“Se avecinan
convulsiones sociales y políticas. El
carácter clasista de la pandemia queda al desnudo. Al virus no le importa la
clase, etnicidad o nacionalidad de sus portadores humanos, pero son
los pobres, los marginados, y las clases trabajadoras los que no gozan
de las condiciones para protegerse del contagio ni pueden asegurar la atención
médica en caso de contaminación. Millones podrán morir, no
tanto por la infección viral sino por la falta de acceso a los
servicios y recursos de suporte vital. La CCT
intentará aprovechar del desempleo y miseración masivos para reforzar su
poder de clase mediante mayor disciplina y austeridad, a medida que pase lo
peor de la pandemia y la economía global se hunde en depresión. Las
clases dominantes utilizarán la pandemia como cortina de humo para consolidar
un estado policiaco global. En fin, la
crisis capitalista desatada por el Coronavirus será más mortal para
los trabajadores empobrecidos que el mismo virus”.
“Aun cuando se mantengan el gasto deficitario y el
estímulo Keynesiano, mientras
dure una depresión económica,
la experiencia de 2008 nos muestra que
los gobiernos recuperaron los costos de los rescates mediante una mayor austeridad, en tanto los bancos y las
corporaciones utilizaron los fondos de dichos rescates para recomprar
acciones y emprender una nueva ronda de actividades depredadoras. La
estrategia de la CCT parece ser una repetición
de 2008, ahora en una escala mucho mayor, dirigida a inyectar masivas
cantidades de dinero al sistema bancario privado. Los bancos,
a cambio, no están bajo ninguna obligación a utilizar dicho dinero para
reinvertir en la economía real o para algún bien social. A raíz
del colapso financiero de 2008 los bancos
simplemente convirtieron los miles de millones que recibieron en
concepto de rescates en especulación en el casino
financiero global y para apropiarse de más activos y recursos alrededor del
mundo.
“Al lado de la movilización de las fuerzas ultraderechistas
y neofascistas,
sectores populares y las clases trabajadoras también se han movilizado. La única salida a
la crisis del capitalismo global, aunque no sea posible tumbar el sistema,
será revertir las cada vez mayores desigualdades
mediante una redistribución de la riqueza y el poder hacia abajo.
La lucha para dicha redistribución ya ha comenzado en medio de la pandemia.
En Estados Unidos, al igual que en otros países, los trabajadores
han emprendido una ola de huelgas y protestas para exigir condiciones de seguridad, en tanto
los inquilinos hacen llamados a huelgas de alquileres. Los
militantes del movimiento a favor de justicia para los inmigrantes
han rodeado los centros de detención, demandando la liberación de los
detenidos; los trabajadores automotrices han salido en huelgas
salvajes para obligar a las plantas a cerrar; los desamparados han ocupado casas
deshabitadas; y los trabajadores sanitarios han emprendido protestas ruidosas exigiendo los equipos que
necesitaban para realizar su trabajo en condiciones de seguridad.”
/////
CRISIS CAPITALISTA MÁS MORTAL QUE EL
CORONAVIRUS.
Estados Unidos. Fuerzas de choque de la
ultraderecha cumplen las órdenes del capital.
*****
William I. Robinson.
América Latina en Movimiento.
ALAI lunes 27 de abril del 2020.
El
confinamiento a casa decretado en Estados Unidos y en muchos países del mundo
para enfrentar la pandemia de COVID-19 ha paralizado la economía capitalista y
por tanto ha demolido el proceso de la acumulación de capital.
Que esta parálisis económica arroja decenas de millones de trabajadores en una
crisis de sobrevivencia es totalmente fortuito a la preocupación de la clase
capitalista transnacional (CCT) de reanudar de inmediato la maquinaria lucrativa, ya
que el capital no puede permanecer ocioso sin dejar de ser capital. El
impulso para reavivar la acumulación explica la ocurrencia en numerosas
ciudades norteamericanos de manifestaciones públicas de la ultraderecha
para exigir el levantamiento de la cuarentena, al igual que los sectores
más reaccionarios del capital promovieron el Tea
Party a raíz del colapso financiero de 2008, movimiento que a su vez se
movilizó en apoyo al Trumpismo.
Si bien las protestas
aparecen como espontáneas, de hecho, han sido organizadas por las agrupaciones
conservadoras estadounidenses, entre ellas, la Fundación
Heritage, FreedomWorks (Obras de Libertad), y el Consejo Americano de
Intercambio Legislativo (conocido como ALEC por su sigla en inglés), que
reúne a los directores ejecutivos de las grandes corporaciones junto con los
legisladores derechistas locales a lo largo de Estados Unidos. El
mismo presidente Trump enardeció a los manifestantes mediante una serie de
tweets, entre ellos, uno que declaró “LIBERAR a VIRGINIA, y proteger su gran
Segunda Enmienda, que está bajo asedio.” El llamado a defender dicha
enmienda de la Constitución norteamericana, que garantiza el derecho a portar
armas, prácticamente constituyó un llamado a insurrección armada. En el estado
de Michigan, seguidores armados de Trump bloquearon el tráfico para
impedir el paso a los socorristas. Días atrás, Trump adujo tener poder
“total” – la clásica definición de totalitarismo – para levantar la cuarentena.
