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Otro Estado
Resulta
difícil imaginar desde Occidente que millones
de personas se movilicen para
trabajar sobre la pobreza, un problema que suele ser visto como una responsabilidad del
Estado y éste algo ajeno del
ciudadano promedio.
Un profesor de la Universidad Agrícola de China explicó a los investigadores de la Tricontinental:"La sociedad china es muy diferente de las sociedades occidentales porque se basa en lo colectivo y no en lo individual. Esto se refleja en la forma de organizar la sociedad. El gobierno trabaja con organizaciones sociales, las redes políticas y sociales se funden en un todo, en una fuerza dirigente, organizada vertical y horizontalmente, que permite que todo el mundo se una a esta campaña social". Otra cuestión, nada menor, es la simbiosis entre el Estado chino y el Partido Comunista Chino (PCCH) que cuenta con más de 95 millones de miembros.
Gracias a los valores fuertemente comunitarios de la cultura china, una militancia comprometida y una gestión capaz de mostrar resultados rápidos, el Estado no es visto por la mayoría como algo ajeno y peligroso sino como una herramienta que permite resolver enormes problemas En 2020, la Universidad de Harvard publicó el estudio "Comprender la resiliencia del PCCH: encuestas de opinión pública china a lo largo del tiempo". El trabajo fue realizado entre 2003 y 2016 y fueron encuestados a 31 mil residentes urbanos y rurales. Entre esos años, la satisfacción de la ciudadanía china con su gobierno aumentó del 86,1% al 93,1%. En las zonas rurales en las que la aprobación era de solo el 43,6% pasó al 70,2%, especialmente entre los residentes de menores ingresos.
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¿CÓMO
HIZO CHINA PARA TERMINAR CON LA INDIGENCIA?
Avance socioeconómico extraordinario de
la potencia asiática
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Entre 2013 y 2020, casi 100 millones de personas salieron de su
condición de extrema vulnerabilidad. La mejora económica general, la
distribución del ingreso, la educación y el acceso a la salud son ingredientes
importantes para explicar este impresionante logro, pero no garantizan nada si
operan aislados. También se requieren consensos políticos y sociales de una
magnitud desconocida en Occidente y una mentalidad más centrada en lo
comunitario.
Por Esteban
Magnani
Página
/12 domingo 10 de octubre del 2021.
A fines de 2020, en
pleno contexto pandémico, China anunció al
mundo la erradicación de la indigencia.
Esto no fue solo producto del impresionante
crecimiento económico de ese país de las últimas décadas sino también
de la movilización de más de diez millones de militantes hacia
las áreas rurales más empobrecidas del
oeste del gigante asiático. Equipos de funcionarios,
docentes, empresarios, estudiantes, médicos y asistentes sociales se
instalaron entre uno y tres años en poblaciones
rurales para acompañar el profundo proceso de cambio económico.
El plan excedió largamente lo económico o asistencialista. Solo fue posible gracias a una sociedad con una mentalidad muy distinta a la occidental, centrada más en la comunidad que en el individuo, y también a partir de la mano visible del Estado. El extenso informe "Servir al pueblo: la erradicación de la extrema pobreza en China" del Instituto Tricontinental de Investigación Social, con sedes en Argentina, Brasil, India y Sudáfrica, reúne información oficial, entrevistas y visitas al territorio para dar cuenta de las múltiples estrategias empleadas durante el ambicioso proyecto.
Crecimiento no alcanza
La
economía china representaba cerca de un tercio de la economía global al
comienzo del siglo XVIII y solo un 5% en 1949,
cuando se proclamó la República Popular China. Por entonces el país
tenía uno de los ingresos per cápita más bajos del mundo. Hacia 1978, pese a años muy
difíciles con hambrunas incluidas,
había algunas señales de mejora, ya que la expectativa de vida había subido 32 años en
comparación con el período anterior a la revolución.
