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“Para desintoxicarnos un poco de este ambiente que parece apocalíptico,
usted sugiere que hay que salir de Lima. Cuando se construye este modelo, que yo
llamo mecanismo, a Lima se le otorga
el rol de generar la niebla de la guerra.
Y la niebla de la guerra es la desinformación. Entonces, cuando San Martín entra a Lima se generan los rumores de que vienen los guerrilleros. Y hoy Lima sigue
siendo un centro de desinformación,
de crisis y de historias que nunca terminan. Viene una historia, y otra, y es la
de nunca acabar. Es como uno de esos folletines
franceses del siglo XIX, que se
extendían, o como el escribidor Pedro
Camacho, de Vargas Llosa, que
escribe y escribe, y ya no sabe qué inventar. Mientras que cuando tú sales de
la ciudad, y he tenido la
oportunidad este año de ir a Huamanga,
a Huamachuco, la vida transcurre de
otra manera. Los huamachuquinos, por
ejemplo, están muy entusiasmados porque el próximo año se cumplen 200 años de la muerte de José Faustino Sánchez Carrión, que
muere justamente al regresar de la campaña
de Ayacucho, a los 35 años, con
el hígado destruido, es un héroe civil.
Y sus coterráneos están ahí, en Huamachuco,
preparando algo. A ellos no les interesan todas estas historias truculentas. Entonces, salir de Lima te permite ver desde otra perspectiva al Perú. Aparte, Lima es
nublada. La niebla natural, la niebla de los rumores, de las intrigas,
es lo que nos domina cotidianamente.
Hay un
concepto que me llamó la atención en sus escritos: las islas de ternura, ¿Qué
son? De eso hay mucho en el Perú. Basadre tenía esta frase para definir al Perú, él decía que el país era dulce
y cruel. Yo creo que es esa dulzura que tú la ves cotidianamente, con tus
amigos, que se reúnen, que cocinan. Ayer estaba en una isla, acá, en mi casa,
con amigos, hablando de historia.
Esas son islas del conocimiento, del
cariño, que nos permiten justamente oxigenarnos para salir al horror que estamos viviendo. Las islas de cariño y de ternura son la recuperación de la humanidad en lo cotidiano, para poder
resistir.
¿Y La
Punta será siempre su isla de ternura? Totalmente. Yo creo que otro punto importante que queda en el libro son
estas pequeñas identidades. Las identidades que yo llamo distritales, municipales, vecinales,
que te van formando con amor a lo
que tienes cerca. Así se forma una
identidad, en el caso mío como punteña,
chalaca y peruana. Y así se van
construyendo las identidades en nuestros niños también. Es lo que hay que fomentar.
/////
Carmen Mc Evoy dice que lo mejor de este año es la fortaleza y el temple de las peruanas que “se ocupan de mantener cierta normalidad en medio de la debacle nacional”. Fotografía Archivo de la República.
*****
CARMEN MC EVOY:
"EN
LA ACTUALIDAD OCURRE UN DESCUARTIZAMIENTO DEL ESTADO EN ARAS DE UNA RAPACIDAD
INÉDITA EN LA HISTORIA"
*****
La historiadora hace un paralelo entre la crisis
política por la que atravesamos y las grandes dificultades por las que pasó el
naciente estado peruano luego de la victoria de Ayacucho. Además, habla de su
último libro: En el umbral
de lo desconocido (Crítica / 2024), una reflexión sobre nuestros 200
años como República
Por
Emilio Camacho. Periodista.
Fuente.
La República domingo 15 de diciembre del 2024.
Cada
vez que la historiadora Carmen
Mc Evoy llega al Perú
se mueve a velocidad de vértigo. En los últimos tres días presentó su nuevo
libro: En el umbral de lo desconocido (Crítica / 2024), se
reunió con unos pocos amigos, atendió a unos cuantos periodistas impertinentes,
presencial y virtualmente, y se dio tiempo para armar el árbol de Navidad en su casa de La
Punta. Su año ha sido similar. Ha seguido ordenando los ensayos con los que
interpreta nuestra historia y establece paralelos con la actualidad, ha viajado
a escenarios que son claves en el bicentenario
de la Batalla de Ayacucho, y, además
de sus columnas, se ha convertido en podcaster,
para llegar a un público más amplio, siempre con la idea de ver el pasado,
puntualmente lo ocurrido en 1824,
para entender si en el origen del Perú republicano está la explicación de lo
que nos ocurre hoy. Este es el resumen de esos meses galopantes.
