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“Pero acaso una de las
dimensiones más importantes sea la revitalización de la voluntad política
integracionista, expresada
en iniciativas como la declaración “Centroamérica unida contra el coronavirus”,
o las cumbres presidenciales de MERCOSUR y de la CAN, así como la realización de
eventos de coordinación entre los órganos e instituciones que componen el Sistema Andino de Integración (SAI). La
voluntad política es el motor que genera integración y la dinamiza en
perspectiva. Esto es lo que pasó con la
reactivación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que proyecta acciones
conjuntas con objetivos comunes contra la pandemia,
el cambio climático, el crimen organizado y en
favor de la seguridad alimentaria y el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Este conjunto de medidas y especialmente la recuperación de la voluntad
política integracionista se convierten en la base para aspirar a medidas
más contundentes para la resiliencia social, así como para operaciones
colaborativas post pandemia. En esa línea, la aplicación del Plan de autosuficiencia
sanitaria, trabajado por la CEPAL para
la producción y distribución de vacunas y otros insumos, así como la compra conjunta de medicamentos, en la perspectiva de
reducir la dependencia de la región, es una tarea urgente. De la misma
manera, la
cooperación sur – sur mediante el intercambio de buenas prácticas y la
realización de campañas son, junto con el fortalecimiento de los sistemas de salud, un logro esperable con
la acción solidaria".
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LOS CAMINOS DE LA INTEGRACIÓN
EN TIEMPOS DE PANDEMIA.
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CELAC
proyecta acciones conjuntas con objetivos comunes contra la pandemia, el cambio
climático, el crimen organizado y en favor de la seguridad alimentaria y el
desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Adalid Contreras Baspineiro |30/09/2021|
Opinión
Fuente ALAI viernes 1 de octubre del 2021.
Cuando llega covid-19, en nuestro
continente de economía reprimarizada y sujeta a la caída de los precios de los
commodities, según la CEPAL teníamos 190 millones de pobres. Por su precariedad
estructural, nuestros sistemas de salud estaban destinados a colapsar. Además,
varios países afrontan situaciones de convulsión social y política en contextos
de polarización que al igual que la economía y la salud se agravaron con una
pandemia que dejó al menos 30 millones más de latinoamericanos en situación de
pobreza.
En estas condiciones, más la alta
incertidumbre que genera una pandemia desconocida, las prioridades de los
países están destinadas a garantizar medidas soberanas
para sus propios territorios. En un momento en el que no existían aún
alternativas como las vacunas, la fórmula elegida es el confinamiento, que al
calor de debates si primero la salud o
la economía, se aplica en algunos países con carácter total, en otros
parcialmente, y otros descreídos lo relegan. La primera ola arrasó, espantó y provocó medidas nacionalistas
complementarias como el cierre de fronteras, en la sospecha que coronavirus
migra desde las vecindades. Por si fuera poco, por razonamientos ideológicos se
fracturan procesos integracionistas como UNASUR,
contribuyendo a separar antes que diseñar espacios de encuentro.
Así dadas las cosas, los procesos de
integración son inicialmente secundarización, hasta que por la
gravedad de la fuerza destructora de una pandemia
que se torna multidimensional (sanitaria, económica, social, ambiental, política y ética) se
va tomando conciencia de que un problema global
necesita respuestas integradas, concertadas y solidarias. Entonces la
integración encuentra en la crisis una oportunidad para reinventar sus
arquitecturas colaborativas y medidas comunitarias.
Se toman medidas importantes, con una
celeridad que no suelen tener usualmente procesos integracionistas que se miden
en acciones de mediano y largo plazo. Son medidas que como se
encuentran en los cimientos que soportan decisiones nacionales, no se
visibilizan ni se reconocen en la importancia que tienen. Por una parte, un
conjunto de medidas corresponde a la facilitación del comercio para la
circulación de productos médico-sanitarios, como la suspensión de medidas antidumping,
la reducción de aranceles, la liberación de tributos u operativos aduaneros
simplificados. También se desarrollan
acciones de intercambio y cooperación en la interacción digital con
modernización de los sistemas. Se activan alianzas estratégicas para la investigación, inversión, capacitación y
generación de conocimiento mediante encuentros entre entidades de
investigación científica.
En otro ámbito, se toman medidas de inversión comunitaria en salud, como por ejemplo el fondo creado por MERCOSUR para fortalecer la capacidad de testeo y diagnóstico, para la adquisición de insumos, materiales y equipamiento para la protección de los profesionales de la salud. Así mismo, el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), establece un plan de contingencia regional con inversión conjunta para prevenir, contener y superar los efectos de la pandemia en un corredor humanitario centroamericano.
Pero
acaso una de las dimensiones más importantes sea la revitalización de la
voluntad política integracionista, expresada en iniciativas como la declaración
“Centroamérica unida contra el
coronavirus”, o las cumbres presidenciales de MERCOSUR y de la CAN, así como la realización de eventos de
coordinación entre los órganos e instituciones que componen el Sistema Andino de Integración (SAI). La
voluntad política es el motor que genera integración y la dinamiza en
perspectiva. Esto es lo que pasó con la
reactivación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que
proyecta acciones conjuntas con objetivos comunes contra la pandemia, el cambio
climático, el crimen organizado y en favor de la seguridad alimentaria y
el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Este conjunto de medidas y especialmente
la recuperación de la voluntad política integracionista se
convierten en la base para aspirar a medidas más contundentes para la
resiliencia social, así como para operaciones colaborativas post pandemia. En esa línea, la aplicación del Plan de
autosuficiencia sanitaria, trabajado por la CEPAL para la producción y
distribución de vacunas y otros insumos, así como la compra conjunta de
medicamentos, en la perspectiva de reducir la dependencia de la región, es una
tarea urgente. De la misma manera, la cooperación sur – sur mediante
el intercambio de buenas prácticas y la
realización de campañas son, junto con el fortalecimiento de los sistemas de salud, un logro esperable con la acción solidaria.
Nada de esto podría ser posible si no se
fortalece la institucionalidad de los organismos de integración.
Este es el momento para la recuperación de la integración continental basada en
las convergencias y complementariedades de los organismos ya establecidos. La CELAC debe institucionalizarse con
carácter supranacional para encarar un regionalismo que articule solidariamente las pluralidades económicas, sociales,
políticas, culturales y territoriales con una
dinámica dialogal, de cohesión, cooperación y coordinación, compartiendo
políticas, ideologías e identidades, para enfrentar juntos las
vulnerabilidades externas y/o los
desequilibrios internos, desarrollando interdependencias de largo plazo en
los que cada país
cede un pedacito de su soberanía en favor de una soberanía mayor. La
integración continental para el bien común es el camino.
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