A pesar de su
retórica populista, el Trumpismo ha servido bien los intereses de la CCT en implementar un programa
de neoliberalismo en esteroides que va desde la reforma impositiva regresiva y
la amplia desregulación y privatización, hasta una expansión de los subsidios
al capital, recortes al gasto social, y represión sindical. Trump
– él mismo un miembro de la CCT – retomó
donde dejó el Tea Party a raíz del colapso financiero de 2008, forjando una
base social entre aquellos sectores de la clase obrera mayoritariamente
blancos que gozaron anteriormente de ciertos privilegios, tales como empleo
estable y bien remunerado, que en años recientes han experimentado una
aguda desestabilización socioeconómica y movilidad descendente frente a la
globalización capitalista. Al igual que el Tea
Party que le precedió, Trump ha sabido desviar la cada vez mayor
ansiedad social que sienten estos sectores, desde una crítica radical al
sistema capitalista hacia una movilización racista y jingoísta contra los
chivos expiatorios tales como los inmigrantes. Estas tácticas
Trumpistas han convertido a dichos sectores en fuerzas de choque para la agenda
capitalista ultraderechista, llevándolos al borde de un proyecto verdaderamente
fascista.
La cada vez mayor
crisis del capitalismo global ha acarreado una rápida polarización política en
la sociedad global entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas
y neofascistas que han logrado adeptos en muchos países alrededor del
mundo. Ambas fuerzas recurren a la misma base social de los millones que
han sido devastados por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el
empleo precario y relegación a las filas de la humanidad superflua. El
nivel de polarización social global y desigualdad
es ahora sin precedente. El uno por ciento más rico de la humanidad
controla más de la mitad de la riqueza del planeta mientras el 80% más
bajo tiene que conformarse con apenas el 4.5% de esa riqueza.
Mientras se extiende el descontento popular contra esta desigualdad, la
movilización ultraderechista y neofascista juega un papel crítico en el
esfuerzo por parte de los grupos dominantes de canalizar dicho descontento
hacia el apoyo a la agenda de la CCT, la
misma disfrazada en una retórica populista.
Es en este contexto
que los grupos conservadores en Estados Unidos se han empeñado en organizar una
respuesta ultraderechista a la emergencia sanitaria y la crisis
económica, abarcando una mayor dosis de subterfugio ideológico y también
una renovada movilización de sus fuerzas de choque que ahora exigen el
levantamiento del orden de confinamiento. La
movilización de masa desde abajo bien podría exigir que el Estado proporcione socorro en gran escala
para los millones de trabajadores y familias pobres en lugar de insistir
en la inmediata reapertura de la economía. Pero la CCT y sus agentes políticos buscan a toda costa
evitar que las masas demanden un Estado de bienestar
social como respuesta a la
crisis. Es por eso que promueven la revuelta reaccionaria contra el confinamiento,
avivada por Trump y la ultraderecha.
Independientemente de
las diferencias políticas en el seno de sus filas, la CCT
se ha empeñado en trasladar la carga de la crisis y el
sacrificio que impone la pandemia a las clases trabajadoras y populares.
Para este fin, ha podido contar con el poder del estado capitalista. Los
gobiernos alrededor del mundo han aprobado nuevos rescates masivos para el
capital mientras se escurren de esta piñata unas migajas para las
clases trabajadoras. El gobierno estadounidense inyectó una cantidad
inicial de $1.5 billones a los bancos de Wall Street en tanto la Casa
Blanca prometió que su respuesta a la pandemia “estaría plenamente
centrada en liberar el poder del sector privado,” queriendo decir que
la ganancia capitalista va primero y la misma impulsaría la respuesta a
la emergencia sanitaria. Acto seguido, aprobó un paquete de
estímulo de $2.2 billones cuyo componente más grande fue rescates
a las corporaciones. En Europa, los gobiernos miembros de
la UE aprobaron paquetes fiscales similares, al igual que hizo la mayoría de
los gobiernos en el mundo, abarcando la misma combinación de estímulos
fiscales, rescates corporativos, y cantidades muy modestas de socorro público.
