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¿Son los movimientos sociales y políticos actuales, culminando en el
15M, capaces
superar a los partidos políticos tradicionales de la izquierda? No sabemos hacer política sin partidos políticos. Lo que reclaman los contestatarios, los
indignados en casi toda Europa del sur, es cambiar las reglas del juego:
desmontar el truco. Nuevas reglas supondrían, por ejemplo en España, una
nueva Constitución como reclama un número cada vez mayor de ciudadanos. Una Constitución que dé más poder a los
ciudadanos, que garantice más justicia social y que sancione a los
responsables del actual naufragio. Un
naufragio que no puede sorprender a nadie. El escándalo de las hipotecas basura era sabido por todos. Igual que
el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de
los precios de la vivienda. Nadie se
inmutaba, porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que
la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo. En la historia larga de la economía, el Estado ha sido siempre un actor
central. Solo desde hace treinta años –o sea, nada en una historia de
siglos–, el mercado ha querido expulsar al Estado del campo de la economía. Hay que volver al
sentido común, a un keynesianismo razonable: tanto Estado como sea
necesario y tanto mercado como sea indispensable. La prueba evidente del fracaso del sistema neoliberal actual son los
ajustes y rescates que demuestran que los mercados no son capaces de regularse
por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además,
se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los
beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace ahora pagar a los pobres las excentricidades irracionales de
los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, ¡con
empobrecerlos aún más! ¿Se producirá un incendio social? No es imposible. Las repercusiones sociales del cataclismo económico
son de una brutalidad inédita: 23 millones de parados en la Unión Europea y más
de 80 millones de pobres. Los
jóvenes aparecen como las víctimas principales. Por eso, de Madrid a Londres y Atenas, de Nicosia a
Roma, una ola de indignación levanta a la juventud. Añádase, además, que en la actualidad, las clases medias también están
asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las está abandonando al
borde del camino. En España, una parte
se unió a los jóvenes para rechazar el integrismo ultraliberal de la Unión Europea y del
Gobierno. “No nos representan”, dijeron todos los indignados.
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IGNACIO RAMONET: “Ha llegado la hora de
reinventar la política y el mundo”.
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Ex Director de la Edición francesa de “Le Monde
Diplomatique” y Profesor de Teoría de la Comunicación, es uno de los
observadores más lúcidos de la realidad política.
Manuel Fernández-Cuesta.
eldiario.es
Rebelión domingo 21 de abril del 2013.
Ignacio Ramonet (Redondela, 1943), es uno de los pensadores más lúcidos de los
últimos tiempos. Instalado en París desde 1972, sociólogo y semiólogo,
especialista en geopolítica, profesor de Teoría de la Comunicación, sagaz
periodista, su forma de mirar e interpretar la modernidad y, por extensión, la
globalización, hace de sus ideas un punto de inflexión necesario contra el
pensamiento dominante. Diario Kafka ha hablado con él sobre la
actualidad política, la crisis y los emergentes movimientos sociales, Europa y
el porvenir.
Diario Kafka: ¿Asistimos a un renacimiento de los movimientos de
protesta ciudadana?
Ignacio Ramonet: Desde que
estalló la actual crisis financiero-económica, en 2008, estamos asistiendo a
una multiplicación de los movimientos de protesta ciudadana. En primer lugar,
en los países más afectados (Irlanda, Grecia, Portugal, España), los ciudadanos
–cívicamente– apostaron por apoyar, con sus votos, a la oposición, pensando que
esta aportaría un cambio de política tendente a menos austeridad y menos
ajuste. Pero cuando todos estos países cambiaron de Gobierno, pasando de la
izquierda o centro-izquierda a la derecha o centro-derecha, la estupefacción
fue completa, ya que los nuevos Gobiernos conservadores radicalizaron aún más
las políticas restrictivas y exigieron más sacrificios, más sangre y más
lagrimas a los ciudadanos. Ahí es cuando empiezan las protestas. Sobre todo
porque los ciudadanos tienen ante sus ojos los ejemplos de dos protestas con
éxito: la del pueblo unido en Islandia y la de los contestatarios que tumban
las dictaduras en Túnez y Egipto. Además, destaca el hecho de que las redes
sociales están facilitando formas de la organización espontánea de las masas
sin necesidad de líder, de organización política, ni de programa. Todo está
listo entonces para que surjan, en mayo de 2011, los indignados españoles, y
que su ejemplo se imite de un modo u otro en toda la Europa del sur.
