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“Las
disputas de los dioses en el Olimpo condicionan la vida de
los que vivimos montaña abajo. En
este caso, si se permite que Apple
siga controlando el acceso a su App
Store, para Epic o para
cualquier otro, los consumidores
atrapados en el ecosistema de Apple seguirán enfrentándose a precios más altos y menos opciones. Esa
es la realidad inmediata y el dilema
al que se enfrentan los usuarios,
independientemente de lo que pensemos de las cuestiones económicas y sociales más amplias. Si nos quedamos con el mercado liberal «libre», al menos deberíamos insistir
en que los Estados desmantelen los monopolios y oligopolios. Deberíamos
insistir en que los usuarios tengan libertades y protecciones que les
impidan ser estafados y encadenados a los dispositivos de una empresa. La
lucha entre Epic y Apple ha puesto a prueba la legislación de la UE en materia de competencia y su voluntad de respaldar con hechos su afirmación de
que se preocupan por los usuarios,
sentando el precedente de que está dispuesta a hacerle frente a los monopolios tecnológicos. Hasta aquí,
todo bien. Pero aún queda mucho por hacer. No bastará con arbitrar en las disputas
entre empresas tecnológicas. Hay que meter en cintura a las propias empresas.
Esa lucha es real; y, de hecho, es épica.
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LOS TITANES TECNOLÓGICOS SON NUESTROS BARONES LADRONES.
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Por David Moscrop | 18/12/2024 | Economía
Fuente.
Revista rebelión. Miércoles 18 de diciembre del 2024.
La
batalla de Apple contra Epic
nos recuerda que las empresas tecnológicas actuales se comportan como
monopolios del siglo XIX. La única forma de
frenar su poder es instaurar un control democrático sobre estas modernas
réplicas de los barones ladrones de la Edad Dorada.
Los hermanos
de la tecnología vuelven a
pelearse. Recientemente Apple
bloqueó el acceso de Epic Games a su
plataforma de desarrolladores en Europa.
La medida habría impedido al fabricante de Fortnite crear una tienda de aplicaciones que
compitiera con la de Apple, justo
unos días antes de que entraran en vigor las nuevas medidas de competencia de
la Unión Europea (UE), con la Ley de Mercados
Digitales, diseñadas para evitar precisamente eso. Entonces,
en un giro de 180 grados cuando la UE inició una investigación, Apple dio marcha atrás, un movimiento
que Epic dice que es una respuesta a
la «reacción pública de represalia».
En el New
York Times, Tripp Mickle informa de
que el intento de Apple de bloquear
a Epic se justificaba alegando que Epic es un infractor de las normas, que
se niega a permanecer dentro de las líneas trazadas para mantener la seguridad
de la App Store. Como razonamiento, carece de substancia. Mickle señala además que
«Apple también se opuso a las críticas de Epic a
los planes de Apple para cumplir con la ley de competencia tecnológica
europea», es decir, que el gigante de Cupertino estaba intentando convencer a la gente de que cumpliría
con los intentos de limitar el comportamiento anticompetitivo. ¿Alguien lo creyó?
Esa razón, que sin duda está en el fondo de la prohibición, muestra otro nivel de mezquino y desconcertante abuso monopólico por parte de Apple. La disputa entre Apple y Epic es un crudo recordatorio de la mala conducta de la Edad Dorada. Los monopolios privados son indeseables por regla general y los monopolistas y oligopolistas tecnológicos contemporáneos —por su enorme peso y alcance— representan algo incluso peor que sus antepasados del siglo XX. La batalla tecnológica es un llamamiento a redoblar los esfuerzos para instaurar un control democrático sobre estas empresas que configuran los mercados y gran parte de nuestras vidas.
*****
El 26 de
febrero, Tim Sweeney, fundador y
consejero delegado de Epic Games,
criticó en X/Twitter el
dominio de Apple en el mercado. En
concreto, cuestionó
«el monopolio de la tienda de aplicaciones, el monopolio de los
pagos de productos digitales, los
impuestos, la supresión de información veraz sobre opciones de compra
competitivas, el bloqueo de motores
de navegación web competitivos y la destrucción total de aplicaciones web».
