“AMÉRICA
LATINA. LA CEPAL: TODAS LAS ESTRATEGIAS DE DESARROLLO
IMPLEMENTADAS EN LA REGIÓN, ESTÁN AGOTADAS. EL EXTRATIVISMO O LA EXPORTACIÓN DE MATERIAS PRIMAS
ESTA AGOTADO PORQUE “CONCENTRA RIQUEZA EN POCAS MANOS Y
APENAS TIENE INNOVACIÓN TECNOLÓGICA”. “Declaró su Secretaria General
ALICIA BÁRCENA. Lo que puede
ser interpretado como la confesión de una derrota que afecta a toda América
Latina ha pasado casi desapercibida. Se acaba de admitir que todas las
estrategias de desarrollo implementadas en la región están agotadas. No sólo
eso, sino que además se fracasó en todas ellas. Esa es la confesión de la
secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)”.
“A
PESAR DE LA GRAVEDAD DE LA DECLARACIÓN, no
reaccionaron ni los GOBIERNOS, ni la PRENSA, ni los actores
CIUDADANOS directamente vinculados a la temática del desarrollo. Es
más, la secretaria de CEPAL, ALICIA BÁRCENA, avanzó más afirmando que el EXTRACTIVISMO, o
sea la exportación de materias primas, es el que está agotado porque “concentra
riqueza en pocas manos y apenas tiene innovación tecnológica” Estamos ante la confesión de la máxima
autoridad del organismo económico más importante del continente, el que por un
lado tendría que haber contribuido a evitar ese fracaso, y por el otro, haber
asegurado el camino hacia lo que ellos conciben como un desarrollo virtuoso que
reduce la pobreza y la desigualdad”.
“LA
ADMISIÓN DEL FRACASO. Resulta sorprendente que semejante confesión
pasara desapercibida. Habría que preguntarse si la secretaria ejecutiva
de la CEPAL reconoce eso en público
porque ya todos los saben, y como muchos que son responsables de un modo u
otro, nadie se ofenderá ni exigirá asumir las responsabilidades por ese
fracaso. Es que hay un aire de fatalismo creciente en el continente que se
siente en estas y otras situaciones que hacen a las estrategias de desarrollo. Reconocer
que nada de eso ha sucedido es admitir que la CEPAL O los diferentes
Gobiernos de Derecha o Izquierda Democrática, son los RESPONSABLES de este FRACASO. Al final
quien se come los resultados completos del fracaso y traición de los Políticos
es el PUEBLO, con la vil e inhumana DESIGUALDAD
SOCIAL.
“ESTO
CONTRASTA CON EL ENTUSIASMO con que se discutía sobre DESARROLLO en el
pasado reciente, tanto por políticos como académicos y militantes.
Desde inicios de los años 2000 proliferaron en América Latina
todo tipo de ensayos sobre otros modos de organizar el desarrollo,
incluyendo cambios en el papel del ESTADO, la regulación de los mercados y las
políticas públicas. Aquel ímpetu estuvo directamente asociado con los GOBIERNOS
PROGRESISTAS, y a medida que éstos languidecieron, las expectativas con
sus versiones del desarrollismo también menguaron.
“LA
CEPAL NAVEGÓ BAJO DISTINTAS TENSIONES Y AMBIGÜEDADES frente a los
ensayos DESARROLLISTAS DEL SIGLO XXI. Nunca fue una promotora
entusiasta de algunas de sus versiones, coma la BOLIVARIANA, pero
contribuyó a legitimar los modos más moderados, como el de BRASIL bajo LULA
DA SILVA. No abandonó sus propias propuestas, como las que en los años
noventa postulaban la “TRANSFORMACIÓN
PRODUCTIVA” o la inserción en la GLOBALIZACIÓN COMERCIAL. Más
allá de los énfasis, la CEPAL se mantuvo
fiel al credo del CRECIMIENTO ECONÓMICO como
motor indispensable del DESARROLLO, y ponía su
esperanza en ciertas regulaciones para reducir la pobreza y la desigualdad”. FUENTE. Eduardo Gudynas. Rebelión.
/////
EL
AGOTAMIENTO DEL DESARROLLO, LA CONFESIÓN DE LA CEPAL.
*****
Eduardo
Gudynas.
Rebelión
sábado 15 de febrero del 2020.
Lo que puede
ser interpretado como la confesión de una derrota que afecta a toda América
Latina ha pasado casi desapercibida. Se acaba de admitir que todas las
estrategias de desarrollo implementadas en la región están agotadas. No sólo
eso, sino que además se fracasó en todas ellas. Esa es la confesión de la
secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
A pesar de
la gravedad de la declaración, no reaccionaron ni los gobiernos, ni la prensa,
ni los actores ciudadanos directamente vinculados a la temática del desarrollo.
