"A lo
anterior se suma la no menos amenazante presencia de una Rusia que ha vuelto a los primeros planos de
la política mundial: rica en petróleo, energía y agua; dueña de
un inmenso territorio (casi dos veces más extenso que el estadounidense)
y un poderoso complejo industrial que ha producido una tecnología
militar de punta que en algunos rubros decisivos aventaja a la norteamericana,
Rusia complementa con su fortaleza en el plano militar la que China ostenta en el terreno de la economía.
Difícil que, como dice Han, el
capitalismo adquiera renovada pujanza en este tan poco promisorio escenario
internacional. Si aquél tuvo la gravitación y penetración global
que supo tener fue porque, como decía Samuel P.
Huntington, había un “sheriff solitario” que sostenía el
orden capitalista mundial con su inapelable primacía económica, militar,
política e ideológica. Hoy la primera está en manos de China y el enorme gasto militar de EEUU no
puede con un pequeño país como Corea del Norte ni para ganar una guerra
contra una de las naciones más pobres del planeta como Afganistán. La
ascendencia política de Washington se mantiene prendida con alfileres
apenas en su “patio interior”: Latinoamérica y el Caribe, pero en medio
de grandes convulsiones. Y su prestigio internacional se ha visto muy
debilitado: China pudo controlar la
pandemia y Estados Unidos no; China, Rusia y Cuba ayudan a combatirla en
Europa, y Cuba, ejemplo mundial de solidaridad,
envía médicos y medicamentos a los cinco continentes mientras que lo único
que se les ocurre a quienes transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000
soldados para un ejercicio militar con la OTAN e intensificar las sanciones
contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente crimen de
guerra. Su antigua hegemonía ya es cosa del pasado. Lo que hoy se discute en
los pasillos de las agencias del gobierno estadounidense no es si el país está en
declinación o no, sino la pendiente y el ritmo del declive. Y la pandemia
está acelerando este proceso por horas".
/////
Este
mundo del capitalismo corporativo global y la concentración de la riqueza en el
1% en poder de los billonarios, está en su fase de destrucción final. Estos son
los billonarios del mundo que han concentrado el 80% de la riqueza global,
mientras el 60% de la población mundial se muere de hambre, super explotación,
miseria, migración obligada, de políticas xenofóbicas, terrorismo internacional
y la más terrible, vil, salvaje e inhumana, la Desigualdad Social: Múltiple.
***
LA PANDEMIA Y EL FIN DE LA ERA NEOLIBERAL.
*****
Atilio A Boron. |1/04/2020 | Opinión.
Rebelión miércoles 1 de abril del 2020.
La pandemia ha movido las placas
tectónicas del capitalismo global y ya nada podrá volver a ser como antes. Es
un tremendo desafío para quienes queremos construir un mundo
post capitalista porque, sin duda, la pandemia y sus devastadores
efectos ofrecen una oportunidad única, inesperada, que sería imperdonable
desaprovechar.
El
coronavirus ha desatado un torrente de reflexiones y análisis que tienen como
común denominador la intención de dibujar los (difusos) contornos del tipo de
sociedad y economía que resurgirán una vez que el flagelo haya sido controlado.
Sobran las razones para incursionar en esa clase de especulaciones, ojalá que
bien informadas y controladas, porque si de algo estamos completamente seguros
es que la primera víctima fatal que se cobró la pandemia fue la versión
neoliberal del capitalismo. Y digo la “versión” porque tengo
serias dudas acerca de que el virus en cuestión haya obrado el milagro de
acabar no sólo con el neoliberalismo sino también como la estructura que lo
sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema internacional.
Pero la era neoliberal es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar.
¿Qué ocurrirá con el capitalismo? Bien, de eso trata esta columna.
Simpatizo
mucho con la obra y la persona de Slavoj Zizek pero esto no me alcanza para otorgarle la razón cuando
sentencia que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema
capitalista” luego de lo cual, siguiendo la metáfora cinematográfica, éste
debería caer muerto a los cinco segundos. No ha ocurrido y no ocurrirá porque,
como lo recordara Lenin en más de una
ocasión, “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y
políticas que lo hagan caer.” El capitalismo sobrevivió a la mal
llamada “gripe española”, que ahora sabemos vio la luz en Kansas, en
marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, y que luego las tropas
estadounidenses que marcharon a combatir en la Primera Guerra Mundial
diseminaron el virus de forma incontrolada.
