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La abstención masiva de los chilenos en la última elección municipal
instala en nuestro medio una fenomenología social que debe ser puesta en perspectiva. Lo inédito no es el “abstencionismo”, la novedad estriba en su
masificación. Lo que se tenía como una cuestión marginal se ha convertido
en un fenómeno que atañe a más de la mitad del electorado en nuestro país. Asistimos a una “singularidad” que reconoce
múltiples fundamentos, pero se traduce en una “negación” a participar del
rito electoral. Por pronto entonces, reconozcamos dos cosas: el
“abstencionismo” es contagioso y va en un claro aumento. Si bien las razones
paro no participar en una elección municipal, parlamentaria o presidencial son
variadas, la decisión de “no votar” es una
“conducta política” y que posee consecuencias políticas. Si una elección es
de suyo un evento político, su negación también lo es, de algún modo, la más radical resistencia del ciudadano
ante la realidad que no le convoca cualesquiera sean sus particulares
fundamentos. Todo esto puede desconocer el papel
“catalizador” que han tenido los diferentes movimientos sociales, especialmente los estudiantes.
Si concebimos la inmensa mayoría abstencionista como una suerte de
“agujero negro” instalado en el centro de nuestra sociedad, caemos en cuenta de que este “agujero” ha ideo devorando de manera acelerada lo que solía
llamarse un “malestar difuso” que va
desde el simple desinterés a la opción política consciente por la abstención. La tendencia que se constata es hacia un
crecimiento de este “agujero” y no hay razones para pensar que ese aumento
se revierta en un plazo breve. El universo abstencionista, como buen “agujero negro”, no deja escapar la
luz; esto significa que es refractario a un análisis sistemático. Podemos observar su totalidad que lo
aproxima al 60% del electorado, pero no es previsible en el futuro
inmediato. Es claro que el fenómeno no es nuevo, y pareciera que se ha ideo
contagiando por capas. Lo que comenzó como
una actitud marginal y juvenil se ha multiplicada hacia diversos sectores
que se suman a la apatía y el desencanto. De modo que aquello que era un
universo electoral relativamente estable y previsible se ha transformado en un universo inestable e incierto.
…. Álvaro Cuadra. Investigador y Docente Universitario.
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LA INDIFERENCIA ESTÁ MATANDO
A LA POLÍTICA.
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Editorial de “Punto Final”.
Santiago lunes 8 de abril del 2013.
La indiferencia de los ciudadanos es
enemiga mortal de la democracia y de la justicia. A su sombra se acentúa la
concentración del poder y en su forma más aguda, abre camino al totalitarismo.
Es lo que sucede en semi-democracias donde la participación ciudadana es mínima
o inexistente, sin ningún peso en las decisiones significativas del país. Es lo
que parece estar ocurriendo en Chile.
A poco menos
de siete meses de las elecciones de presidente de la República y del nuevo
Congreso Nacional, es una incógnita cuántos ciudadanos participarán. En las
elecciones municipales de 2012 se registró una abstención superior al 60%, lo
cual significó que más de ocho millones de ciudadanos dieron la espalda a un
pronunciamiento democrático sobre las autoridades de sus comunas. Los nuevos
alcaldes y concejales, proporcionalmente, representan a minorías -en algunos
casos insignificantes- de quienes viven en esas comunas. En esa oportunidad se
estrenó el sistema de inscripción automática y voto voluntario, largo tiempo
postergado y que puso en marcha el actual gobierno.
El nuevo
sistema presenta muchas dificultades: los padrones electorales no están todavía
depurados de defunciones, condenas inhabilitantes y de chilenos que viven en el
extranjero. Para las elecciones de noviembre se espera que esas deficiencias
estén superadas. Asimismo, el padrón electoral, como resultado de la
inscripción automática, aumentó en más de cinco millones de electores -en su
mayoría jóvenes-, alcanzando a 13 millones 200 mil personas. Más de la mitad de
los nuevos electores no votaron en las municipales de octubre pasado. Ahora, en
un estudio minucioso de las cifras, el Servicio Electoral (Servel) ha entregado
mayores antecedentes. Entre los electores de 18 a 19 años sólo una quinta parte
fue a votar. Desde los 19 a los 34 años los porcentajes de votación fueron
inferiores al 30% y hasta los 44 años, no superaron el 50%. Las personas entre
65 y 69 años fueron las más activas, votando el 67% de los inscritos de esa
franja etaria.
Estas
constataciones introducen un factor de incertidumbre para las próximas
elecciones. Se supone que la presidencial provocará mayor interés. El gobierno
ha comprometido fondos para una campaña publicitaria orientada a estimular la
participación electoral, mientras los partidos hacen denodados esfuerzos en el
mismo sentido. Pero los resultados son muy inseguros, porque la desconfianza y
la indiferencia han calado profundamente. Para un sector importante de la
ciudadanía, como señalan diversas encuestas, es asunto muy secundario quién sea
el nuevo presidente de la República. Se considera que ninguno de los aspirantes
en competencia cambiará sustancialmente la situación marcada a fuego por una de
las peores desigualdades del mundo. Se sabe de antemano que ninguno de los
programas de los posibles candidatos alcanzará el nivel de una verdadera
propuesta de cambios. La indiferencia prevaleciente no será tocada por promesas
vagas.
