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“El
choque entre las políticas de Trump y el «Estado
profundo» no solo es práctico,
sino también ideológico. Mientras Trump impulsó un aislacionismo
económico basado en la autosuficiencia,
el «Estado
profundo» históricamente ha creado y favorecido la globalización
como herramienta para fortalecer la posición económica y militar de Estados Unidos e
incrementar sus beneficios. Esta discrepancia quedó evidente en las divisiones dentro de las mismas instituciones gubernamentales y corporaciones,
que se han alineado en bandos opuestos.
“La disputa entre Trump y el «Estado
profundo» refleja tensiones
fundamentales en la estrategia de
política exterior de Estados Unidos. Por un lado, las políticas arancelarias de Trump buscaron proteger
la economía nacional y reducir la
dependencia de China. Por otro lado, los actores del «Estado profundo» y muchas corporaciones
se oponen a estas medidas, priorizando sus ganancias a la integración
comercial. En última instancia, esta lucha interna no solo define el presente de la política económica estadounidense, sino que también determinará su capacidad para competir en un mundo
globalizado. Si bien no hay
soluciones simples, la habilidad de Estados Unidos para equilibrar la seguridad económica
nacional con la integración global será clave para su posición como potencia económica en el siglo XXI.
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LA
NUEVA GEOPOLÍTICA CORPORATIVA. LA GUERRA DEL ESTADO PROFUNDO.
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Por Alejandro Marcó del Pont | 27/12/2024 | Economía
Fuentes.
Revista Rebelión viernes 27 de diciembre del 2024.
Tropezar
no es malo, encariñarse con la piedra sí (Alberto Sardiñas)
En un mundo definido por tensiones
comerciales y el ascenso de China
como potencia económica, las corporaciones estadounidenses y las instituciones gubernamentales han
entrado en una lucha interna sobre
el futuro de la política comercial
de Estados
Unidos. La presidencia de Donald Trump introdujo políticas arancelarias agresivas que buscaban reducir la dependencia de China y
fomentar la autosuficiencia económica
del país. Sin embargo, estas medidas pueden colisionar con los
intereses del llamado «Estado profundo» estadounidense,
un entramado de actores clave en defensa,
diplomacia y economía que tradicionalmente ha priorizado la integración
global y la estabilidad comercial que le
ha redituado
grandes beneficios.
Esta disputa
interna revela fracturas profundas en la estrategia de política exterior de Estados Unidos.
Poco pueden pesar las decisiones de un presidente,
las políticas son más bien moldeadas
por intereses corporativos y burocráticos. Mientras algunas compañías respaldan las políticas de Trump, otros las rechazan abiertamente debido a
su impacto
en los mercados
internacionales y en la competitividad estadounidense.
Desde su llegada al poder, Donald Trump impulsó una agenda económica nacionalista basada en el eslogan «América primero». Las políticas arancelarias hacia China fueron el pilar de esta estrategia, con el objetivo de repatriar empleos e industrias a Estados Unidos, especialmente en regiones desindustrializadas. Reducir el déficit comercial con China, al desincentivar las importaciones mediante tarifas y presionar a Beijing para obtener concesiones en temas tecnológicos y comerciales.
Aunque estas
medidas generaron beneficios a corto plazo
para sectores industriales tradicionales,
como la manufactura y el acero, también tuvieron consecuencias adversas. Por ejemplo,
los costos de productos importados aumentaron significativamente,
afectando a los consumidores
estadounidenses, mientras que empresas tecnológicas como Apple, Tesla e Intel,
altamente dependientes de cadenas de suministro en China, se encontraron atrapadas entre cumplir con las políticas de Washington
o mantener su acceso al mercado chino.
La nueva
presidencia de Trump augura nuevos
corto circuitos, pero esta vez, es más claro que parte del poder real de Estados Unidos están en disputa. Según Karthik Sankaran,
investigador del Quincy Institute for Responsible Statecraft, clasifica las corporaciones estadounidenses según sus estrategias frente al mercado chino y las políticas
de Washington. Estas categorías reflejan
las tensiones entre intereses económicos y políticos,
y recientemente han sido actualizadas para capturar la complejidad de la situación actual. Las nuevas categorías incluyen:
1. Expansionistas
pragmáticos: Corporaciones que buscan maximizar
beneficios manteniendo fuertes relaciones
comerciales con China. Ejemplos destacados son Tesla y Qualcomm. Tesla, por ejemplo, obtiene el 25% de
sus ingresos (12.000 millones de dólares anuales) del mercado chino y depende de componentes
críticos como baterías.
