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"Yo creo, sin embargo, que se están equivocando porque la situación va a ser más grave y duradera por una sencilla razón: los desajustes en los mercados internaciones de bienes y servicios no se han producido solamente a causa de las perturbaciones lógicamente provocadas por la pandemia, sino que venían de antes. El problema que se está planteando con crudeza en toda la economía internacional es que la pandemia ha acelerado y agravado la desarticulación de un sistema global de producción y logística globales que ya estaba en crisis con anterioridad. El sistema no sufre una mera perturbación coyuntural, sino que está registrando una fuerte tensión estructural.
Lo que se está produciendo ante nuestros
ojos es la muerte por éxito del capitalismo neoliberal de nuestro. Ha
logrado que se produzca una concentración
extraordinaria de capitales y de rentas y riqueza; el dominio casi absoluto de los
mercados que han alcanzado las
grandes empresas les ha permitido disfrutar de cuentas de resultados con beneficios desorbitados y nunca antes
vistos; cifras de negocios gigantescas
que vienen de la mano de la rentabilidad mucho más que extraordinaria que su
exagerada liquidez les proporciona en los mercados
financieros en continua expansión; y una influencia social y política que hace poco resultaba sencillamente inimaginable.
Pero todo eso ha provocado también la fragmentación
de los mercados, una desarticulación productiva tampoco antes vista y una pérdida progresiva de rentabilidad, por pérdida de mercado o endeudamiento creciente, de franjas cada vez
más anchas de la actividad empresarial.
Lo mismo que el resto de la gente se aleja cada día más de la minoría
todopoderosa que lo gana todo, también se excluye del reparto de la
tarta a una proporción creciente del
pequeño y mediano capital. Y así, el capitalismo
renuncia a la capacidad de alimentarse alimentando a los demás que lo ha
mantenido exitoso durante tanto tiempo.
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VIENE
OTRA CRISIS (¿LA GRANDE?) Y NO SE LE DA RESPUESTA.
(La
DEUDA de 32 BILLONES al FMI)
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Por Juan Torres López | 07/10/2021 | Economía
Fuente.
Rebelión viernes 8 de octubre del 2021.
Cuando comenzó a extenderse la Covid-19 advertí (por ejemplo, aquí)
que la pandemia produciría una doble crisis o una sola, si se prefiere, con dos
manifestaciones separadas y muy diferentes. Por un lado, una de
demanda, como consecuencia de la caída de los ingresos provocada por los
cierres de empresas y la gran disminución de la actividad durante el
confinamiento. Esta, dije desde el
principio, tenía un tratamiento muy costoso, pero bastante fácil de
aplicar, la garantía gubernamental, total o parcial, de los ingresos perdidos
por empresas y familias. Un tratamiento
que conocemos desde hace tiempo cuando, por alguna razón, deja de haber
dinero en los bolsillos y la falta de consumo paraliza la vida económica. No hay otro remedio, entonces, que crear
dinero y repartirlo, aunque sea, como gráficamente decía el liberal Milton Friedman, tirando billetes desde un
helicóptero.
Se trata de una solución conocida y de
relativamente fácil pues basta, como hemos visto,
con que los bancos
centrales creen medios de pago o los gobiernos se endeuden. Aunque eso no quiere decir que resuelva
todos los problemas, ni que salga gratis.
No resuelve todos los problemas porque
nunca estará garantizado que el dinero que sale de los bancos centrales
llegue finalmente a las empresas y
consumidores que lo gastan. E, incluso si llega, tampoco es seguro que se
dedique al consumo o la inversión.
Unas veces, porque los bancos se quedan con el incremento de dinero para
sanear sus balances o realizar
inversiones financieras, sin utilizarlo para
conceder crédito a la actividad productiva. Otras, porque los gobiernos, las empresas o los hogares
solo dedican el nuevo flujo monetario a amortizar deuda anterior.
En esta última crisis de demanda
provocada por la Covid-19 los bancos centrales
(creando dinero nuevo) y los gobiernos (endeudándose) no dudaron ni por un
momento, a diferencia de lo que ocurrió en la de 2008, y han suministrado una dosis nunca antes vista de financiación extraordinaria a las
economías. Así han salvado la crisis, aunque lógicamente a cambio de un incremento no menos gigantesco de la
deuda: se estima que a finales
de 2020 ya había crecido en 32 billones de dólares en todo el mundo. Y, aunque
todavía no se ha comenzado a sentir el esfuerzo durísimo que habrá que hacer
para pagarla, el Fondo Monetario Internacional ya
ha advertido que unos 100 países han
tenido que empezar a hacer recortes en gasto social y de bienestar para hacerle
frente. Lo mismo que ocurrirá en todos los demás, a medida que vaya pasando
el tiempo, si no se adoptan pronto medidas
de reestructuración, quitas ordenadas y procedimientos de financiación que
no impliquen nuevas oleadas de recesión y miseria en muchísimos países.
En cualquier caso, como he dicho al principio, esta ha sido la parte fácil de la crisis provocada por la Covid-19. La prueba es que, aunque con el coste futuro que acabo de señalar, allí donde se han aplicado inyecciones financieras adecuadas se ha conseguido recobrar la actividad y el empleo.
La pandemia y el Desempleo Global. Diciembre del 2020.
***
Pero,
tal y como señalé al principio, la pandemia iba a
traer consigo inevitablemente otra
crisis mucho más peligrosa porque se iba a producir por el lado de la
oferta. Y eso es lo que ya está ocurriendo.
Dicho
de la manera más fácil posible para que todo el mundo me entienda lo que sucede
es que no hay suficiente disponibilidad
de bienes y servicios para satisfacer la demanda de las empresas y los
hogares.
Este desacoplamiento
es muy peligroso por dos razones principales. Por un lado,
porque produce subidas
de precios como consecuencia del
exceso de demanda coincidente con la escasez de oferta. Por otro, porque la respuesta convencional que los bancos centrales dan a esa tensión
inflacionaria (subir los tipos de interés) deprimiría aún más la oferta. Si actúan como se supone que
deben hacerlo lo que provocarán será que las empresas disminuyan aún más producción y el empleo, sin que los
precios finalmente se reduzcan.
Hasta
ahora, sin embargo, los bancos centrales vienen
manteniendo que esta situación es un simple efecto del confinamiento, de la incertidumbre y de los cambios acontecidos en
todo este tiempo, la situación no debería producir demasiada preocupación.
Concluyen, por tanto, que nos encontramos ante una especie de cuello de botella temporal que ciertamente produce
escasez y, en consecuencia, tensiones al
alza en los precios, pero solo de carácter temporal pues que no hay otra
razón que impida que los mercados
recobren pronto la normalidad. De ahí que no hayan tomado prácticamente
ninguna medida ante este desajuste.
Yo
creo, sin embargo, que se están equivocando porque la situación va a ser más grave y duradera por una
sencilla razón: los desajustes en los
mercados internaciones de bienes y servicios no se han producido solamente
a causa de las perturbaciones
lógicamente provocadas por la pandemia,
sino que venían de antes.
El problema que se está planteando con
crudeza en toda la economía internacional es que la pandemia
ha acelerado y agravado la desarticulación de un sistema global de producción y
logística globales que ya estaba en crisis con anterioridad. El sistema no
sufre una mera perturbación coyuntural,
sino que está
registrando una fuerte tensión estructural.
Lo que se está produciendo ante nuestros
ojos es la muerte por éxito del capitalismo neoliberal de nuestro. Ha
logrado que se produzca una concentración
extraordinaria de capitales y de rentas y riqueza; el dominio casi absoluto de los
mercados que han alcanzado las
grandes empresas les ha permitido disfrutar de cuentas de resultados con beneficios desorbitados y nunca antes
vistos; cifras de negocios gigantescas
que vienen de la mano de la rentabilidad mucho más que extraordinaria que su
exagerada liquidez les proporciona en los mercados
financieros en continua expansión; y una influencia social y política que hace poco resultaba sencillamente inimaginable.
Pero todo eso ha provocado también la fragmentación
de los mercados, una desarticulación productiva tampoco antes vista y una pérdida progresiva de rentabilidad, por pérdida de mercado o endeudamiento creciente, de franjas cada vez
más anchas de la actividad empresarial.
Lo mismo que el resto de la gente se aleja cada día más de la minoría
todopoderosa que lo gana todo, también se excluye del reparto de la
tarta a una proporción creciente del
pequeño y mediano capital. Y así, el capitalismo
renuncia a la capacidad de alimentarse alimentando a los demás que lo ha
mantenido exitoso durante tanto tiempo.