Los
muy imprecisos cálculos de su letalidad oscilan entre 20, 50 y 100 millones
de personas, por lo cual no es necesario ser un obsesivo de las
estadísticas para desconfiar del rigor de esas estimaciones difundidas
ampliamente por muchas organizaciones, entre ellas la National
Geographical Magazine. El capitalismo sobrevivió también al
tremendo derrumbe global producido por la Gran Depresión, demostrando
una inusual resiliencia –ya advertida por los clásicos del marxismo-
para procesar las crisis e inclusive y salir fortalecido de ellas. Pensar que
en ausencia de aquellas fuerzas sociales y políticas señaladas por el
revolucionario ruso (que de momento no se perciben ni en Estados Unidos
ni en los países europeos) ahora se producirá el tan anhelado deceso de un
sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la
naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto.
Zizek confía en que a consecuencia de esta crisis
para salvarse la humanidad tendrá la posibilidad de recurrir a “alguna forma
de comunismo reinventado”. Es posible y deseable, sin dudas. Pero, como
casi todo en la vida social, dependerá del resultado de la lucha de
clases; más concretamente de si, volviendo a Lenin,
“los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo como
antes”, cosa que hasta el momento no sabemos. Pero la bifurcación de la
salida de esta coyuntura presenta otro posible desenlace, que Zizek
identifica muy claramente: “la barbarie”. O sea, la reafirmación
de la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de
explotación económica, coerción político-estatal y manipulación de conciencias
y corazones a través de su hasta ahora intacta dictadura mediática. “Barbarie”, István Mészarós solía decir con una
dosis de amarga ironía, “si tenemos suerte.”
Intelectuales del mundo, de todas las posiciones políticas, entre Filósofos, Sociólogos, Comunicadores, Culturalistas, dan su opinión, que va a suceder, después de la Crisis sanitaria del Corinavirus en el mundo. En la foto, Han - surcoreano - Butler - feminista norteamericana - y Zizek - socialista esloveno - con interesantes propuestas, analizadas por nosotros y presentadas en la anterior publicación.
***
Pero, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia, ni la tan temida “barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis en los capitalismos realmente existentes”) ni la igualmente tan anhelada opción de un “comunismo reinventado”? ¿Por qué no pensar que una transición hacia el postcapitalismo será inevitablemente “desigual y combinada”, con avances profundos en algunos terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por ejemplo y otros más vacilantes, tropezando con mayores resistencias de la burguesía, en áreas tales como el riguroso control del casino financiero mundial, la estatización de la industria farmacéutica (para que los medicamentos dejen de ser una mercancía producida en función de su rentabilidad), las industrias estratégicas y los medios de comunicación, amén de la recuperación pública de los llamados “recursos naturales” (bienes comunes, en realidad)? ¿Por qué no pensar en “esos muchos socialismos” de los que premonitoriamente hablaba el gran marxista inglés Raymond Williams a mediados de los años ochenta del siglo pasado?
Pero, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia, ni la tan temida “barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis en los capitalismos realmente existentes”) ni la igualmente tan anhelada opción de un “comunismo reinventado”? ¿Por qué no pensar que una transición hacia el postcapitalismo será inevitablemente “desigual y combinada”, con avances profundos en algunos terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por ejemplo y otros más vacilantes, tropezando con mayores resistencias de la burguesía, en áreas tales como el riguroso control del casino financiero mundial, la estatización de la industria farmacéutica (para que los medicamentos dejen de ser una mercancía producida en función de su rentabilidad), las industrias estratégicas y los medios de comunicación, amén de la recuperación pública de los llamados “recursos naturales” (bienes comunes, en realidad)? ¿Por qué no pensar en “esos muchos socialismos” de los que premonitoriamente hablaba el gran marxista inglés Raymond Williams a mediados de los años ochenta del siglo pasado?
Ante
la propuesta de un “comunismo reinventado” el filósofo sur-coreano de Byung-Chul Han salta
al ruedo para refutar la tesis del esloveno y se arriesga a decir que «tras
la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza.” Es una afirmación
temeraria porque si algo se dibuja en el horizonte es el generalizado reclamo
de toda la sociedad a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos desquiciantes de
los mercados en la provisión de servicios básicos de Educación, salud,
vivienda, seguridad social, transporte, etcétera y para poner fin al
escándalo del híper concentración de la mitad de toda la riqueza del
planeta en manos del 1 por ciento más rico de la población mundial. Ese
mundo post-pandémico tendrá mucho más estado
y mucho menos mercado, con poblaciones “concientizadas” y politizadas
por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones
solidarias, colectivas, inclusive “socialistas”
en países como Estados Unidos, nos recuerda Judith
Butler, repudiando el desenfreno individualista
y privatista exaltado durante cuarenta años por el neoliberalismo y que nos
llevó a la trágica situación que estamos viviendo. Y además un mundo en donde
el sistema internacional ya ha adoptado, definitivamente, un formato diferente
ante la presencia de una nueva tríada dominante, si bien el peso específico de
cada uno de sus actores no es igual.
