"En África, es
realmente urgente descubrir el modo de contener la difusión del virus sin
imitar al detalle el modelo empleado en el mundo rico. La imposición del
confinamiento y el inminente desastre del contagio generalizado ya ha provocado
una situación extrema en la India y en algunos países del sudeste asiático, lo
que hace pensar en que las perspectivas para África pueden ser aún peores.
"En
África las familias pueden agrupar hasta una docena de individuos. Las viviendas
están abarrotadas, particularmente en los suburbios de las ciudades. Los
contactos entre generaciones son integrales y frecuentes. El acceso al agua y
jabón supone, en el mejor de los casos, todo un desafío, las cadenas de
suministro son inconsistentes y muchas personas carecen de cuenta bancaria.
Pero, además, una gran proporción de la economía es informal y muchos africanos
ganan cada día el dinero necesario para la cena que prepararán a sus familias. Por
importante que sea el distanciamiento social, es inimaginable pensar que los
africanos puedan pasar a hacer su trabajo mediante sesiones remotas por Zoom y
agotar sus ahorros inexistentes para acumular comida y suministros básicos para
varias semanas. Imitar
el confinamiento al estilo europeo exigirá indefectiblemente el uso liberal de
la fuerza. Ya circulan en África numerosos videos por las redes sociales que
muestran cómo la policía obliga a seguir el toque de queda, en ocasiones con
una violencia desproporcionada, desde Dakar a Kinshasa o a Nairobi".
"Al
mismo tiempo que Kinshasa intenta hacer cumplir este confinamiento al estilo
europeo, IDinsight, una organización sin ánimo de lucro dedicada a combatir la
pobreza presentaba un informe sobre cómo organizar un confinamiento adaptado a
los países de renta baja. En él se recomienda a prácticamente todos los
gobiernos del continente la puesta en marcha de medidas como el cierre de
fronteras y la prohibición de grandes concentraciones religiosas,
deportivas o sociales, al tiempo que se reconoce que el distanciamiento
social no es una medida adecuada para todo el mundo y que el intento de imponer
un confinamiento absoluto fracasara o causará daños".
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Foto: El colectivo senegalés
de grafitis RBS Crew pinta murales informativos sobre cómo detener la expansión
del coronavirus. Dakar, Senegal, 25 de marzo de 2020 (Sylvain Cherkaui, AP)
***
MIL MILLONES DE AFRICANOS EN RIESGO POR
EL CORONAVIRUS.
El confinamiento al estilo europeo, no
funcionará.
*****
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Por Tal Harris. |2/04/2020| Rebelión.
El
distanciamiento social y el confinamiento destinados a frenar la epidemia de
coronavirus no pueden imitarse según el modelo europeo e imponerse a
poblaciones que viven al día, en hogares abarrotados, con poco agua y jabón, ni
hacerse cumplir mediante la violencia ejercida por el Estado. Es preciso
encontrar un modelo diferente
El
confinamiento, el encierro o la cuarentena –algunas de las maneras de describir
medidas sociales y económicas para aislar a unos seres humanos de otros– tienen
una larga historia. Han servido para abordar una amplia gama de asuntos, desde
la lepra a la locura, pasando por todo tipo de comportamientos antisociales.
Según
Foucault, el confinamiento es una herramienta de la que se sirve el Estado para
definir la desviación y la conformidad. Aunque pueda parecer una medida
punitiva, el confinamiento raras veces se presenta como tal y, a lo largo de la
historia, se le ha enmarcado principalmente en términos morales y, solo posteriormente,
como respuesta a problemas médicos.
El
siglo XVII fue testigo de la proliferación de “casas de confinamiento” en
Europa. En Paris se encerraba a los delincuentes junto con los pobres, los
desempleados y los enfermos mentales –aunque, curiosamente, estas casas de
confinamiento carecían de certificación médica y no proporcionaban servicios
clínicos. En su apogeo, la multitud heterogénea que albergaban estas
instituciones equivalía al 1 por ciento de la población total de París.