Es más, la secretaria de CEPAL, Alicia Bárcena, avanzó más
afirmando que el extractivismo, o sea la exportación de materias primas,
es el que está agotado porque “concentra riqueza en pocas manos y apenas
tiene innovación tecnológica” (1).
Estamos ante
la confesión de la máxima autoridad del organismo económico más importante del
continente, el que por un lado tendría que haber contribuido a evitar ese
fracaso, y por el otro, haber asegurado el camino hacia lo que ellos conciben
como un desarrollo virtuoso que reduce la pobreza y la desigualdad. Reconocer
que nada de eso ha sucedido es admitir que la CEPAL no tenía estrategias
realmente efectivas para ese propósito, o si se asume que sus propuestas eran
las adecuadas, entonces los gobiernos serían los culpables por no haberlas
seguido. Cualquiera de las dos posibilidades tiene muy graves connotaciones.
La
admisión del fracaso
Resulta
sorprendente que semejante confesión pasara desapercibida. Habría que preguntarse
si la secretaria ejecutiva de la CEPAL reconoce eso en público porque ya todos
los saben, y como muchos que son responsables de un modo u otro, nadie se
ofenderá ni exigirá asumir las responsabilidades por ese fracaso. Es que hay un
aire de fatalismo creciente en el continente que se siente en estas y otras
situaciones que hacen a las estrategias de desarrollo.
Esto
contrasta con el entusiasmo con que se discutía sobre desarrollo en el pasado
reciente, tanto por políticos como académicos y militantes. Desde inicios de
los años 2000 proliferaron en América Latina todo tipo de ensayos sobre otros
modos de organizar el desarrollo, incluyendo cambios en el papel del Estado, la
regulación de los mercados y las políticas públicas. Aquel ímpetu estuvo directamente
asociado con los gobiernos progresistas, y a medida que éstos languidecieron,
las expectativas con sus versiones del desarrollismo también menguaron.
La CEPAL
navegó bajo distintas tensiones y ambigüedades frente a los ensayos
desarrollistas del siglo XXI. Nunca fue una promotora entusiasta de algunas de
sus versiones, coma la bolivariana, pero contribuyó a legitimar los modos más
moderados, como el de Brasil bajo Lula da Silva. No abandonó sus propias
propuestas, como las que en los años noventa postulaban la “transformación
productiva” o la inserción en la globalización comercial. Más allá de los
énfasis, la CEPAL se mantuvo fiel al credo del crecimiento económico como motor
indispensable del desarrollo, y ponía su esperanza en ciertas regulaciones para
reducir la pobreza y la desigualdad.
Crecimiento
económico y extractivismos
Asegurada la
adhesión al crecimiento económico, se hacen concesiones que no lo pongan en
riesgo. En ello está el origen de la aceptación de los extractivismos. De ese
modo, la CEPAL llegó a apoyar el concubinato de los extractivismos con todo
tipo de planes y estrategias de desarrollo, conservador o progresista,
enfocándose en que se mejorara la gestión tecnológica (más limpios), se
aumentara el dinero recaudado (económicamente más beneficiosos), y que se
apaciguara la protesta ciudadana (menos conflictivos). Toleró los
extractivismos a pesar que ello iba en contra de la temprana prédica cepalina
que cuestionaba un desarrollo basado en exportar materias primas. Lo hizo
porque esperaba que permitiera acumular capital que de alguna manera sirviera a
cambios estructurales y a reducir la desigualdad. Como consecuencia, la CEPAL
nunca fue una voz enérgica en denunciar sus severas consecuencias negativas.
Por ello, es
tremendamente llamativo que ahora, en 2020, se reconozca que los extractivismos
concentran la riqueza, apenas tienen innovación tecnológica y son parte de ese
desarrollo que fracasó. Todo eso es lo que han dicho las organizaciones
ciudadanas, unos cuantos políticos y un puñado de académicos, desde hace más de
una década, sin ser reconocidos por la CEPAL.
Por el
contrario, la comisión contribuyó a un nacionalismo de los recursos naturales,
que sobre todo desde el discurso progresista insistía, en las exportaciones de
materias primas para asegurar el crecimiento económico, y desde allí desplegar
planes sociales. La discusión se centró, por ejemplo, en la recaudación fiscal
sobre los extractivismos y no en el tipo de desarrollo que éstos implicaban. No
se entendió que ese modo de apropiación de recursos naturales tiene impactos
locales de todo tipo, pero que además generan condiciones que impiden una
diversificación productiva.
