La culpa no es de los
chilenos, de los mexicanos o de los brasileños. Tampoco de los venezolanos, de
los argentinos o de los ecuatorianos. Ni mucho menos de los
colombianos, de los peruanos o de los bolivianos. Todos pero absolutamente TODOS los latinoamericanos, somos culpables
del gran ecocidio protagonizado en el siglo XXI. Estamos ciegos, sordos y mudos, porque no recibimos clases de Educación Ambiental
en nuestro proceso de aprendizaje escolar. Los
profesores nos llenaban el cerebro con palabras en inglés, con cálculos de Álgebra y con frases de Filosofía, pero
nunca nos enseñaron a clasificar los residuos del desayuno, a reutilizar la
tiza del pizarrón y a reciclar los hematomas del recreo. La tendencia negativa en América Latina
se agudizará en los próximos 15 años,
a causa de la aglomeración del incontrolable e-waste, por la expansión de la chatarra de automóviles y neumáticos en
terrenos baldíos, por el desaprovechamiento de la minería urbana para frenar la alta tasa de desempleo, por el
hipnótico bombardeo publicitario que se transmite en los canales de TV, por la no masificación de centros de reciclaje que sean fácilmente
localizables en las calles, por la no comercialización de productos
fabricados 100% con materiales reciclados, y por la falta de diversificación de
la matriz energética, que castigará con fuerza al horizonte ecológico
latinoamericano, incrementando los niveles de polución por las emisiones de
gases de Efecto Invernadero. Como
vimos a lo largo y ancho del informe, el reciclaje es una auténtica letra
muerta para los gobiernos, las comunidades y sus lugareños. Los hogares latinoamericanos no separan
la basura doméstica desde la fuente, ya sea por desconocimiento, conformismo o porque saben que el
camión compactador del aseo urbano, se encargará de mezclar todos los residuos
y estropeará la tarea del reciclaje.
/////
Perú.
EL PROBLEMA DE LA BASURA EN LAS CALLES
LATINOAMERICANAS.
*****
Carlos Ruperto Fermín.
ALAI.- miércoles 13 de mayo del 2015.
Cuando
se trata de reducir los índices de contaminación ambiental y fomentar la
práctica de la Cultura del Reciclaje, los latinoamericanos sufrimos de un
continuo bloqueo mental, que nos impide asumir la responsabilidad de proteger
los recursos naturales del Medio Ambiente, y generar respuestas positivas de
cambio a favor del saturado planeta Tierra.
La
sistemática indiferencia ecológica en América Latina, permite que los
latinoamericanos produzcan de 0,7 a 1,3 kilogramos de basura a diario, por lo
que cada 24 horas se originan más de 500 mil toneladas de desechos sólidos, que
termina promediando casi 200 millones de toneladas de residuos anualmente. De
esa trágica cifra, se recicla menos del 15% de los materiales orgánicos e
inorgánicos que se descargan en los vertederos de basura a cielo abierto, los
cuales acumulan, queman y contaminan toda la desidia ambiental, ocasionada por
la ignorancia de los más de 600 millones de latinoamericanos que atiborran las
calles de nuestra capitalista geografía.
Desayunamos,
almorzamos y cenamos, pero ¿Dónde termina el cartón de huevos, la botella de
Coca-Cola y la lata de atún?
Compramos,
vendemos y regalamos, pero ¿Dónde termina la colilla del cigarro, el blister de
los juguetes y el vidrio de los licores?
Leemos,
viajamos y rezamos, pero ¿Dónde termina el papel periódico, las hojillas de
afeitar y los test de embarazo?
Lloramos,
reímos y soñamos, pero ¿Dónde termina el envase del cloro, el envoltorio de las
galletas y las cáscaras de las frutas?
Trabajamos,
dormimos y despertamos, pero ¿Dónde termina el pañal desechable, los discos
compactos rayados y la mugre de las uñas?
Nacemos,
crecemos y morimos, pero ¿Dónde termina el pote de champú, el tetra pak de la
leche, las jeringas del hospital y las bujías oxidadas?
La
respuesta es muy sencilla. Gran parte de la basura latinoamericana termina
aglutinada en una genérica bolsa de plástico negra, blanca o transparente, que
se deposita en el genérico contenedor de basura frente a nuestro domicilio,
esperando que las agujas del reloj marquen la impuntual llegada del genérico
camión compactador, que trasladará con gritos industriales todos los desechos
sólidos hasta el genérico vertedero a cielo abierto, para que de generación en
generación se repita la misma errática historia de abuso ambiental.
México.
