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NORBERTO BOBBIO.- El caudillismo es la forma de dominación y de
gobierno autocrática instituida en torno a un caudillo. Un caudillo es un líder nacional,
que fundándose en sus cualidades carismáticas y el reconocimiento de sus
seguidores, concentra en su persona el poder y la autoridad; el tipo de sistema
político así instaurado es normalmente una dictadura personal basado en el uso
y el recurso a la fuerza militar; propios de este tipo de gobiernos son los
“despotismos”, los “nepotismos”, los regímenes oligárquicos, los totalitarismos
o la constitución de sindicatos verticales.
América
Latina conoció este tipo de caudillismos en los años posteriores a la Independencia. José M.
Rosas en Argentina; J. A. Páez en Venezuela, Santa Anna en México. Ejemplos de
autocracias dictatoriales más recientes con rasgos de caudillismos son: L.
Trujillo en la República Dominicana. A. Somoza en Nicaragua y E. Duvalier en
Haití o bien gobernantes populistas como Vargas en Estado Novo o Perón en
Argentina. En España el régimen instaurado por Francisco Franco, nombrado
Generalísimo de todos los Ejércitos en 1936 por la Junta de Defensa Nacional,
es también un ejemplo claro de caudillismo.
Se puede definir el caudillismo latinoamericano desde dos perspectivas sustancialmente
distintas, ya sea que lo considere dentro de un espacio temporal determinado o
como una tendencia implícita al desarrollo político del continente al Sur del
Río Bravo.
El caudillismo en la primera perspectiva, sería un periodo histórico situado
entre el fin de las guerras de la independencia
(1810-1825) y el surgimiento de los Estados
Nacionales en la segunda mitad del siglo XIX. Esta concepción considera que
la posterior política de hombres fuertes, aun conservando rasgos propios de
esta etapa, representa fenómenos sociales radicalmente distintos.
En la segunda perspectiva el eje del análisis está puesto sobre la figura del
caudillo al que se considera como una expresión típica y común de los pueblos
de América Latina, más allá de la
determinada situación histórica a la que pertenece. De esta forma se salta
sobre las etapas históricas específicas para, en un grado de alta generalidad
establecer correlaciones que prescinden del cambio cualitativo afirmando
implícitamente la existencia de sustratos históricos más o menos permanentes como
por ejemplo el paralelismo que se establece en la Argentina entre los gobiernos de Rosas y Perón.
Emeleano Zapata. El Caudillo del Sur. Hoy inspira decenas de luchas y movimientos sociales en América latina contra las nuevas formas de dominación imperialista.
Nos
atendremos pues particularmente al primer
punto de vista y consideraremos
al caudillaje caracterizado por la
presencia compleja del hombre fuerte, como
el sistema social propio de los países de habla castellana de Latinoamérica
durante la primera mitad del siglo XIX. Desglosaremos sucintamente los
aspectos económicos, sociales y políticos del periodo caudillista; y en el
segundo momento expondremos críticamente las distintas interpretaciones del
caudillismo, para finalizar esbozando un tipo de interpretación comprensiva del
fenómeno en su globalidad.
El
caudillismo no fue la expresión política de un sistema de tipo feudal europeo ni de un régimen
capitalista puro. Es evidente que desde la época de la colonia el desarrollo de
América estuvo estrechamente ligado al desarrollo del capitalismo mundial. También
es cierto que el tipo de producción americana, incluso en la primera mitad del
siglo XIX, fue
de tipo feudal, y esto no significa falta de vínculos con el
exterior, fundamentalmente en sus exportaciones mineras y de productos
tropicales. Y el crecimiento del sector
exportador dependió estrechamente de estos sectores externos. Es en este
sentido que es posible sostener que el caudillismo
del siglo XIX refleja, en un nivel político los vínculos de dependencia que
existían en el nivel económico entre las regiones.
La
lucha caudillista fue,
sin duda alguna, una lucha entre
regiones, pero “de oligarcas que aspiraban al control de los mecanismos
necesarios para dominar la totalidad del sistema” como sostiene Antonio F.
Mitre. El hundimiento del sistema colonial implicó el crecimiento y el
fortalecimiento de la oligarquía exportadora, vinculada comercialmente con el
capitalismo inglés y este hecho tuvo como consecuencia una fuerte presión sobre
la estructura económica de tipo feudal propia de la colonia, creando por consiguiente
tensiones potencialmente disruptivas en el interior del sistema. El caudillismo surge como fruto de
estas tensiones y como instrumento capaz precisamente de canalizar estas
tensiones volviendo de esta manera posible la articulación del anterior orden
de tipo feudal con el nuevo mercado capitalista, todo esto realizado ya en el escenario de
países que gozaban de soberanía e independencia.(Fuente Diccionario de
Política. Norberto Bobbio. Ed. Siglo XXI).