Sweeney se define a sí mismo como cualquier cosa menos un «odiador» de Apple. En este breve hilo
en X/Twitter, elogió a los trabajadores de la empresa, señalando
que
«no
hay otro grupo de diseñadores e ingenieros
en la tierra que pueda construir productos tan geniales como Apple cuando se dirigen a ese fin».
Pero advirtió de que «los males empiezan cuando se les indica que no lo hagan».
Así presenta a Apple
como un ángel caído en desgracia, descarriado desde arriba por monopolistas hambrientos de poder.
Sostiene que la empresa está
«a
unas pocas decisiones audaces y visionarias de ser la empresa que una vez fue y
que aún se anuncia como tal: marca querida por los consumidores, socio de los
desarrolladores y señor de nadie».
A pesar de esta súplica de patio de colegio —«si no fueras malo, serías muy, muy bueno»—, lo que tenemos aquí es un pequeño altercado en el mundo de la tecnología que descubre las luchas internas de una clase de capitalistas por lo demás unida. Los tecnólogos del estilo de Apple y Epic quieren hacer crecer sus empresas y dominar el mercado. Quieren maximizar su número de usuarios y sus beneficios. Quieren que el valor de sus empresas suba todo lo que pueda. Esta disputa tecnológica pública es, por tanto, un asunto familiar, pero sus implicaciones son importantes para todos nosotros.
El nuevo jefe es peor que el anterior
Los
economistas de izquierdas llevan mucho
tiempo advirtiendo que el capitalismo
tiende al oligopolio y al monopolio,
especialmente cuando los Estados no
controlan el mercado. A los capitalistas no suele importarles este
fenómeno cuando ellos son los monopolistas.
Sin embargo, les gusta mucho menos cuando se ven presionados por los pocos gigantes que dominan el mercado.
Los gigantes
tecnológicos actuales
recuerdan a los barones ladrones de
la Edad Dorada. Años de lucha a
favor de leyes antimonopolio tenían como objetivo lograr alguna,
cualquier, regulación que pudiera reequilibrar el poder. Al final, estas luchas consiguieron contenerlos e incluso
disolver algunos de ellos, pero los monopolios
y oligopolios nunca se extinguieron.
Los gigantes
de las telecomunicaciones, el
entretenimiento, la agricultura, los
medios de comunicación, la banca y el software surgieron a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX. Hoy en
día, nos enfrentamos a empresas
tecnológicas que son aún más ricas,
están más arraigadas y con más expansión mundial que algunos de
los peores delincuentes del siglo pasado. El impacto de sus plataformas —que constituyen de hecho
el ágora pública y moldean
profundamente el discurso público—
en la democracia es una cuestión
abierta. Y, cada vez más, se trata de una cuestión cargada de temor.
Gobiernos de
todo el mundo intentan una vez más regular a los gigantes
tecnológicos, con el objetivo de frenar
su poder corporativo multinacional
y las tecnologías que despliegan, a
menudo con gran perjuicio social y
político. En Canadá, la Ley de Noticias Online intentó obligar a Meta y Google a devolver una modesta
cantidad de lo que han extraído de los
consumidores mediante pagos a los
medios de comunicación por los contenidos compartidos en las plataformas. El resultado fue que Meta prohibió las noticias en
sus plataformas. La empresa está librando una batalla similar en Australia, que fue pionera en la legislación que
más tarde adoptó Canadá.
Mientras
tanto, los intentos de regulación en Estados Unidos siguen
muriendo en los grupos de presión.
O se quedan estancados en un limbo
geopolítico y de estrategia nacional,
como el acta Restrict.
Dejando a un lado las cuestiones de libertad
de expresión, la inminente
prohibición de Tik Tok en Estados Unidos
demuestra que una regulación contundente
no es imposible. Este caso, sin embargo,
es un raro ejemplo en el que las preocupaciones geopolíticas hegemónicas se imponen a las preferencias de los gigantes
tecnológicos, lo que no es precisamente un resultado digno de celebración.
