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“El clima, la tierra y las
palmeras. “El aguaje es muy sensible al cambio climático”, afirma
Ignacio Piqueras, experto en bionegocios que ha trabajado en la zona. Según cuenta,
recientemente ha habido años en los cuales las
variaciones de la temperatura hicieron imposible
la floración de esta palmera. Paradójica y
providencialmente, los mismos aguajales son gigantescos sumideros de carbono que ayudan a neutralizar el peligroso calentamiento global del ecosistema terrestre. Dado
que el aguaje crece sobre los humedales, está
enclavado sobre turberas, generosos depósitos de
materia orgánica que almacenan carbono y, por ende, contribuyen a mitigar el calentamiento global. En el mundo, las turberas solo
significan el 3% de la superficie mundial, pero almacenan cerca de un tercio
del carbono de los suelos de todo el mundo, según la FAO. En Perú, se
estima que los aguajales ubicados en la cuenca de los ríos Pastaza y Marañón almacenan 2,3 millones de toneladas
de carbono. Pero, si se siguen talando, botarían a la atmósfera parte esa millonada, con lo
que, en vez de mitigar el fenómeno, alimentarían el cambio climático. De allí
que la tarea de los indígenas awajún y kichwa en
este rincón sumergido en medio de una floresta interminable consiste en
aprovechar inteligentemente el aguaje, cuidar a la
fauna que vive gracias esta palmera, y
finalmente contribuir a que la especie humana no siga hundiéndose en una catástrofe ambiental que
ya está en curso. Desde lo alto de un aguaje, Chanchari
mira el horizonte y parece entenderlo.
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Un trabajador escala la palmera del aguaje para cosechar sus frutos. Sebastián Castañeda.
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LOS
KICHWA CAMBIAN EL HACHA POR LA ESCALADA PARA CUIDAR ‘EL ÁRBOL DE LA VIDA’ DE LA
AMAZONIA.
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Esta comunidad indígena de Perú ha decidido hacer un uso sostenible del aguaje, una fruta amazónica que tiene generosas propiedades terapéuticas y culinarias
Por Ramiro Escobar La Cruz.
Fuente El País. Perú. Jueves 30 de noviembre del 2023.
Fuente. El
País viernes 1 de diciembre del 2023.
Apenas bajado de un
alto y voluminoso aguaje (Mauritia flexuosa)
de más de 25 metros de altura, Segundo Chanchari,
un indígena de la etnia Kichwa de 38 años, dice que tiene
15 años escalando, a punta de sudor y músculo, y recuerda que, hasta hace pocos
años, este árbol más bien se tumbaba. “Con este equipo ahora lo hacemos más rápido”, agrega
en medio de la maleza.
Él mismo y otros hombres comienzan a arrancar rápidamente el fruto de los siete u ocho racimos que fueron tirados desde arriba de esta palmera amazónica de un color entre rojizo y guinda, y a la que en otros países de la zona se le conoce como morete, morichi o buriti. El calor del trópico ha descendido un poco, luego de sobrepasar los 30 grados, y la luz del cielo azulino permite avistar otros ejemplares de aguaje sumergidos en medio del bosque.
Una extensión de bosque donde, desde el
aire, se distinguen varios aguajales. SEBASTIÁN
CASTAÑEDA
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Salvando a las palmeras
femeninas.
Poco a poco se van juntando algunos frutos más que se meten en sacos, mientras otros escaladores permanecen subidos en estas plantas,
removiendo más racimos y echándose bromas desde las alturas. “Oe agarra bien ese racimo pe”, dice
uno de ellos. En su aparente sencillez, esta jornada
tiene un valor enorme: evita
el agotamiento de esta especie, de la cual se consumen unas 9200 toneladas al año en Iquitos, la ciudad más grande de la Amazonía peruana.
Como dice Chanchari, antes se procedía a derribar los aguajes, hacha en mano, y eso producía un efecto pernicioso. Dado que la palmera hembra —el aguaje tiene ejemplares macho y hembra— es la que produce los frutos, al caer por los suelos perdía su capacidad de recuperación. Se producía una fuerte erosión genética, que fue medida en el 2012 por el investigador Luis Freitas.
Un racimo del aguaje hembra ya en el
piso.
SEBASTIÁN CASTAÑEDA.
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En su trabajo Impacto del aprovechamiento en la estructura,
producción y valor de uso del aguaje en la Amazonía peruana, explica que, si la forma de aprovechar este fruto se hace tumbando las palmeras, en cinco años el número de estas se reducen
de 66 a 29 por cada hectárea.
La consecuencia infeliz era —y todavía es en algunas zonas— que, en vez de
producirse 132 sacos de 50
kilos de frutos en esa misma porción de terreno, se producían solamente 61.
Al cambiar el hachazo
por el escalamiento, gracias a la asesoría de los técnicos de Profonanpe,
un organismo privado que provee fondos ambientales, se ha
logrado neutralizar en parte esa deriva. La ruta es
sencilla y sostenible: al trepar, Segundo y
otros nativos kichwas a los aguajes, no cosechan
todos los racimos. Sólo toman un 80% de ellos,
en tanto que el 20% se deja para que la misma planta hembra sea
polinizada, se regenere naturalmente y siga produciendo.
