CONCEPTO DE ESTADO DE BIENESTAR.
El
Estado como forma organizada de gobernar jurídico políticamente un territorio poblado, reconoció
diferentes formas de intervención, o de no intervención, en las relaciones económico sociales de los habitantes
que lo conforman.
El Estado de Bienestar como orden político sucedió
al Estado Liberal nacido en el mundo capitalista de mediados del
siglo XVIII y consolidado con la Revolución Francesa
de 1789, que suprimió las monarquías absolutas, reemplazándolas
por estados republicanos, donde se privilegió la propiedad privada
y la no intervención estatal en la economía.
Esta
falta de regulación estatal sobre las relaciones económico-sociales
provocó grandes injusticias en los sectores más desprotegidos de la
sociedad: la clase obrera que intentó reivindicar sus derechos a partir del
siglo XIX. Estos hechos, sumados a los efectos de las dos Grandes
Guerras del siglo XX y de la depresión de 1930, hicieron que
el Estado reivindicara su rol de
intervención en las relaciones privadas en pos de la equidad,
garantizando el empleo mediante subsidios
a las empresas privadas, cuidando el respeto de un salario
mínimo, vital y móvil, invirtiendo en obras públicas, y tomando a su
cargo servicios esenciales, garantizando
el goce de derechos sociales y gremiales,
etcétera.
Llegamos
así a poder conceptualizar al Estado Benefactor como aquel que toma un rol participativo en los
procesos sociales y económicos que se producen en su seno, para mitigar las injusticias, brindando a todos los sectores sociales igualdad de oportunidades y mitigando los efectos
que el capitalismo,
con su libre juego de oferta y demanda pudiera causar sobre los
desprotegidos a causa de desempleo, pobreza, vejez,
etcétera.
El
Estado Benefactor comenzó su declive a partir de 1970,
pues esta intervención condujo a crisis en las arcas
fiscales, lo que contribuyó al nacimiento del neoliberalismo.
Nos preguntamos porque entró en declive, en
crisis, en pleno centro de los tiempos de los “30 años
de gloria del capitalismo” – 1949-1989 – Tiempos de
la “Guerra Fría”. Fue el Poder Sindical y los gobiernos, Socialistas, Democráticos
de Izquierda, a la Socialdemocracia, y la consolidación del ESTADO DE BIENESTAR, juntos alcanzaron Reivindicaciones
Sociales Históricas para la Clase Obrera:
“Vigencia
irrestricta de las 8 horas de trabajo, Reconocimiento de los Sindicatos, 30
días de vacaciones pagadas por la Empresa, Descanso Dominical, Jornadas de
Trabajo de 45 horas semanales, Seguro contra el Desempleo, Seguridad Social para
los Trabajadores y Derecho a la Jubilación”.
Verdaderas
conquistas SOCIALES y el PODER SINDICAL no
aceptado “más” por la Burguesía Industrial y los nuevos retos y
desafíos que se presentaban al interior del Poder del Mercado – el Capital
Financiero (el Poder que alcanzaban los Bancos, Bolsas, Seguros,
etc.) especulativo; la Revolución Tecnológica en su propia
estructura del capitalismo, la Revolución de las Comunicaciones, del Transporte
y un conjunto de Leyes, Resoluciones, Tratados, garantizaban nuevos
escenarios, de un mundo diferente, donde el capital
financiero especulativo se mundializaba. “La Sociedad NO existía,
solo individuos de hombres y mujeres” Margaret Thatcher Primera Ministra de Inglaterra – su desprecio y
odio por el mundo y el Poder Sindical y había que acabar con el Modelo de Estado,
que no les servía a las clases dominantes -. “El Estado NO es la Solución. El Estado es el Problema”.
Presidente Reagan. Golpe mortal al CIUDADANO,
fortaleza del Estado de Bienestar. El Neoliberalismo – ya impuesto
con balas y sangre en Chile -. “Se oficializó”
en la década de los 80’ del siglo XX y en forma definitiva impuso sus
Políticas Neoliberales Globales, por los acuerdos y resoluciones del CONSENSO
DE WASHINGTON, en 1990. Golpe final, golpe político mundial al ESTADO DE BIENESTAR.
