“Quién entra en política, pacta con el diablo”, expresaba Max Weber,
con claridad y contundencia política. La
política es considerada como una actividad autónoma por la mayoría de los
autores que suscriben la visión realista. Como ejemplos se puede mencionar a Nicolás Maquiavelo y Max Weber. Para
ambos autores la política se rige por cánones distintos a la moral corriente. Max Weber
en “La política como profesión”
plantea su análisis respecto de la autonomía de la política estructurando su
argumento a partir de las diferencias que existen entre el ámbito de la
política y el ámbito de la religión cristiana. En efecto, el punto eje de su
reflexión es que “el que entra en
política hace un pacto con el diablo”. En nuestro caso concreto, ante la crisis estructural
de la política, hoy la crisis se manifiesta con mayor tensión, protagonismo y
proceso de decapitación política, donde
una Hija – Marine Le Pen – ha logrado poner en la cima de las organizaciones
políticas a la ultra-derecha francesa, demostrada en procesos electorales en
los dos últimos años, tanto para el Parlamento
Europeo, como últimamente en los procesos políticos electorales municipales y regionales, para conseguir preferencia en
la Ciudadanía francesa, muy a pesar de las declaraciones destempladas,
xenofóbicas del otrora líder y “dueño” político del Frente Nacional - la ultra
derecha francesa – el “viejo” líder político, sr: Jean-Marie Le Pen, el mismo que ha sido separado, “expulsado”, guillotinado, en todos sus cargos políticos,
así como reconocimiento de representación otorgados por la Ciudadanía francesa, decapitación política, por
la ahora Líder y presidenta del Frente Nacional Sra. Marine Le Pen.
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“Tengo vergüenza de que la presidenta del Frente
Nacional lleve mi nombre y deseo que lo pierda lo más rápido posible”, dijo Le Pen sobre Marine.
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LE PEN HIJA
RESOLVIÓ SU COMPLEJO DE EDIPO.
El veterano
político francés fue suspendido del Frente Nacional, partido de extrema derecha
que él fundó.
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El
bureau político que se reunió ayer decidió quitarle el título de “presidente de
honor” y también retirarle el estatuto de “adherente”. Fue el corolario de la
confrontación entre Jean-Marie Le Pen y su hija Marine.
Eduardo Febbro
Desde París martes
5 de mayo del 2015.
En el camino al poder no hay amigos ni padres eternos. El
octogenario líder de la extrema derecha francesa, el fundador del partido
Frente Nacional y el hombre que lo sacó de los votos casi confidenciales para
convertirlo en un movimiento de influencia nacional y proyección mundial, Jean-Marie Le Pen, fue decapitado por su hija y actual
dirigente del FN, Marine Le
Pen. Cuarenta y tres años
después de haber creado el partido de extrema derecha más poderoso de Europa
occidental, Jean-Marie Le Pen fue catapultado hacia la salida con medidas poco
menos que humillantes: el bureau político que se reunió ayer decidió quitarle
el título de “presidente de honor” y también retirarle el estatuto de
“adherente”. La primera sanción será sometida al voto de los militantes, la
segunda es definitiva. La reacción de Le Pen fue tan contundente como el
castigo que recibió: “Tengo vergüenza de que la presidenta del Frente Nacional
lleve mi nombre y deseo que lo pierda lo más pronto posible”, dijo poco después
de conocerse la sanción. Luego agregó: “No reconozco más ningún lazo con
alguien que me traiciona de forma tan escandalosa”.
La confrontación pública entre padre e hija por la
herencia ideológica de la extrema derecha terminó con un perfecto parricidio
político. Las reiteradas declaraciones de perfil filonazis de Jean-Marie Le Pen
interceptaron los esfuerzos de su hija por desdibujar el trazado antisemita y
radicalmente xenófobo con que Le Pen padre construyó el partido. Hace unas
semanas, Jean-Marie Le Pen volvió a sus hábitos retóricos de siempre cuando
repitió que las cámaras de gas utilizadas por los nazis para eliminar a los
judíos durante la Segunda Guerra Mundial eran “un detalle de la historia”. Esa
salida y otras más precipitaron la reunión de la cúpula dirigente y las
inhabilitaciones ya mencionadas. Compuesto por 44 dirigentes, el bureau
político también tomó distancia de las declaraciones de Le Pen, a las que
“desaprueba” y considera un obstáculo en la gran meta de Marine Le Pen “de
conquistar el poder”.