La comunidad de San Lorenzo es una de las 28 que forman parte del proyecto Construyendo resiliencia en los humedales de la provincia del Dátem del Marañón, un territorio poblado por las etnias kichwa y awajún. Con esta práctica más responsable, toman distancia de la implacable deriva que, al tumbar a cientos de palmeras, provoca que al año se pierdan, esta provincia del departamento de Loreto, 1.400 hectáreas de aguajales.
Un saco de aguaje cargado por un
indígena del pueblo Awajún. SEBASTIÁN CASTAÑEDA
Los beneficios del aguaje
¿Por qué es tan importante
conservar el aguaje si hay tantas plantas selváticas beneficiosas? Por un lado, porque tiene numerosas propiedades que son descubiertas
o puestas en valor.
Y porque su consumo es alto en los países amazónicos, lo que está alentando su extracción de una manera
veloz y descontrolada.
El
fruto del aguaje, de acuerdo con un documento del Instituto de Investigaciones de la Amazonia
Peruana (IIAP), tiene sustancias químicas de donde se extraen
vitaminas, lípidos y minerales que pueden
ser destinados a las industrias alimentaria, cosmética
y farmacéutica. Por eso, en las ciudades amazónicas es frecuente
encontrar mermeladas,
bebidas o refrescos
hechos de la pulpa del aguaje. También helados, muy apreciados por su delicioso sabor.
Un trabajador
muestra el aguaje. SEBASTIÁN CASTAÑEDA-
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Al
consumir 100 gramos de esa pulpa, entran al cuerpo 30 miligramos de Vitamina
A (betacarotenos), una cantidad que equivale a 20 veces lo que ofrece la apreciada zanahoria. Más incluso que la espinaca,
con los consecuentes beneficios para la piel, las mucosas, la visión, los dientes, los tejidos blandos y óseos, y la salud en general. Se valora especialmente su
efecto para las mujeres
debido a su alto contenido de fitoestrógenos.
Asimismo, el aceite que se extrae de la pulpa
se usa para hacer jabones y cosméticos. De allí
que, en la comunidad de Chapis, perteneciente a
la etnia awajún, haya una planta procesadora de pulpa de aguaje que produce al año unos 800 kilos de este aceite
por cada campaña de 5 a 6 meses. Ese aceite
tiene, según el documento del IIAP, más ácido oleico que el mismísimo aceite de oliva. Y por consiguiente, ayuda
a reducir la tensión
arterial y a acabar con el colesterol malo. La Asociación de Productores de
Ungurahui y Aguaje de los Pueblos Indígenas del
Sector Marañón (Apuapisem), que maneja la planta
de Chapis, ya ha llegado a poner los frascos de aceite de aguaje en el mercado
nacional e internacional como un producto orgánico notable.
Por si no
bastara, en los aguajales andan o moran diversas
especies de fauna silvestre. Por ejemplo, en sus
troncos ya caídos por causas naturales vive el coleóptero llamado ‘suri’ (Rynchophorus
palmarum), que es muy apreciado en el arte
culinario amazónico. Allí mismo anidan
los guacamayos azul
y amarillo de la
especie Ara
ararauna. Como son de pico duro, se comen las semillas del aguaje, en tanto que la sachavaca
(Tapirus terrestris), el sajino (Pecari tajacu),
el majaz (Cuniculus paca), el venado gris (Mazama gouazoubira) y la huangana (Tayassu pecari), todas especies comestibles para el hombre, se alimentan de los frutos del aguaje.
“Mantener los aguajales productivos es fundamental para la subsistencia de la fauna circundante”, dice Jairo Vásquez, consultor ambiental de Profonanpe.
Un grupo de 36 paneles solares abastece
de energía a la planta donde el aguaje es procesado. SEBASTIÁN CASTAÑEDA.
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El clima, la tierra y las
palmeras.
“El aguaje es
muy sensible al cambio climático”, afirma Ignacio
Piqueras, experto en bionegocios que ha
trabajado en la zona. Según cuenta, recientemente ha habido
años en los cuales las variaciones de la temperatura
hicieron imposible la floración de esta palmera.
Paradójica y providencialmente, los mismos aguajales son gigantescos sumideros de carbono que ayudan a neutralizar el
peligroso calentamiento global del ecosistema
terrestre.
Dado que el aguaje
crece sobre los humedales, está enclavado sobre turberas,
generosos depósitos de materia orgánica que almacenan carbono y, por ende,
contribuyen a mitigar el calentamiento global.
En el mundo, las turberas solo significan el 3% de la superficie mundial, pero
almacenan cerca de un tercio del carbono de los
suelos de todo el mundo, según
la FAO. En Perú, se estima que los aguajales ubicados en la
cuenca de los ríos Pastaza y Marañón almacenan
2,3 millones de toneladas de carbono.
Pero, si se siguen talando, botarían a la atmósfera
parte esa millonada, con lo que, en vez de mitigar el fenómeno, alimentarían el
cambio climático. De allí que la tarea de los indígenas
awajún y kichwa en este rincón sumergido en medio de una floresta
interminable consiste en aprovechar inteligentemente el
aguaje, cuidar a la fauna que vive gracias esta palmera,
y finalmente contribuir a que la especie humana no siga hundiéndose en una catástrofe ambiental que
ya está en curso. Desde lo alto de un aguaje, Chanchari
mira el horizonte y parece entenderlo.
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