Inicio
de las Privatizaciones, la Flexibilización Social – o la
desregulación del mercado del trabajo – liquidación de los Derechos
Sociales. mundializada, reducción absoluta de las responsabilidades del Estado
– el estado mínimo – imposición del “dios mercado” y el poder de las
Corporaciones transnacionales y hegemonía mundial de la Economía de libre
mercado, etc. 40 Años de hegemonía del capitalismo salvaje o economía de
Casino, lo que verdaderamente Nos deja es una profunda, inmensa, salvaje e inhumana DESIGUALDAD Económico-Social (Múltiple )
un mundo donde se privilegió la ganancia absoluta del capital y la destrucción
total del sistema de Salud y Educación. Hoy el Capital Corporativo
Global, copo totalmente las Estructuras SOCIALES -Educación, Salud y Bienestar
Social - las mercantilizó – y su tendencia se dirigía hacia la absoluta
PRIVATIZACIÓN. La Crisis Sanitaria del COVID-19 los está “asesinando” en toda
su estructura. Un FUTURO DIFERENTE Y SUPERIOR nos espera, en estos tiempos difíciles
y de grandes decisiones, por el Derecho al Futuro que es Nuestro – con un “nuevo” ESTADO DE BIENESTAR SOCIAL – que real y obligadamente
atienda los Derechos Fundamentales del CIUDADANO. BIENVENIDOS AL FUTURO que es
Nuestro.
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CORONAVIRUS: EL ESTADO SOCIAL EL DÍA DESPUÉS.
Opinión/Más allá del neoliberalismo.
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La
crisis global provocada por el coronavirus pone en cuestión el dogma central
del capitalismo neoliberal y repone la necesidad de contar con un ESTADO FUERTE.
Ricardo Forster.
Página/12 sábado 11 de abril del 2020.
Un golpe
demoledor al sentido común vigente hasta hace unas pocas semanas. No
siempre se puede ser testigo de la implosión de una manera de estar en el
mundo, de construir lazos de dominio y sujeción fundados, supuestamente, en
una ampliación de la libertad individual. Eso es lo que está pasando
aceleradamente entre nosotros mientras el miedo global no disminuye pese
a las múltiples intervenciones de los Estados y del aparato científico
que promete alcanzar la meta anhelada de una vacuna que nos inmunice ante el covid-19.
Por esas paradojas que de vez en cuando también se producen en el interior de
la vida histórica, el mismo instrumento tan vilipendiado por la retórica
neoliberal, el Estado, se ha convertido
en el centro de cualquier posible solución al crecimiento de la pandemia.
Antes se exigía menos Estado, menos involucramiento en los
asuntos económicos y sociales; ahora se le pide que se haga cargo de la salud y que lo haga de una manera integral
rompiendo uno de los artículos de fe del capitalismo “salvaje”:
que el acceso a la salud no debiera
ser un derecho humano ni conducir a un aumento del gasto que debe ser
rigurosamente controlado para alcanzar la meca del equilibrio fiscal.
Pero hay
algo todavía más perverso en este imperativo del canon neoliberal: la creciente privatización de los servicios de salud,
unida a la monumental fuente de ganancias y regalías que constituyen los
activos de la industria farmacéutica, son un punto nodal del engranaje
del Estado diseñado por los seguidores de
Hayek y Friedman. En una sociedad donde se privilegia lo individual
y lo patrimonial, resulta contradictorio sostener sistemas de salud que se dirijan a lo común y colectivo.
En una ideología que resalta el mérito y la toma de riesgo propia del
individuo que se lanza a la aventura de realizarse a sí mismo, la salud
pública es una piedra en el zapato, una contradicción en los términos
porque premia al que carece de méritos o al que no ha hecho nada para alcanzar
el éxito, mientras que perjudica a aquellos que se han esforzado por
lograr objetivos que no vienen dados ni resultan de lo socialmente dado.
