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Este
reconocimiento de la quinua contrasta con la tendencia comercial de priorizar
la “comida chatarra” que para países como Estados Unidos se ha
convertido en un grave riesgo a la salud pública. También desmitifica esa vieja división de “haute cuisine” occidental
con los platos “étnicos”, lo que evidencia la tendencia de un movimiento
culinario interesado en la salud del comensal, que prefiere optar por productos
frescos, locales y de estación, creando posibilidades de fusión que lleva a
opciones altamente refinadas como la de un “risotto de quinua” en cualquiera de
sus presentaciones. Las ventajas en el
cultivo de la quinua no sólo residen en sus tres mil variedades, su
adaptabilidad climática y aportes nutritivos, la quinua trae el respaldo
milenario de la cultura Andina que ha diversificado su preparación a través de
los siglos y se convirtió en un elemento
simbólico de la abundancia incaica.
La
creciente demanda de quinua contribuye efectivamente a una subida de los
precios, que se han
triplicado en los últimos seis años. Pero aún más preocupante que el impacto en
los precios de consumo de la quinua en
Bolivia es el impacto en el uso de la tierra. La producción de quinua se
está expandiendo a un ritmo vertiginoso en uno de los ecosistemas más
vulnerables del planeta: suelos frágiles
y pastos nativos del Altiplano. Antes estas tierras eran cuidadosamente
administradas con períodos de barbecho (descanso) de ocho años o más. Ahora muchas áreas están en producción casi
constante, amenazando con destruir por completo la fertilidad del suelo.
Los rebaños de llamas que proporcionaban estiércol para fertilizar las parcelas
de quinua durante milenios se han reducido para dar paso a monocultivos de
quinua a gran escala. El gobierno está repartiendo tractores, y esta mecanización
está permitiendo el cultivo de superficies cada vez mayores.
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La Asamblea General de la ONU, formalizó el lanzamiento del "Año Internacional de la Quinua", reconociendo a los pueblos Andinos que han mantenido, protegido y preservado este grano para las futuras generaciones.
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LA QUINUA: el regreso a la
gastronomía latinoamericana.
Cuidado con el boom del “grano de oro”.
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José Fortique.
ALAI. América latina en Movimiento. Marzo
del 2013.
El año 2013 ha sido declarado por la ONU como el
año internacional de la quinua, en una batalla larga que data desde la época
colonial, este producto agrícola de alto valor en la cultura andina ha abierto
el debate por alcanzar el reconocimiento internacional, abriendo sus
posibilidades para la exportación pero incidiendo en una nueva victoria
política de la región en los foros internacionales en temas vinculados a
culturas indígenas. Los dos representantes escogidos para abanderar este
reconocimiento, involucran a los dos mayores productores del rubro: Evo Morales
Ayma por Bolivia y la primera dama peruana Nadine Heredia Alarcón.
La globalización ha incidido en la estandarización
de sabores, especies y productos que integran la cocina moderna, en un divorcio
entre la tradición agrícola orgánica, la agricultura a escala implican millones
de dólares en semillas transgénicas, agroquímicos y fertilizantes de alta
toxicidad que se riegan para la obtención de cosechas inmediatas de alto
rendimiento pero que involucran daños en la calidad del suelo y de los cuerpos
de agua dulce. La alteración genética de los alimentos conlleva a un grave
riesgo para la soberanía alimentaria, en un proceso de desplazamiento de
semillas locales se imponen modelos de cultivos exógenos generando dependencia
del sector a las grandes transnacionales que se reservan la propiedad de las
patentes.
En Europa el activismo político por la agricultura
sostenible lleva unas cuantas décadas de combate por un sistema de etiquetado
que permita al consumidor conocer el origen real de los alimentos, hecho que en
escándalos recientes como el de la carne de “caballo” ha revitalizado esta
demanda que involucra también a los transgénicos. Las grandes corporaciones
como Monsanto tienen en su haber una larga lista de denuncias por productos
químicos adversos a la salud humana y animal, influencia política en gobiernos
a través del soborno de funcionarios de alto nivel para permitir la entrada sin
regulación de sus productos en condiciones monopólicas.
Este reconocimiento de la quinua contrasta con la
tendencia comercial de priorizar la “comida chatarra” que para países como
Estados Unidos se ha convertido en un grave riesgo a la salud pública. También
desmitifica esa vieja división de “haute cuisine” occidental con los platos
“étnicos”, lo que evidencia la tendencia de un movimiento culinario interesado
en la salud del comensal, que prefiere optar por productos frescos, locales y
de estación, creando posibilidades de fusión que lleva a opciones altamente refinadas
como la de un “risotto de quinua” en cualquiera de sus presentaciones. Las
ventajas en el cultivo de la quinua no sólo residen en sus tres mil variedades,
su adaptabilidad climática y aportes nutritivos, la quinua trae el respaldo
milenario de la cultura Andina que ha diversificado su preparación a través de
los siglos y ser convirtió en un elemento simbólico de la abundancia incaica.