Como ya se
adelantó, esta situación es llamativa porque esa adhesión a los extractivismos
en cierto modo contradice la prédica inicial de la CEPAL a favor de la
industrialización y la autonomía comercial. Recordemos que el mandato
fundacional de la comisión, en 1948, y luego bajo Prebisch en la década de 1950
y parte de 1960, se volcó a defender una industrialización, la revisión de los
términos de intercambio, e incluso un mercado común continental. No es que
estuvieran en contra de grandes emprendimientos mineros o petroleros, sino que
consideraban como condición de atraso que éstos sirvieran únicamente al papel
de proveedores de materias primas hacia el mercado internacional. Los
extractivismos, en cambio, debilitan las opciones para una industrialización y
a la vez imponen subordinaciones en el comercio externo, ya que deben aceptarse
todas sus reglas si se quieren seguir exportando materias primas.
Cambio
de rumbo y vuelco estructural
Con el paso
del tiempo, la CEPAL poco a poco se apartó de aquellos propósitos para atender
otras prioridades en el desarrollo. Por ejemplo, las propuestas cepalinas de la
década de 1990 de una “transformación productiva con equidad” sumó un abanico
tan enorme de metas, que varias de ellas terminaron siendo contradictorias
entre sí (2). Por ejemplo, su adhesión a la globalización entorpecía su
propuesta de industrialización, mientras que la insistencia en el crecimiento
económico hacía imposible una sustentabilidad real. El “regionalismo abierto”
de la CEPAL acentúo esos problemas (3). Las propuestas cepalinas nunca
tuvieron un contenido teórico ni un apoyo político que permitiera atacar los
obstáculos a la industrialización o a otra inserción comercial.
Más
recientemente parecería que la CEPAL se recuesta más sobre el debate global
acerca del desarrollo, como el que ejemplifica la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible o los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Sin duda, nadie
puede estar en contra de perseguir algunas de las metas en esas plataformas,
como asegurar el agua potable o el saneamiento, pero esos esquemas no suplantan
ni resuelven las especificidades latinoamericanas.
Entonces no
puede sorprender que la CEPAL tenga muchas dificultades en lidiar con la
coyuntura actual y se sienta más cómoda en el pasado reciente. Se lanzan
múltiples estudios sobre asuntos muy actuales, como el impacto de China en el
continente, pero a la vez se sigue apuntando al neoliberalismo de las décadas
de 1980 y 1990 como explicación de los problemas de hoy. Es así que cuando
Bárcena admite que América Latina perdió las opciones de industrializarse, de
promover la innovación y de reducir la brecha de desigualdad (otra confesión
demoledora), lo explica culpando al neoliberalismo, que a su vez refiere a
Milton Friedman y el Consenso de Washington.
Al hacerlo
de ese modo, es como si se olvidara que en siglo XXI la región pasó por una fase
de fenomenal crecimiento económico y en varios países se desmontaron unas
cuantas de aquellas reformas de mercado. En sus explicaciones se desvanece la
variedad de regímenes políticos que se sucedieron en el continente, cada uno
con su ensayo sobre el desarrollo, desde Néstor Kirchner en Argentina a Juan
Manuel Santos en Colombia, o desde Hugo Chávez en Venezuela a la irrupción de
la extrema derecha en Brasil. Cualquier análisis del desarrollo actual requiere
analizar estas circunstancias latinoamericanas.
Del mismo
modo, no está nada claro si realmente se entienden todas las implicancias que
tiene confesar el agotamiento del programa extractivista en particular y del
desarrollo en general. Es que Bárcena afirma que hace falta una “vuelta
estructural del modelo” para revertir ese agotamiento. Ese es otro propósito
compartible, pero la duda está en qué entienden por “estructural” y por cambio
en la CEPAL. Una reversión en las estructuras que resultan en las exportaciones
de materias primas implicaría, por un lado una desvinculación selectiva de la
globalización, y por el otro una integración regional dentro de América Latina
aunque bajo otras premisas en organizar la industrialización. Es necesaria una
postura muy distinta frente a la globalización, a los mercados globales y a su
institucionalidad, como los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio OMC. La
CEPAL nunca avanzó decididamente en ese tipo de cuestionamientos y
alternativas, y por ello no está claro cuán estructural es el cambio que
pregonan.
Los
fantasmas de Prebisch
¿Qué dirían
los fantasmas de Prebisch y sus compañeros de aquella CEPAL si escucharan que
hoy se reconoce que todas las opciones de desarrollo fracasaron? ¿Qué sentirían
al constatar que las materias primas siguen siendo los principales rubros de
exportación de América Latina? ¿Cómo reaccionarían al observar la sucesión de
planes de industrialización que no llegan a consolidarse?
Estas y otras interrogantes están vigentes porque la mirada de aquel estructuralismo inicial y los debates sobre el desarrollo de cuño prebischiano siempre criticaron la dependencia en exportar materias primas propia de los extractivismos. Una y otra vez intentaban apartarse de esa adicción.