“La sociedad no existe, sólo existe el individuo”, sostuvo Margaret Thatcher acentuando,
con una síntesis envidiable, el non plus ultra del neoliberalismo. Un
mundo de individuos compitiendo entre sí, luchando a brazo partido por ser integrados
al pelotón de los triunfadores, aquellos que se pueden pagar
un buen tratamiento médico porque lograron, por mérito
propio, autoabastecerse sin tener que chupar de la teta de la seguridad
pública. En la sociedad del riesgo no puede haber lugar para
los débiles o, peor todavía, para los perdedores.
El
Covid-19, su invisibilidad devastadora, puso en cuarentena la autoconfianza
del individuo liberal en su capacidad de salvarse a sí mismo sin
ayuda del Estado, de lo público y de lo común.
Es difícil imaginar que la recomposición de una salud
pública que atienda las necesidades
del conjunto de la sociedad, y lo haga sin perseguir
ganancia alguna, no choque de frente contra todo el andamiaje forjado durante
cuatro décadas por el neoliberalismo. Algo no va más. Y en ese no ir
más se plantean las preguntas respecto del “día
después”, ese momento en el que
supuestamente habremos dejado atrás al virus –al menos una vez más, pero
a la espera de su regreso con nueva virulencia– sin por eso haber
superado las causas que favorecieron su expansión planetaria. Quiero
decir que la reconstrucción de un sistema de
salud público y de acceso universal, que suponga un derecho
inalienable y por lo tanto su gratuidad, arrastrará, inexorablemente,
al edificio entero del neoliberalismo allí donde éste no puede negociar con
su contrario absoluto.
Ese
catecismo que impregnó el sentido común en las últimas cuatro décadas se ha
convertido en letra muerta. Ya nadie lo recita. Ya nadie lo reclama. Ya
nadie busca imponerlo, aunque sigan persistiendo los nostálgicos de la libertad
absoluta, de la meritocracia y del sálvese quien pueda. Ni siquiera
el americanismo más radicalmente libertario ni la ampulosa
autosuficiencia de un Trump cada vez más caricatura de sí
mismo, hoy pueden sostener argumentos que se los ha llevado el viento
huracanado causado por un “bichito” invisible. Décadas de industria cultural
y comunicacional, de publicidad subliminal atravesando todo tipo de
fronteras reales e imaginarias, han mostrado, de la noche a la mañana, que las
certezas y las creencias dominantes han saltado en mil pedazos. Vuelve el Estado. Pero… ¿qué Estado y para qué? ¿Apenas
para amortiguar el espanto y las consecuencias catastróficas de la pandemia?
¿Es posible que después del largo calvario todo siga igual? ¿Resisten las sociedades
una nueva repetición como en la crisis del 2008?
Me
apresuro a señalar que tengo mis serias dudas de que, en esta ocasión, haya
una habilitación social como la que les permitió a los gobernantes
neoliberales rescatar a los bancos con fondos públicos
devolviéndoles todas sus supuestas pérdidas a la vez que se profundizaron todas
las causas de la crisis de aquel entonces. Quisiera creer que la pandemia,
la ominosa sombra que recorre la aldea global, nos está llevando a
límites nunca antes vividos, al menos no de este modo y en las
condiciones de una sociedad como la nuestra. ¿Alguien puede pensar que la
rueda de la fortuna del capitalismo especulativo volverá a echarse a rodar sin
que nada la detenga?
Algo conmovedor nos está aconteciendo hasta el
punto, eso esperamos, de abrirnos hacia otras dimensiones de la vida social
sabiendo, como crudamente se va mostrando en medio de la pandemia, que siempre
los más débiles (los pobres, las mujeres, las minorías,
los pueblos originarios, los discapacitados/as, los ancianos abandonados por
sus hijos en geriátricos convertidos en morideros, los indocumentados/as
migrantes, los trabajadores/as informales, los parias del mundo) son
los que más expuestos están, los que más sufren y los que menos reciben.
