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"Los conflictos siguientes siguieron con la misma tónica, la PCM y los ministerios comprometidos en las protestas continuaron con la misma lógica: estallido del conflicto – instalación de mesa de diálogo – firma de actas de compromiso que solo les permitía ganar unos días de paz o una tregua al gobierno, como lo afirmaban las poblaciones y organizaciones movilizadas. El tratamiento o manejo de los conflictos sociales no es fácil, no hay fórmulas mágicas que transformen una situación de conflictividad en un clima de cooperación y diálogo. Puede haber buena intención y ganas de ayudar a resolver los conflictos, pero si éstas, no se concretan en políticas públicas, y si los actores involucrados no logran construir confianzas que den estabilidad al tiempo que demora la resolución de las causas, pues, simplemente, fracasarán. Lo que aprendimos en las primeras décadas de la conflictividad social era que el Estado debía contar no solo con una estrategia de resolución de conflictos, sino con la institucionalización de los espacios para el diálogo y el tratamiento de las demandas de la población. Incluso llegamos a la convicción de que los conflictos son inevitables sobre todo cuando está a la base la disputa entre los actores por lograr relaciones de igualdad en la negociación con el Estado para que se legitimen las demandas y se institucionalicen los espacios.
"Lamentablemente lo poco que aprendimos fue inmediatamente olvidado. Los conflictos de las décadas siguientes fueron asumidos sin tener una estrategia clara o por lo menos creíble; y la institucionalización del diálogo fue reducida a la creación de mesas de diálogo, grupos de trabajo o comisiones multisectoriales. No se tiene un cálculo exacto de cuántas actas se firmaron en los gobiernos anteriores; tampoco una evaluación del cumplimiento de los acuerdos, y menos de un seguimiento de esos cumplimientos. Pero, lo que, si debe quedar claro, es que esa estrategia de construir mesas de diálogo, firmas actas de compromiso no ha dado resultado. Y no darán resultados porque el instrumento del diálogo al estar desvinculado de una política de Estado no tiene mucha efectividad. ¿Por qué entonces seguir con esa lógica de organizar grupos de trabajo, constituir mesas de diálogo, firmar actas? ¿Por qué continuar con esa lógica de esperar que el conflicto estalle para luego firmar actas? “Hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes» ha sido definido como una especie de locura por Albert Einstein. Bueno, algo así nos está pasando. La reiteración en el error es lo que estamos viendo en estos cien días de gestión del presidente Castillo".
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LA CONFLICTIVIDAD SOCIAL EN EL
PERÚ: UN BALANCE DE CIEN DÍAS.
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Por Víctor Caballero Martín.
Otra Mirada. Lima jueves 11 de noviembre
del 2021.
Sabíamos que en las primeras semanas de
asumir el nuevo gobierno los conflictos sociales se
iban a reactivar. Siempre ha sido así. En el inicio de la
gestión de Alejandro Toledo
estallaron los conflictos
en el sur, especialmente en Arequipa
cuando, sin mayor fundamento y evaluación, decidió
privatizar la empresa EGASA. En el gobierno de Alan García, los conflictos estallaron a la semana: primero fue el conflicto en
la comunidad de Combayo, Cajamarca contra Yanacocha, y luego los conflictos
en Ilo contra la Southern, y de las comunidades nativas del río Corrientes
contra la empresa PLUSPETROL. En el gobierno de Ollanta Humala, los conflictos no se hicieron esperar: estallaron en Ica con la protesta de los agricultores por el precio del algodón y
del maíz, y luego continuaron los conflictos en
Cañete, y luego Espinar… En el gobierno de PPK, las primeras semanas fueron
también críticas: el paro de las comunidades
de la provincia de Cotabambas en
Apurímac derivó en violentas
protestas que obligaron al gobierno a firmar
actas de compromiso y prometer grandes inversiones que, para variar, no se cumplieron.
Siguiendo ese patrón de los conflictos era inevitable y previsible que los conflictos sociales estallaran en
las primeras semanas del gobierno de Pedro Castillo y de Perú Libre. Así pasó. Las
zonas de alta conflictividad,
en verdad, ya estaban configuradas desde antes: el corredor minero del sur;
las zonas petroleras del oriente,
particularmente en las zonas de explotación del petróleo y la ruta del
oleoducto; a ello se sumaban los conflictos en la sierra norte que va desde Ancash (Antamina)
hasta los conflictos en Cajamarca.
Se esperaba que el gobierno de Castillo y de Perú Libre lograría
desarrollar una mejor relación con las organizaciones sociales y pueblos en conflictos. Había condiciones para
ello: el apoyo a Pedro Castillo
había sido abrumador precisamente en las zonas de conflictos. Pero, unas
semanas después cuando los conflictos se reactivaron, el gesto del entonces presidente
del Consejo de ministros, Guido Bellido,
de ir a lomo de caballo a Chumbivilcas no sirvió de mucho, sólo ganó tiempo,
pero no resolvió nada.