La invocación a Camus, un escritor que vio los horrores de la Segunda Guerra Mundial y luchó junto con otros intelectuales franceses en la resistencia, no sirve para que la ferocidad a la que aludes mágicamente se transforme. Camus más bien nos recuerda que los seres humanos poseemos una fuerza interna, capaz de resistir la más grande de las adversidades y mantenernos en pie. Es esa capacidad, que es universal, la que no deja de sorprendernos en momentos de grandes pruebas como las que estamos atravesando. Entonces, contestando a tu pregunta, en el Perú nuestros compatriotas están dando la batalla, en solitario y anónimamente, por la vida. Ese nivel de fortaleza, en medio de la muerte y la violencia desatada, debe llevarnos a una profunda reflexión y a una gran empatía que desafíe abiertamente la indolencia del gobierno.
Usted
dice que su último libro, En el umbral de lo desconocido,
nació por el llamado de un seguidor de Twitter, que le pidió que escribiera un
texto sobre este tiempo, para que nos sirviera a todos de desahogo, ¿un libro
puede tener ese efecto? ¿Un libro puede darnos esperanza?
Pienso que el
pedido del lector que me inspiró tiene conexión, tal vez sin proponérselo, con
una frase camusiana con la que
inicié la presentación de mi libro en El Virrey. Señala Camus, y aquí lo parafraseo, que el “verdadero horror a la existencia no es el miedo a la muerte sino a la
vida”. El terror a despertarse diariamente para enfrentar las mismas
luchas, dolores y desilusiones irresueltas. En breve, el miedo a que nada
cambie. Vivimos en una república sin rumbo, sin sentido y, lo que es más grave,
sin memoria, lo que la condena -y de ahí el pedido del seguidor- a una repetición
eterna que espanta y duele.
Una de
las cifras de la que menos se habla es que el 57% de los peruanos está
dispuesto a dejar el país, por la falta de oportunidades, por la inseguridad y
por la inacabable crisis política, ¿Cómo encontrar esperanza en un escenario
así?
El Perú ha expulsado a sus hijos a través de diferentes momentos
de su desventurada historia y estamos en una de esas coyunturas de desarraigo
como mecanismo de sobrevivencia. En 1989
dejé el Perú con mis dos hijos pequeños para hacer un doctorado en California. Un millón
de peruanos partieron en ese trágico año buscando oportunidades, pero
principalmente huyendo de la ola de violencia que la vesania de Sendero
Luminoso decretó a lo largo y ancho del país. ¿Cómo encontrar esperanza?
Pensando que luego del agotamiento de un ciclo, que ahora es mundial, se
rectificó el rumbo en otras administraciones. Porque de este, marcado por la
frivolidad y la negligencia, no espero absolutamente nada.
¿Hay
algo bueno que rescatar en el Perú el 2024? ¿Qué es lo mejor de este año?
La fortaleza y temple de los peruanos, especialmente de las mujeres que en diferentes regiones del
país se ocupan de mantener cierta normalidad en medio de la debacle nacional. Pienso, por otro
lado, en la entereza de tantas madres que han debido de reconocer los cuerpos
de sus hijas violadas y asesinadas,
halladas en bolsas o en tachos de basura o tiradas en descampados, incluso
descuartizadas. El nivel de brutalidad y falta de respeto por la vida que
estamos presenciando es inédito y por eso celebro a quienes, desde diferentes colectivos, como las ollas comunes, alimentan a familias enteras e incluso rescatan animales de las calles, torturados por
los que gozan con el dolor de los más
débiles.
Le voy
a leer un extracto de un texto que aparece en su libro: “El congreso soberano o
mejor diremos el club de facciosos, parece que se instaló para aumentar las
calamidades del Perú (…) Este augusto cuerpo que constaba de individuos rescatados
con arte y maña eran destinados a decidir la suerte del Perú: hombres sin
educación, sin talento, sin probidad ni honor”. Es algo que se escribió en
1824, pero tranquilamente podría firmarlo alguien de este tiempo. ¿A qué se
refería el autor de esa nota, cuál era el contexto que lo motivaba a escribir
algo así?
