“Por tanto, por una u otra razón, es
necesario que cuando hagamos referencia al desafío de sintonizar con
la “clase media” entendamos que no hay una única clase media,
sino que son muchas las variedades al interior de ese gran grupo tan
complejo. Hay clase media que recién llega y que, además, lo
hace por muy diferentes vías; hay clase media de toda la vida; clase
media que es más alta que media; clase media que siempre está en riesgo
de dejar de serlo. Hay clase media en lo
económico que a su vez es distinta
según su capacidad económica sea en base a ingresos, herencia, consumo o
endeudamiento. Pero no todos los matices diferenciadores proceden de lo económico,
porque también hay clase media en lo cultural,
en lo simbólico,
en el poder político; y sin descuidar
tampoco el componente “país” o, a veces,
el regional. La clase media
guayaquileña tampoco es la misma que la quiteña; ni la boliviana
del El Alto a la de Santa Cruz. En definitiva, ante tanta variedad de
“clases medias”, habrá que considerar
multiplicidad de lógicas aspiracionales y sentidos comunes”.
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¿CUÁNTAS CLASES MEDIAS CABEN EN LA CLASE MEDIA?
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Alfredo Serrano Mansilla.
Página/12 domingo 9 de febrero del 2020.
Es cada
vez más común que todo lo que acontece políticamente se explique en torno a una
creciente y omnipresente categoría, la “clase media”. Este término monopoliza
la mayoría de interpretaciones posibles a la hora de justificar los
comportamientos sociológicos y políticos, y por supuesto, las preferencias
electorales. Seguramente por comodidad y simpleza, da igual lo que suceda,
porque todo tiene argumentativamente a la clase media como factor común.
En estos
últimos años se han sucedido importantes fenómenos políticos aparentemente
inesperados y novedosos en América Latina: la llegada de AMLO al
gobierno de México con una amplia mayoría, la victoria electoral de Bolsonaro
en Brasil, las protestas sociales en Chile y Colombia, también la
imposibilidad de Lenín Moreno de dar estabilidad a Ecuador, el fin de
Macri en Argentina a manos de la propuesta progresista de Alberto y
Cristina, la derrota del Frente Amplio en Uruguay, y cómo no, el golpe
de Estado en Bolivia. Todos estos hechos políticos y/o electorales
han sido explicados recurrentemente y en gran medida por un mismo grupo
económico y social, el de la clase media.
Y si
tanta capacidad explicativa tiene, lo pertinente sería comenzar por preguntarse
qué es exactamente eso de la clase media. Para ello, debemos partir de dos
premisas básicas, que de no considerarlas podríamos llegar a sesgar cualquier
interpretación posterior.
1.
La clase media no es un bloque monolítico ni homogéneo.
Según la
CEPAL, el estrato medio aumentó de 136 millones a 250 millones de personas
entre 2002 y 2017 en la región latinoamericana. Sin embargo, no
todos esos millones de personas son idénticas. No lo son en su capacidad
económica ni tampoco en su lógica aspiracional.
La
mayoría de los organismos internacionales, en las últimas décadas, ya subclasificaron
esta categoría tan amplia. A veces usan términos como el “media-baja” y
“media-alta”; o incluso aparece una nueva categoría que es esa de “casi
clase media”, bautizada por el Banco Mundial para denominar a aquellos que
están justo un poco por encima del umbral de la pobreza, pero que son
susceptibles de regresar en cualquier momento a ser pobres.
No
obstante, esta desagregación tampoco es suficiente para captar la gran
heterogeneidad existente al interior de estos 250 millones de personas que viven
de manera muy diversa en Latinoamérica. En esa categoría hay dinámicas
completamente contrapuestas. Por ejemplo, no es lo mismo aquella familia
que luego de años llega a tener niveles (de educación, trabajo, salud,
propiedad, ingresos) de clase media que otra que estuvo siempre en ese nivel.
Como diría Álvaro García Linera, no tiene nada que ver la clase media de
origen popular en Bolivia -que, según encuesta Celag es con la
que se autopercibe un tercio de la población- con aquella la clase media
tradicional (que es media no por densidad sino porque se encontraba en
medio de una clase baja multitudinaria y otra clase, alta y muy reducida).