Los gobiernos
estadounidenses y europeos prometieron al menos $8
billones en préstamos y subsidios a las corporaciones privadas, aproximadamente
equivalente a todas sus ganancias en los últimos dos años, lo que la revista The Economist calificó
como “el rescate más grande de la empresa privada en la historia.” Se
trata de la lucha de clase desde arriba. Mientras estos billones de
dólares se acumulan en la parte más alta de la pirámide social, la
crisis desatada por la pandemia dejará a su paso más desigualdad,
más tensión política, más militarismo, y más autoritarismo. La Organización
Internacional del Trabajo advirtió que centenares de millones de
personas podrían perder su empleo, en tanto
la agencia internacional Oxfam calculó que hasta 500 millones están en riesgo de caer en la pobreza.
Aún más ominoso, el Programa Mundial de Alimentos advirtió sobre “hambruna
de proporciones bíblicas,” calculando que hasta 130 millones de personas
podrían morir de hambre por el posible colapso de las cadenas de
abastecimiento de alimentos, lo que la organización calificó como “la
peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial.”
Se avecinan
convulsiones sociales y políticas
El carácter clasista
de la pandemia queda al desnudo. Al virus no le
importa la clase, etnicidad o nacionalidad de sus portadores humanos, pero
son los pobres, los marginados, y las clases trabajadoras los que
no gozan de las condiciones para protegerse del contagio ni pueden asegurar la atención
médica en caso de contaminación. Millones podrán morir, no
tanto por la infección viral sino por la falta de acceso a los
servicios y recursos de suporte vital. La CCT
intentará aprovechar del desempleo y miseración masivos para reforzar su
poder de clase mediante mayor disciplina y austeridad, a medida que pase lo
peor de la pandemia y la economía global se hunde en depresión. Las
clases dominantes utilizarán la pandemia como cortina de humo para consolidar
un estado policiaco global. En fin, la
crisis capitalista desatada por el Coronavirus será más mortal para
los trabajadores empobrecidos que el mismo virus.
Aun cuando se
mantengan el gasto deficitario y el estímulo Keynesiano, mientras dure una
depresión económica, la experiencia de 2008 nos muestra que los gobiernos recuperaron los
costos de los rescates mediante una mayor austeridad,
en tanto los bancos y las corporaciones utilizaron los fondos de dichos
rescates para recomprar acciones y emprender una nueva ronda de actividades
depredadoras. La estrategia de la CCT parece
ser una repetición de 2008, ahora en una escala mucho mayor, dirigida a
inyectar masivas cantidades de dinero al sistema bancario privado.
Los bancos, a cambio, no están bajo ninguna obligación a utilizar
dicho dinero para reinvertir en la economía real o para algún bien social.
A raíz del colapso financiero de 2008 los
bancos simplemente convirtieron los miles de millones que recibieron en
concepto de rescates en especulación en el casino
financiero global y para apropiarse de más activos y recursos alrededor del
mundo.
Al lado de la
movilización de las fuerzas ultraderechistas y neofascistas,
sectores populares y las clases trabajadoras también se han movilizado. La única salida a
la crisis del capitalismo global, aunque no sea posible tumbar el sistema,
será revertir las cada vez mayores desigualdades
mediante una redistribución de la riqueza y el poder hacia abajo.
La lucha para dicha redistribución ya ha comenzado en medio de la pandemia.
En Estados Unidos, al igual que en otros países, los trabajadores
han emprendido una ola de huelgas y protestas para exigir condiciones de seguridad, en tanto
los inquilinos hacen llamados a huelgas de alquileres. Los
militantes del movimiento a favor de justicia para los inmigrantes
han rodeado los centros de detención, demandando la liberación de los
detenidos; los trabajadores automotrices han salido en huelgas
salvajes para obligar a las plantas a cerrar; los desamparados han ocupado casas
deshabitadas; y los trabajadores sanitarios han emprendido
protestas ruidosas exigiendo los equipos que necesitaban para realizar su
trabajo en condiciones de seguridad.
Los grupos
gobernantes no pueden sino sentirse asustados por el creciente descontento de
las masas. La crisis erosiona
la hegemonía capitalista y tiene el potencial de despertar a
millones de la apatía política. El proyecto neoliberal está agotado
y a duras penas podrá ser resucitado. El mundo será reconstruido,
para bien o para mal. Hemos entrado en un periodo de cada vez mayor caos
en el sistema capitalista mundial. Fuera de una revolución, hemos de luchar ahora para evitar
que nuestros gobernantes conviertan la crisis en una oportunidad
para resucitar y profundizar el orden neoliberal moribundo cuando pase
la tormenta de la pandemia. Nuestra lucha debe ser para impulsar
algo en la línea de un “Nuevo Pacto Verde”
(“Green New Deal”) a escala global como programa
interino, en tanto se acumulen las fuerzas para un cambio más radical
del sistema. Las fuerzas progresistas e izquierdistas tienen que situarse
para hacer retroceder al impulso ultraderechista y neofascista. Los
nubarrones se concentran. Las líneas de batalla están siendo
trazadas. Las convulsiones se acercan. En
juego está la batalla para el mundo post-pandémico.
- William I. Robinson, Profesor
de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara.
*****
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