Es un documento que sorprende por su actualidad y
que nos remite a esa suerte de eterno retorno perverso que mencioné
anteriormente. La denuncia del artículo, publicado en un periódico del Callao, es contra un congreso de
oportunistas a los que se les llamaba “logreros”,
para los cuales el “bien común”-que
se discute en una serie de documentos fundacionales de la república-
simplemente no existe. Desde sus inicios, los fundadores de la república
anunciaron que el mayor reto para la consolidación de un orden, por el cual se
luchó en Ayacucho, serían las
ambiciones desenfrenadas que amenazaban su existencia, y ese nefasto patrón de
comportamiento persiste 200 años
después.
Usted
habla de la Batalla de Ayacucho como la “victoria impensable” o como un
“extraordinario caos organizado”, ¿tan inconcebible era una victoria patriota?
Bueno, pienso que a lo que específicamente
me refiero en el libro y en el podcast que lo acompaña es al arco temporal Junín- Ayacucho, que corre
desde agosto a diciembre de 1824.
Porque hay que pensar que Junín, una victoria a todas luces impensable, cambia
la dinámica de una guerra marcada por una sucesión de derrotas para el bando
patriota. Ayacucho, una batalla en
la cual la estrategia de Sucre y el
coraje de los peruanos llegados al campo de batalla luego de larguísimas
caminatas por desiertos y montañas,
corona una victoria que es peruana y continental.
¿En
qué se parecía el Perú de 1824, una república en formación, a este Perú de
2024, donde unos cuantos procuran desarmar lo poco que queda de
institucionalidad?
Ambas coyunturas provienen de una posguerra en la que
no se abordó, mediante un proyecto nacional, el bienestar
integral de millones de peruanos. Con todo el heroísmo y entrega que significa Ayacucho, una batalla solventada con el
apoyo de centenares de municipalidades y
comunidades altoandinas, en el período posterior el Estado Peruano fue repartido. En la actualidad ocurre un descuartizamiento
del Estado en aras de una rapacidad que pienso es inédita en la historia,
porque ya ni siquiera se guardan las formas y menos las apariencias. El objetivo puro y duro, mientras el Perú
agoniza, es robar lo que se pueda en el tiempo del
que se disponga.
La batalla de Ayacucho.
¿Ha
sentido que este gobierno se interesara por la conmemoración de Ayacucho?
Parece que muchos entendieron a esta fecha como una cosa regional, ayacuchana, pero
no de alcance nacional.
Es vergonzoso que con todos los recursos de los
que dispone el Estado Peruano, los
cuales se despilfarran y roban de
manera sistemática, no se haya inaugurado
una gran obra o una multiplicidad de obras que dejen grabada en la memoria
nacional el hito fundacional que significó la mítica batalla de Ayacucho.
Ahora,
aunque valoramos mucho lo que ocurrió en Ayacucho, nos fijamos un poco menos en
lo que vino después. En la presentación de su libro usted dijo que, tras la
victoria en la Pampa de la Quinua, nos convertimos en el depósito tóxico de los
ejércitos libertadores, ¿por qué?
Porque Ayacucho es la batalla final
regional, lo que
significa que allí convergieron ejércitos
transnacionales. Y la transnacionalización de la guerra, que es lógica -porque si no se liberaba el Perú, todas las colonias seguían en
peligro- significó que las oleadas que vinieron: los granaderos de San Martín, los grancolombianos
que llegan con Bolívar, los chilenos que también eran remanentes
que vinieron con San Martín, se
quedaran como soldados desmovilizados. Y se quedan porque el Perú les da posibilidades de insertarse
en el proto-Estado que se está
formando. Entonces, termina la batalla
y por ahí encuentran prefecturas, subprefecturas, ministerios, hay un reparto.
Es el
Estado visto como un botín.
Ahí empieza el Estado
como botín de guerra, y es un botín de guerra que se valida con la idea: “Yo peleé en Ayacucho, por la patria”, o
“Yo
me vine de las provincias unidas del Río de la Plata para pelear por la
libertad del Perú, me lo deben”. Entonces, ahí empieza este estado que nace con esta suerte de
lastre.
José Faustino Sánchez Carrión.
