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"Si mencionamos el problema ecológico de la
superpoblación de ganado, no podemos omitir, en contrapartida, los esmerados
cuidados ecológicos de las tierras que
caracterizaron a la economía incaica; ellos saltan a la vista, por ejemplo,
cuando Garcilaso nos habla del
cultivo rotativo, que daba a las tierras el necesario reposo periódico, o
cuando nos describe la construcción de
mesetas de plantíos en los cerros (que, como sabemos, son herramientas muy
útiles contra la erosión del suelo y los deslaves en tales terrenos). Al mismo
tiempo (y eso nos debe inspirar en la agricultura
orgánica, sin uso de transgénicos ni
de agrotóxicos exigida por el ecomunitarismo) los abonos usados por los incas eran enteramente ecológicos; así nos dice Garcilaso, según los cultivos y las diversas regiones eran
usados como abono exclusivamente
o bien los excrementos humanos, o bien los excrementos animales, o bien el
guano, o bien las cabezas de las sardinas. (Tenemos conocimiento de que en el
extremo sur del Brasil actual una granja
cooperativa tiene muy buena producción agrícola usando un abono producido allí
mismo con excremento de ganado, melaza de caña de azúcar y leche vacuna).
"En materia de lo que hoy llamamos cuidados ecológicos vale también destacar, con Garcilaso, cómo los incas velaban para que no fueran perjudicadas de ninguna manera las aves que eran productoras del guano que usaban como abono. También hay que contabilizar en su haber el cuidado socio-ecológico solidario del agua, pues Garcilaso cuenta cómo la administraban rigurosamente para evitar toda falta o desperdicio en el regadío de las tierras; y destaca que en tales menesteres “No era preferido el más rico ni el más noble, ni el privado o pariente del curaca, ni el mismo curaca, ni el ministro o gobernador del Rey” (Libro V, Cap. IV, p. 221-222). Hoy, cuando la escasez del agua dulce es un problema que afecta a partes cada vez más amplias del planeta, la propuesta económica ecomunitarista llama a que nos inspiremos de esos rigurosos cuidados de la economía incaica para con el agua.
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DEL “BUEN VIVIR
INCA” A LA ECONOMÍA ECOMUNITARISTA.
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Por Sirio López Velasco |15/11/2021 | Otro mundo si
es posible.
Fuente Rebelión viernes 10 de noviembre del 2021.
Fuentes: Rebelión
[Imagen: Portada del libro del inca Garcilaso de la Vega Comentarios reales de
los incas (1609). Créditos: Fotos Públicas]
En este trabajo pretendemos rescatar brevemente
algunos rasgos fundamentales de la economía incaica, y mostrar como los mismos
pueden actualizarse en una perspectiva económica ecomunitarista, sin patrones y
ecológica (en especial en aquellos países, como Perú, Bolivia y Ecuador, en los
que el comunalismo indígena se remonta a, por lo menos, los tiempos de los
Incas). El Libro V del primer tomo de los “Comentarios reales de los Incas” del
Inca Garcilaso de la Vega será nuestra referencia en lo relativo a la economía
incaica.
El lema que
guía a la economía ecomunitarista reza: “de
cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad, respetando los
equilibrios ecológicos y la interculturalidad”.
Lo que
llamamos “el Buen Vivir incaico”
realiza a su manera ese lema en su economía, salvo en lo que tiene que ver con
la interculturalidad (pues el Inca
fue un Imperio que conquistó y sometió a otros pueblos), y al parecer también
con una excepción, en lo que respecta a los equilibrios ecológicos pues Garcilaso nos dice que su ganado era tan numeroso en tierras de poca pastura,
que cuando llegaron los españoles ya no tenían dónde hacerlo pastar. (Esto
sería un caso típico de violación de los límites de la capacidad de soporte
exigidos/puestos por una economía ecológicamente sostenible). Mas cuando
decimos que la economía incaica realizaba la primera parte de aquel lema nos
basamos en lo que nos refiere Garcilaso
sobre la ausencia de miserabilidad y de mendicidad entre los incas, así
como al hecho de que la satisfacción de las necesidades de una vida decorosa
para todos se hacía posible mediante la contribución productiva de todos; así
hay que anotar que también el Inca y la nobleza cultivaban las tierras que les
eran asignadas individualmente, y que los sacerdotes también lo hacían cuando no
estaban en los templos. Incluso los ciegos se ocupaban de labores productivas,
como, por ejemplo, la de desgranar maíz. La ausencia de mendicidad es
reforzada por Garcilaso cuando narra el
único caso de la única mendiga que conoció personalmente (o sea que ya
estamos en los tiempos de la Colonia), que, dice, era insultada por los indios
cuando la veían pidiendo. Hay que recordar que los incas consideraban la falta
de laboriosidad como una falta social gravísima, al punto que penalizaban
incluso con castigos corporales a quienes no regaban a tiempo las tierras que
les habían sido asignadas; igualmente, nos dice Garcilaso, si los mensajeros
oficiales encontraban en los caminos posadas o incluso atención médica cuando
la requerían, eran castigados los “caminantes” que se lanzasen al mundo por
decisión propia. (No está de más recordar que la actual cultura aimara considera la flojera
para el trabajo como uno de los tres pecados capitales, junto con el robo y la
mentira). Y vale la pena recordar, con Garcilaso,
que los incas lograron garantizar ese “buen vivir” individual sin contar
con el arado, pues la labor que a éste le asignamos era cumplida por un simple
palo.