Sólo el control democrático de las grandes empresas tecnológicas puede proteger a los trabajadores, a los consumidores e incluso a los Estados de los excesos y las acciones tóxicas de los gigantes corporativos multinacionales, cuyos intereses estratégicos y tendencias a maximizar los beneficios producen externalidades negativas para el resto de nosotros. Ese trabajo debe hacerse día a día y poco a poco, y debe basarse en la negativa a creer en el utopismo tecnológico que nos venden Silicon Valley y sus devotos.
Amos del universo
El
programador y ensayista Paul Graham
también recurrió a X/Twitter para
compartir su frustración por la decisión de Apple de cancelar la cuenta de desarrollador de Epic, citando como una de las razones
de la empresa el tuit de Sweeney en
el que criticaba a Apple. Allí
también refleja el utopismo tecnológico
de sus compatriotas.
«No queremos pensar que Apple sea malvada», añade. «Sería muy inconveniente. No queremos
cambiar a Android. Pero cada vez veo más signos de que el poder los ha
corrompido».
La queja de
Graham es un reflejo de la de Sweeney: un lamento por un gigante antaño grande, pero ahora corrompido. Apple lleva mucho tiempo controlando el mercado, intimidando a los desarrolladores y evadiendo
impuestos. Que utilice su poder para silenciar
y debilitar a un crítico y
competidor no debería sorprendernos. Esto
es monopolio 101, y se remonta a más tiempo del que han existido los ordenadores, por no hablar de Apple.
La villanía
caricaturesca de Apple es sólo una
variación menor de un tema familiar.
La incapacidad de los monopolistas
tecnológicos para compartir
entre sí sus tecnologías de pesadilla,
creadoras de hábitos, repletas de vigilancia y explotadoras es un comportamiento
de mercado estándar. Aunque esto no
justifica que sea correcto o bueno
—de hecho, todo lo contrario—, sí se ajusta a las reglas egoístas de los capitalistas.
No hay ningún gigante tecnológico que
dudaría en actuar como Apple si
estuviera en su lugar. Este
comportamiento no hace sino poner de manifiesto
el poder del mercado sin control al
que aspiran las empresas.
Antes del
intento de prohibición, Epic
tenía planes de lanzar la Epic Games
Store y su juego estrella, Fortnite,
a dispositivos con iOS en Europa. Epic afirma que la medida de Apple es «una grave violación» de
la Ley de Mercados Digitales de Europa.
Obviamente, la UE estaba de acuerdo
en que al menos había alguna posibilidad de que Epic tuviera razón.
Las disputas de los dioses
en el Olimpo condicionan la vida
de los que vivimos montaña abajo. En
este caso, si se permite que Apple
siga controlando el acceso a su App
Store, para Epic o para
cualquier otro, los consumidores
atrapados en el ecosistema de Apple seguirán enfrentándose a precios más altos y menos opciones. Esa
es la realidad inmediata y el dilema
al que se enfrentan los usuarios,
independientemente de lo que pensemos de las cuestiones económicas y sociales más amplias.
Si nos
quedamos con el mercado liberal
«libre», al menos deberíamos insistir
en que los Estados desmantelen los monopolios y oligopolios. Deberíamos
insistir en que los usuarios tengan libertades y protecciones que les
impidan ser estafados y encadenados a los dispositivos de una empresa.
La lucha
entre Epic y Apple ha puesto a
prueba la legislación de la UE en
materia de competencia y su voluntad
de respaldar con hechos su afirmación de que se preocupan por los usuarios, sentando el precedente de que
está dispuesta a hacerle frente a los monopolios
tecnológicos. Hasta aquí, todo bien. Pero aún queda mucho por hacer. No bastará con arbitrar en las disputas entre empresas tecnológicas.
Hay que meter en cintura a las propias
empresas. Esa lucha es real; y, de hecho, es épica.
David
Moscrop. Escritor y comentarista político. Presenta el podcast Open to
Debate y es autor de Too Dumb For Democracy? Why We Make Bad
Political Decisions and How We Can Make Better Ones.
Traducción:
Pedro Perucca
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