Hoy
el ciento por ciento de París está en cuarentena, al igual que países enteros
en todo el mundo. Las personas solo pueden salir del propio domicilio con una
nota especial y bajo circunstancias específicas. En caso contrario están
expuestas a multas. A diferencia de la explicación del confinamiento de
Foucault, el nuevo confinamiento define lo normal en vez de lo anormal. El encierro es lo
opuesto a otra justificación de la antigua cuarentena: en lugar de separar a
aquellos incapaces de seguir la ética protestante del trabajo y mantener la
fortaleza del capitalismo, en el colapso económico provocado por el covid-19 no
hay ganadores.
Burundeses repatriados se
lavan las manos como medida de prevención contra el covid-19 a su llegada a la
frontera de la República Democrática del Congo, 18 de marzo de 2020 (AFP).
***
Los
estados autoritarios e incluso las iglesias tienen la potestad de declarar el
confinamiento forzado. Pero cuando el que impone dicha medida es un virus
externo, las personas están menos preparadas para ello y son más vulnerables:
la gama de penalidades oscila entre las pequeñas molestias relacionadas con la
banda ancha de Netflix y los graves problemas causados por el paro y la
depresión severa. Cuando muchos países inician una nueva semana de movimientos
restringidos, una búsqueda en Google de “qué hacer durante el confinamiento”
(“what to do under lockdown”) produce 370 millones de resultados. La angustia
de la gente es evidente.
Pero a pesar de la ansiedad que provoca vérselas con la peor pandemia desde la gripe española, vale la pena recordar que la distancia social es un lujo que muchos no pueden permitirse. El pasado fin de semana en Kinshasa, los 14 millones de personas de la capital del Congo respondieron a la exigencia del Estado de quedarse en casa con aglomeraciones y colas por todas partes, en bancos, mercados y negocios, ante lo cual el gobierno de turno respondió con las fuerzas policiales y militares.
Pero
los habitantes de Kinshasa que inundaron mercados y bancos al enterarse del
próximo confinamiento no estaban siendo “indisciplinados” o “indiferentes” ante
el riesgo de la pandemia. Todo lo contrario.
Con
el recuerdo aún fresco del ébola y el sarampión, el congolés medio puede contar
mucho más sobre una epidemia que el italiano, israelí o estadounidense medio.
Y, a diferencia de muchos europeos que atribuyen una cierta omnipotencia al
sistema de salud, los africanos son conscientes del frágil estado de los
servicios públicos de sus países, algunos de los cuales apenas poseen una
docena de camas de UCI, o poco más.
El
distanciamiento social (evitar las grandes concentraciones de personas y
mantenerse a unos dos metros de distancia) cobra especial importancia en países
cuyas instalaciones médicas se verían inmediatamente desbordadas. Sin embargo,
por muy difícil que pueda resultar psicológica o económicamente, el tipo de
confinamiento practicado en países de renta alta o media, sencillamente no es
práctico en países de baja renta.
Y
eso no solo incluye a países como la República Democrática del Congo. Los
dirigentes de economías más sólidas como Sudáfrica, Kenia, Senegal, o de los
Territorios Palestinos deben tener en cuenta que el distanciamiento social tal
como se aplica en las provincias más ricas de China, en EE.UU., Francia,
España, Alemania o Israel no es adecuado para sus ciudadanos.
Una mujer lleva una
mascarilla protectora a causa de la epidemia de coronavirus mientras espera el
cambio en un mercado de Dakar, Senegal, el 18 de marzo de 2020 (Zohra
Bensemra/Reuters).
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Es
realmente urgente descubrir el modo de contener la difusión del virus sin
imitar al detalle el modelo empleado en el mundo rico. La imposición del
confinamiento y el inminente desastre del contagio generalizado ya ha provocado
una situación extrema en la India y en algunos países del sudeste asiático, lo
que hace pensar en que las perspectivas para África pueden ser aún peores.
