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En el plano internacional, la derrota de Chávez
alimentaría la contraofensiva del imperialismo para aplastar el espíritu
rebelde y la voluntad contestataria que se
apoderaron de muchos países de la región y que dieron lugar a la derrota del
ALCA en Mar del Plata en el 2005. A raíz de ello, una noche negra
descendería sobre Nuestra América. Por
todas estas razones decimos que las elecciones del próximo domingo tienen un
significado histórico análogo al que, en su momento, tuvo la Batalla de
Ayacucho: de su resultado depende el futuro de América latina y el Caribe. Si el campo popular no es consciente de su
enorme importancia, la derecha y el enemigo imperialista lo son y a plenitud.
Por eso hace meses vienen pregonando que “habrá
fraude”, aunque el Centro Carter y el propio ex presidente Jimmy Carter
hayan declarado hasta el cansancio que el sistema
electoral de la Venezuela bolivariana es uno de
los mejores y más transparentes del mundo, superior, recalcaba Carter, al de
los Estados Unidos.
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Dr. Atilio Boron, Sociólogo Argentino, Maestro Universitario.
ANTONIO JOSE DE
SUCRE: La Batalla de Ayacucho.
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Por Atilio A. Boron.
Página /12 Viernes 5 de octubre del 2012.
La batalla de Ayacucho,
librada el 9 de diciembre de 1824, selló el destino del imperio español en
América del Sur. El Gran Mariscal de esa heroica batalla, Antonio José de
Sucre, en su arenga final a los soldados, pronunció las siguientes palabras:
“De los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de
gloria va a coronar vuestra admirable constancia”. El próximo 7 de octubre
Nuestra América se encamina hacia una segunda batalla de Ayacucho. Las elecciones
que se lleven a cabo en la República Bolivariana de Venezuela tienen, como el
heroico combate librado en tierras peruanas, una extraordinaria resonancia
continental. Un triunfo del presidente Hugo Chávez Frías fortalecería los aires
de renovación política, económica y social que recorren América latina y el
Caribe desde finales del siglo pasado y que nos han permitido dar importantes
pasos hacia nuestra segunda y definitiva independencia. Su derrota, en cambio,
implicaría un fenomenal retroceso no sólo para Venezuela, sino para los países
del ALBA y, además, para toda Nuestra América.
Las chances de un desenlace
tan desafortunado son muy bajas, pero no inexistentes. Casi la totalidad de las
encuestas, aun las más afines con la oposición, dan como ganador a Chávez. El
disenso viene a la hora de estimar el margen de su victoria, que dependerá de
factores circunstanciales propios de la jornada electoral. Sobre todo, de la
proporción de votantes que acudirá a las urnas, cosa que puede verse afectada por
varios factores: el decaimiento del fervor militante de los cuadros medios del
chavismo, que movilizan y organizan a la base popular; el atosigamiento y la
confusión intencionalmente sembrada por los medios de la derecha, que dominan
el espacio público; la apatía luego de un tenso y complejo período
preelectoral; el temor y la desactivación política que provocan los permanentes
ataques de Estados Unidos en algunos segmentos del electorado e inclusive algo
tan aleatorio y ajeno a la lucha política como el estado del tiempo. Un 7-O que
amanezca como un día horrible y lluvioso puede hacer que algunos chavistas
prefieran quedarse en sus casas, dando por descontado el triunfo de Chávez; un
bello día cálido y soleado puede hacer que otros tantos decidan ir a disfrutar
de algunas de las bellísimas playas con que cuenta Venezuela. En ambos casos,
el principal perjudicado por la deserción ciudadana sería Chávez,
desincentivado su electorado de ir a votar por la certidumbre de la victoria de
su líder, proclamada temerariamente por quienes se suponen que juegan a favor
del gobierno. Por eso, Chávez ha dicho, con razón, que “nuestro peor enemigo es
el triunfalismo”.
Si la concurrencia a las urnas
de los chavistas suscita algunos interrogantes, la derecha en cambio ha logrado
solidificar un núcleo duro que está dispuesto a todo y que irá a votar bajo
cualquier circunstancia. Los 3.200.000 que participaron de la interna que
eligió a Capriles como candidato es un dato cuya importancia mal podría ser
subestimada. Ese núcleo duro no le alcanza para ganar, pero sí para librar una
fuerte batalla. Para resumir: si el 7-O el multitudinario enjambre de
organizaciones populares del chavismo logra que sus bases sociales se vuelquen
en masa a las urnas, el amplio triunfo de Chávez está asegurado.