***
¿Y en
general diría que hemos idealizado a las figuras de los dos libertadores, la de
San Martín y la de Bolívar, y que hemos sido complacientes en la narración que
llevamos a las escuelas?
Totalmente. Por ejemplo, no se le da el valor
al ejército del norte, a los norteños. Ellos llegaron caminando, empezaron su
jornada probablemente en Trujillo.
Ahí es donde viene (José Andrés) Rázuri,
y ellos son los que determinan el rumbo de la batalla de Junín. Y allí se va haciendo una preparación para lo que
viene después, en Ayacucho, y en el
camino reciben el apoyo de los pueblos, de las comunidades altoandinas, de las
municipalidades. (José Faustino) Sánchez
Carrión, probablemente debería estar en ese monumento que está en Huamanga, acompañando a Sucre, porque él es el que hace las
negociaciones con los pueblos, para ir recolectando lo que se necesita para la
guerra, empezando con mulas, caballos, comida. Entonces, hay figuras estelares
que vienen, pero si no hubiera habido ese apoyo desde abajo, de las rabonas, de las guerrillas, el triunfo
hubiera sido imposible.
Eso es
interesante, porque hay gente que todavía avala la idea de que la independencia
fue concedida, de que los peruanos simplemente fuimos espectadores de lo que
vinieron a hacer los extranjeros.
Eso ha quedado como el jingle, como esa canción que
suena bien, pero que no significa nada. Porque, primero que nada, a Bolívar se le solicita venir. Ahí ya rompes
la idea de que vinieron y te concedieron la libertad. O sea, eso le convenía a Bolívar y también a los peruanos. Fue
una negociación en el Congreso, que
le pide que venga. Y Bolívar entra y
empieza a ver el panorama político peruano, y en cierta manera estimula las
divisiones, que ya se habían dado con las rupturas entre Riva Agüero y Torre Tagle, eso es innegable. Pero a él le convenía
que existiera la anarquía, para
validar su presencia.
Una de
las cosas más estimulantes para usted, este año, ha sido trabajar en dos podcasts, lo
que al final es un lenguaje nuevo. ¿Cómo le ha ido con eso?
Primero que nada, yo creo que el futuro está en lo audiovisual, y ustedes en el periodismo son los que mejor lo comprenden. Los titulares, por ejemplo. A veces a mí me preocupa cuando doy entrevistas porque no sé qué cosas van a poner.
Caray
Y el titular no necesariamente refleja la
totalidad de lo que se habla. El titular, digamos, es para poder atraer al
público, eso me parece muy bien y lo comprendo. Pero vamos al hecho del
podcast. Son 10 podcasts que te van llevando por este camino de Ayacucho, que fue hace 200 años. Hicimos como estructura
de una clase. Luego viene la animación, que es un poco para los niños y los
maestros. Y la tercera parte son entrevistas que hago a historiadores, que han investigado diferentes partes del proceso.
Es una discusión académica, sólida. No nos estamos haciendo preguntas como “¿Existió la batalla de Ayacucho?”, que
veo en otros podcasts, para generar controversia. Dicen: “No, todos se abrazaron”. Pero no fue así, fue sangrienta. La
simplificación atrae a los likes y
yo lo entiendo, y por eso creo que este material puede servir después para
trabajarlo con las diferentes escuelas y los maestros a lo largo del Perú.
En
todo caso, el bicentenario de la Batalla de Ayacucho la ha convertido a usted
en una comunicadora.
Sí, yo creo que sí. Aunque yo ya soy una comunicadora con mis columnas. Y ya aprendí los mecanismos, la
manera de llegar, he tenido que aprender a sintetizar. Y yo creo que esto nuevo
ha sido un paso adelante.
Un
punto interesante en el
podcast ha sido abordar el tema de la neurociencia y los
estudios de Mauricio Sigman, para entender cómo se forma la memoria colectiva
de un país.
Estás hablando de la tercera parte, de las
conversaciones de Mesa Compartida, con César
Azabache, que es donde abrimos la discusión a temas de nuevos autores. Y lo
que dice Mauricio Sigman es que las
conversaciones, el diálogo, tiene impacto en la manera como se produce la
sinapsis, las conexiones neurológicas.
