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UNIVERSIDAD,
MODA Y CIUDADANÍA?.- Hoy la Universidad, la formación que brinda a sus nuevos
profesionales – es una
inmensa factoría – donde forman ingenieros, abogados, enfermeras, antropólogos y/o
sociólogos -. No hay educación social
– lo primero y fundamental, para forjar y construir Ciudadanía; no hay educación Política – no política
partidaria – sino Política como Ciencia, básica y fundamental en todo profesional
para saber donde debe ubicarse para trabajar, en que medio social debe orientar
y desarrollar su trabajo profesional. Estas
dos grandes tareas y responsabilidades han sido totalmente abandonadas por
la Universidad, bajo el argumento de que la Universidad no debe no debe formar
profesionales “con política”. Señor la mayoría de Universidades en su Currículo han desaparecido – así han
eliminado como si fuera algo positivo, decisivo, fundamental en pleno siglo XXI
–las Asignaturas de las Ciencias Humanas, Sociales, Políticas. (Ejm. Pida o
revise la malla curricular, en cualquier
Universidad del Perú – Privada o Pública, en área de Ingenierías - de primero a
quinto año, si existe un curso de Filosofía, Investigación científico social, Sociología, Lenguaje, y es mucho pedir de Comunicación. La Universidad hoy está
de espaldas a la realidad.
Hoy si
los grandes y más complejos problemas de la sociedad – no sólo peruana, sino latinoamericana, global – consideramos la
corrupción – que asaltó y atravesó totalmente las instituciones nacionales ,
igual que la inseguridad ciudadana – producto de la corrupción, la injusticia
social cada vez más profunda hiriente, voraz y salvaje, como parte de la
desigualdad económico social – hoy mundializada o también la crisis de la “palabra” (“la degradación del lenguaje”)
de la cual no sólo es responsable la Universidad – no sólo por no formar
Ciudadanos – sino en parte “consumidores”, “clientes”, profesionales “libres”
de toda formación SOCIAL, HUMANA – por
ahí comienza para muchos negociantes de la Educación
en general (la globalización de la educación), la Educación como negocio – en
las mallas curriculares se quitó y destruyó los valores – personales y sociales
– hoy se forman “técnicos” en el 90% de las universidades, - aún técnicos mediocres, no competitivos en
nuestra propia sociedad -.
Los
medios de comunicación – parte del poder fáctico local-global – son también responsables
de la crisis y degradación del
lenguaje. Siéntese una hora en casa mire la TV. (no por favor, radios o periódicos) ¿Revistas?, analice “la
publicidad” y al final se levantará con horror
al ver como se destruye el lenguaje – la comunicación pública –no sólo
porque se utiliza niños – lo cual está prohibido, pero para el capital no hay
nada imposible y para lograr sus intereses utiliza en el camino todo lo que
encuentra disponible – si se trata de destruir al competidor, influir, llegar
al “gran público” de su estrategia
comercial - simplemente “adornar” la comunicación para llegar a ese 100% de sus
objetivos estratégicos, que es la
juventud – es un mercado altamente disputado por una “guerra de comerciales”
y poderosas corporaciones y no interesa que lenguaje – que palabras puedes utilizar para influir en ese “gran
mundo” también sin valores y altamente consumista y su adoración a la moda(la
gran valoración del mercado y los “sagrados” intereses del neoliberalismo). Final,
por ahora, “la religión, es el opio de
los pueblos” NO? Muy difícil, discutible,
pero con quien discutimos, si lo que encontramos en el camino son “adoradores del “dios” mercado”,
consumidores fundamentalistas? hoy “la moda es el opio de los pueblos”, y para llegar
hacia ese “dios”, no importa qué
tipo de lenguaje utilizas, para convencer y competir – el mundo de los clientes, de los
consumidores, no de los Ciudadanos -.
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UNIVERSIDAD,
PALABRA Y CIUDADANÍA.
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Salomón Lerner Febres.
La República viernes 29 de mayo del 2015.
Sabemos que entre los
grandes enemigos de la democracia y de la salud de la cosa pública se
hallan los fenómenos de la corrupción
y el de la seguridad ciudadana.
Previas a esas patologías sociales y a otras igualmente nocivas hay
una mayor que, justamente, contribuye a que padezcamos esos males.
Se trata, a mi juicio, de lo que podríamos llamar “la degradación del lenguaje”, fenómeno que se presenta como reto
que desafía a la educación en general y a la universitaria de modo más preciso.
Ello porque en tanto institución comprometida con la ciudadanía la
universidad debe ser vigilante continua del poder comunicante y de la
misión ética que encierra la palabra. Antes que educar profesionales, antes que
dar títulos a ingenieros, abogados o economistas, la universidad forma personas
y la persona es el individuo trasladado hacia la plenitud de su identidad,
reconocida por otros y por sí misma dentro de una comunidad de sentido.
Por desgracia, en las
sociedades de nuestra región es cada vez más ostensible el deterioro de la
palabra, tanto en los espacios de la vida pública como en los usos cotidianos
de la cultura. No creo exagerar si afirmo que se va imponiendo entre nosotros
–en mayor o en menor medida– lo que podríamos llamar la insignificancia: pérdida del sentido, incomunicación,
desapercibimiento de los compromisos que contraemos al dar nuestra palabra
como autoridades o como ciudadanos corrientes, sordera ante la interpelación de
los demás y sobre todo ante el clamor de los desposeídos o los excluidos,
complacencia en el debate estéril, concentrado más en la interjección y el
apóstrofe, acaso en la salida ingeniosa, que en el argumento y la demostración.
Es en esa insignificancia
donde hay que buscar, pues, los más graves obstáculos para el avance de
nuestras sociedades. Ahí se podría encontrar, por lo pronto, la raíz de nuestra
por lo común atribulada y frustrante
pugna por el desarrollo, lucha angustiosa y al mismo tiempo inconducente
por la falta de entendimiento de nuestras comunidades políticas y la
consiguiente ausencia de metas claras, aceptadas y queridas por electores y
autoridades. Arruinado el diálogo cívico, nuestros canales para tomar
decisiones públicas claras resultan, en efecto, precarios y, sobre todo,
equívocos, es decir, remitentes no a uno sino a varios sentidos posibles, según
la interpretación de cada quien, y por lo tanto, inútiles para la formación del
consenso y para la unión de fuerzas y voluntades.
Quizá pensando en lo
anterior fue que Octavio Paz
escribió en El arco y la lira que “todo periodo de crisis se inicia o coincide
con una crisis del lenguaje”, para agregar líneas más adelante que “no sabemos
dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las
palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de
nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro”.
Frente a esa realidad
vaciada de contenido, frente a la amenaza siempre vigente de la
insignificancia, la universidad debe actuar en todo tiempo y en toda sociedad
como el reducto y la fuente de la palabra con sentido. La discusión y la
reflexión, el atesoramiento y la transmisión del saber, la construcción de
puentes entre la meditación detenida y la acción que avanza están en su
naturaleza desde
siempre y siendo fiel a esa naturaleza una universidad es, también, leal con
las sociedades que las albergan.
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