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¿Hay remedio? Yo creo que
sí. El historiador
Enzo Traverso dijo en una reciente entrevista que “la revolución es la invención del futuro”. Pero esta invención no es obra de intelectuales ni
políticos, quienes más bien deben escuchar
a los ciudadanos movilizados desde abajo,
pues la revolución
es el momento en que estos cobran
consciencia de su poder. En el Perú,
este cambio pasa por dar algunos pasos osados, empezando por el reconocimiento
de lo que los movilizados contra Dina desde diciembre de 2023 ya sabían, y decenas
fueron acribillados por eso: que vivimos bajo un Gobierno usurpador.
Y que, por virtud del artículo 46 de
la Constitución, no
tiene derecho de permanecer más en el poder y, por tanto,” la
población civil tiene derecho de insurgencia”. Es un Gobierno usurpador porque el Congreso,
valiéndose de una hemorragia de modificaciones inconsultas a la Constitución —este diario ha reportado
que son 67 en dos años—, ha cambiado la estructura jurídica
del Estado y viene usurpando las tareas del Ejecutivo
y otros
poderes en su intento de capturar todas las instituciones y
poderes
del Estado, en flagrante
violación a la separación de poderes establecida en el artículo 43.
“Además,
el Congreso, que fue elegido asamblea legislativa, se ha convertido de facto en una
asamblea constituyente — y
más propiamente por lo que ha trascendido,
PROSTITUYENTE—
después de haberle negado a la ciudadanía
el derecho de convocar a una asamblea constituyente democrática para asegurar la participación de todos. Por último, es un Gobierno no solo usurpador sino golpista. Porque,
aunque haya sido Castillo quien leyó una
proclama golpista, su golpe nunca se
materializó como sí lo hizo el que
perpetró y perpetra cada sí del Congreso con el aval de Boluarte. Al Perú, no lo van
a cambiar las encuestas ni la indiferencia. Solo la acción.
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ARTÍCULO
46, POR CECILIA MÉNDEZ.
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"El poder de Boluarte
no es suyo. Dina es
el epígono de una era que empezó en los noventa y el principal instrumento de
la restauración fujimorista”.
Por Cecilia Méndez. Dra. en Historia*.
Fuente la República. Domingo 22 de diciembre
del 2024.
Nadie
debe obediencia a un Gobierno usurpador ni a quienes asumen funciones públicas
en violación de la Constitución y de las leyes. La población civil tiene el
derecho de insurgencia en defensa del orden constitucional. Son nulos los actos
de quienes usurpan funciones públicas.
Artículo 46, Constitución Política del Perú, 1993.
Me pregunta el periodista César Hildebrandt con qué momento de la historia podría compararse el Gobierno
de Dina Boluarte. Me sorprende este lugar común, viniendo de un periodista
nada común. Nunca sé qué contestar ante
esa pregunta “clásica”; mi conocimiento de nuestros gobiernos en 200 años está lejos de ser enciclopédico, tampoco soy historiadora presidencialista (una
especialidad de la Historia que
existe en los EEUU…). Y aunque si me
hubiera preguntado lo mismo hace unos
meses, no hubiera dudado en decir que este tiempo se parece a fines de los ochenta e inicios de los noventa —por el
nivel de descomposición institucional y
social, la violencia rampante,
la dificultad de diferenciar a un policía de un delincuente la desmoralización generalizada,
el éxodo de peruanos—, le respondí algo así como: “El Gobierno de Boluarte no se
parece a ninguno”, movida (tal vez) más por el horror que por la certeza;
por la repugnancia y virtual incredulidad que me causa — y
sé que no estoy sola en esto— el ser testigo y víctima de una degradación social, moral y política
que parece no tener fondo,
abominable y perversa, de un Gobierno
que legisla para, y no contra, el
crimen, lo que, en su empoderamiento,
ni siquiera tienen vergüenza de ocultar.
Una degradación que no solo se
expresa en cada acto de desprecio
por la vida y el bienestar de los ciudadanos, que es la mayor obra cotidiana de este Gobierno, sino en cada gesto, silencio o palabra.
Porque la degradación empieza con lo que la coalición
criminal que gobierna ha hecho
con las palabras. Porque hoy, solo
para mencionar lo que ha trascendido más
recientemente, cuando se dice “jefe de la Oficina Legal y
Constitucional” del Congreso,
hay que pensar en proxeneta; cuando se dice Congreso, en “burdel”; cuando se
dice ministro de Educación, en “ser
humano que animaliza a sus semejantes” —o miserable fascista (hay sinónimos)— y no solo el actual, que
aludió a las víctimas de los asesinatos de los que es
responsable Boluarte de como ratas, sino su predecesor, que dijo que
las mujeres
aimaras eran peor que animales. Hágase una pausa para pensar lo que implican estas palabras de la boca de
quien es responsable máximo de la educación en el país, con el agravante de que siga en su puesto sin inmutarse. Y porque,
hoy, decir “discurso a la nación” no es un discurso de interés público para los ciudadanos,
sino una perorata de la presidenta
para ventilar una queja personal o
justificar o negar una conducta delictiva.