Si Samir Amin tenía
razón hacia finales del siglo pasado cuando hablaba de la tríada formada
por Estados Unidos, Europa y Japón hoy aquella la constituyen Estados
Unidos, China y Rusia. Y a diferencia del orden
tripolar precedente, en donde Europa
y Japón eran junior partners (por no
decir peones o lacayos, lo que suena un tanto despectivo pero es la
caracterización que se merecen) de Washington, hoy éste tiene que
vérselas con la formidable potencia económica china, sin duda la actual
locomotora de la economía mundial relegando a Estados Unidos a un segundo
lugar y que, además, ha tomado la delantera en la tecnología 5G y en
Inteligencia Artificial.
A lo
anterior se suma la no menos amenazante presencia de una Rusia que ha vuelto a los primeros planos de
la política mundial: rica en petróleo, energía y agua; dueña de
un inmenso territorio (casi dos veces más extenso que el estadounidense)
y un poderoso complejo industrial que ha producido una tecnología
militar de punta que en algunos rubros decisivos aventaja a la norteamericana,
Rusia complementa con su fortaleza en el plano militar la que China ostenta en el terreno de la economía.
Difícil que, como dice Han, el
capitalismo adquiera renovada pujanza en este tan poco promisorio escenario
internacional. Si aquél tuvo la gravitación y penetración global
que supo tener fue porque, como decía Samuel P.
Huntington, había un “sheriff solitario” que sostenía el
orden capitalista mundial con su inapelable primacía económica, militar,
política e ideológica. Hoy la primera está en manos de China y el enorme gasto militar de EEUU no
puede con un pequeño país como Corea del Norte ni para ganar una guerra
contra una de las naciones más pobres del planeta como Afganistán. La
ascendencia política de Washington se mantiene prendida con alfileres
apenas en su “patio interior”: Latinoamérica y el Caribe, pero en medio
de grandes convulsiones. Y su prestigio internacional se ha visto muy
debilitado: China pudo controlar la
pandemia y Estados Unidos no; China, Rusia y Cuba ayudan a combatirla en
Europa, y Cuba, ejemplo mundial de solidaridad,
envía médicos y medicamentos a los cinco continentes mientras que lo único
que se les ocurre a quienes transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000
soldados para un ejercicio militar con la OTAN e intensificar las sanciones
contra Cuba, Venezuela e Irán, en lo que constituye un evidente crimen de
guerra. Su antigua hegemonía ya es cosa del pasado. Lo que hoy se discute en
los pasillos de las agencias del gobierno estadounidense no es si el país está en
declinación o no, sino la pendiente y el ritmo del declive. Y la pandemia
está acelerando este proceso por horas.
El
surcoreano Han tiene razón, en
cambio, cuando afirma que “ningún virus es capaz de hacer la revolución”
pero cae en la redundancia cuando escribe que “no podemos dejar la
revolución en manos del virus.” ¡Claro que no! Miremos el registro
histórico: la Revolución Rusa estalló antes que la pandemia de la “gripe
española”, y la victoria de los procesos revolucionarios en China, Vietnam y Cuba no fueron precedidos por
ninguna pandemia. La revolución la hacen las clases subalternas
cuando toman conciencia de la explotación y opresión a las que son sometidas;
cuando vislumbran que lejos de ser una ilusión inalcanzable un mundo post-capitalista
es posible y, finalmente, cuando logran darse una organización a escala
nacional e internacional eficaz para luchar contra una “burguesía imperial”
que antaño entrelazaba con fuerza los intereses de los capitalistas en los
países desarrollados. Hoy, gracias a Donald Trump,
esa férrea unidad en la cúspide del sistema imperialista se ha resquebrajado
irreparablemente y la lucha allá arriba es de todos contra todos, mientras China
y Rusia continúan pacientemente y sin altisonancias construyendo las
alianzas que sostendrán un nuevo orden mundial.