DK: ¿Por qué los partidos políticos de la izquierda son mal comprendidos
por estos movimientos?
IR: Porque lo que los medios
califican de "partidos políticos de la izquierda" tienen, en opinión
de esos movimientos y de las mayorías exasperadas, muy poco de izquierda. No
hay que olvidar, además, que estos partidos están comprometidos con esta misma
política conservadora que ellos fueron los primeros en aplicar, sin anestesia.
Recuérdese lo que ocurrió en España cuando, de pronto, en mayo de 2011,
Rodríguez Zapatero, sin avisar ni explicar, decidió aplicar un brutal plan de
ajuste ultraliberal que era exactamente lo contrario del ADN del socialismo.
DK. ¿Cuál fue el pecado original de Mayo del 68? ¿Son los movimientos de
hoy hijos tardíos del 68? ¿Cree que pueden realmente construir contrapoder político, alternativa real de
Gobierno, o son más bien movimientos emocionales?
IR: No se pueden comparar las dos
épocas. Mayo del 68 era una crisis contra un país en expansión (nacimiento de
la sociedad de consumo, crecimiento alto, pleno empleo), que seguía siendo
profundamente conservador y hasta arcaico en materia de costumbres. Hoy sabemos
que fue menos una crisis política que una crisis cultural. El movimiento del
15M, sin embargo, es el reflejo del derrumbe general de todas las instituciones
(Corona, justicia, Gobierno, oposición, Iglesia, autonomías....). En ese
sentido, es lo más positivo que ha ocurrido en la política española desde el final
del franquismo. Lo más fresco e innovador. Aunque no se ha traducido en
movimiento político con perspectivas de conquistar el poder, revela un
sentimiento profundo de hartura de la sociedad española golpeada por la crisis
y por las brutales medidas de austeridad del Gobierno de Mariano Rajoy. Se
podría decir que los movimientos de protesta son una buena noticia ya que
demuestran que las sociedades europeas, y en particular su juventud tan
castigada por la crisis social, está expresando su descontento general hacia la
situación que se está viviendo y hacia el tipo de solución neoliberal que los
Gobiernos y la Unión Europea están aplicando contra la crisis. Es más, estos
movimientos rechazan la adopción de medidas de austeridad extremadamente
serias, de ajuste económico, en una Europa del sur donde más del 20% de los
jóvenes menores de treinta años se encuentra en paro. Curiosamente, esta
juventud se expresa de una manera pacífica, no violenta, inspirándose en varios
movimientos generales.
DK: ¿Qué otros efectos está produciendo esta crisis en Europa?
IR: La crisis se está traduciendo
también en un aumento del miedo y del resentimiento. La gente vive en estado de
ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante amenazas
indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los choques tecnológicos,
las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada.
Todo ello es un desafío para las democracias, porque ese "terror
difuso" se transforma a veces en odio y repudio. En varios países
europeos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante, el
diferente, los otros (musulmanes, gitanos, subsaharianos, sin papeles...) y
crecen los partidos xenófobos, racistas y de extrema derecha.
DK: ¿Son los movimientos sociales y políticos actuales, culminando en el
15M, capaces superar a los partidos políticos tradicionales de la izquierda?
IR: No sabemos hacer política sin
partidos políticos. Lo que reclaman los contestatarios, los indignados en casi
toda Europa del sur, es cambiar las reglas del juego: desmontar el truco.