¿Por
qué somos tan sinvergüenzas? Vivimos destruyendo el entorno biofísico que
albergamos, y nos quedamos calladitos ante el gran ecocidio que perpetramos en
la oficina, en el hogar, en las plazas, en los parques, en las playas y en las
aceras de nuestros países. Desde Toluca de Lerdo en México, pasando por
Maracaibo en Venezuela, y llegando hasta Tucumán en Argentina, observamos que
la irracionalidad ecológica de la población latinoamericana, demuestra la falta
de Conservacionismo entre los ciudadanos, y la negativa de los gobiernos de
turno en aplicar la normativa legal que prioriza la práctica obligatoria del
reciclaje.
Surgen
las interrogantes ¿A qué normativas legales nos estamos refiriendo? ¿Será a las
fantasmagóricas leyes sobre la Gestión Integral de los Desechos Sólidos, o a
las ordenanzas municipales que nunca se transfieren a la colectividad?
Es
obvio que la política ambiental vigente en Latinoamérica, coexiste con el mal
olor, con las ratas, con los cerdos, con las moscas, con los gusanos, y con el
metano que habita debajo de las capas de basura en La Ciénaga, en El Rodeo, en
La Bonanza, en Yotoco, en Villa Hayes, en Norte III, en La Esmeralda, en La
Chorrera, en El Milagro, en Cerro Patacón, en San José, en La Cañada, en Zona
3, en Las Iguanas, en Santiago Poniente, en Doña Juana, en Atiquizaya, en
Huajara, en Yopal, en Los Pinos y en el resto de los laberintos de aniquilación
ambiental, mejor conocidos como rellenos sanitarios, vertederos o botaderos de
basura.
Recordemos
que los mencionados laberintos del ecocidio, no fueron, no son y nunca serán la
respuesta ambientalmente inteligente para alcanzar el desarrollo sostenible y
sustentable de los pueblos. La cal, el aserrín y la arena, no pudieron ocultar
las prolongadas grietas del extinto Jardim Gramacho, que vivió más de 30 años
soportando la extrema negligencia carioca, y pronosticó la imparable crisis
ecológica del actual siglo XXI.
Por
desgracia, los rellenos sanitarios no representan un mecanismo técnico eficaz
para disponer de la basura urbana. La verdad, es que son improvisadas áreas
naturales demarcadas con estratégicos vocablos politizados, donde las empresas
contratistas jamás terminan recolectando, clasificando y llevando la basura
hasta los centros autorizados de reciclaje, que aprovecharían los materiales
desechados en aras de su reutilización como materia prima, para la fabricación
de nuevos productos de bajo impacto ambiental.
Argentina, basura en las calles de Buenos Aires. Recogen 16 mil toneladas de basura a diario.
***
Por
el contrario, en América Latina se acostumbra a quemar la basura en horas de la
madrugada, desprendiendo un huracán de cenizas tóxicas que maltrata la calidad
del aire, y provoca enfermedades respiratorias a las personas que las inhalan,
pues esas sustancias nocivas para la salud, malogran los pulmones de los Seres
Humanos y carcomen la caja torácica del alérgico Medio Ambiente.
Imagina
que se queme una bombilla rota en un vertedero de basura, cuyo mercurio se
mezcla con el poliestireno expandido de una vieja manualidad escolar, la cual
se filtra con la espuma alcoholizada que quedó atrapada en las botellitas de
las cervezas, y acabó sulfatándose con las pilas alcalinas usadas por la cámara
digital.
Si
admitimos que la irresponsable quema de basura a cielo abierto, se efectúa los
365 días del año en diferentes localidades de nuestros países, podemos entender
el colosal círculo vicioso en el que nos hallamos inmersos. Además, estamos
dañando la capa vegetal de los ecosistemas, propiciando la entrada furtiva de
familias que viven en estado de indigencia, colapsando las alcantarillas en
épocas de lluvia, y acrecentando la plaga de roedores, aves carroñeras e
insectos que llegan hasta los centros urbanizados en los que vivimos,
originando una crisis epidemiológica que afecta a todos los estratos sociales.
Seamos
sinceros, la solución del escollo socio-ambiental presentado, va más allá de
modernizar, eliminar o maquillar la basura acumulada en los rellenos
sanitarios. Lo que en realidad enfrentan los latinoamericanos, es una
asfixiante tendencia consumista encabezada por el todopoderoso dios dinero, a
quien no le interesa el fatal destino de su capitalismo salvaje y de sus
esclavos, para transformarlos en piltrafas humanas disfrazadas de hombres y
mujeres con agudo pensamiento crítico.
