SANDERS: FIN DE UNA ESPERANZA
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Por Editorial La Jornada
| 11/04/2020 | EE.UU.
Lo
más preocupante del panorama abierto con la renuncia del senador Sanders es
que se refuerza la aparente imposibilidad de trascender una vida política
asfixiada por los grupos de interés que controlan a ambos partidos, pero en
particular al Demócrata.
El senador estadunidense Bernie
Sanders anunció ayer que abandona la carrera por la nominación
presidencial demócrata debido a que ya resulta imposible
remontar la ventaja de su contrincante, el ex vicepresidente Joe Biden. En su mensaje, el autodefinido socialista democrático dio
su respaldo a Biden de cara a la campaña que lo enfrentará al presidente
Donald Trump rumbo a las elecciones del próximo noviembre, al tiempo que
enfatizó el papel de su movimiento en la transformación de la conciencia
política de su país y el posicionamiento de una agenda progresista.
En efecto, la desmovilización y la
desarticulación ciudadanas generadas por la emergencia sanitaria de la
enfermedad Covid-19 hacen virtualmente imposible que Sanders libre el cerco tendido por la cúpula del
Partido Demócrata para descarrilar su candidatura por segunda
ocasión: es sabido que, a diferencia de su contrincante, la fuerza del
legislador por Vermont reside en el entusiasmo de millones de
simpatizantes y no en un puñado de poderosos donantes corporativos.
Con la defección de Sanders,
la batalla por la Casa Blanca redita el escenario desarrollado hace cuatro
años, cuando Trump se impuso a la ex primera dama, exsenadora y
exsecretaria de Estado Hillary Clinton. Es decir, se repite la
contienda entre un proyecto neoliberal clásico, moderado en lo
verbal, y con algunos gestos progresistas
en aquellos temas que no tocan de manera directa a los intereses de los grandes
capitales, encarnado esta vez por el ex vicepresidente; y el posneoliberalismo de extrema derecha,
oscurantista, hostil a los derechos de las minorías, racista, misógino,
chovinista y xenófobo que enarbola el mandatario actual.
Lo más preocupante del panorama abierto con la renuncia
del senador independiente es que se refuerza la aparente
imposibilidad de trascender una vida política asfixiada por los grupos de
interés que controlan a ambos partidos, pero en particular al Demócrata.
En este contexto, no sólo vuelven a quedar evidenciadas las falencias del
bipartidismo estadunidense, sino que se corre el riesgo de que una generación de jóvenes, la que hasta ayer veía en Sanders la única salida política para la
crisis estructural de las instituciones de su país, se vea
orillada a la desesperanza, el desencanto o, peor, al cinismo.
En suma, la contienda presidencial de la superpotencia
habrá de definirse entre dos aspirantes, Donald Trump y Joe Biden.
Cualquiera que sea su resultado, sólo puede augurarse que habrá de marcar
otros cuatro años malos para la mayoría de los
estadunidenses y acaso peores para el resto del planeta.
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EE.UU. ESTÁ DOMINADO POR UNA IDEOLOGÍA CONTRARIA A LO PÚBLICO QUE NOS
HA DEJADO POCO PREPARADOS PARA ESTA CRISIS.
¿Suspenderemos la Economía en tiempo de
pandemia?
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Paul Krugman.
El País viernes 10 de abril del 2020.
Hace solo un mes, Donald Trump seguía insistiendo
en que la Covid-19 era una cuestión de poca
importancia, en comparación con la “gripe común”. Y restaba importancia a las preocupaciones
económicas; al fin y al cabo, durante la temporada de gripe, “nada se cierra,
la vida y la economía siguen adelante”.
Pero las pandemias atacan con rapidez. Desde que
Trump desestimó alegremente el problema, unos 15 millones de
estadounidenses han perdido su puesto de trabajo; la implosión
económica se está produciendo a tal velocidad que es imposible mantener
actualizadas las estadísticas oficiales.
En nuestra anterior crisis financiera, la economía cayó en torno a un 6% respecto
a su tendencia a largo plazo,
y la tasa de desempleo aumentó en cerca de cinco puntos porcentuales. Calculo
que lo que se perfila ahora es una caída entre tres y cinco veces mayor.
Se trata de una caída fuera de lo normal no solo
desde el punto de vista cuantitativo, sino también desde el cualitativo, porque
es distinta a todo lo que hemos visto antes. Las recesiones normales se
producen cuando las personas deciden recortar el gasto, con la consecuencia
involuntaria de destruir empleo. Hasta el momento, esta recesión refleja
principalmente el cierre deliberado y necesario de actividades que aumentan la
tasa de infección.
Como ya he dicho, es el equivalente económico a un
coma inducido médicamente, en el que se paralizan temporalmente algunas
funciones cerebrales para dar al paciente la oportunidad de curarse.