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Siglo XIX y Siglo XXI. Simón Bolivar y Hugo Chávez. Dos Líderes de dos épocas diferentes, que forjaron un camino de independencia frente al imperio. Sus pueblos y América latina - por encima de discrepancias naturales - hoy continua su ejemplo, su lucha y su liderazgo social y humanista.
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“Queremos formar Líderes para las siguientes generaciones, no para
las próximas elecciones”.
Organizador
social, conductor humanista, ideólogo y político visionario, constructor de
utopías en un mundo diversidad cultural. Ciudadano activo, demócrata
dialogante, asertivo comunicador, participativo, abierto, critico, compartido
solidario, creativo e innovador de nuevos espacios sociales de cooperación,
consensos operativos y soluciones colectivas: Con valores asume Compromiso de
confianza, ética y responsabilidad social; es depositario de cultura, identidad
e imaginación de su pueblo … sabiduría y conocimiento popular…. constructor y
arquitecto de una nueva y superior sociedad………….Paradigma del futuro.
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CAUDILLISMO, CAUDILLOS Y LÍDERES
POLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA.
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Marcos
Roitman Rosenmann.
La Jornada
lunes 1 de abril del 2013.
Los caudillismos siempre han sido aborrecidos. Su
aparición se vincula al ejercicio autocrático del poder, en el que proliferan
el miedo y la represión. Su correlato, la figura del caudillo. Un personaje
deleznable como el régimen que preside. Los caudillos suelen ser considerados
seres enfermizos, con delirios de grandeza, sueños faraónicos y proyectos
imperiales. Sujetos que acumulan un poder desmesurado, sin control y al margen
de las instituciones. Algo parecido a un monarca absoluto. “El Estado soy yo”,
al decir apócrifo de Luis XIV, el Rey sol francés.
Los caudillos nunca han gozado de buena prensa,
sobre todo cuando su definición se homologa a dictadores sin escrúpulos. Si
echamos un vistazo al siglo XIX latinoamericano, el apelativo se adjudicó a
figuras como Juan Manuel de Rosas en Argentina y Facundo Quiroga, tan bien
descritos por Domingo Sarmiento en Facundo, civilización o barbarie. En
Paraguay, el mote recayó en José Gaspar Rodríguez, de Francia, inmortalizado por
Augusto Roa Bastos en su novela Yo, el supremo. Ningún país se libra de
tenerlos. En Bolivia, los focos se centran en Manuel Mariano Melgarejo,
asesinado en el exilio en 1871. Su personalidad ha sido objeto de múltiples
chascarrillos. Alcides Arguedas lo retrata en su obra Los caudillos bárbaros.
La lista es larga. Entre tantos, un caso singular, Chile, donde el caudillo
nunca ocupó la presidencia. Ahí se habla del “hombre fuerte” que aglutinó a las
“fuerzas vivas” del país para construir el Estado, Diego Portales. Resulta
significativo que en 1973, tras el golpe de Estado, la junta militar,
encabezada por Pinochet, adjetivara la sede de la dictadura como “Edificio
Diego Portales”, antes llamado Gabriela Mistral.
Existe, al menos, en América Latina otra perspectiva
de análisis que vincula el caudillismo a las montoneras, llaneros o cimarrones,
identificándolo como un movimiento social cuasi espontáneo y popular. A decir
de Gastón Carvallo, uno de los grandes especialistas, el caudillismo “es pues,
en buena medida, la expresión más acabada del bochinche. Individualista y
anárquico, invertebrado, tiene en sus genes la grave contradicción de esos
sentimientos y aspiraciones que, paradójicamente, se encuadran en una
organización que aún cuando laxa tiende a crear jerarquías que casi siempre
caricaturizan la organización militar sin encontrar su fundamento en un cuerpo
doctrinario”. En Venezuela, el movimiento de los llaneros, durante la segunda
república, 1813-1814, hace mérito a la definición. La figura controvertida de
su caudillo, José Tomás Boves, apodado El león de los llanos, aglutinó a las
clases populares y los campesinos pobres. Déspota o un caudillo popular, según
las versiones, Simón Bolívar lo inmortalizó con el mote de Azote de dios. En
cualquier caso, se enfrentó a la oligarquía criolla que lo detestaba. Si el
caudillismo es un movimiento social, los caudillos acaban negando su esencia.
Imponen su voluntad por medio de favores y privilegios, abriendo una brecha
infranqueable al reprimir el movimiento. Nuevamente cito a Carvallo: “El
caudillo tomó su condición real de autócrata despótico, buscando con ello la
estabilidad con base en métodos que muy poco o nada tenían que ver con el
carácter caudillista original. Es decir, el caudillo, para perpetrarse, tuvo
que enfrentar su propia base de apoyo”.
Para la historiografía oficial y la sociología
académica el caudillo se asocia a grandes propietarios terratenientes.
Oligarcas y caciques regionales que mutaron disputando el poder del Estado.