No puede
negarse que la situación actual de América Latina es muy distinta a la de 1948,
cuando se creó la CEPAL. Por lo tanto es comprensible que las propuestas
actuales difieran de las de aquellos años. Del mismo modo, las ideas de
Prebisch de aquel tiempo, enfocadas en un “desarrollo hacia adentro”, no pueden
ser trasladadas a la actualidad como un todo, aunque muchos de sus aportes
siguen vigentes, y varios de los que fueron desechados merecerían ser
resucitados. Tampoco puede olvidarse que el mismo Prebisch actualizó sus
concepciones sobre el desarrollo, como lo hizo en 1981 en uno de sus últimos
libros, “Capitalismo Periférico” (4).
Pero lo que
sí se echa de menos son actitudes como las de Prebisch y su equipo en aquella
CEPAL, avanzando en análisis críticos y rigurosos, independientes, pero a la
vez comprometidos con América Latina, y enfocados en buscar alternativas. Decía
Prebisch en 1963:
“Es todavía muy fuerte en América Latina la propensión a importar ideologías, tan fuerte como la propensión de los centros a exportarlas”, y para ser más claro agregaba: “Ello es residuo manifiesto de los tiempos de crecimiento hacia afuera”. No rechaza el aporte desde otros ámbitos y regiones, pero insistía en que “nada nos exime de la obligación intelectual de analizar nuestros propios fenómenos y encontrar nuestra propia imagen en el empeño de transformar el orden de cosas existente” (5).
“Es todavía muy fuerte en América Latina la propensión a importar ideologías, tan fuerte como la propensión de los centros a exportarlas”, y para ser más claro agregaba: “Ello es residuo manifiesto de los tiempos de crecimiento hacia afuera”. No rechaza el aporte desde otros ámbitos y regiones, pero insistía en que “nada nos exime de la obligación intelectual de analizar nuestros propios fenómenos y encontrar nuestra propia imagen en el empeño de transformar el orden de cosas existente” (5).
Aquella
“vieja” CEPAL producía ideas novedosas como respuestas a los problemas más
agudos de su tiempo, y muchas de ellas fueron muy incisivas y por ello fueron
tan resistidas. Los gobiernos no eran indiferentes, algunos las rechazaban
otros intentaban aplicarlas cada uno a su manera. Había una visión, una
aspiración y hasta un sueño de una gran narrativa de cambio, el “empeño” en
transformar el orden actual, y es ese talante el que se fue desvaneciendo con
el paso de los años.
Es esa
postura, esa intransigencia en buscar el camino propio, la que más se necesita
hoy en día dado que se reconoce que la propia idea de desarrollo está en
crisis. No solo ha colapsado la concepción del crecimiento económico perpetuo,
sino que eso también ha arrastrado en su caída a la categoría desarrollo. La
confesión muestra que la CEPAL de alguna manera lo comprende, y que seguramente
también lo entienden muchos dentro de unos cuantos gobiernos latinoamericanos.
Es insostenible la tesis simplista de un crecimiento económico que asegura el
desarrollo, ya que casi todos los países pasaron recientemente por una fase de
expansión pero sin solucionar problemas como formalidad del empleo, equidad o
industrialización. Hoy también es evidente que la propia idea de desarrollo
está agotada. Se ha probado de todo, y el resultado final ha sido muy magro.
Este
reconocimiento sería una oportunidad notable para abordar otro tipo de
alternativas que estén ubicadas más allá del desarrollo. Pero como todos son
más o menos responsables de este agotamiento, parece ser que siguen operando
las barreras que impiden dar ese paso. Tal vez sea
necesario rescatar del olvido a los fantasmas de Prebisch para, como él decía,
“encontrar nuestro propio camino”
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Notas:
(1) América
Latina ha perdido el tren de la política industrial y la innovación, I. Fariza
entrevista a A. Bárcena, El País, 7 febrero 2020.
(2) La
transformación productiva con equidad. La tarea prioritaria del desarrollo en
América Latina y el Caribe en los años noventa. CEPAL, Santiago, 1990.
(3) El
regionalismo abierto en América Latina y el Caribe. La integración económica al
servicio de la transformación productiva con equidad. CEPAL, Santiago, 1994.
(4)
Capitalismo periférico. Crisis y transformación. R. Prebisch. México, Fondo de
Cultura Económica, 1981.
(5) Hacia
una dinámica del desarrollo latinoamericano. R. Rebisch. México, Fondo de Cultura
Económica, 1963 (2da ed., 1971), pág. 20.
Eduardo
Gudynas es analista en temas de ambiente y desarrollo en el
Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). La versión completa de este
artículo está disponible en EconomiaSur.com Twitter: @EGudynas
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