Aunque es imposible evitar una recesión profunda,
unas políticas acertadas podrían, no obstante, contribuir en gran medida a
reducir considerablemente las dificultades que experimentarán los
estadounidenses. El problema es que el panorama político del país está dominado
desde hace tiempo por una ideología contraria a lo público que nos ha dejado
poco preparados, intelectual e institucionalmente, para esta crisis.
¿Qué deberíamos estar haciendo? Ya existe una
cierta unanimidad entre los economistas serios acerca de cuál sería la
respuesta política adecuada para una pandemia. Partimos de la base de que esta
no es una recesión convencional, que exige un estímulo económico amplio. La
misión inmediata, más allá de un esfuerzo a gran escala para contener la
pandemia en sí, debería ser más bien ser una ayuda en casos de desastre:
subvenciones generosas para quienes han sufrido una pérdida repentina de
ingresos debido al cierre de emergencia de la economía.
Es verdad que podríamos sufrir una segunda ronda de
pérdida de empleo si las víctimas del cierre de emergencia recortan el gasto en
otros bienes y servicios. Pero una ayuda adecuada para compensar la catástrofe
abordaría también este problema, ayudando a sostener la demanda.
De modo que todo es cuestión de ayudar a las
víctimas económicas del cierre por coronavirus. ¿Qué tal lo estamos haciendo?
La buena noticia es que, gracias a la presión
demócrata, la Ley CARES, que fue aprobada menos de tres semanas después de que
Trump rechazase la idea de que la Covid-19 pudiera suponer un problema
económico, y que establece ayudas por más de 2 billones de dólares, no consiste
en un estímulo, sino que se centra principalmente en las cosas en las que se
tiene que centrar. Las disposiciones fundamentales de esta ley son las ayudas a
los hospitales, a los desempleados, y a las pequeñas empresas que mantienen sus
plantillas de trabajadores; son exactamente el tipo de cosas que deberíamos
estar haciendo.
Lo que resulta especialmente curioso es que se
hayan promulgado leyes en su mayor parte sensatas, a pesar de las tonterías que
decía el presidente, quien proponía –cómo no– rebajas de impuestos como
solución para los problemas de la economía. De hecho, no se me ocurre ningún
otro ejemplo reciente en el que los republicanos hayan aprobado una importante
legislación fiscal con el objetivo principal de aumentar el gasto para
beneficiar a los necesitados, sin ninguna rebaja de impuestos para los ricos.
La mala noticia se presenta en dos
partes.
En primer lugar, la ley se queda muy corta respecto
a lo que se necesita en un aspecto crucial: la ayuda a las administraciones
públicas estatales, que están en la primera línea de la batalla contra la
pandemia. A diferencia de la administración federal, los estados tienen que
equilibrar sus presupuestos cada año. Ahora afrontan un aumento repentino del
gasto y enormes pérdidas de ingresos; a no ser que reciban mucha más ayuda, se
verán obligados a recortar drásticamente el gasto, lo que debilitará
directamente los servicios esenciales y acelerará indirectamente la recesión
general.
Y no está claro cuándo se solucionará esa laguna, o
si se solucionará siquiera. Los republicanos del Senado se muestran reacios a
aprobar otro paquete de rescate; supuestamente, las autoridades de la Casa
Blanca siguen hablando de rebajar impuestos.
En segundo lugar, décadas de hostilidad a la
administración pública nos han dejado en muy mala posición para proporcionar
siquiera la ayuda que el Congreso ha aprobado. Las oficinas de empleo de los
estados llevan años privadas de fondos, y los estados republicanos han
dificultado deliberadamente la solicitud de prestaciones. De modo que el
repentino aumento del paro está sobrepasando al sistema de prestaciones; puede
que el Congreso haya votado a favor de las ayudas para paliar la catástrofe,
pero el dinero no circula.
El programa de préstamos a pequeñas empresas ha
tenido también, a decir de todos, un comienzo caótico. ¿Y qué hay de esos
cheques de 1.200 dólares que supuestamente va a recibir todo el mundo? A muchos
estadounidenses tardarán en llegarles semanas o meses.
No tiene por qué ser así. Canadá ya ha creado un
portal de Internet y un sistema telefónico especiales para conceder
prestaciones por desempleo urgentes. Los alemanes están agradablemente
sorprendidos por la rapidez con la que fluye la ayuda a los trabajadores
autónomos y a las pequeñas empresas.
Pero décadas de ataques conservadores a la idea de
que la administración pública pueda hacer algo bien han dejado a Estados Unidos
con un caso único de impotencia aprendida. Y a esto se le suma una completa
falta de liderazgo en la cima.
Sabemos qué deberíamos estar haciendo en materia de
política económica, y el Congreso ha aprobado una ley de socorro que, a pesar
de los fallos, es mejor de lo que yo me esperaba. Pero
ahora mismo, tiene pinta de que nuestra respuesta a la emergencia económica va
a quedarse muy corta.
Traducción de News Clips.
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