Como caudillos aborrecieron y renegaron de las clases populares, descargando
sobre ellas una violencia extrema. Preocupados por mantener el poder, el
caudillo, siempre actuó en defensa de los intereses de las clases dominantes.
Su aparición, en algunos casos, estuvo motivada por una crisis de legitimidad y
un miedo hacia las revoluciones populares. El prototipo de caudillo en América
Latina lo tenemos en la figura de Rafael Leónidas Trujillo, conocido como El
jefe, cuyo poder omnímodo, en República Dominicana, lo ejerció desde 1930 hasta
el día del magnicidio, el 30 de mayo de 1961. Otro ejemplo de caudillo fue el
dictador español Francisco Franco. Las monedas de curso legal en España,
durante más de 40 años, traían su efigie con el lema “Francisco Franco,
caudillo de España por la gracia de Dios”. Ambos se hicieron nombrar
“generalísimos” y se valieron de una supuesta personalidad carismática para
urdir sus redes de privilegio, exclusión y muerte.
En América Latina tenemos caudillos, dictadores y
también dictadores-caudillistas, estos últimos cobijados bajo el paraguas del
poder militar. Por ejemplo, Duvalier en Haití, Somoza en Nicaragua, Stroessner
en Paraguay, Pérez Jiménez en Venezuela, Estrada Cabrera en Guatemala, Tiburcio
Carías en Honduras y Fulgencio Batista en Cuba. Es verdad, caudillos,
dictadores y dictadores-caudillistas poseen rasgos comunes. Todos se proclaman
salvadores de la patria. Cuando ejercen el poder se encuentran libres de
ataduras éticas, morales y, sobre todo, político-institucionales. Se consideran
héroes librando una cruzada contra el maligno, muchas veces representado, como
no podía ser de otra manera, en el siglo XX y XXI, por el marxismo, el
socialismo, el comunismo o ideologías disolventes de la civilización
occidental, la familia, la patria y Dios.
Nuestra América lleva dos siglos de vida
independiente y aún destila escritores, científicos sociales y publicistas que
etiquetan cualquier proceso político popular, antiimperialista y
anticapitalista como el resurgir de un populismo encabezado por un caudillo. El
imaginario común, Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil,
Arnulfo Arias en Panamá, José Figueres en Costa Rica, Paz Estenssoro en Bolivia
o Velasco Ibarra en Ecuador. Es posible que caigan en esta denominación Lázaro
Cárdenas o Plutarco Elías Calles. En esta dinámica, dejándose llevar por un
rechazo a los movimientos populares como motores del cambio social, se
descalifica, caricaturiza y declara obsceno a líderes políticos cuya autoridad
radica en la capacidad de convencimiento en las urnas y no en un discurso
populista o un quehacer caudillista. Lo nacional-popular incomoda.
Los publicistas del nuevo caudillo confunden,
manipulan y pierden rigor teórico y político en pro de una explicación sesgada.
Con un tono neutral-valorativo dicen mantener las distancias. Creo, confunden
caciques, caudillos y caudillos con líderes políticos y liderazgo social. En
esta dimensión el líder, a diferencia del caudillo, autócrata por excelencia,
sobresale por la capacidad de conducción, siendo sus cualidades a destacar la
rectitud, la moral, la virtud ética de poder y el respeto a sus conciudadanos.
El carisma y la personalidad influyen, pero en el líder se disuelve y trasforma
en legitimidad cotidiana. El líder no vive del carisma político, a decir de
Weber. Y lo más destacable: el líder no se limita a administrar el poder, es
precursor, tiene la capacidad de transformar el orden constituido. Su liderazgo
deviene autoridad participante. Es un mandar obedeciendo lo que identifica el
liderazgo. Así se complementa con un papel activo de la ciudadanía, al
contrario que el caudillo que disuelve y reprime la participación popular.
Liderazgos políticos afincados en proyectos
democráticos escasean en el mundo y hay pocos en América Latina, de ahí su relevancia
cuando surgen. Los líderes se impregnan de la historia de sus países, recorren
el territorio, hablan con su gente, escuchan y saben interpretar los anhelos de
justicia social, las demandas de los trabajadores, las mujeres, la juventud y
los pueblos originarios. Por ello cuando se asocia a Hugo Chávez con un
movimiento caudillista y se le adjetiva como caudillo se está cayendo en un
despropósito. Hugo Chávez no ha sido caudillo ni “jefe” de un movimiento
caudillista. Apegado a la Constitución, respetuoso de las libertades públicas,
civiles e individuales, nunca estuvo por encima de las leyes ni reprimió,
torturo, exilió o mando asesinar a miembro alguno de la oposición. Todos,
rasgos inherentes a los caudillos y sus regímenes. Hugo Chávez ha sido un líder, un estadista para
su pueblo y América Latina. Así se le recordará, muy a pesar de sus
detractores.
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