfar o fracasar, simplemente, analizó los síntomas del
paciente y diagnosticó la enfermedad del sistema capitalista; por el otro lado,
tampoco se pudo constatar el fracaso del comunismo, en primer lugar porque aún
no existe un modelo definido de en qué consiste (o en qué podría consistir) y,
por otro lado, lo poco que existe en el imaginario revolucionario del modelo
comunista nunca llegó a implantarse en ningún país, ya que dicho modelo de
sociedad supone, por ejemplo, la superación del estado y, lamentablemente, la
izquierda, que cuando llega al poder se vuelve reaccionaria, ha renunciado
siempre, a la hora de la verdad, a esta idea (que era la esperanza de Marx de
llevar a cabo la revolución pacíficamente a través de la transformación de la
estructura del estado). La única certeza que hay sobre este penoso capítulo de
la historia, es que ha triunfado la peor versión del capitalismo “estable”.
Quien haya leído bien a Marx sabe que éste confiaba en que el
proletariado podría consumar la revolución (es decir, completar la república
democrática, empresa imposible en la sociedad capitalista) a través de los
votos y asumiendo, por lo tanto, el control de la estructura del estado para
democratizarla, socializando la riqueza (socialismo) y, posteriormente,
liberando de ella a la población al disolver dicha estructura (comunismo). El
capitalismo no solamente no puede completar su pretendido paradigma, que
supuestamente sería la república democrática, sino que la realización de ésta
es el mayor peligro que existe para su supervivencia (porque significa su
negación, aunque sea dialéctica); por eso, cualquier intento para
materializarla ha sufrido el ataque destructivo de las fuerzas del capital.
Algunos ejemplos: el primer intento serio de completar la república
democrática, a saber, la Comuna de París, fue aplastada por el ejército
francés, nutrido por los prisioneros liberados por Prusia al efecto (“capitalistas
sin fronteras”); otro intento lo tenemos en la Revolución Rusa, la cual, si
bien consiguió el control de la estructura del Estado, sucumbió a su rigidez,
en parte a causa de que las exigencias que iban surgiendo, orquestadas por un
capitalismo que se sentía amenazado (contrarrevolución, invasión multinacional,
invasión nazi, guerra fría…) impedían la calma necesaria para completar el
proceso con éxito. En España, las potencias occidentales bendijeron al dictador
nazi Francisco Franco, ya que temían que si era derrocado se intentaría
materializar la república democrática. En Cuba, el objetivo que se habían
propuesto alcanzar los revolucionarios era completar la república democrática;
todo el mundo sabe por qué no pudieron llevarlo a cabo con éxito.
En Chile, el
equipo de Allende quería llevar a cabo la culminación de la república
democrática a la manera de Marx: ganando las elecciones y democratizando y
socializando el estado: ya sabemos lo que sucedió. En cualquier lugar del
planeta en el que la democracia pretende ejercer como tal, llega la mano negra
del capital para impedir el desarrollo de la evolución histórica.
Consecuentemente, el temor al comunismo es el temor a la libertad y a la
democracia verdaderas, lo que supone el padecimiento de
un nivel de alienación tan profundo como el del capitalista más convencido.
JORDI SOLER ALOMÀ, doctor en Filosofía, Universitat de
Barcelona
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