A finales de los 60 del siglo pasado, Herbert
Marcuse en el Final de la Utopía planteaba que era posible erradicar el hambre
y la miseria del mundo, el desarrollo tecnológico alcanzado para ese momento
permitía la autosuficiencia global, 40 años después el “progreso científico” de
la ingeniería genética descifró y modificó el mapa genético de gran parte de
los alimentos, mientras los hambrientos en el mundo se incrementan y los
programas de ayuda internacionales carecen de fondos suficientes. La paradoja
de esta globalización es que mientras la información genética se convierte en
un puntal del capitalismo informacional al decir de Castell, es la información
agro – ecológica de los pueblos la que presenta alternativas decisivas para el combate contra
la pobreza sin patentes, ni derechos corporativos.
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La Quinua. Alimento estrella, el "grano de oro" de los Andes, poco consumido por su población y desconocido en la alimentación del "mundo moderno", que privilegia la "comida chatarra".
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QUINUA: ¿Será comprar o no comprar la
pregunta?.
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Tanya Kerssen.
ALAI. Marzo del 2014.
Últimamente hemos escuchado mucho acerca de la
quinua. Mientras que los consumidores de EE.UU. la valoran como un “súper
alimento” delicioso, existe una creciente ansiedad sobre el impacto del boom de la quinua en los
países andinos, y en particular en Bolivia, el primer productor mundial. Los
medios de comunicación en el Norte se han centrado principalmente en el hecho
que la demanda global está provocando una subida del precio de la quinua,
situando al alimento fuera del alcance de los pobres—incluso los mismos
productores de quinua—obligándolos a consumir productos de trigo refinado, como
el pan y el fideo, que son más baratos pero que tienen bajo valor nutricional.
Según esta lógica, algunos sugieren, los consumidores del Norte deberían
boicotear el “grano de oro” para
bajar su precio y hacer que sea accesible de nuevo para los consumidores
pobres.
Otros señalan que los campesinos del Altiplano por
fin están obteniendo un precio justo por su quinua, uno de los pocos cultivos
adaptados a su ambiente árido y de gran altura. Según esta perspectiva, los
mercados mundiales están finalmente funcionando para los campesinos, y un
boicot de parte de los consumidores del norte sólo dañaría a los pequeños
productores de Bolivia.
En resumen, el debate ha sido en gran parte
reducido a la mano invisible del mercado, donde las únicas opciones para
corregir injusticias dentro de nuestro sistema alimentario mundial son
impulsadas por la decisión de consumidores ricos: comprar o no comprar. Es la
misma lógica que hace que los consumidores norteamericanos se sientan bien
cuando compran una libra de café orgánica de comercio justo. No quiero
descartar los muchos beneficios del comercio justo u otras formas de consumo
ético, pero la problemática de la quinua demuestra los límites de las políticas
de consumo. No importa cómo se presione la palanca (comprar más / comprar
menos) habrá consecuencias negativas, en particular para los agricultores. Para
afrontar el problema tenemos que analizar el sistema en sí, y las estructuras
que limitan las opciones de los consumidores y de los productores.
La creciente demanda de quinua contribuye
efectivamente a una subida de los precios, que se han triplicado en los últimos
seis años. Pero aún más preocupante que el impacto en los precios de consumo de
la quinua en Bolivia es el impacto en el uso de la tierra. La producción de
quinua se está expandiendo a un ritmo vertiginoso en uno de los ecosistemas más
vulnerables del planeta: suelos frágiles y pastos nativos del Altiplano. Antes
estas tierras eran cuidadosamente administradas con períodos de barbecho
(descanso) de ocho años o más. Ahora muchas áreas están en producción casi
constante, amenazando con destruir por completo la fertilidad del suelo. Los
rebaños de llamas que proporcionaban estiércol para fertilizar las parcelas de
quinua durante milenios se han reducido para dar paso a monocultivos de quinua
a gran escala. El gobierno está repartiendo tractores, y esta mecanización está
permitiendo el cultivo de superficies cada vez mayores.
En un acto público a principios de febrero, el
presidente Evo Morales brindó 65 tractores John Deere a 35 alcaldías en el
departamento de Oruro para promover la expansión de la quinua. Que la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
llame al 2013 Año Internacional de la Quinua, va de la mano con este gran impulso
de la mecanización.
Al mismo tiempo, las tormentas de tierra son cada
vez más comunes en el altiplano sur, un indicador de la progresiva desertificación
de la región. La desertificación se caracteriza por suelos salinos, pérdida de
nutrientes, erosión y disminución de rendimientos. Provocada por la
mecanización de las prácticas agrícolas, como también por la ruptura del
delicado equilibrio entre el pastoreo y la agricultura. La quinua se cultivaba
principalmente en pequeñas terrazas en las laderas, ahora se está expandiendo
sobre grandes áreas antes dedicadas al pastoreo de llamas. De esta manera, está eliminando la biodiversidad de los
pastizales, tholares y bofedales—diversidad necesaria para la
sostenibilidad de este sistema y para la adaptación al cambio climático.