El
chiste es trabajar, comprar, ganar, codiciar, envidiar, robar, matar y volver a
contarle el chiste al vecino. Por eso, la adicción a la oferta y demanda de
cualquier mercancía subastada, se sincroniza con la clásica debilidad cognitiva
del proletariado, que siempre se niega a ejercitar la maléfica Cultura del
Reciclaje, la traicionera Eficiencia Energética y el pecaminoso Ahorro del Agua
Potable. Así, el gran ecocidio se vuelve tan rápido y furioso, que no llegamos
a comprender las consecuencias de reír a carcajadas, por la amarga cotufa de
nuestro espectacular egoísmo consumado.
No
importa si son niños, adultos o ancianos. Los latinoamericanos no tenemos la
suficiente madurez intelectual, para reconocer la importancia del Medio
Ambiente y ayudar con el cuido de la hermosa Gaia. Hay mucha terquedad en la
sien del pueblo, que sigue bloqueado ante la posibilidad de reflexionar por las
constantes injusticias ambientales cometidas en sus territorios.
Así
como tenemos la voluntad de pasar horas conectados a las redes sociales en
Internet, también podríamos reciclar los envoltorios de las golosinas después
de comerlas. Así como tenemos la voluntad de ir al cine y ver los atractivos
estrenos hollywoodenses, también podríamos reciclar los componentes
electrónicos del televisor obsoleto. Así como tenemos la voluntad de casarnos
en la Iglesia, procrear muchísimos hijos y divorciarnos luego de nueve meses,
también podríamos reciclar la montaña de basura que compartimos en la
inolvidable luna de miel.
Odiamos
el reciclaje, porque desde la infancia nos dijeron que la basura no se toca,
pero sin darnos cuenta, nos convertimos en basura al no tocar el arte del
reciclaje. La gente piensa que la basura desaparece como por arte de magia
frente a sus ojos, y consideran que no existen razones para sentir un mínimo de
remordimiento. Vemos que la mayoría de las personas, siempre lanzan con furia
los desperdicios en el contenedor de la basura. Lo hacen con rabia, con mucho
enojo y de forma brusca. Nadie quiere sacar la basura a la calle, porque genera
fastidio, pena y vergüenza.
Pero,
fuimos nosotros quienes compramos todos esos productos que atosigaron al
carrito del supermercado, y los pagamos con la tarjeta de crédito, de débito o
en efectivo. Fuimos nosotros quienes cocinamos, comimos y usamos esos alimentos
adquiridos en las tiendas por departamento. Fuimos nosotros quienes devoramos
el empaque de McDonalds con las hamburguesas, los refrescos y las papas fritas.
Pese
a ello nos preguntamos: ¿Por qué después del festín consumista ya nadie quiere
responsabilizarse de la basura producida? ¿Será que pasamos de ángeles a
demonios en un santiamén? ¿Será que somos los grandes cómplices de la barbarie
ecológica que ampara al siglo XXI?
Creemos
que el planeta Tierra es un majestuoso orgasmo cósmico, y que la vida es el
mejor sueño en la historia del Universo. Tenemos la suerte de vivir en un
refugio seguro para la existencia humana, ya que reúne las condiciones idóneas
para custodiar el transcurrir de nuestra efímera vida. Por eso los Seres
Humanos estamos en deuda con la Pachamama, y debemos conllevar un modus vivendi
que priorice el bienestar de los recursos naturales, y permita una favorable interacción
con su sagrada biodiversidad.
Bogotá.
Meditemos
sobre el desastre ecológico que exterioriza el atiborrado planeta Tierra,
aceptando los prejuicios sociales que existen alrededor de la recolección de la
basura, el doble discurso de los gobernantes que se cargan de demagogia para
conseguir más votos del pueblo, y la apatía de la ciudadanía que se transforma
en los mejores títeres del aberrado show circense.
El
reciclaje requiere de un trabajo mancomunado entre los organismos públicos, la
empresa privada y las ONGs, para cumplir con la sinergia ambiental de la regla
de las 3rs (reducir, reutilizar y reciclar). Aquí NO funciona el
individualismo, la hipocresía y el burocratismo. Sin embargo, en los países
latinoamericanos el ámbito político se encarga de condicionar toda la peste que
menosprecia, soborna y destruye el interés conservacionista de ayudar sin pedir
nada a cambio.
Estamos
resintiendo el déficit de programas ambientales que realmente valoricen la
recuperación y la reutilización de la basura doméstica e industrial, porque los
regímenes gubernamentales dependen de la Cultura del Consumo, del Derroche y
del Descarte, para maximizar el grado de felicidad, confort y placer de sus
engreídos habitantes. Aunque nos duela reconocerlo, si nuestros compatriotas
latinoamericanos no son amenazados con el pago de unidades tributarias, con
muchísimas horas de servicio comunitario, con la privación de libertad o con
cualquier otra artimaña legal, pues nunca van a formar parte de la consecuente
cadena del reciclaje.
