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"Colin Powell fue un verdadero asesino en toda la
línea y, si existiese un mínimo de justicia, no hubiera muerto en la cama, sino tras los barrotes de una prisión, a donde
debería haber sido condenado a perpetuidad. El dolor que pudo haber sentido en sus últimos instantes, por no poder respirar afectado por la
Covid.19 es poca cosa frente al sufrimiento que le causó a millones de seres humanos en varios continentes. Ese es su legado de muerte, comparable al de los criminales nazis. Por algo, durante su infame discurso de 2003 en la ONU se ordenó
cubrir con un trapo la réplica del Guernica,
de Pablo Picasso que se encuentra en ese lugar. Finalmente, sucedió lo
mismo, pero con una peor intensidad,
que aquello que registro Picasso en su célebre pintura: en Irak se
revivió el horror que se sintió en la ciudad vasca de
Guernica, bombardeada por fuerzas alemanas nazis. Como lo dijo el
escritor Ariel
Dorfman: “3 mil misiles Cruise durante la primera hora; cayendo sobre
Bagdad; 10 mil Guernicas; cayendo sobre Bagdad”.
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OTRO CRIMINAL DE GUERRA QUE
MUERE EN LA CAMA
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Por Renán Vega Cantor |22/11/2021 |
Estados Unidos.
Fuentes Rebelión lunes 22 de noviembre
del 2021.
El 18 de octubre murió Colin Powell (1937-2021) de Covid-19 en su cama y
rodeado de sus familiares.
En los obituarios de los círculos
dominantes de Estados Unidos, Jamaica y el resto
del mundo se le presentó como el típico self
made man (hombre hecho a sí mismo) del sueño americano: un negro pobre (que nunca fue), de padres
jamaiquinos que nació en Harlem y a
pulso venció todos los obstáculos y llegó a las altas cumbres del poder
político y militar de los Estados Unidos, ascendiendo desde abajo y paso a paso
se convirtió en el primer afroamericano
en llegar al alto mando del Estado Mayor Conjunto, el primer asesor de
seguridad nacional de ascendencia afro y Secretario de Estado. Joe Biden calificó
a Powell como un “patriota de incomparable honor y dignidad” y en Jamaica se llegó al extremo de considerarlo como “un hijo de la tierra” y una especie de
“héroe nacional” por sus logros
políticos y militares y se recordaron sus raíces jamaiquinas como algo digno de
elogiar en tan “grande” y “bondadoso”
personaje.
Algunos pocos apologistas de Colin Powell recordaron que la única mancha a su impecable ridiculum criminal fueron las
mentiras que propaló en el Consejo de
Seguridad de la ONU el 5 de febrero de 2003 para justificar la guerra de
Estados Unidos contra Irak. Se le reprocha por haber dicho una mentirilla,
algo que piadosamente puede ser perdonado. Lo
que no dicen es que el general Colin Powell fue un asesino de tiempo completo,
un criminal de guerra químicamente puro, Made in USA.
Su trayectoria criminal fue la que le
posibilitó el ascenso y no otro tipo de méritos.
Desde 1963 estuvo involucrado en la
guerra de Vietnam y en 1968 en la masacre de My Lai, en la que el ejército de Estados Unidos asesinó a unos quinientos niños y mujeres.
A pesar de las denuncias que un militar hizo de esa masacre, Powell la ocultó y lavó la cara de los asesinos (como él mismo) con el
argumento de que “las relaciones entre los soldados estadounidenses y el pueblo
vietnamita son excelentes”. Se ufanaba de los crímenes cometidos, como lo recordó años después en sus Memorias (1995) ‒con las que obtuvo diez millones de dólares‒, en
donde describe como algo normal el
asesinato de civiles vietnamitas:
“Si un helicóptero veía a un
campesino en pijama negro que parecía un poco sospechoso […] el piloto giraba y
disparaba delante de él. Si se movía, su movimiento se consideraba una prueba
de intención hostil, y el siguiente asalto no era frente a él, sino sobre él. ¿Brutal? Tal vez sí. […] La naturaleza del combate,
matar o morir, tiende a embotar la percepción del bien y el mal”. Lo
que el “humanista” Powell llama “combates” era el asesinato a mansalva y con toda la impunidad de civiles desarmados,
entre ellos niños. Esta fue el comienzo
del meteórico ascenso de Powell, una acción criminal. Y los crímenes seguirán acompañando su
“brillante” hoja de muerte.