Una
última reflexión. Creo que hay que calibrar la extraordinaria
gravedad de los efectos económicos de esta pandemia que hará de una vuelta al
pasado una misión imposible. Los distintos gobiernos del mundo se han
visto obligados a enfrentar un cruel dilema: la salud
de la población o el vigor de la economía. Las recientes
declaraciones de Donald Trump (y otros mandatarios como Angela Merkel
y Boris Johnson) en el sentido de que él no va a adoptar una estrategia de
contención del contagio mediante la puesta en cuarentena de grandes sectores de
la población porque tal cosa paralizaría la economía pone de relieve la contradicción
basal del capitalismo. Porque, conviene recordarlo, si la población no va a
trabajar se detiene el proceso de creación de valor y entonces no hay ni
extracción ni realización de la plusvalía. El
virus salta de las personas a la economía, y esto provoca el pavor de los
gobiernos capitalistas que están renuentes a imponer o mantener la cuarentena
porque el empresariado necesita que la gente salga a la calle y vaya a trabajar
aún a sabiendas de que pone en riesgo su salud.
Según Mike Davis en Estados Unidos un 45% de la fuerza de trabajo
Según Mike Davis en Estados Unidos un 45% de la fuerza de trabajo
“no
tiene acceso a licencia paga por causa de una enfermedad y está prácticamente
obligada a ir a su trabajo y transmitir la infección o quedarse con un plato
vacío.”
La
situación es insostenible por el lado del capital, que necesita explotar a
su fuerza de trabajo y que le resulta intolerable se quede en su casa; y
por el lado de los trabajadores, que si acuden a su trabajo o se
infectan o hacen lo propio con otros, y si se quedan en casa no tienen dinero
para subvenir sus más elementales necesidades. Esta crítica encrucijada explica
la creciente beligerancia de Trump contra Cuba, Venezuela e Irán, y su
insistencia en atribuir el origen de la pandemia a los chinos. Tiene que
crear una cortina de humo para ocultar las nefastas consecuencias de
largas décadas de desfinanciamiento del sistema público de salud y de
complicidad con las estafas estructurales de la medicina privada y la industria
farmacéutica de su país. O para achacar la causa de la recesión económica a
quienes aconsejan a la gente quedarse en sus casas.
En todo caso, y más allá de si la salida a esta crisis será un “comunismo renovado” como quiere Zizek o un experimento híbrido pero claramente apuntando en la dirección del poscapitalismo, esta pandemia (como lo explican claramente Mike Davis, David Harvey, Iñaki Gil de San Vicente, Juanlu González, Vicenç Navarro, Alain Badiou, Fernando Buen Abad, Pablo Guadarrama, Rocco Carbone, Ernesto López, Wim Dierckxsens y Walter Formento en diversos artículos que circulan profusamente en la web) ha movido las placas tectónicas del capitalismo global y ya nada podrá volver a ser como antes.
En todo caso, y más allá de si la salida a esta crisis será un “comunismo renovado” como quiere Zizek o un experimento híbrido pero claramente apuntando en la dirección del poscapitalismo, esta pandemia (como lo explican claramente Mike Davis, David Harvey, Iñaki Gil de San Vicente, Juanlu González, Vicenç Navarro, Alain Badiou, Fernando Buen Abad, Pablo Guadarrama, Rocco Carbone, Ernesto López, Wim Dierckxsens y Walter Formento en diversos artículos que circulan profusamente en la web) ha movido las placas tectónicas del capitalismo global y ya nada podrá volver a ser como antes.
Además, nadie quiere, salvo el puñado de
magnates que se enriquecieron con la salvaje rapiña perpetrada durante la era
neoliberal, que el mundo vuelva a ser como antes. Tremendo desafío para quienes
queremos construir un mundo post-capitalista porque, sin duda, la pandemia y
sus devastadores efectos ofrecen una oportunidad única, inesperada, que sería
imperdonable desaprovechar. Por lo tanto, la consigna de la hora para todas las
fuerzas anticapitalistas del planeta es: concientizar, organizar y luchar; luchar
hasta el fin, como quería Fidel cuando
en un memorable encuentro con intelectuales sostenido en el marco de la Feria
Internacional del Libro de La Habana, en febrero del 2012, se
despidió de nosotros diciendo: “si a ustedes les afirman: tengan la
seguridad de que se acaba el planeta y se acaba esta especie pensante, ¿qué van
a hacer, ponerse a llorar? Creo que hay que luchar, es
lo que hemos hecho siempre.” ¡Manos a la obra!
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