Desde que Marine Le Pen asumió la presidencia del FN en
2011, la guerra entre padre e hija ha conocido episodios calmos o tormentosos
como éste. El papá, que sigue siendo eurodiputado y consejero regional, tuvo
que renunciar a presentar su candidatura para las elecciones regionales de fin
de año. Anteayer, Marine Le Pen había dicho en la radio francesa Europe 1:
“Jean-Marie Le Pen ya no podrá más pronunciarse en nombre del partido. Sus
declaraciones son contrarias a la línea fijada”. La frase no sólo anticipada la
rudeza de la condena sino también una segunda transformación de la extrema
derecha. Al liquidar al padre, que era el demonio, Marine Le Pen apuesta con lo
más alto, o sea, la cabeza del papá, por su ambición central: desdiabolizar al
Frente Nacional para hacerlo ingresar en la esfera política como un partido
limpio de cualquier referencia negativa. En lo concreto, se trata pura y
simplemente de conquistar el poder. Las recientes elecciones han favorecido esa
estrategia. En las elecciones europeas de 2014 el Frente Nacional fue el
partido más votado en Francia. El poder, para Marine Le Pen, está cada vez más
cerca. Su trofeo definitivo pasa por sacar del medio a quienes enturbian su
nuevo mensaje.
El congreso del FN que se organizará en un plazo de tres
meses para ratificar o no la exclusión definitiva de Jean-Marie Le Pen ya tiene
un programa definido que va mucho más lejos de la condena al padre. El
comunicado emitido ayer recuerda que el congreso les propondrá a los
“adherentes una renovación completa de los estatutos del Frente Nacional”, con
el propósito de hacer de éste “un movimiento modernizado en su funcionamiento”.
Modernidad contra tradición, la nueva extrema derecha
(antimusulmana, xenófoba, antiinmigración, antieuropea y antisistema) contra la
vieja guardia antisemita y populista. La reunión que puso a Jean-Marie Le Pen
en la calle fue una auténtica guerra entre esos dos mundos, encarnados por el
padre y por la hija. Uno de los participantes contó a la prensa: “Una página se
cierra. Todo el mundo estaba consciente de que vivía un momento particular. Los
debates fueron duros, a veces violentos, entre Marine Le Pen y su padre. Ella
lo acusaba de traicionar la línea del partido y él de traicionar su historia”
(diario Libération).
El primer ministro francés, Manuel Valls, dijo ayer que,
con uno o con otro, nada ha cambiado en el FN. Según Valls, únicamente los
divide “la estrategia electoral. En el fondo, son las mismas ideas:
antisemitas, xenófobas y racistas”. Esas ideas, en todo caso, tienen un impacto
atractivo en la opinión pública francesa. Una encuesta de opinión realizada por
BVA Orange y publicada el sábado 2 de mayo revela que el 32 por ciento de los
franceses quieren que Marine Le Pen tenga más influencia en la vida política
francesa, contra el 2 por ciento a favor del padre. La heredera derrotó al
fundador. El papá creó al monstruo y la nena le puso un gorrito de peluche para
que no se vean sus orígenes. El ogro ideológico es un osito que sonríe y habla
en todas las pantallas sin asustar a nadie con sus fórmulas violentas y
despreciativas hacia los musulmanes o los inmigrados. La crisis permanente y la
mediocridad moral e intelectual de las sociedades modernas hicieron el resto.
Hay que reconocerle a Jean-Marie Le Pen una constancia irrenunciable y una
hazaña política sin igual. A partir de los años ’80, es decir, menos de medio
siglo después de la Segunda Guerra Mundial, Le Pen empezó su lenta e inexorable
seducción de las opiniones públicas con los ecos retóricos que habían hundido a
Francia y al resto de Europa en la más negra de las catástrofes bélicas de la
historia. Ese lapso transcurrido y la vertiginosa prosperidad de las ideas de
la extrema derecha que alentó Le Pen tal vez muestren ya que en unos años más Marine Le Pen
acariciará ese poder por cuya conquista guillotinó al padre.
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