Aunque nadie se opone a que los campesinos
bolivianos deben obtener un buen precio por su cosecha, estas tendencias no
pueden ser ignoradas, ni deben depender de las fuerzas del mercado global. Tal
vez lo más trágico de todo es que, este auge (y los auges siempre son seguido
de una caída) está llevando a los agricultores más vulnerables a degradar su
propio ambiente, es decir, la base material para su propia supervivencia e
identidad cultural, en nombre de la seguridad alimentaria a corto plazo.
Por todo el mundo, los campesinos tienden a tener
una relación íntima y recíproca con el mundo natural—conocido en los Andes como Pachamama. Cuando esta
relación comienza a romperse, generalmente se debe a que los campesinos tienen
pocas opciones o ninguna. Lo que falta en la mayoría de los informes sobre la
quinua en los medios de comunicación en el norte es una discusión sobre el
rango de opciones políticas, es decir, más allá de los dos extremos indeseables
de la pobreza, por un lado, y la destrucción del medio ambiente
(invariablemente conduciendo de nuevo a la pobreza) por el otro.
Rara vez se discute la reforma agraria como una
alternativa. Bolivia, al igual que la mayoría de países latinoamericanos, tiene
una distribución muy desigual de la tierra, con miles de campesinos
sobreviviendo en pequeñas parcelas en las tierras altas, mientras que las
oligarquías (incluyendo a muchos inversores extranjeros) controlan enormes
plantaciones en las tierras bajas, principalmente dedicadas a la exportación de
soja y caña de azúcar. Durante las últimas décadas, esta desigualdad ha
generado olas de migrantes rurales de las tierras altas hacía el trópico,
incluidas las zonas de cultivo de coca, y a los crecientes suburbios de las
ciudades. La demanda por las tierras también alimenta un creciente movimiento
de los sin tierra, ahora organizados como el Movimiento Sin Tierra (MST) de
Bolivia. Este movimiento presiona al gobierno boliviano para cumplir con sus
promesas de reforma agraria como solución a la pobreza rural y la degradación
ambiental.
Otra opción (las cuales no son excluyentes entre
sí) sería reconstruir los mercados locales de alimentos que han sido diezmados
por décadas de “ayuda alimentaria” e importaciones de EE.UU. ¿Podemos imaginar
un futuro en que los productos de trigo altamente subsidiados de Estados Unidos
no inundan el mercado boliviano, con un precio más barato que los alimentos
andinos? Para ello sería necesario la voluntad política y la capacidad para
regular las importaciones (es cierto, la dependencia comercial y los cambios
dietéticos son cosas difíciles de deshacer). También requeriría el apoyo a los
campesinos no sólo en la producción de productos para la exportación pero, más
importante aún, para producir una gran variedad de plantas y animales para el
consumo domestico, de manera adecuada para las ecologías locales. Es algo que
los campesinos bolivianos ya saben hacer; han producido alimentos por miles de
años en uno de los ambientes más diversos y desafiantes del mundo.
Bolivia tiene una serie de leyes en vigor (como la
recién aprobada Ley de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien)
demostrando que existe voluntad política por parte del presidente Evo Morales a
favor de la soberanía alimentaria y la producción campesina para los mercados
locales. Pero, como señala el agroecólogo Miguel Altieri:
Este discurso ahora se debe traducir en acción. Un
punto de partida sería aprovechar las estrategias sostenibles de producción
campesinas que han resistido la prueba del tiempo; movilizar los conocimientos
indígenas y las prácticas ancestrales (uso de estiércol, rotaciones y
barbechos, construcción de terrazas, etc.) y la difusión de estas experiencias
a través de intercambios horizontales de campesino a campesino.
Aunque no hay una solución fácil a la problemática
de la quinua—y mucho menos una solución impulsada por los consumidores del
norte—el tema ha generado un debate importante acerca de nuestro sistema alimentario
mundial. En esencia, se trata de un debate acerca de cuáles son las estrategias
más eficaces para crear un sistema alimentario justo y sostenible. Las
políticas de consumo, aunque forman parte de la caja de herramientas para
efectuar el cambio, no son las únicas herramientas. Tenemos que examinar la
gama completa de
opciones políticas y estrategias para empezar a desarrollar soluciones reales.
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Tanya
Kerssen es Coordinador de Investigación de Food First /
Instituto para la Alimentación y Políticas de Desarrollo. Ella es autor del libro Grabbing Power: The New
Struggles for Land, Food and Democracy in Northern Honduras.
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