Los conflictos siguientes siguieron con
la misma tónica, la PCM y los
ministerios comprometidos en las protestas continuaron con la misma lógica: estallido del
conflicto – instalación de mesa de diálogo – firma
de actas de compromiso que solo les permitía
ganar unos días de paz o una tregua al
gobierno, como lo afirmaban las poblaciones y organizaciones movilizadas.
El tratamiento o manejo de los conflictos sociales no es fácil, no hay fórmulas mágicas que transformen una situación de conflictividad en un clima de cooperación y diálogo. Puede haber buena intención y ganas de ayudar a resolver los conflictos, pero si éstas, no se concretan en políticas públicas, y si los actores involucrados no logran construir confianzas que den estabilidad al tiempo que demora la resolución de las causas, pues, simplemente, fracasarán.
Lo que aprendimos en las primeras
décadas de la conflictividad social era que el Estado debía contar no solo con una estrategia de resolución de conflictos,
sino con la institucionalización
de los espacios para el diálogo
y el tratamiento de las demandas de la población. Incluso llegamos a
la convicción de que los conflictos son
inevitables sobre todo cuando está a
la base la disputa entre los actores por lograr relaciones de igualdad en la negociación con el Estado
para que se legitimen las demandas y se
institucionalicen los espacios.
Lamentablemente lo poco que aprendimos
fue inmediatamente olvidado. Los conflictos de las décadas siguientes fueron asumidos sin tener una estrategia clara o por lo menos
creíble; y la institucionalización del
diálogo fue reducida a la creación de mesas de diálogo, grupos de trabajo o
comisiones multisectoriales. No se tiene un cálculo exacto de cuántas actas se firmaron en los
gobiernos anteriores; tampoco una evaluación
del cumplimiento de los acuerdos, y
menos de un seguimiento de esos cumplimientos. Pero, lo que, si debe quedar
claro, es que esa estrategia de construir mesas
de diálogo, firmas actas de compromiso no ha dado resultado. Y no darán
resultados porque el instrumento del diálogo al estar desvinculado de una política de Estado
no tiene mucha efectividad.
¿Por qué entonces seguir con esa lógica
de organizar grupos de trabajo, constituir mesas de diálogo, firmar actas? ¿Por
qué continuar con esa lógica de esperar que el conflicto estalle para luego
firmar actas? “Hacer lo mismo una y otra vez y esperar
resultados diferentes» ha sido
definido como una especie de locura por Albert Einstein. Bueno, algo así nos
está pasando. La reiteración en el error es lo que estamos viendo en estos
cien días de gestión del presidente Castillo.
Considero
que el problema que se repite en este
proceso es no vincular el tratamiento de los conflictos sociales a los cambios
políticos que están a la base. Se cree, a veces, que los conflictos
se producen porque el gobierno no tiene
una política de prevención o porque
no hay equipos de diálogo o que los equipos
de diálogo han fracasado. Puede ser parcialmente cierto esta apreciación,
pero quienes estamos desde hace algún tiempo en la gestión de los conflictos sociales,
notamos que los conflictos sociales
buscan construir nuevos equilibrios
políticos, nuevas representaciones
y nuevos marcos institucionales en
el cual se relaciones el Estado – la empresa y la comunidad.
Un conflicto social puede ser un
factor de cambio, sólo con la condición de que haya una salida política y que genere cambios en leyes, normas o que
se establezca nuevos equilibrios en la negociación
entre los actores que modifique las relaciones de desigualdad existentes. La experiencia nos muestra que, si un conflicto social no logra transformaciones
políticas en el Estado, sino produce cambios
legales es poco probable que resuelva las causas que generaron el conflicto y
la protesta. La persistencia del conflicto y la agudización de estos pueden
devenir en crisis
política permanentes, con
consecuencias imprevisibles o resultados impensados.
Los conflictos no se resuelven solo con plata
Una de las evidencias de que los conflictos no se resuelven necesariamente con transferencias de dinero o del reparto de rentas de las empresas mineras hacia las comunidades campesinas, es el largo conflicto en el denominado “Corredor Minero”, que involucra a las provincias de Cotabambas (Apurímac), Espinar y Chumbivilcas (Cusco). En esta zona la conflictividad social es intensa y de larga duración, lleva más de doce años de conflicto activo; se han constituido innumerables mesas de diálogo, grupos de trabajo, comisiones especiales, comisiones técnicas y la intensidad del conflicto sigue igual que antes.