Nuevas reglas supondrían, por ejemplo en España, una nueva Constitución como
reclama un número cada vez mayor de ciudadanos. Una Constitución que dé más
poder a los ciudadanos, que garantice más justicia social y que sancione a los
responsables del actual naufragio. Un naufragio que no puede sorprender a
nadie. El escándalo de las hipotecas basura era sabido por todos. Igual que el
exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los
precios de la vivienda. Nadie se inmutaba, porque el crimen beneficiaba a
muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban
todo. En la historia larga de la economía, el Estado ha sido siempre un actor
central. Solo desde hace treinta años –o sea, nada en una historia de siglos–,
el mercado ha querido expulsar al Estado del campo de la economía. Hay que
volver al sentido común, a un keynesianismo razonable: tanto Estado como sea
necesario y tanto mercado como sea indispensable. La prueba evidente del
fracaso del sistema neoliberal actual son los ajustes y rescates que demuestran
que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han
autodestruido por su propia voracidad. Además, se confirma una ley del cinismo
neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se
hace ahora pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los
banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, ¡con
empobrecerlos aún más! ¿Se producirá un incendio social? No es imposible. Las
repercusiones sociales del cataclismo económico son de una brutalidad inédita:
23 millones de parados en la Unión Europea y más de 80 millones de pobres. Los
jóvenes aparecen como las víctimas principales. Por eso, de Madrid a Londres y
Atenas, de Nicosia a Roma, una ola de indignación levanta a la juventud.
Añádase, además, que en la actualidad, las clases medias también están
asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las está abandonando al
borde del camino. En España, una parte se unió a los jóvenes para rechazar el
integrismo ultraliberal de la Unión Europea y del Gobierno. “No nos
representan”, dijeron todos los indignados.
DK: ¿Cómo ve Europa y el proyecto común europeo dominado, estos años,
por Alemania y su política de austeridad?
IR: El curso de la globalización
parece como suspendido. Se habla cada vez más de desglobalización, de
descrecimiento. El péndulo había ido demasiado lejos en la dirección neoliberal
y ahora podría ir en la dirección contraria. Ha llegado la hora de reinventar
la política y el mundo. Todas las sociedades del sur de Europa se han vuelto
furiosamente anti alemanas puesto que Alemania, sin que nadie le haya otorgado
ese derecho, se ha erigido en jefe –autoproclamado – de la Unión Europea
enarbolando un programa de sadismo económico. Europa es ahora, para millones de
ciudadanos, sinónimo de castigo y sufrimiento: una utopía negativa.
DK: ¿Hay
alternativas frente al abandono del campo de batalla de la socialdemocracia
tradicional?
IR: La socialdemocracia ha fracasado porque ella misma
ha participado en la liquidación del Estado de bienestar, que era su principal
conquista y su gran seña de identidad. De ahí el desarraigo de muchos
ciudadanos que pasan de la política absteniéndose, limitándose a protestar o
votando por Beppe Grillo (que es una manera de preferir un payaso auténtico en
lugar de sus hipócritas copias). Otros han decidido votar a la extrema derecha,
que sube espectacularmente en todas partes, o en menor grado, optar por la izquierda
de la izquierda que encarna hoy el único discurso progresista audible. Así
estaban también en América Latina hace poco más de un decenio, cuando las
protestas derrocaban Gobiernos democráticamente elegidos (en Argentina,
Bolivia, Ecuador, Perú...), que aplicaban con saña los ajustes dictados por el
FMI. Hasta que los movimientos sociales de protesta convergieron con una
generación de nuevos líderes políticos (Chávez, Morales, Correa, Kirchner,
Lula, Lugo...) que canalizaron la poderosa energía transformadora y la
condujeron a votar en las urnas programas de refundación política
(constituyente), de reconquista económica (nacionalizaciones, keynesianismo) y
de regeneración social. En ese sentido, se observa cómo a una Europa desorientada y grogui, América
Latina le está indicando el camino.
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