Tampoco tendría ningún sentido equiparar la clase media recién llegada
con aquella que fue alta pero que acabó siendo clase media por múltiples
razones económicas, sociales o políticas.
Es por
ello imposible tratar por igual a un grupo tan diverso en su capacidad
económica, en sus niveles educativos, en sus hábitos culturales, y más aún si
queremos hacerlo en relación a su lógica aspiracional. Si bien es cierto que
hay un “comportamiento imitador” de aquella ciudadanía que asciende y
mejora, no es verdad que las aspiraciones sean las mismas con aquella otra
porción de la clase media que desea ser alta; o con aquella otra que tiene
tradición histórica de pertenecer a ese grupo social, con usos y costumbres
arraigados, sólidos, que hacen que la subjetividad se diferencie de los
ciudadanos que aún están en esa fase de movilidad social y siempre con una
sensación más bien de tránsito, del “querer llegar a ser”.
2.
La segunda premisa es que la clase media no puede ser un concepto importado de
otras latitudes.
No se
puede trasladar ahistóricamente la concepción de clase media europea a Ecuador,
ni la de Argentina a Bolivia, ni la mexicana a Chile.
Cualquier “epistemicidio”, como diría Boaventura De Sousa, para
sustituir una episteme externa por la propia suele hacer mucho daño en
cualquier análisis. Y con la clase media esto es lo que sucede constantemente.
Es frecuente presuponer que los comportamientos de la clase media son
similares en todas partes, como si no hubiera historia específica de cada país
y, mucho peor, como si la distribución del ingreso fuera la misma en cada
lugar. Por ejemplo, no podemos comparar de ninguna manera aquella distribución
en un país cuya clase media es multitudinaria con aquel otro en el que
su clase media es una pequeña porción entre dos “jorobas”: una gigante
conformada por la clase baja y la otra, la clase alta, muy reducida. La subjetividad
de una u otra de ningún modo podría ser la misma. Existe siempre un “relativismo”
en la construcción de la subjetividad de esa clase media basado en cómo te
observas en relación con el otro, con los de abajo y con los de arriba.
Incluso, estadísticamente, la misma clase media identificada con
indicadores “objetivos”, como el ingreso o consumo, también tiene un
componente relativista que es determinante.
Por
tanto, por una u otra razón, es necesario que cuando hagamos referencia al
desafío de sintonizar con la “clase media” entendamos que no hay
una única clase media, sino que son muchas las variedades al
interior de ese gran grupo tan complejo. Hay clase media que recién
llega y que, además, lo hace por muy diferentes vías; hay clase media de
toda la vida; clase media que es más alta que media; clase media
que siempre está en riesgo de dejar de serlo. Hay clase media en lo
económico que a su vez es distinta según su capacidad económica sea en base
a ingresos, herencia, consumo o endeudamiento. Pero no todos los matices
diferenciadores proceden de lo económico, porque también hay clase media en
lo cultural, en lo simbólico, en el poder político; y sin
descuidar tampoco el componente “país” o, a veces, el regional.
La clase media guayaquileña tampoco es la misma que la quiteña;
ni la boliviana del El Alto a la de Santa Cruz. En definitiva,
ante tanta variedad de “clases medias”, habrá que considerar multiplicidad de lógicas
aspiracionales y sentidos comunes.
Es por
ello que debemos “cuidar” el modo de querer atraerla e incorporarla al
proyecto político progresista, porque no siempre existe una única manera de
hacerlo. Se requiere mucho más bisturí que brocha gruesa. Es más,
resulta imprescindible comenzar a analizar e identificar las disputas y
tensiones que se dan al interior de este gran grupo social, porque
seguramente de ello dependerá buena parte de la sostenibilidad de una
propuesta política. Sería un gran error confundirse de objetivo, porque seguramente satisfacer a una clase media es mucho más
fácil que a todas las clases medias que caben en ella.
Alfredo
Serrano Mancilla es director de la Celag
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