En
África las familias pueden agrupar hasta una docena de individuos. Las viviendas
están abarrotadas, particularmente en los suburbios de las ciudades. Los
contactos entre generaciones son integrales y frecuentes. El acceso al agua y
jabón supone, en el mejor de los casos, todo un desafío, las cadenas de
suministro son inconsistentes y muchas personas carecen de cuenta bancaria.
Pero, además, una gran proporción de la economía es informal y muchos africanos
ganan cada día el dinero necesario para la cena que prepararán a sus familias.
Por
importante que sea el distanciamiento social, es inimaginable pensar que los
africanos puedan pasar a hacer su trabajo mediante sesiones remotas por Zoom y
agotar sus ahorros inexistentes para acumular comida y suministros básicos para
varias semanas.
Imitar
el confinamiento al estilo europeo exigirá indefectiblemente el uso liberal de
la fuerza. Ya circulan en África numerosos videos por las redes sociales que
muestran cómo la policía obliga a seguir el toque de queda, en ocasiones con
una violencia desproporcionada, desde Dakar a Kinshasa o a Nairobi.
Al
mismo tiempo que Kinshasa intenta hacer cumplir este confinamiento al estilo
europeo, IDinsight, una organización sin ánimo de lucro dedicada a combatir la
pobreza presentaba un informe sobre cómo organizar un confinamiento adaptado a
los países de renta baja. En él se recomienda a prácticamente todos los
gobiernos del continente la puesta en marcha de medidas como el cierre de
fronteras y la prohibición de grandes concentraciones religiosas,
deportivas o sociales, al tiempo que se reconoce que el distanciamiento
social no es una medida adecuada para todo el mundo y que el intento de imponer
un confinamiento absoluto fracasara o causará daños.
Aquellos
servicios considerados “esenciales” variarán de uno a otro país. Los gobiernos
deben reconocer este hecho y centrar los recursos en ofrecer herramientas
prácticas a los negocios semiformales e informales para poner en marcha el
distanciamiento social. Donde no hay agua corriente, será esencial disponer de
cubos con tapa, jabón y cloro para el lavado de manos.
Además,
es preciso tener en cuenta que las medidas que pueden aplicarse sin apenas
repercusiones en un país pueden tener un efecto devastador en otro. El cierre
de escuelas en ciertos países de renta baja provocará más horas de
contacto entre los niños infectados y los adultos con quienes comparten espacio
vital. También puede provocar malnutrición en poco tiempo, si la dieta de los
niños depende de la comida que reciben en la escuela.
Escolares asisten a una
clase sobre prevención del coronavirus en la aldea Haliouri, próxima a Matal,
Senegal. 6 de marzo de 2020 (Sylvain Cherkaoui/Reuters).
***
Otro
de los posibles riesgos es que los autócratas utilicen la crisis del
coronavirus como carta blanca para cancelar o posponer elecciones, o reduzcan
aún más el derecho a la protesta política –aunque, como se ha visto
recientemente en Hungría, este tipo de abuso autoritario no se limita a los
países de renta baja.
Los
toques de queda y el aislamiento que están sufriendo muchos países de renta
alta son territorio desconocido para nuestras economías y nuestra sociedad. El
remedio que prometen podría ser peor que la enfermedad que pretenden curar, aun
a riesgo de parafrasear a Donald Trump.
En
todo caso, el confinamiento es un privilegio. Al mismo tiempo que luchamos con
esta crisis y nos aseguramos de que nuestros gobiernos no la aprovechen para
reducir sus responsabilidades democráticas, tenemos que ofrecer nuestra ayuda a
quienes tienen menos. Al vernos obligados a hacer frente a una pandemia global,
nunca ha habido mejor momento para compartir recursos y demostrar solidaridad
global.
Dicho
apoyo no se justifica exclusivamente por nuestros valores, sino también por
nuestros intereses: si los países de renta elevada no quieren verse obligados a mantener un confinamiento eterno, no pueden
permitirse ignorar la pandemia que amenaza también a más de mil millones de
africanos.
TAL
HARRIS es el Coordinador Internacional de Comunicaciones de Greenpeace África y
reside en Dakar desde 2018.
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