Hoy
sencillamente se ha vuelto intolerable el abandono de los débiles como
consecuencia de un Estado jibarizado por el
mercado y sus intereses. Y se vuelve visible e intolerable porque también las
clases medias han comprendido que el vaciamiento de lo público, la mercantilización
de la salud y la banalización de la seguridad social son los flancos débiles por los que
entra con toda libertad el virus matando sin discriminación alguna. ¿Un
antes y un después?
Álvaro
García Linera, en una reciente conferencia,
hace una aguda descripción del derrumbe material y simbólico de la
globalización neoliberal. Señala que ha fracasado en todos los órdenes y
que, suceda lo que suceda, el día después ya no nos encontrará regresando al
modelo estatal puesto a disposición de la circulación libre de los
capitales especulativos.
“Cuánto
durará este retorno al Estado –se pregunta García
Linera–, es difícil saberlo. Lo que sí está claro es que,
por un largo tiempo ni las plataformas globales, ni los medios de comunicación,
ni los mercados financieros ni los dueños de las grandes
corporaciones tienen la capacidad de articular asociatividad y compromiso
moral similar a los Estados. Que esto signifique un regreso a idénticas
formas de Estado de bienestar o desarrollista de décadas atrás no es
posible porque existen unas interdependencias técnico económicas que
ya no pueden dar marcha atrás para erigir sociedades autocentradas en el
mercado interno y el asalariamiento regular. Pero, sin Estado social preocupado
por el cuidado de las condiciones de vida de las poblaciones, seguiremos
condenados a repetir estos descalabros globales que agrietan brutalmente a
las sociedades y las dejan al borde del precipicio histórico.”
Este es
uno de los polos de su reflexión y de las perspectivas para el día después. La ilusión
de regresar al Estado de bienestar como se manifestó en las décadas siguientes a la
segunda posguerra chocan de frente con los cambios estructurales y
tecnológicos que se vienen desplegando en los últimos tiempos, cambios
que han reconfigurado gran parte de las prácticas sociales, económicas
y culturales. Resulta ingenuo suponer que se trata de reconstruir el
funcionamiento sin más del Estado social sin tomar en cuenta el estadio
actual de la valorización capitalista y de las profundas mutaciones que
han disparado la agudización de la virtualidad y de la digitalización.
La lógica del capitalismo es antagónica a cualquier embridamiento
–aunque haya tenido que aceptarlo en algún momento de su travesía histórica
cuando no tuvo otra alternativa–, su naturaleza, para llamarla de este modo,
lo impulsa a la busca constante de la maximización de la ganancia junto con la
expansión ilimitada de la apropiación de recursos que sigan garantizando su
rentabilidad. La astucia del capital ha
sido, en otras etapas de su historia, asimilar a sus críticos, volver en
insumos propios las formulaciones contrarias, y atravesar las crisis
desde un lugar de fortalecimiento, aunque haya tenido que pactar en
algunos momentos.
El
Estado de bienestar fue el resultado de ese pacto que forzó al capital
a aceptar límites y a otorgarles a los trabajadores
una parte antes inimaginable de la distribución de la renta junto con la
construcción de esa extraña arquitectura que fue el Estado social. García Linera no ve un escenario equivalente, pero no por la
incertidumbre generada por la incapacidad de la globalización de hacerse
cargo de las demandas surgidas con el Covid-19 y su transformación en
pandemia, sino por problemas estructurales del propio sistema de la economía-mundo. ¿Cómo compatibilizar el
núcleo esencialmente egoísta del capital con la trama de solidaridad que supone el acceso gratuito y
universal a la salud? ¿Cómo desandar el camino que llevó a la sociedad a su
fragmentación y a la de socialización sin desarmar, a su vez, todo el engranaje
que lo hizo posible?
El virus,
a su paso, deja desnudo al sistema. Pero eso no significa que esté
muerto. Seremos testigos de su esfuerzo denodado por mantener el
statu quo, por intentar salir más poderoso de esta crisis como ya lo hizo
en otras ocasiones. El capitalismo se alimenta y se expande
aprovechando las crisis que genera. Veremos hasta dónde nos lleva el Covid-19, qué murallas rompe
y qué posibilidades abre para ir más allá de la globalización.
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