&&&&&
Sin
embargo, la democracia representativa no fue concebida originariamente como un
instrumento para canalizar las aspiraciones populares de orden
económico, social y político. El
liberalismo se apropió de la representación política como “estrategia de los ricos para asegurar y
mantener su propia posición de dominación socioeconómica por medios políticos”. Desde
sus orígenes modernos, la democracia
representativa estuvo regida por
una matriz cultural occidental, individualista, clasista, racista, patriarcal,
homófoba, excluyente, competitiva, consumista, explotadora en el empleo y
depredadora del medio ambiente. La democracia representativa formaba parte de un
modelo civilizatorio que impuso alrededor del mundo el señorío del moderno sujeto blanco, varón, adulto, heterosexual,
propietario de bienes, cristiano y padre de familia. Entre los
destinatarios de la democracia no figuraban los asalariados, las mujeres, las
personas con discapacidad, los pobres, las personas no blancas ni las minorías étnicas y sexuales, grupos
considerados inferiores y, en razón de ello, susceptibles de ser cosificados,
explotados y silenciados. Este hecho evidencia el carácter colonial de la democracia liberal y del tipo de relaciones
que estableció con
una multiplicidad de sujetos a los que despolitizó y deshumanizó.
/////
DESCOLONIZAR LA DEMOCRACIA.
*****
Antoni Jesús Aguiló.
Rebelión viernes 19 de abril del 2013.
A pesar del cambio de estatus legal y político que
los procesos de descolonización supusieron para las antiguas colonias
occidentales, la hegemonía de las formas ideológicas y culturales occidentales
no ha sido alterada de manera significativa. Como afirma Ashis Nandy [1]: “Occidente
está ahora en todas partes, dentro y fuera de Occidente: en estructuras y
mentes”.
En este punto confluyen las corrientes de
pensamiento que denuncian la presencia de una ideología neocolonial y occidente-céntrica
fundada, en palabras de Boaventura de
Souza Santos, en una racionalidad “perezosa, que se considera única,
exclusiva, y que no se ejercita lo suficiente como para poder mirar la riqueza
inagotable del mundo” [2]. Esta
razón colonial es concebida esencialmente como una forma de negación,
subordinación o eliminación de la diversidad humana, pues equipara diferencia
con deficiencia y confunde diversidad con desigualdad. El resultado es una
actitud arrogante caracterizada por la falta de reciprocidad en las relaciones
humanas. El colonialismo, desde este enfoque, consiste en “todos los trueques, los intercambios, las relaciones, donde una parte
más débil es expropiada de su humanidad” [3], corriendo el riesgo de ser tratada como una propiedad u objeto
manipulable. Así, donde la razón colonial penetra, se llevan a cabo dinámicas
de deshumanización, incluso sin la presencia de administraciones coloniales.
Estas corrientes comparten el reto de contribuir a
descolonizar el pensamiento dando voz a las víctimas del colonialismo y otras
formas de dominación. Descolonizar el pensamiento significa luchar contra los
diferentes sistemas de opresión y dominación que pretenden imponer una sola
forma de pensar, de ser y vivir. Es hacer frente al colonialismo (como negación
sistemática de la humanidad) y a sus
instrumentos de legitimación (económicos, políticos, mediáticos,
académicos, etc.) para construir nuevas relaciones de respeto mutuo, igualdad y
solidaridad. Es, en síntesis, dignificar la condición humana en sus más
diversas expresiones.
La
democracia representativa liberal ha sido y es una de las instituciones al servicio
del colonialismo occidental. Más
allá de su afán universalista, se trata de una forma particular e histórica de democracia que despunta en la Europa
que proclama el ideario liberal-burgués del progreso, la razón y la
emancipación. Fue la modernidad capitalista y liberal la que, tras siglos de
desprestigio, recuperó la democracia en su forma representativa para limitar el
poder de la monarquía absoluta, combatir los privilegios de las élites
nobiliarias y extender el poder político a la burguesía emergente.
Sin embargo, la democracia representativa no fue
concebida originariamente como un instrumento para canalizar las aspiraciones
populares de orden económico, social y político. El liberalismo se apropió de la representación política como “estrategia de los ricos para asegurar y
mantener su propia posición de dominación socioeconómica por medios políticos”
[4]. Desde sus orígenes modernos, la
democracia representativa estuvo regida por una matriz cultural occidental,
individualista, clasista, racista, patriarcal, homófoba, excluyente,
competitiva, consumista, explotadora en el empleo y depredadora del medio ambiente.
La democracia representativa formaba parte de un modelo civilizatorio que
impuso alrededor del mundo el señorío del moderno sujeto blanco, varón, adulto,
heterosexual, propietario de bienes, cristiano y padre de familia. Entre los
destinatarios de la democracia no figuraban los asalariados, las mujeres, las
personas con discapacidad, los pobres, las personas no blancas ni las minorías
étnicas y sexuales, grupos considerados inferiores y, en razón de ello,
susceptibles de ser cosificados, explotados y silenciados. Este hecho evidencia
el carácter colonial de la democracia liberal y del tipo de relaciones que
estableció con una multiplicidad de sujetos a los que despolitizó y
deshumanizó.