Por entonces comenzaba a quedar claro que para seguir
creciendo en un país de casi mil
millones de habitantes se necesitaría inversión y tecnología extranjera. De la mano del presidente de
entonces, Deng Xiaoping, se decidió
abrir las puertas a la inversión extranjera. El resultado es conocido: entre
1978 y 2017 la economía china creció un 9,5% anual gracias
a la instalación de empresas que aprovecharon la mano de obra barata pero se
vieron obligadas a hacer transferencia
tecnológica, con resultados que
se hacen cada vez más evidentes. Gracias al veloz crecimiento de la economía, la pobreza
extrema se redujo de 770 millones en 1978 a 122 millones en 2011, número que aún
representaba un 9,1% de la población.
Como explica el citado informe, el coeficiente Gini que mide la desigualdad
había empeorado de un 29% en 1981
a un 49%
en 2007, para bajar apenas en 2012. Es decir, que el precio del
crecimiento era un notorio aumento de la desigualdad. En 2017 en un congreso del Partido
Comunista, el presidente Xi Jinping decía que
"el principal problema
es que nuestro crecimiento es desequilibrado e inadecuado. Esto se ha
convertido en el principal factor de restricción para satisfacer las crecientes
necesidades de la población de una vida mejor".
Paso a paso
China
desarrolló el Programa de Reducción Focalizada de la Pobreza de China (RFP) que
se resume como "Un
ingreso, dos seguridades y tres garantías". Primero se estableció que el ingreso
mínimo para considerar a alguien por encima
de la pobreza estaba en los 2,30
dólares diarios, por encima de los 1,90
propuestos por el Banco Mundial.
Las dos
seguridades a alcanzar serían el alimento y la vestimenta. Las tres
garantías: servicios médicos básicos, vivienda
(con agua y electricidad) y educación gratuita y
obligatoria. Cada uno de estos objetivos requirió estándares
determinados de medición. Por ejemplo, el acceso al agua potable debía ubicarse a no más de veinte minutos ida y vuelta
y debía ser segura.
Una vez definida la pobreza y qué se necesitaba para abandonarla, era necesario saber cuántos pobres había y con qué características. En 2014, 800 mil miembros del partido salieron al campo e identificaron personas en pobreza extrema en 128 mil aldeas. Luego dos millones de personas verificaron los datos y depuraron los listados gracias a un sistema de registro de datos informatizado. El número final de indigentes con los que se debía trabajar era de 98,99 millones.
La larga marcha
Con
los datos y los objetivos claros, cerca de tres millones de miembros del partido
organizados en 255 mil equipos
partieron de sus hogares para vivir
durante uno a tres años en las aldeas seleccionadas, donde convivirían y trabajarían junto a los campesinos, funcionarios locales y
voluntarios.
Miles
de empresas se asociaron con proyectos puntuales para
dar asistencia a algunas aldeas en particular. Se crearon parques industriales y agrícolas, además de proyectos focalizados en el turismo local. Según el informe, entre 2015 y 2019 los talleres
para formar centros de producción de
pequeña escala en tierras ociosas o en hogares ayudaron a triplicar el ingreso per cápita.
Casi diez
millones de personas migraron hacia
nuevas comunidades urbanas que
contaban con guarderías, escuelas,
hospitales, centros comunitarios, de atención
a la tercera edad y centros
culturales. La inmensa mayoría consiguió trabajo y decidió quedarse en tanto
que algunos, sobre todo los más ancianos,
prefirieron volver a su lugar de origen.
Asistentes sociales visitaban a la gente
para ayudarla en tareas como aprender a
utilizar el ascensor o cruzar las calles. Cerca de mil centros de salud
se vincularon con hospitales de
primera línea y miles de trabajadores
de ese sector viajaron para capacitarse. Otros proyectos se enfocaron en
intentar recuperar la salud del ambiente con empleos en el sector ecológico: 1,1
millones de personas comenzaron a trabajar como guardabosques y casi cinco millones de hectáreas de tierras
agrícolas fueron reconvertidas a
bosques o campos de pastura.
