"Dos artículos son
críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la comisión oficial de
preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más
crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día de su beatificación. Hace tiempo
que pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado.
Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo
y compasivo”. La ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas
suyos el último día de su vida se exhibe colgada en una vitrina de la sala
contigua, como si estuviera en un armario. La
sotana marrón de Ellacuría, un
albornoz, un par de calzoncillos un poco amarillentos, todos perforados por
los proyectiles que los militares no se molestaron en ahorrar. Resulta natural
pensar en ellos y en el proceso de su beatificación que empezó hace poco.
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EL SALVADOR: MONSEÑOR ROMERO.
JON SOBRINO: 'Hace tiempo nos pusimos en
guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado'
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Alver
Metalli.
Tierras
de América.
Revista
Rebelión martes 26 de mayo del 2015.
En
el Centro Monseñor Romero, plantado en el corazón de la Universidad Católica,
Jon Sobrino se mueve como si danzara. Lo fundó después de la masacre de sus
hermanos jesuitas –"no terminé como ellos sólo porque estaba en
Tailandia”, recuerda- y a él se dedica como si fuera la última misión de su
vida, que ya llega a los 77 años. Un promedio de unos veinte años más de lo que
vivieron Ignacio Ellacuria y sus compañeros, derribados por balas asesinas el
16 de noviembre de 1989.
Jon
Sobrino conoce muy bien las resistencias, las acusaciones de izquierdista y
filoguerrillero que llovían contra Romero en El Salvador y que recibían oídos
condescendientes en Roma. Por eso no puede dejar de alegrarse por la
beatificación. Pero no es así. O por lo menos tiene que puntualizar muchas
cosas al respecto.
Le
preguntamos si hace unos años hubiera imaginado que llegaría un día como hoy,
como el sábado 23 de mayo, para ser exactos. En la sala principal del mausoleo
de los "mártires de la UCA”, agita el cuerpo delgado y suelta un
provocatorio "Nunca me interesó”. Vuelve a repetirlo, para que quede bien
claro. "En serio… lo digo en serio: nunca me interesó la beatificación de
Romero”.
Esperamos
la aclaración. Debe haber una, lo que acaba de decir no pueden ser sus últimas
palabras. "Cuando lo mataron, la gente de aquí –no los italianos y mucho
menos el Vaticano- los salvadoreños, nuestros pobres, dijeron inmediatamente:
"¡Es santo!”. Pedro Casaldáliga cuatro días después escribió un gran
poema: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!»”. Recuerda que
también Ignacio Ellacuría, abatido a pocos metros del lugar donde nos
encontramos, "tres días después del asesinato de Romero celebró misa en un
aula de la UCA y en la homilía dijo: "«Con monseñor Romero Dios ha pasado
por El Salvador»”.
Respira
hondo como si le faltara el aire. "Eso sí. Nunca hubiera imaginado que
alguien pudiera decir algo así. Que lo beatifiquen está bien; tardaron 35 años,
pero no es lo más importante”. Se asegura de que el interlocutor haya recibido
el golpe. "¿Entiendes lo que te estoy diciendo?”, exclama dibujando una
sonrisa indulgente en sus labios finos.
Por
toda respuesta recibe otro pedido de explicación. "Se entiende que no lo
convence algo de lo que está ocurriendo…”. Cerca de nosotros están descargando
los paquetes con el último número de Carta a las Iglesias, la revista que él
dirige. "Está bien que lo beatifiquen, no digo que no, pero me hubiera gustado
que fuera de otra manera… y todavía no sé lo que va a decir el cardenal Angelo
Amato pasado mañana; no sé, no sé si sus palabras me van a convencer o no”.
Pero
Sobrino no podrá escuchar la homilía del Prefecto que viene de Roma, o no
quiere escucharla. "Sabemos que se va, que ha programado un viaje y que el
sábado no estará en la plaza junto con todos. ¿Lo hizo a propósito?”.
Demora
en responder, como si se estuviera preguntando cómo se supo. Después llega la
aclaración: "Voy a Brasil, porque en Río de Janeiro se celebran los 50
años de la revista Concilium. He trabajado en esa revista los últimos 16 años.
Debo dar un discurso y me retiro de la revista. La beatificación coincide con
este encuentro. No es que me vaya, veré por televisión la ceremonia de
beatificación y un poco antes del mediodía iré al aeropuerto”.
Dieciséis
años en Concilium y Sobrino que se retira el día de la beatificación de Romero.