La atención de las necesidades de cada uno daba atención prioritaria a los más necesitados; así las primeras tierras que eran labradas en trabajos comunitarios eran las de los impedidos por vejez o enfermedad, las de los huérfanos y las viudas (en cuyo grupo se contabilizaban también las esposas de guerreros ausentes a raíz de sus tareas militares). Una vez labradas esas tierras, cada vasallo labraba las suyas, pero lo hacía con la ayuda de sus vecinos. El ecomunitarismo reivindica ese permanente esfuerzo colectivo en pro de cada individuo (que es la contrapartida del esfuerzo de cada individuo, en el límite de sus capacidades, en pro de la comunidad), y la necesidad del permanente amparo comunitario a los más necesitados. Las últimas tierras labradas eran las del Sol y las del Inca, y los vasallos, dice Garcilaso, agradecidos porque se los había priorizado, ejecutaban esas labranzas con gran alegría y al son de cantos. El ecomunitarismo imagina igual alegría en toda actividad productiva (cuya duración deberá ser reducida al mínimo tiempo posible, a fin de dejar a cada individuo en libertad para que cultive todas sus virtudes y vocaciones, y también para que disfrute del ocio) pues el conjunto de lo producido está al servicio de las necesidades de cada persona. Así ha sido echado al basurero de la Historia el “trabajo”, cuyo nombre remite a la tortura del “tripalium”. (Ya hemos dicho que la legitimidad de cada necesidad pleiteada se establece a partir del respeto de las tres normas éticas básicas que nos obligan respectivamente, a luchar para garantizar nuestra libertad individual de decisión, a realizar esa libertad en la búsqueda de consensos con los demás, y a preservar-regenerar la salud de la naturaleza humana y no humana).
Hay que recordar que las tierras nunca se
vendían/compraban (o sea, la tierra no era una mercancía, como postula el ecomunitarismo en su crítica superadora del capitalismo), sino que, en su parte individual (también había la parte del Inca y la del Sol, destinada
esta última a satisfacer las necesidades de los sacerdotes ocupados en los
templos) eran asignadas y reasignadas sucesivamente por la administración inca según el estado civil soltero o casado del
destinatario, y en este último caso según el número de hijos, con la
finalidad de que los frutos de la tierra fueran suficientes para mantener al
número de bocas contabilizado en la división de los terrenos. Pero, además, aclara Garcilaso que si las cosechas no
eran suficientes, las necesidades de todos y de cada uno serían cubiertas
con el uso de los frutos acumulados en los depósitos que la administración
obligaba a construir y mantener a lo largo y ancho de todo el Imperio.(Y antes había aclarado que no
se reservaban al Inca o al Sol sino los tierras que no serían
ocupadas por los vasallos, y que si fuera necesario, se sacaban de las dos
primeras tierras que serían asignadas a estos últimos; Garcilaso dice que las tierras eran trabajadas en cuadrillas de siete u
ocho individuos y que a esas labores también daban su apoyo las mujeres). En
el capitalismo se hacen en grandes
silos enormes acopios de alimentos, pero los mismos tienen como única función
la regulación de los precios; y ello ocurre al mismo tiempo en el que millones
de personas pasan hambre en diversas partes del planeta. Es fácil imaginar cómo en el ecomunitarismo, administrados
comunitariamente y con espíritu de solidaridad planetaria,
esos depósitos, renovados
periódicamente, servirán para saciar las carencias
alimentarias y los brotes de hambre
que puntualmente, a causa de desastres
naturales y/o malas cosechas, puedan producirse en cualquier parte del
globo, de forma inmediata y gratuita (recordemos que en el ecomunitarismo no existe más el dinero).