Para
colmo de males, los supermercados, abastos y demás comercios que ofertan
productos de consumo masivo, rechazan la aplicación de mecanismos de devolución,
acopio, almacenamiento y transporte, que garanticen la reutilización del
plástico, vidrio, cartón, papel o metales obtenidos con las ventas al mayor y
detal. Tan solo se vislumbra un frenesí de consumismo, que juega con el poder
adquisitivo de los clientes, y no asume la culpa del libertinaje ambiental
reinante.
Si
bien muchos productos de primera necesidad, exhiben un símbolo ecológico que
invita a depositarlos en un contenedor de basura, o a reciclarlos en una planta
de tratamiento de residuos. El gran inconveniente, es que esa información
gráfica se halla escondida en el empaque, envase o botella. Con alevosía, las
transnacionales colocan la imagen de manera muy pequeña, casi imperceptible e
ilegible para la vista del tradicional consumidor analfabeto. Se sabe que nadie
va a leer ni a practicar el reciclaje. Los propietarios de los supermercados
también se lavan las manos, asumiendo que toda la lista de deberes y derechos
está explícita en la etiqueta de los artículos, por lo que no se sienten aludidos
ante el semejante despotismo socio-ambiental causado.
Gran
parte de las toneladas de la basura latinoamericana NO es biodegradable. La
obsolescencia programada de la Madre Naturaleza, puede tardar de 5 a 1000 años
en degradar todo el plástico que se mezcla con tintas artificiales, aluminios,
resinas sintéticas, escombros de la calle y pulpa de celulosa. Por eso,
mientras esperamos el lanzamiento del nuevo Iphone, del nuevo Galaxy, de la
nueva Macbook, del nuevo Android y del nuevo Xperia, podríamos visitar alguna
región de los ancestrales pueblos originarios, para pedirles perdón de rodillas
a cada uno de nuestros hermanos indígenas, quienes son los más perjudicados por
la sobreexplotación de los recursos naturales y por la quema de combustibles fósiles
(petróleo, gas y carbón), que va deforestando, contaminando y arrasando con la
nobleza de los más inocentes.
La
culpa no es de los chilenos, de los mexicanos o de los brasileños. Tampoco de
los venezolanos, de los argentinos o de los ecuatorianos. Ni mucho menos de los
colombianos, de los peruanos o de los bolivianos. Todos pero absolutamente
TODOS los latinoamericanos, somos culpables del gran ecocidio protagonizado en
el siglo XXI. Estamos ciegos, sordos y mudos, porque no recibimos clases de
Educación Ambiental en nuestro proceso de aprendizaje escolar. Los profesores
nos llenaban el cerebro con palabras en inglés, con cálculos de Álgebra y con
frases de Filosofía, pero nunca nos enseñaron a clasificar los residuos del
desayuno, a reutilizar la tiza del pizarrón y a reciclar los hematomas del
recreo.
La
tendencia negativa en América Latina se agudizará en los próximos 15 años, a
causa de la aglomeración del incontrolable e-waste, por la expansión de la
chatarra de automóviles y neumáticos en terrenos baldíos, por el
desaprovechamiento de la minería urbana para frenar la alta tasa de desempleo,
por el hipnótico bombardeo publicitario que se transmite en los canales de TV,
por la no masificación de centros de reciclaje que sean fácilmente localizables
en las calles, por la no comercialización de productos fabricados 100% con
materiales reciclados, y por la falta de diversificación de la matriz
energética, que castigará con fuerza al horizonte ecológico latinoamericano,
incrementando los niveles de polución por las emisiones de gases de Efecto
Invernadero.
Como
vimos a lo largo y ancho del informe, el reciclaje es una auténtica letra
muerta para los gobiernos, las comunidades y sus lugareños. Los hogares
latinoamericanos no separan la basura doméstica desde la fuente, ya sea por
desconocimiento, conformismo o porque saben que el camión compactador del aseo
urbano, se encargará de mezclar todos los residuos y estropeará la tarea del
reciclaje.
Ya
basta de infructuosos planes pilotos, de corruptos acuerdos bilaterales y de
trilladas charlas dictadas el 17 de mayo, que jamás obligan a practicar el
Conservacionismo. El libre albedrío del híper-consumismo, nos ahoga con tanta
basura de los pies a la cabeza. Ojalá que podamos encontrar la llave y
desbloquear el reciclaje en Latinoamérica, para
que ya no sea un tema tabú, una piedra en los zapatos, o una mancha de sangre
que germina en lo más profundo del bosque.
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