La dimensión colonial de la democracia liberal
permanece todavía en sus conceptos, valores y usos históricos. He aquí algunos
ejemplos:
1) la
hegemonía política, social y académica de modelos de democracia representativa, elitista
y formal creados en Europa y Estados Unidos y presentados al mundo como espejos
de democracia en los que mirarse. La auto-percepción de Occidente como espejo
de democracia oculta la naturalización y globalización de un canon democrático
que toma como base la experiencia política de cuatro países occidentales:
Francia, Inglaterra, Holanda y Estados Unidos.
2) El
descrédito de concepciones y prácticas de democracia que no
hablan el lenguaje de la democracia representativa: formas participativas,
deliberativas y comunitarias que interpelan directamente a la monocultura de la
representación.
3) Las estrategias eufemísticamente
llamadas de “promoción internacional” de la democracia liberal (guerras preventivas,
misiones de “paz”, etc.), que supeditan los anhelos populares de transformación
económica, política y social de los países intervenidos a un modelo de
democracia considerado innato y universal y que responde, en la práctica, a los
imperativos e intereses de la globalización neoliberal.
4) La
presencia renovada en Europa de una Herrenvolk Demokratie (la democracia del pueblo de los señores).
Aunque este concepto se introdujo en referencia a determinados
regímenes segregacionistas, como el de la Sudáfrica del apartheid, donde
minorías blancas se proclamaron señoras de la mayoría negra, permite describir
la actual apropiación neoliberal de la democracia representativa. Vivimos en
democracias electorales que, a pesar de reconocer formalmente la igualdad
jurídica y política de sus ciudadanos, son compatibles con reglas salvajes que
aseguran el dominio de élites políticas y económicas neocoloniales. Es la “democracia” de los señores de la
globalización y del dinero, cada vez más agresiva, arrogante y excluyente. La
democracia se ha convertido en su instrumento de ataque, en un espejo de las
antiguas sociedades coloniales reproducidas hoy en el sur de Europa, donde es
utilizada para establecer grados de inhumanidad que abarcan más y más gente: parados, pensionistas, funcionarios,
familias desahuciadas, enfermos sin urgencias, estudiantes, inmigrantes, estafados por las preferentes, etc.
Nuestra
concepción de la democracia y sus prácticas tiene que descolonizarse.
Descolonizar la democracia significa desaprender su matriz eurocéntrica
centrada en la perspectiva del sujeto
masculino, blanco, heterosexual, burgués, alfabetizado y cristiano;
denunciar una democracia falsamente representativa que iguala a opresores y
oprimidos en las urnas, y cuyos rituales fingen una normalidad que para muchas
personas es sinónimo de abandono e injusticia; rechazar la falsa universalidad
de una democracia de siervos y señores que camufla las ideas e intereses de la
clase, grupo o cultura dominante. También significa romper el espejo colonial
en el que la democracia liberal se ve como forma superior de organización
política para reivindicar que la democracia no debe construirse únicamente
sobre la base de procesos electorales, sino a partir de prácticas que no pueden
quedar subsumidas en la democracia representativa, blanca, clasista, elitista,
racista y machista globalizada. Las asambleas deliberativas, la rotación de
cargos, el mandato imperativo, los referéndums, la iniciativa legislativa
popular, el presupuesto participativo y la democracia electrónica, entre otras
prácticas, forman parte de la vida secreta de la democracia.
La descolonización de la democracia sólo puede
resultar de dos aprendizajes:
1) la
humanidad de unos no puede construirse a costa de la inhumanidad de otros. No hay una
forma de ser humano más plena y legítima, pues, como afirma Montaigne [5], “cada hombre encierra la forma entera de la condición humana”. La
democracia tiene que ser un espejo poliédrico cuyas imágenes reflejen las
variadas formas de humanidad vigentes.
2) Hay que
promover el diálogo y la complementariedad entre las diversas formas de
democracia, reconociendo, con Martha
Nussbaum, que “las ideas primigenias
de la igualdad, la democracia y los derechos humanos existieron en muchas
culturas”, aunque bajo diferentes formas y lenguajes. Sin diálogo entre
democracias, la
democracia se vuelve un discurso monocorde y su diversidad se pierde.
Notas
[1] Nandy, A. (1982), The Intimate Enemy: Loss and Recovery of Self Under
Colonialism, Oxford Univesity Press, Delhi, pág. 11.
[2] Santos,
B. S. (2006), Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación
social (encuentros en Buenos Aires), CLACSO, Buenos Aires, pág. 20.
[3] Ibid., pág. 50.
[4] Pateman, C. (1985), The Problem of Political Obligation. A Critique of Liberal
Theory , University of California Press, Berkeley, pág. 148.
[5]
Montaigne, M. (1998), Ensayos III, Cátedra, Madrid, pág.
27.
Antoni Jesús
Aguiló es filósofo político e investigador del Núcleo
de Estudios sobre Democracia, Ciudadanía y Derecho (DECIDe) del Centro de
Estudos Sociais de la Universidad de Coímbra (Portugal).
Rebelión ha publicado este
artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario