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"La conveniente, cobarde y recurrente justificación de que estos ataques se tratan de actos de “defensa propia” es una broma de muy mal gusto. No existe ningún acto de defensa propia cuando un país está ocupando otro país y bombardeando inocentes que luego son etiquetados como “efectos colaterales”. Está de más decir que ninguna investigación culminará nunca con una condena efectiva a los responsables de semejantes atrocidades que nunca conmueve a las almas religiosas. Si así ocurriese, sólo sería cuestión de esperar un perdón presidencial, como cada mes de noviembre, para Acción de Gracias, el presidente estadounidense perdona a un pavo blanco, justo en medio de una masacre de millones de pavos negros. Nadie sabe y seguramente nadie sabrá nunca los nombres de los responsables de esta masacre. Lo que sí sabemos es que en unos años volverán a su país y lucirán orgullosas medallas en el pecho que sólo ellos saben qué significa. Sabemos, también, que al verlas muchos patriotas les agradecerán “por luchar por nuestra libertad” y les darán las gracias “por su sacrificio protegiendo este país”. Muchos de estos agradecidos patriotas son los mismos que flamean la bandera de la Confederación en sus 4x4, el único grupo que estuvo a punto de destruir la existencia de este país en el siglo XIX para mantener “la sagrada institución de la esclavitud”.
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MASACRE
QUE NO SE FILTRA, NO EXISTE.
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Por Jorge Majfud.
Página/12 miércoles 23 de noviembre del
2021.
“Si las guerras pueden comenzar
con mentiras, la paz bien puede comenzar con la verdad”. Julián Asange.
El 8 de marzo de 2019, los analistas de un comando militar
estadounidense localizado en la millonaria península de Catar se encontraban
observando una calle de un pueblo pobre en Siria a través de imágenes de alta definición captadas por un
dron inteligente. En la conversación que quedó grabada, los analistas
reconocieron que la multitud estaba compuesta mayormente por niños y mujeres. A un costado, un hombre portaba un arma,
pero todo parecía desarrollarse de forma tranquila. Hasta que una bomba de 220 kilogramos fue arrojada desde un poderoso F-15E, justo sobre la
multitud. Doce minutos más tarde, cuando
los sobrevivientes de la primera bomba comenzaban a correr o a arrastrarse,
el mismo avión arrojó dos bombas más, esta
vez de una tonelada de explosivos cada una y a un costo de un millón de dólares
por explosión.
A 1870 kilómetros,
en el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas del ejército estadounidense en la
base de Al Udeid en Catar, los oficiales observaron la masacre en vivo.
Alguien en la sala preguntó, sorprendido, de
dónde había partido la orden.
Al día siguiente, los observadores civiles que llegaron al área encontraron casi un centenar de cuerpos destrozados de niños y mujeres. La organización de derechos humanos Raqqa Is Being Slaughtered publicó algunas fotos de los cuerpos, pero las imágenes satelitales sólo mostraron que donde cuatro días atrás había un barrio modesto sobre el río Eufrates y en un área bajo el control de la “coalición democrática”, ahora no quedaba nada. La Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos se negó a explicar el misterio.
Luego se supo que la orden del bombardeo había procedido de un
grupo especial llamado “Task Force 9”, el cual solía operar en Siria
sin esperar confirmaciones del comando. El
abogado de la Fuerza Aérea, teniente coronel Dean W.
Korsak, informó que muy probablemente se había tratado de un “crimen de guerra”. Al no encontrar eco
entre sus colegas, el coronel Korsak
filtró la información secreta y las medidas de encubrimiento de los hechos
a un comité del Senado estadounidense,
reconociendo que, al hacerlo, se estaba “poniendo
en un serio riesgo de represalia militar”. Según Korsak, sus superiores se negaron a cualquier investigación.
“La
investigación sobre los bombardeos había muerto antes de iniciarse”, escribió. “Mi
supervisor se negó a discutir el asunto conmigo”.
Cuando el New York Times realizó una
investigación sobre los hechos y la envió al comando de la Fuerza Aérea, éste confirmó los hechos, pero se justificó afirmando que habían sido ataques necesarios. El
gobierno del presidente
Trump se refirió a la guerra aérea
contra el Estado Islámico en Siria
como la campaña de bombardeo más precisa y humana de la historia.
El 13 de noviembre el New York Times publicó su extensa investigación sobre el bombardeo
de Baghuz. De la misma forma que esta masacre
no fue reportada ni alcanzó la indignación
de la gran prensa mundial, así
también será olvidada como fueron olvidadas otras masacres de las fuerzas de la libertad y la civilización en
países lejanos.