No se
trata sólo de la perspectiva electoral. La creciente desafección al sistema
político, económico, social y cultural -cuya estructura continúa siendo la misma
que construyó el terrorismo de Estado-, el fortalecimiento del individualismo,
la desconfianza en los demás, y sobre todo en los partidos -que han hecho lo
suyo para merecer tanto repudio-, son una monolítica realidad,impenetrable a
las pobres ideas y consignas que barajan las candidaturas, aunque contrapesada
en las encuestas por signos positivos -como la creencia en la democracia como
el mejor sistema disponible, la preocupación por el medio-ambiente y la
educación, etc.-.
En
noviembre de 2012 se publicó un estudio nacional de opinión pública, titulado Auditoría
a la Democracia , que constata la profundidad del fenómeno. El estudio fue
elaborado por nueve centros de estudio de variadas orientaciones, desde Cieplan
hasta el Instituto Libertad y Desarrollo, desde el Centro de Estudios Públicos
al PNUD, la Fundación Jaime Guzmán, Chile 21 y Proyect América. Todo lo cual
hace más verosímil los resultados de una muestra que representa a la población
urbana y rural de 18 años y más. Se trata de un trabajo que aumenta las
perplejidades que provoca la realidad nacional. Hay, sin duda, respuestas emocionales
-como ese 90% que se declara orgulloso o muy orgulloso de ser chileno (que de
alguna manera suena parecida a la “felicidad” de que dice disfrutar una mayoría
en otras encuestas).
Este
estudio señala que sólo un 4% de los ocho millones de chilenos que no votaron
en las municipales lo hicieron como una forma de expresar su rechazo al sistema
imperante. Esto, que habría sido una forma activa de participar, convirtiendo
la abstención en un pronunciamiento contra el sistema y sus instituciones, fue
minoritario. La mayoría, en cambio, se abstuvo porfalta de interés (30%), por
tener otros asuntos que hacer ese día (19%), o porque “le dio lata” (13%).
Menos del
20% de los consultados se muestra interesado en política; el 18% manifiesta
simpatías por la Concertación, el 14% por la Alianza y el 7% por el PC y sus
aliados. El 58% no entrega apoyo a ningún sector. El 76% desconfía de la
mayoría de las personas. Otras respuestas reflejan desconocimiento de la
historia, como ese 40% que estima que antes de 1973 Chile era “nada
democrático”, y aparecen opiniones insólitas, como la que menciona a
Carabineros en el primer lugar de las instituciones confiables, seguidos por
las radios y las fuerzas armadas (las tres con 51% o más). Sólo el 40%
considera que los partidos políticos son indispensables para la democracia, y
aparecen, con 9%, a la cola de las instituciones confiables.
El
estudio traza un cuadro interesante y contradictorio que estimula todo tipo de
cavilaciones. Se trata de interrogantes que deberían despejarse a medida que se
desarrollen las luchas sociales y políticas que empiezan a acelerarse. Sin
embargo, hay cuestiones meridianamente claras. Una es la necesidad de rescatar
el verdadero sentido de la política, que para la Izquierda es el ámbito en que
se deciden los cambios y las grandes gestas liberadoras. El instrumento es un
programa alternativo al capitalismo causante del autismo político, un programa
que permita acumular una mayoritaria conciencia de cambios que pongan al ser
humano en el centro de los objetivos de la economía, la cultura y la
preocupación de las instituciones. Aparte del desprestigio de la política
promovido por la dictadura, los partidos han cavado su propia tumba y no cejan
en su empeño suicida. La Concertación, al someterse al neoliberalismo, terminó
por desprestigiar aún más a la política. Hoy es virtualmente imposible que uno
u otro bloque político pueda remover la indiferencia y recuperar la confianza
de la mayoría de los 13 millones de ciudadanos inscritos en los registros electorales.
Por eso,
en función de la elección presidencial, lo que está operando es el marketing
en reemplazo de la política. La candidata de la Concertación, Michelle
Bachelet, y el candidato de la Alianza - que probablemente sea Laurence
Golborne -, son construcciones mediáticas que se ciñen a las reglas del marketing
. Ambas candidaturas recibirán apoyo financiero y publicitario de las
clases dominantes, porque las dos son funcionales al modelo neoliberal. La
competencia se definirá en el reducido marco de unos seis millones de
electores, que hace impredecible un resultado que, por lo demás, carece de real
importancia.
El
rescate de la política debe ser parte de un saneamiento cívico-moral promovido
por una movilización popular, cuyo objetivo sea poner fin al modelo e instaurar
la participación ciudadana a partir de una Asamblea Constituyente que proponga
al pueblo una nueva Constitución destinada a superar el individualismo, el
egoísmo y la corrupción. Hay por delante un camino difícil pero lleno de esperanzas,
como lo está demostrando la nueva etapa que viven pueblos latinoamericanos
donde la participación popular -incluyendo el poder revocatorio de sus
autoridades-, han conseguido relegitimar la política y derrotar la
indiferencia. A esa corriente revitalizadora de virtudes democráticas, Chile debe sumarse cuanto
antes, para eludir las amenazas reaccionarias agazapadas detrás del desinterés
ciudadano.
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Editorial
de “Punto Final”, edición Nº 778, 5 de abril, 2013
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