En lo sucesivo, Powell
estuvo involucrado en las muchas guerras
y agresiones de Estados Unidos en diversos
lugares del mundo. Fue uno de los impulsores
de la política de destrucción de América Central del gobierno de Ronald Reagan, que dejó un saldo de unos quinientos mil muertos y miles de heridos
en El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua (con
el apoyo a los contras). También
participó en la brutal invasión a Panamá en
diciembre de 1989, cuando fueron masacrados unos siete mil habitantes de los barrios pobres de capital de ese
pequeño país. Siguiendo con su senda
criminal intervino en la primera
guerra del Golfo contra Irak (1990-1991)
como Jefe de Operaciones, Adquirió
celebridad cínica su justificación del bombardeo de una planta que producía alimentos para niños:
“No es una fábrica para
bebés. Era una instalación de armas biológicas, de eso estamos seguros”, una
mentira que luego fue desmentida por la misma CIA.
Su palmarés criminal llegó a su punto
máximo de perversión con los acontecimientos de la guerra que Estados Unidos libró contra la
población de Irak
en el 2003. Como Secretario
de Estados Unidos fue el encargado de presentar las mentiras urdidas por el
gobierno de George
Bush II para justificar esa
carnicería. El 5 de febrero de ese año en la Sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, sin inmutarse ‒aunque
con cada cosa que decía le aumentaba el tamaño de su nariz, cual vulgar
Pinocho‒ sostuvo que “cada afirmación
que hago hoy aquí está apoyada en fuentes sólidas”, o más exactamente que
lo suyo no eran afirmaciones sino hechos indiscutibles
e irrefutables. De manera delirante durante 75 minutos sacó a relucir las supuestas pruebas sobre la existencia
de armas de destrucción masiva en Irak, que ponían en peligro la seguridad de los Estados Unidos y el mundo occidental.
Pronto se comprobó que esas pruebas eran
falsas e inventadas, invención en la que participó el gobierno inglés de Tony Blair, otro criminal de guerra que anda suelto.
A la mentira cínica e impúdica le siguió
la destrucción de Irak, el bombardeo criminal y genocida de niños, mujeres,
ancianos, el saqueo de su
riqueza cultural con el robo de sus
museos y bibliotecas. Colin Powell es uno de
los responsables directos de ese genocidio
que ha dejado cerca de un millón de muertos. Se destruyó un país y se masacró a su población y nunca se
encontraron las tales armas de
destrucción masiva, porque eso fue un pretexto para comenzar la guerra.
Powell después sostuvo que cometió un ligero
desliz en el Consejo de Seguridad al mentir, pero nunca
reconoció ‒algo propio de un criminal de
guerra que se respete‒ que sus manos
estaban manchadas de sangre de millones de personas que fueron destrozadas
por las bombas democráticas y
civilizadas de los Estados Unidos.
Colin Powell fue un verdadero asesino en toda la
línea y, si existiese un mínimo de justicia, no hubiera muerto en la cama, sino tras los barrotes de una prisión, a donde
debería haber sido condenado a perpetuidad. El dolor que pudo haber sentido en sus últimos instantes, por no poder respirar afectado por la
Covid.19 es poca cosa frente al sufrimiento que le causó a millones de seres humanos en varios continentes. Ese es su legado de muerte, comparable al de los criminales nazis. Por algo, durante su infame discurso de 2003 en la ONU se ordenó
cubrir con un trapo la réplica del Guernica,
de Pablo Picasso que se encuentra en ese lugar. Finalmente, sucedió lo
mismo, pero con una peor intensidad,
que aquello que registro Picasso en su célebre pintura: en Irak se
revivió el horror que se sintió en la ciudad vasca de
Guernica, bombardeada por fuerzas alemanas nazis. Como lo dijo el
escritor Ariel
Dorfman: “3 mil misiles Cruise durante la primera hora; cayendo sobre
Bagdad; 10 mil Guernicas; cayendo sobre Bagdad”.
Por todo ello, a este asesino
bien pueden aplicársele sus propias palabras, las que uso para referirse a Sadam Hussein el 5 de febrero
de 2003:
“Detrás
de los hechos y de su patrón de su comportamiento está […] su desprecio por la
verdad y, peor aún, su enorme desprecio por la vida humana”.
Otros
criminales de guerra como Powell,
entre ellos George Bush II, Tony Blair,
José María Aznar, José Manuel Barroso (que formaron el Cuarteto de los Azores) y se unieron para masacrar a los iraquíes en
2003, también va a morir de muerte natural y en su confortable cama, por aquello de la impunidad generalizada
que no toca a los criminales de alto vuelo ni castiga
el terrorismo imperialista de Estados Unidos y sus lacayos.
Publicado en El Colectivo (Medellín), noviembre de 2021.
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