Esa y no la pandemia es la verdadera causa de la crisis de oferta que se está empezando a manifestar con gran crudeza: cientos de barcos se mantienen a la espera en los puertos donde se nutren las exportaciones mundiales; los precios del transporte marítimo se multiplican hasta por diez en algunas rutas; cientos de megafactorías están prácticamente inactivas por falta de suministros, lo que se traduce en la paralización sucesiva de los procesos de producción que hasta ahora estaban encadenados.
El sistema
logístico internacional está al borde del colapso y no es solo como
consecuencia de la pandemia. Esta ha provocado ciertamente un gran
cuello de botella, al poder recuperarse la demanda con lógica mayor rapidez que
la oferta. Pero el colapso proviene de
un sistema de redes globales que no responde a lógicas de suministro racionales
sino a la volatilidad de la especulación financiera
y que son incapaces de autoalimentarse
generando fuentes de ingresos descentralizados en los diversos mercados
donde actúan. Al revés, el capital transnacional actúa como una especie de
bomba que absorbe y seca todo a su alrededor y por completo.
Lo que está empezando a ocurrir en el
mundo es que se está resquebrajando el sistema de provisión inherente a la
globalización de las últimas décadas y que había sido la
base del predominio del capital transnacional que diseñó al neoliberalismo como
estrategia civilizatoria. Se ha centralizado y concentrado tanto que ahora
resulta incapaz de proporcionar la provisión más o menos generalizada, puntual y
universalmente rentable y la aceleración que,
mientras más o menos las había ido garantizando, hacían de la globalización el tótem sagrado de nuestro
tiempo.
Y ese proceso de desarticulación se ha
agudizado por los efectos que el capitalismo intensivista ha
venido provocando sobre el clima y el medio ambiente y que han eclosionado en una crisis de recursos energéticos
que tiene, a su vez, consecuencias fatales sobre el propio capitalismo porque es incapaz
de gobernarlos. Comenzaremos a ver
la proximidad y auténtica magnitud y gravedad de este proceso a partir del
próximo invierno y por supuesto que no solo en China.
Los retrasos que se están acumulando en
la provisión de materias primas y bienes intermedios no
son, por tanto, coyunturales. Creer que
el remedio es esperar a que escampe es una irresponsabilidad. Subidas de
precios como las de los alimentos, las más altas desde los años setenta del
siglo pasado, o las que se están dando en otros bienes y servicios no pueden ser un simple desajuste momentáneo.
En
realidad, no creo que crean realmente que lo que se está avecinando no sea
grave y que dejarlo pasar sea la mejor respuesta. Más bien pienso que los bancos centrales carecen de instrumentos
para hacer frente a corto plazo a la coincidencia de una presión de la demanda
con una restricción de oferta y
prefieren considerar que los síntomas
(la inflación y el frenazo de la
actividad) son la enfermedad.
En los años sesenta y setenta del siglo
pasado, el capital se enfrentaba a una situación de agotamiento
parecida y con manifestaciones semejantes, pero era a consecuencia de la fortaleza que habían adquirido los movimientos sociales, los sindicatos,
los movimientos de liberación y el llamado
«campo socialista», a pesar de sus múltiples defectos. Por tanto, tenía
clara la estrategia que debía adoptar para salir adelante: combatirlos y vencerlos para hacer que la balanza del reparto de la
riqueza y del poder girase hacia el otro lado.
Ahora, la paradoja es que el enemigo del
capitalismo es el capital sometido a la lógica financiera y especulativa que se ha quedado con todo pero que ha terminado
destruyendo la base global sobre la
que él mismo había asentado la industria,
desarticulando las redes de producción y las cadenas de valor, y que ha
generado una explosión
de deuda incontrolable e insostenible, una tensión social creciente como consecuencia de la desigualdad y un poder al margen de las instituciones que
materialmente amenaza con impedir el gobierno
y la resolución más o menos consensuada de los conflictos.
Esa es la razón de por qué no hacen nada cuando la escasez de suministros y el encarecimiento de la energía están empezando a paralizar a las economías. Tienen un conflicto con ellos mismos y no saben ni están dispuestos a transformarse. El resultado seguro será un gran desorden más peligroso.
Esta es la Crisis que se viene y NO prestamos atención, Los Líderes y Gobernantes fracasaron. Los mejores LUCHADORES hoy son los ESCOLARES con GRETA TUNBERG y sus Huelga y Movilizaciones Mundiales de los Viernes.
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