2.
Aislacionistas estratégicos: Empresas
alineadas con la narrativa de «América Primero», que buscan reducir la dependencia de importaciones chinas y repatriar su
producción a Estados
Unidos. Fabricantes de acero
y automotrices como Ford lideran
este grupo, apoyados por subsidios
estatales.
3.
Diversificadores cautos: Compañías tecnológicas como Intel, que obtienen un porcentaje
significativo de ingresos de China (26% en el caso de Intel, equivalente a 21.000
millones de dólares), pero buscan reducir riesgos diversificando sus cadenas
de suministro hacia otros mercados
como el sudeste asiático.
4. Mediadores
financieros: Actores como Wall Street y cadenas minoristas como Walmart, que priorizan la estabilidad
económica. Estas corporaciones
presionan para evitar interrupciones
comerciales que puedan perjudicar tanto a la economía global como a los consumidores
estadounidenses.
La siguiente tabla resume la dependencia de sectores clave estadounidenses del comercio con China y su impacto en las disputas internas:
El «Estado profundo» estadounidense, compuesto por actores clave en el Departamento de Defensa, el
Departamento de Comercio, Wall Street
y otras instituciones, ha desempeñado un papel crucial en oponerse a las políticas económicas de Trump
y es posible que hagan nuevamente.
Aunque este término suele asociarse con teorías
conspirativas, en este contexto se refiere al conjunto de intereses corporativos y burocráticos que
influyen en las decisiones de política
exterior y económica de Estados Unidos.
Por ejemplo,
Tesla y Qualcomm han capitalizado
su relación con China
para expandir sus ingresos, por otro lado, empresas
como Lockheed Martin, con menos del 1% de sus ingresos provenientes de este país, abogan por restricciones más severas para contener el ascenso tecnológico
de Beijing. Sin embargo, empresa del
complejo bélico como Boeing sus ingresos provenientes
de China representan aproximadamente el 12%
de sus ingresos estimados en U$S 8 mil
millones anuales. La dependencia de
insumos de Boeing también juega un
papel determinante, obtiene piezas y
componentes de proveedores chinos, y
tiene acuerdos de fabricación conjunta en el país. Estas tensiones reflejan cómo la política exterior estadounidense
sirve como herramienta para beneficiar
a ciertos sectores corporativos en detrimento de otros.
Wall Street y las grandes corporaciones, donde hay actores como Walmart, Apple y BlackRock han presionado intensamente para suavizar las políticas arancelarias de Trump. Estas empresas argumentan que las tarifas interrumpen las cadenas de suministro globales, aumentan los costos de producción y reducen su competitividad internacional. Por ejemplo, Apple obtiene el 19% de sus ingresos de China y depende en más del 90% de insumos chinos, lo que la hace especialmente vulnerable a cualquier interrupción comercial.
El choque entre las políticas
de Trump y el «Estado
profundo» no solo es práctico,
sino también ideológico. Mientras Trump impulsó un aislacionismo
económico basado en la autosuficiencia,
el «Estado
profundo» históricamente ha creado y favorecido la globalización
como herramienta para fortalecer la posición económica y militar de Estados Unidos e
incrementar sus beneficios. Esta discrepancia quedó evidente en las divisiones dentro de las mismas instituciones gubernamentales y corporaciones,
que se han alineado en bandos opuestos.
La disputa entre Trump y el «Estado
profundo» refleja tensiones
fundamentales en la estrategia de
política exterior de Estados Unidos. Por un lado, las políticas arancelarias de Trump buscaron proteger
la economía nacional y reducir la
dependencia de China. Por otro lado, los actores del «Estado profundo» y muchas corporaciones
se oponen a estas medidas, priorizando sus ganancias a la integración
comercial.
En última
instancia, esta lucha interna no solo define el presente de la política económica estadounidense, sino
que también determinará su capacidad
para competir en un mundo globalizado. Si bien no hay soluciones simples, la habilidad
de Estados
Unidos para equilibrar la seguridad económica nacional con la
integración global será clave para su posición como potencia
económica en el siglo XXI.
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