Los recursos transferidos para el financiamiento de expedientes técnicos son los siguientes
A las municipalidades distritales de
Cotabambas se le transfirió S/. 139 869 070 (DS. N° 123-201-MEF). No obstante, el
conflicto social
en el “corredor minero”
sigue con la misma intensidad; peor aún, se sigue firmando actas de compromiso y las mesas de trabajo siguen
funcionando con agendas renovadas o ampliadas. Esta misma modalidad de
transferencias económicas directas a distritos
y comunidades se han realizado en otras zonas de conflictividad, y sin embargo los conflictos no parecen haber disminuido.
Lo
mencionado nos debe llevar a lecciones a tomar en cuenta: no todo es dinero, o mejor: el dinero que se obtiene de la
negociación de un conflicto solo calma temporalmente, pero alimenta nuevas tensiones; tampoco la promesa de nuevos proyectos de inversión calma expectativas, quizá las alimenta de tal forma que su no
cumplimiento exacerba más a la población.
Reducir, por tanto, la negociación de los conflictos a los aspectos relacionados con la plata o con las compensaciones, puede dar la falsa sensación de que es por esa vía que se resuelven los conflictos. Obviamente no afirmo que no hay que compensar por los daños generados por una actividad minera, petrolera o industrial; lo que afirmo es que el dinero es solo una compensación, no la solución al problema que generan dichas actividades.
Revisión de la estrategia en la gestión de los conflictos
Es muy frecuente escuchar que los conflictos sociales se producen por falta de diálogo o
porque no se tiene una política de
prevención ni equipos de expertos en diálogo y negociación. Eso es verdad, en parte. La experiencia
acumulada en el Estado
es que el instrumento de las mesas de
diálogo, las metodologías de tratamiento de los conflictos, y la comunicación en tiempo real de las demandas sociales han sido ampliamente
usadas, no obstante, la conflictividad
no ha cedido.
No se tiene una cuenta de las mesas de diálogo que se han constituido en los últimos gobiernos; tampoco de su resultado. Lo cierto es que cada cierto tiempo las mismas mesas se vuelven a reinstalar. Cada vez hay nuevos expertos en diálogo y negociación que, con la experiencia acumulada, sacan adelante acuerdos, pero que, luego no logran contener la protesta.
Hay algo más profundo en la naturaleza
de los conflictos sociales en el Perú. Los
conflictos se desarrollan dentro de
un marco político institucional que
busca ser modificado. En tal sentido los conflictos
están vinculados con los cambios políticos, con
las reformas políticas. En muchos de los conflictos sociales actuales, su
solución no está, necesariamente en el terreno de las mesas de diálogo o en la prevención, sino en las reformas políticas que están en las
competencias del Ejecutivo o del poder
Legislativo. Eso lo saben muy bien los líderes de las protestas sociales, y por eso
buscan a través de los conflictos los
cambios políticos que exigen.
El reto que el gobierno de Pedro Castillo es
entender la naturaleza de los cambios
políticos que le exigen las poblaciones
en conflictos. Obviamente, lo que se espera del gobierno son las reformas
políticas que prometió, y que construya nuevos consensos políticos para la aprobación de leyes
que permitan canalizar y resolver las
protestas que generan los conflictos
sociales.
Indudablemente que estos cambios
políticos requieren que los actores
sociales del conflicto recuperen confianza en el Estado. El Estado, en verdad, es un tercer actor, con un rol mediador entre
la comunidad y las empresas, entre
las poblaciones y las autoridades locales. Lamentablemente el descrédito en la institucionalidad
del Estado, la falta de credibilidad
en las autoridades ha debilitado su rol mediador en la conflictividad social.
El rol mediador del Ejecutivo en
los conflictos
sociales debe ser fortalecido, pero
la efectividad de esa mediación pasa
por la recuperación de la credibilidad
de la función pública y el fortalecimiento de la institucionalidad del Estado; los sectores no pueden ser, por ejemplo, interlocutores de las empresas privadas que están en el conflicto. Si algo ha funcionado mal en los diálogos y negociación es la imagen de no parcialidad del Estado
o la débil capacidad de fiscalización de
las empresas.
Respecto de qué es lo que queda después
de un conflicto. No es la victoria de uno de los actores
sobre los otros; lo que se espera es el establecimiento de nuevas
relaciones de poder, o relaciones
más equilibradas de poder. Veamos, el caso de las comunidades indígenas después de la tragedia de Bagua.
Lo que quedó no fue la victoria ni del Estado (entendiendo que
el origen del conflicto fue el paquete de leyes enviados por el Ejecutivo al Congreso, y su rápida aprobación sin que exista
debate) sobre las poblaciones indígenas,
sino la aprobación de la Ley de Consulta Previa que supuestamente iba a establecer
las bases de la relación del Estado con los pueblos amazónicos, en el cual las
empresas petroleras debían adecuarse.
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