Esto también es una noticia.
En
la pared que tenemos delante, los "Padres de la Iglesia latinoamericana”
escuchan muy serios. La galería comienza con monseñor Gerardi, asesinado en
Guatemala en 1998, y prosigue con el colombiano Gerardo Valente Cano, el argentino
Enrique Angelelli asesinado en 1976, Hélder Pessoa Câmara, brasileño en olor de
santidad, el mexicano Sergio Méndel Arceo con otro compatriota al lado, Samuel
Ruiz, y el ecuatoriano Leónidas Proano, seguidos por monseñor Roberto Joaquín
Ramos (El Salvador 1938-1993) y el padre Manuel Larrain, chileno y fundador del
CELAM, para terminar con el sucesor de Romero, el salesiano Arturo Rivera y
Damas, figura clave en la historia de Romero e injustamente ignorado en las
celebraciones de estos días.
El
sábado al mediodía, según el programa que difundió el Cominé para la
beatificación, se debería leer el decreto que incluirá formalmente al siervo de
Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez entre los beatos de la Iglesia Católica.
Probablemente Jon Sobrino no tendrá tiempo de escucharlo. Pero no le preocupa.
Explica en cierta forma sus razones presentando el material de Carta a las
Iglesias año XXXIII, número 661, que lleva en la tapa un mural que representa a
Romero llevando de la mano a la hija de un campesino que acaba de cortar con
una hoz un racimo de bananas.
"Dos
artículos son críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la
comisión oficial de preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más
crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día
de su beatificación. Hace tiempo que pusimos en guardia para que no beatifiquen
a un monseñor Romero aguado. Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un
Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo y compasivo”.
La
ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas suyos el último día de su vida
se exhibe colgada en una vitrina de la sala contigua, como si estuviera en un
armario. La sotana marrón de Ellacuría, un albornoz, un par de calzoncillos un
poco amarillentos, todos perforados por los proyectiles que los militares no se
molestaron en ahorrar. Resulta natural pensar en ellos y en el proceso de su
beatificación que empezó hace poco.
"Eso
tampoco me preocupa”, exclama Sobrino. "Estaba en Tailandia ese día y por
eso no me mataron. He visto correr la sangre de mucha gente en El Salvador, no
me interesan las beatificaciones, espero que mis palabras ayuden a conocer más
y mejor a Ellalcuría, tratamos de seguir su camino. Éso es lo que me interesa”.
¿Ni
siquiera una señal de reconocimiento para el Papa argentino que impulsó la
causa de Romero? "No, no me interesa aplaudir, y si aplaudo no es por el
hecho de que el Papa sea argentino o jesuita, sino por lo que dice, por la
manera como se comportó en Lampedusa, por ejemplo. Lo que me interesa es que
haya alguien que diga que el fondo del Mediterráneo está lleno de cadáveres. Yo
no aplaudo la resurrección de Jesús. Aplaudir no es lo mío”.
La
atención se dirige ahora a pasado mañana. "He visto horrores que nunca se
denunciaron, como los denunciaba monseñor Romero. Veremos si el sábado resuenan
sus palabras”. Para estar seguro de que no lo malinterpreten, Jon Sobrino las
recita de memoria: "En nombre de Dios y en nombre de este pueblo
sufriente, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que termine la
represión”. Ésto se lo escuché a él y me quedó grabado en la cabeza”.
El
resto de su pensamiento sobre Romero, un Romero "no edulcorado”, el Romero
"real”, se encuentra en el artículo que escribió para la Revista
latinoamericana de Teología de la Universidad Católica, en cuyo comité de
dirección figuran entre otros Leonardo Boff, Enrique Dussel y el chileno
Comblin.
"Muestro
lo que monseñor Romero sintió y dijo en el último retiro espiritual que predicó
un mes antes de ser asesinado; después ofrezco tres puntos de reflexión que
considero importantes. Recuerdo que un campesino dijo:
"Monseñor
Romero nos defendió a los pobres; no solo nos ayudó, no solo hizo la opción por
los pobres, que eso ya es un eslogan. Salió a defendernos a los pobres. Y si
uno viene a defender es porque alguien necesita que lo defiendan, y necesita
defensa el que es atacado. Por eso –dijo con segura certeza este campesino- lo
mataron. Madre Teresa que era buena y no molestaba a nadie, recibió el
premio Nobel; monseñor Romero que dio fastidio, no recibió ningún premio Nobel”.
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Fuente: Tierras de América.
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