Cerca de un millón de profesores se
aceraron a diecisiete
millones de maestros rurales para
darles capacitación. En algunas
universidades, entre 2011 y 2018 el 70% de los estudiantes eran los primeros
de sus familias en acceder a estudios de grado. Cuarenta y cuatro universidades se instalaron en distintas zonas
para llevar adelante proyectos en el
territorio con investigadores, docentes y estudiantes de distintas áreas.
Controles cruzados
Para
verificar los resultados registrados por los equipos, se
hicieron evaluaciones de distinto tipo. Por ejemplo, las provincias se monitoreaban mutuamente
con trabajadores que iban a conocer
lo realizado en otra provincia y así verificar
la información aportada. El grupo
coordinador del plan también fue al territorio a chequear de primera mano los resultados y se realizó un monitoreo
social con controles aleatorios por parte del partido.
La corrupción es un gran problema de China y su erradicación forma parte de una de las principales promesas del actual presidente. En el caso de la lucha contra la pobreza, en 2020 se detectaron 161.500 casos de corrupción. Dieciocho funcionarios de alto nivel fueron señalados. Según la nueva política contra la corrupción, los responsables de controlar el trabajo de sus subordinados son señalados, aunque no hayan participado directamente.
Otro Estado
Resulta
difícil imaginar desde Occidente que millones
de personas se movilicen para
trabajar sobre la pobreza, un problema que suele ser visto como una responsabilidad del
Estado y éste algo ajeno del
ciudadano promedio.
Un
profesor de la Universidad Agrícola de China explicó a los
investigadores de la Tricontinental:
"La sociedad china es
muy diferente de las sociedades occidentales porque se basa en lo colectivo y no en lo individual. Esto se refleja
en la forma de organizar la sociedad. El gobierno
trabaja con organizaciones sociales, las redes políticas y sociales se funden
en un todo, en una fuerza dirigente, organizada vertical y horizontalmente, que
permite que todo el mundo se una a esta campaña social". Otra cuestión, nada menor, es la simbiosis
entre el Estado
chino y el Partido Comunista Chino (PCCH)
que cuenta con más de 95 millones de miembros.
Gracias
a los valores fuertemente comunitarios de la cultura china,
una militancia comprometida y una gestión
capaz de mostrar resultados rápidos, el
Estado no es visto por la mayoría como algo ajeno y peligroso sino
como una herramienta que permite
resolver enormes problemas.
En
2020, la Universidad de Harvard publicó el estudio "Comprender la resiliencia del PCCH: encuestas de opinión pública
china a lo largo del tiempo". El trabajo fue realizado entre 2003 y 2016 y fueron encuestados a 31 mil residentes urbanos y rurales. Entre esos años, la
satisfacción de la ciudadanía china con
su gobierno aumentó del 86,1% al 93,1%. En
las zonas rurales en las que la aprobación era de solo el 43,6% pasó al 70,2%, especialmente
entre los residentes de menores ingresos.
¿Lecciones?
Tings
Chak, Coordinadora del Departamento de Arte de la Tricontinental,
miembro del Colectivo de Noticias
Dongsheng, contó a Cash que para realizar el informe observaron "la literatura, hablamos con expertos
chinos y de otros países". Esta hongkonesa
partió de Shanghai, en donde
vive, para
"bajar al campo y
hablar con cuadros, campesinos, mujeres y jóvenes que fueron bastante abiertos
para contar sus experiencias de participación en el programa de alivio de
la pobreza".
El impresionante logro de la sociedad china demuestra que
la lucha contra ciertos niveles de pobreza es un desafío con múltiples niveles. La
distribución del ingreso, la educación, el acceso a la salud son todos
ingredientes importantes, pero no garantizan nada si operan aislados. Una
decisión política de ese tipo requiere consensos políticos, económicos y
sociales de tal magnitud que posiblemente no sean trasladables a Occidente. Aun así, desde la
distancia, vale la pena analizar el fenómeno para ver qué lecciones se pueden
aprender.
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