Conste que además de los alimentos a cada dos años
se repartía a cada individuo la lana necesaria para confeccionar ropa, al tiempo en que se exigía de cada familia la producción de ropa y calzados para
proveer a los inválidos por enfermedad o
vejez, a los guerreros, sacerdotes y a la nobleza. Hay que recordar
paralelamente que los artesanos hábiles
en trabajar los metales eran empleados sólo dos meses por año en esas
labores (y que los metales preciosos no eran moneda, ni eran deliberadamente
buscados ni cobrados como impuestos por el Inca,
sino que los vasallos se los entregaban voluntariamente cuando
los encontraban, pues no eran indispensables para vivir, y para que fueran
usados exclusivamente como adorno en los palacios
del Inca y en los templos). No pagaban impuesto los jóvenes solteros (que
no podían casarse antes de cumplir los
25 años y servían a sus padres), ni durante el primer año de casados.
En materia de impuesto vale la pena recordar el que llamaríamos “impuesto sanitario”, que era la
obligada entrega de piojos que los pobres
debían ofrecer a las autoridades (medida profiláctica, dice Garcilaso, para que esas gentes no
fueran víctimas de los males provocados por esos insectos).
En el ecomunitarismo no hay lugar para ningún tipo
de impuesto, a no ser alguno como ese ingenioso impuesto de carácter
sanitario u otro educativo, que la comunidad tenga a bien crear (y derogar
cuando lo considere oportuno).
En perspectiva ecomunitarista podemos imaginar una
tripartición de las tierras entre una
parte de carácter comunitario global (que son administradas por el
Estado y trabajadas en establecimientos agropecuarios estatales, mientras
exista el Estado, y luego por las asociaciones
libres de productores libres de dada localidad, pero coordinadas entre sí),
las cooperativas (que reúnen a
grupos de voluntari@s y sus respectivas
familias), y las tierras asignadas a núcleos
familiares; pero, a diferencia de lo que ocurre en la agropecuaria capitalista, las dos últimas formas de uso de la
tierra no son dejadas libradas a sí mismas ni para lo bueno ni para lo malo,
pues al tiempo en que las cooperativas y establecimientos familiares reciben de la gran comunidad (local, regional, nacional,
continental y planetaria) todo el apoyo,
asesoría y garantía de recepción de su producción (a cambio de todos los
bienes de los que necesite cada cooperativa y cada familia para una digna vida
de frugalidad voluntaria), también son
orientadas y controladas por aquellas grandes comunidades para que el uso
que den a las tierras bajo su responsabilidad respete en cada caso los equilibrios ecológicos que el lema ecomunitarista obliga a
mantener.
Si mencionamos el problema ecológico de la
superpoblación de ganado, no podemos omitir, en contrapartida, los esmerados
cuidados ecológicos de las tierras que
caracterizaron a la economía incaica; ellos saltan a la vista, por ejemplo,
cuando Garcilaso nos habla del
cultivo rotativo, que daba a las tierras el necesario reposo periódico, o
cuando nos describe la construcción de
mesetas de plantíos en los cerros (que, como sabemos, son herramientas muy
útiles contra la erosión del suelo y los deslaves en tales terrenos). Al mismo
tiempo (y eso nos debe inspirar en la agricultura
orgánica, sin uso de transgénicos ni
de agrotóxicos exigida por el ecomunitarismo) los abonos usados por los incas eran enteramente ecológicos; así nos dice Garcilaso, según los cultivos y las diversas regiones eran
usados como abono exclusivamente
o bien los excrementos humanos, o bien los excrementos animales, o bien el
guano, o bien las cabezas de las sardinas. (Tenemos conocimiento de que en el
extremo sur del Brasil actual una granja
cooperativa tiene muy buena producción agrícola usando un abono producido allí
mismo con excremento de ganado, melaza de caña de azúcar y leche vacuna).
En materia de lo que hoy llamamos cuidados
ecológicos vale también destacar, con Garcilaso, cómo los incas
velaban para que no fueran perjudicadas de ninguna manera las aves que eran
productoras del guano que usaban como abono.
También hay que contabilizar en su haber el cuidado
socio-ecológico solidario del agua, pues Garcilaso cuenta cómo la administraban rigurosamente para evitar toda falta o desperdicio en el
regadío de las tierras; y destaca que en tales menesteres “No
era preferido el más rico ni el más noble, ni el privado o pariente del curaca,
ni el mismo curaca, ni el ministro o gobernador del Rey” (Libro V, Cap.
IV, p. 221-222). Hoy, cuando la escasez
del agua dulce es un problema que afecta a partes cada vez más amplias del
planeta, la propuesta económica ecomunitarista llama a
que nos inspiremos de esos rigurosos cuidados de la economía incaica para con
el agua.
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