Pero aparte de la tasa de
participación electoral, hay otros factores que también cuentan. En sus últimos
discursos, el presidente ejerció una noble y valiente autocrítica en relación
con la gestión oficial, que podría haber desalentado a ciertos segmentos de sus
seguidores. Sin embargo, a la hora de elegir entre avanzar y profundizar por el
camino de la Revolución Bolivariana –que ha construido un país muchísimo más
justo y democrático, dando esperanza a sectores que antes no tenían ninguna– o
retroceder y perder todo lo ganado, cosa que obviamente ocurriría ante una
eventual triunfo de Capriles, aun los desafectos e irritados por algunos
problemas de la gestión (como la inflación y la inseguridad, entre otros)
seguramente renovarían su confianza en el proceso bolivariano.
Saben, y si no lo saben lo
intuyen, que con el triunfo de Capriles se volvería atrás una página de la
historia y que Venezuela se convertiría en un nuevo protectorado de Estados
Unidos; que sus inmensas riquezas petroleras serían saqueadas sin pausa por el
imperialismo norteamericano, obsesionado por recuperar el absoluto control de
un elemento como el petróleo, del cual depende grandemente el “modo americano
de vida” y su propia seguridad nacional. Esa y no otra es la verdadera misión
de las 14 bases militares estadounidenses que han construido un intimidatorio
cordón sanitario rodeando todo el territorio de la República Bolivariana y
perturbando el normal funcionamiento de sus instituciones democráticas. (Cabe
preguntarse cómo sería el proceso electoral norteamericano si el país estuviera
rodeado por 14 bases militares de un país hostil, que caracterizara año a año a
Estados Unidos como un santuario de terroristas.)
Saben también que se acabarían
los programas sociales que ciudadanizaron a millones de personas, que
universalizaron el acceso a la salud y la educación como jamás antes; que se
reinstalaría la corrupta partidocracia que gobernó a lo largo de casi todo el
siglo veinte, sumiendo en la pobreza a millones en uno de los países
potencialmente más ricos del mundo y que los factores que dieron origen al
“Caracazo” de 1989 serían una vez más puestos en funcionamiento.
En el plano internacional, la
derrota de Chávez alimentaría la contraofensiva del imperialismo para aplastar el
espíritu rebelde y la voluntad contestataria que se apoderaron de muchos países
de la región y que dieron lugar a la derrota del ALCA en Mar del Plata en el
2005. A raíz de ello, una noche negra descendería sobre Nuestra América. Por
todas estas razones decimos que las elecciones del próximo domingo tienen un
significado histórico análogo al que, en su momento, tuvo la Batalla de
Ayacucho: de su resultado depende el futuro de América latina y el Caribe. Si
el campo popular no es consciente de su enorme importancia, la derecha y el
enemigo imperialista lo son y a plenitud. Por eso hace meses vienen pregonando
que “habrá fraude”, aunque el Centro Carter y el propio ex presidente Jimmy
Carter hayan declarado hasta el cansancio que el sistema electoral de la Venezuela
bolivariana es uno de los mejores y más transparentes del mundo, superior,
recalcaba Carter, al de los Estados Unidos.
Esto no es casual: el coro
desafinado de estos críticos –omnipresentes en toda la prensa hegemónica de las
Américas, en sus diarios tanto como en sus radios y canales de televisión,
todos repitiendo el mismo guión– no hace otra cosa que preparar el clima
ideológico que justifique el desconocimiento del resultado electoral, la
desestabilización política y eventual sedición de algunos grupos y regiones no
bien el veredicto de las urnas ratifique el triunfo del Comandante Chávez. La
oposición antichavista no está compuesta por competidores leales que comulgan
con el juego democrático. El propio Capriles fue uno de los energúmenos que intentaron
tomar por asalto la embajada de Cuba en Caracas cuando el golpe de Estado del
2002, para ajusticiar a los chavistas allí refugiados, algo que ni Videla ni
Pinochet se atrevieron a hacer durante sus dictaduras. Es difícil que una
coalición cuyo líder posee semejantes cualidades acepte hidalgamente el
previsible revés electoral.
Por eso habrá que estar muy
preparados, dentro y fuera de Venezuela, para defender desde las calles y
plazas y de inmediato el triunfo obtenido por Chávez en el escenario institucional.
A nivel internacional será necesario manifestar sin demora alguna la
solidaridad de los movimientos sociales y fuerzas políticas de izquierda con
Chávez, y exigir a los gobiernos de la Unasur que comuniquen a los derrotados
que cualquier intento de desestabilización o golpe de Estado condenaría a los
golpistas al ostracismo y que Venezuela en ese caso se convertiría en un paria
internacional. No creemos que sea necesario porque, insistimos, el triunfo de
Chávez es un hecho. Pero sería bueno adoptar una actitud de permanente
vigilancia y movilización. Porque, como lo recordaba sabiamente el Che, “a los
imperialistas (y sus lacayos vernáculos) no se les puede creer ni un tantico
así”.
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* Sociólogo. Director del PLED.
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