El mismo diario recordó que el ejército admitió la matanza de diez civiles inocentes (siete de ellos niños) el 10 de agosto en Kabul, Afganistán, pero este tipo de reconocimiento público es algo inusual. Más a menudo, las muertes de civiles no se cuentan incluso en informes clasificados. Casi mil ataques alcanzaron objetivos en Siria e Irak solo en 2019, utilizando 4.729 bombas. Sin embargo, el recuento oficial de civiles muertos por parte del ejército durante todo el año es de solo 22. En cinco años, se reportaron 35.000 ataques, pero, por ejemplo, los bombardeos del 18 de marzo que costaron la vida a casi un centenar de inocentes no aparecen por ninguna parte.
En estos ataques, varias ciudades sirias, incluida la
capital regional, Raqqa, quedaron reducidos
escombros. Las organizaciones de derechos
humanos informaron que la coalición causó
miles de muertes de civiles durante la
guerra, pero en los informes oficiales y en la prensa influyente del mundo
no se encuentran, salvo excepciones como el de este informe del NYT. Mucho menos en los informes militares que evalúan e
investigan sus propias acciones.
Según el NYT del 13 de noviembre, la CIA informó que las acciones se realizaban con pleno conocimiento de que los bombardeos
podrían matar personas, descubrimiento
que podría hacerlos merecedores del
próximo Premio Nobel de Física.
En Baghuz se
libró una de las últimas batallas contra el dominio territorial de ISIS,
otro grupo surgido del caos promovido
por Washington en Medio Oriente, en este caso, a partir de la invasión a Irak lanzada en 2003 por la santísima trinidad Bush-Blair-Aznar y
en base a las ya célebres mentiras que luego vendieron como errores de
inteligencia. Guerra
que dejó más de un millón de muertos como si
nada.
Desde entonces, cada vez que se sabe
de alguna matanza de las fuerzas
civilizadoras, es por alguna filtración. Basta con recordar otra
investigación, la del USA Today que
hace dos años reveló los hechos acontecidos en Afganistán el 22 de agosto de 2008.
Luego del bombardeo
de Azizabad, los oficiales del ejército estadounidense (incluido Oliver North, convicto y perdonado por
mentirle al Congreso en el escándalo Irán-Contras)
informaron que todo había salido a la perfección, que la aldea los había
recibido con aplausos, que se había matado a un líder talibán y que los daños colaterales habían sido mínimos. No se informó que
los habían recibido a pedradas, que habían muerto decenas de personas, entre ellos 60 niños. Un detalle.
Mientras tanto, Julian Assange continúa secuestrado
por cometer el delito de informar sobre
crímenes de guerra semejantes. Mientras tanto los semidioses continúan decidiendo desde el cielo quiénes viven y
quiénes mueren, ya sea desde drones
inteligentes o por su policía ideológica, la CIA. Este mismo mes, la
respetable cadena de radio estatal de
Estados Unidos, NPR (no puedo decir lo mismo de la mafia de las grandes
cadenas privadas), ha reportado que hace un año la CIA debatió entre matar o secuestrar a Julian Assange.
La conveniente, cobarde y recurrente justificación de que estos ataques se tratan de actos de “defensa propia” es una broma de muy mal gusto. No existe ningún acto de defensa propia cuando un país está ocupando otro país y bombardeando inocentes que luego son etiquetados como “efectos colaterales”.
Está de más decir que ninguna investigación culminará
nunca con una condena efectiva a los responsables de semejantes atrocidades
que nunca conmueve a las almas
religiosas. Si así ocurriese, sólo sería cuestión de esperar un perdón presidencial, como cada mes de
noviembre, para Acción de Gracias,
el presidente estadounidense perdona a un pavo blanco, justo en medio de una
masacre de millones de pavos negros.
Nadie sabe y seguramente nadie sabrá nunca los nombres de
los responsables de esta masacre. Lo que
sí sabemos es que en unos años volverán a su
país y lucirán orgullosas medallas en el pecho que sólo ellos saben qué
significa. Sabemos, también, que al verlas muchos
patriotas les agradecerán “por luchar por nuestra libertad” y les darán las gracias “por su sacrificio protegiendo este país”. Muchos de estos agradecidos patriotas son los mismos
que flamean la bandera de la
Confederación en sus 4x4, el único grupo que estuvo a punto de destruir la
existencia de este país en el siglo XIX
para mantener “la
sagrada institución de la esclavitud”.
Tradición que nunca murió. Sólo cambió de forma.
Jorge Majfud es escritor
uruguayo-estadounidense. Profesor en la Jacksonville University.
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