Entonces, si las conversaciones se plantean con temas importantes, poderosos,
se puede producir una transformación real. Pero lo que pasa es que estamos
acostumbrados a las conversaciones sobre el condominio Mikonos, o si la señora se
operó, y eso no te va a hacer ningún impacto. Al contrario, va volviendo
superficial la conversación de temas
nacionales.
En la
presentación del libro, Eduardo Dargent decía que queremos establecer una
especie de paralelo entre la Batalla de Ayacucho y la actualidad. Estamos
hablando de un Estado
que recién se formaba, caótico, con traiciones, como el que vemos ahora. Pero
también es cierto que hemos pasado momentos peores. No tenemos hiperinflación,
no tenemos terrorismo, no hay Guerra del pacífico. Quizá lo que nos pasa a los
peruanos es que también somos un poco más dramáticos de lo que deberíamos ser.
Yo creo que no sabemos apreciar los momentos en que hay cierta estabilidad.
Y creo que no sabemos apreciar lo que tenemos en general. O sea, tenemos una gran cultura, tenemos una gran historia, tenemos recursos
impresionantes. Todo lo que tenemos a nuestra disposición, en momentos de
tranquilidad deberíamos disfrutarlo y preservarlo. Pero cuando llegan las crisis nos olvidamos. Eso creo que lo
mencionó Eduardo. En los momentos en
que el Perú vive cierta estabilidad, deberíamos recuperar esta memoria, deberíamos recuperar los procesos. Y yo creo que
este momento sí es una crisis de verdad,
esta es una implosión del Estado,
que se ha ido deteriorando por este modelo de reparto y que ahora, los vampiros que han entrado ni
siquiera te explican, simplemente toman por asalto y roban lo que pueden.
Para
desintoxicarnos un poco de este ambiente que parece apocalíptico, usted sugiere
que hay que salir de Lima.
Cuando se construye este modelo, que yo
llamo mecanismo, a Lima se le otorga
el rol de generar la niebla de la guerra.
Y la niebla de la guerra es la desinformación. Entonces, cuando San Martín entra a Lima se generan los rumores de que vienen los guerrilleros. Y hoy Lima sigue
siendo un centro de desinformación,
de crisis y de historias que nunca terminan. Viene una historia, y otra, y es la
de nunca acabar. Es como uno de esos folletines
franceses del siglo XIX, que se
extendían, o como el escribidor Pedro
Camacho, de Vargas Llosa, que
escribe y escribe, y ya no sabe qué inventar. Mientras que cuando tú sales de
la ciudad, y he tenido la
oportunidad este año de ir a Huamanga,
a Huamachuco, la vida transcurre de
otra manera. Los huamachuquinos, por
ejemplo, están muy entusiasmados porque el próximo año se cumplen 200 años de la muerte de José Faustino Sánchez Carrión, que
muere justamente al regresar de la campaña
de Ayacucho, a los 35 años, con
el hígado destruido, es un héroe civil.
Y sus coterráneos están ahí, en Huamachuco,
preparando algo. A ellos no les interesan todas estas historias truculentas. Entonces, salir de Lima te permite ver desde otra perspectiva al Perú. Aparte, Lima es
nublada. La niebla natural, la niebla de los rumores, de las intrigas,
es lo que nos domina cotidianamente.
Hay un
concepto que me llamó la atención en sus escritos: las islas de ternura, ¿Qué
son?
De eso hay mucho en el Perú. Basadre tenía esta frase para definir al Perú, él decía que el país era dulce
y cruel. Yo creo que es esa dulzura que tú la ves cotidianamente, con tus
amigos, que se reúnen, que cocinan. Ayer estaba en una isla, acá, en mi casa,
con amigos, hablando de historia.
Esas son islas del conocimiento, del
cariño, que nos permiten justamente oxigenarnos para salir al horror que estamos viviendo. Las islas de cariño y de ternura son la recuperación de la humanidad en lo cotidiano, para poder
resistir.
¿Y La
Punta será siempre su isla de ternura?
Totalmente. Yo creo que otro punto importante
que queda en el libro son estas pequeñas
identidades. Las identidades que
yo llamo distritales, municipales,
vecinales, que te van formando con amor
a lo que tienes cerca. Así se forma una
identidad, en el caso mío como punteña,
chalaca y peruana. Y así se van
construyendo las identidades en nuestros niños también. Es lo que hay
que fomentar.
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