Como cuando salió a quejarse indignada porque el Congreso no le autorizó
un viaje a Nueva York; o para decir que los Rolex
que recibió del gobernador Oscorima no fueron regalados sino prestados;
que no se operó la cara, que
todos vimos transformada, por vanidad, sino por salud en un intento torpe, impúdico
y cínico de negar la realidad que está a la vista de todos, lo que delata
sus limitaciones narcisistas y sus propios delitos.
Cuando se la compara con algunos de sus predecesores inmediatos, como Castillo, Vizcarra, Merino y PPK,
y hasta Alan García, todos ellos en algún momento escucharon y cedieron. Castillo se retractó
varias veces y dio marcha atrás
cambiando ministros, Vizcarra cerró el Congreso constitucionalmente y
llamó a plebiscito por reformas
políticas, PPK anuló la ley Pulpín, y hasta un desafiante Alan García
anuló los decretos que ocasionaron
derramamiento de sangre en Bagua.
Boluarte, en cambio, desde que empezó su Gobierno ha hecho gala de una cerrada
inflexibilidad y una actitud
tiránica que no ha cambiado un ápice.
Su primer acto de Gobierno fue autorizar la
masacre de peruanos y peruanas, tan jóvenes como de 15 años;
culparlos de sus propias muertes y negarlo todo hasta el día de hoy.
Además de perseguir a sus oponentes y
servir de lacaya a un Congreso con
el que pactó, traicionando al expresidente
Castillo, y a un fujimorismo que perdió las elecciones y con el que hoy cogobierna junto con los otros traidores con los que postuló como es el partido Perú libre.
Porque hay
que decirlo claramente. El poder de
Boluarte no es suyo. Dina es el epígono de una era que empezó en los noventa y el principal instrumento de
la restauración fujimorista. Un fujimorismo que, despojado de su tecnocracia y sin un “Sendero Luminoso” del cual “salvarnos”
(por eso necesita constantemente inventar “terroristas”), ha quedado al desnudo
en su esencia delictiva noventera.
Esta no es una opinión. Es un hecho comprobable, entre otras cosas, por las
67 modificaciones de la Constitución que el Congreso ha
realizado en dos años y la
seguidilla de excarcelaciones que
viene sentenciando el Tribunal
Constitucional de mayoría
fujimorista a los condenados por
crímenes
de lesa humanidad, entre otros, del régimen de los noventa,
gracias a las leyes perpetradas por
el actual Congreso.
¿Hay remedio?
Yo creo que sí. El historiador
Enzo Traverso dijo en una reciente entrevista que “la revolución es la invención del futuro”. Pero esta invención no es obra de intelectuales ni
políticos, quienes más bien deben escuchar
a los ciudadanos movilizados desde abajo,
pues la revolución
es el momento en que estos cobran
consciencia de su poder.
En el Perú, este cambio
pasa por dar algunos pasos osados, empezando por el reconocimiento de lo que los movilizados
contra Dina desde
diciembre de 2023 ya sabían, y
decenas fueron acribillados por eso:
que vivimos bajo un Gobierno
usurpador. Y que, por virtud del
artículo 46 de la Constitución, no
tiene derecho de permanecer más en el poder y, por tanto,” la
población civil tiene derecho de insurgencia”. Es un Gobierno usurpador porque el Congreso,
valiéndose de una hemorragia de modificaciones inconsultas a la Constitución —este diario ha reportado
que son 67 en dos años—, ha cambiado la estructura jurídica
del Estado y viene usurpando las tareas del Ejecutivo
y otros
poderes en su intento de capturar todas las instituciones y
poderes
del Estado, en flagrante
violación a la separación de poderes establecida en el artículo 43.
Además, el Congreso, que fue elegido
asamblea legislativa,
se ha convertido de facto en una asamblea constituyente —
y más propiamente por lo que ha trascendido,
PROSTITUYENTE—
después de haberle negado a la ciudadanía
el derecho de convocar a una asamblea constituyente democrática para asegurar la participación de todos.
Por último, es un Gobierno
no solo usurpador sino golpista. Porque,
aunque haya sido Castillo quien leyó una
proclama golpista, su golpe nunca se
materializó como sí lo hizo el que
perpetró y perpetra cada sí del Congreso con el aval de Boluarte.
Al Perú, no lo van a cambiar las encuestas ni la
indiferencia. Solo la acción.
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Dra. Cecilia Méndez. Historiadora y profesora
principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la
Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de
Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y
profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La República
Plebeya, entre otros.
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