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En
la televisión norteamericana hemos visto incontables noticias de
desahucios y ejecuciones de hipotecas, de trabajadores saliendo de una
fábrica que pronto cerrará como resultado
de los malos tiempos económicos. Los norteamericanos se preocupan:
¿quién será el próximo en dirigir el imperio y las más importantes
instituciones que manipulan la economía mundial?. Junto con estas historias de gente que protesta
contra políticas estatales o que son víctima de los caprichos del
capitalismo, presenciamos escenas diarias
de soldados norteamericanos y civiles que mueren en Afganistán –y
todavía en el Iraq que los ocupantes
norteamericanos desintegraron– o de los aviones sin piloto que matan a gente en Pakistán o Yemen. Los
activistas
en contra de la guerra no solo se han manifestado con regularidad
contra las actividades del Pentágono y
la CIA. En Washington las áreas dudosas de lo que las tropas
norteamericanas están haciendo en partes remotas del mundo y qué intereses económicos están detrás del uso de la
fuerza militar, raras veces se discuten.
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Lo que mantiene al capitalismo global, atado al sillón del sicoanalista no es el fantasma del comunismo, sino el peligro presente y futuro que brota testarudo e inagotable, de lo profundo de sí mismo.
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Para comprender el capitalismo global en
tiempos de crisis multidimensional.
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Saúl Landau.
Progreso semanal. Rebelión. Sábado 13 de octubre
del 2012.
Durante las pocas veces que los
artículos no hablan de quién será el nuevo presidente del Imperio
de EE.UU., los que seguimos las noticias observamos a ciudadanos griegos
y españoles dedicados a protestas masivas en contra de los programas
gubernamentales de austeridad, mientras el comentarista parlotea acerca
de los “temores” de estos países por salirse de la sagrada eurozona como
resultado de economías fracasadas y el rechazo del Banco Central de
Europa a hacer préstamos a los "flojos”. En la televisión
norteamericana hemos visto incontables noticias de desahucios y ejecuciones de
hipotecas, de trabajadores saliendo de una fábrica que pronto cerrará
como resultado de los malos tiempos económicos. Los norteamericanos se
preocupan: ¿quién será el próximo en dirigir el imperio y las más
importantes instituciones que manipulan la economía mundial?
Junto con estas historias de gente que
protesta contra políticas estatales o que son víctima de los caprichos
del capitalismo, presenciamos escenas diarias de soldados norteamericanos
y civiles que mueren en Afganistán –y todavía en el Iraq que los
ocupantes norteamericanos desintegraron– o de los aviones sin piloto que
matan a gente en Pakistán o Yemen. Los activistas en contra de la guerra
no solo se han manifestado con regularidad contra las actividades del Pentágono
y la CIA. En Washington las áreas dudosas de lo que las tropas
norteamericanas están haciendo en partes remotas del mundo y qué
intereses económicos están detrás del uso de la fuerza militar, raras
veces se discuten.
Sin embargo, estudiosos y periodistas han diseccionado
las actividades militares de EE.UU. durante décadas, pero pocos
escritores se han atrevido a tratar de enfrentarse a las instituciones
económicas, las otras piezas cruciales del moderno imperio de EE.UU. –las
que los militares y los tramposos de la CIA tratan de proteger y defender
en cada una de las administraciones posteriores de la 2da. Guerra
Mundial. Así que los lectores deben apertrecharse de la excelente
investigación y análisis minucioso de los profesores Leo Panitch
–profesor de Ciencias Políticas en la Universidad York de Toronto– y su
colega Sam Ginden, así como de su legible descripción y explicación de
cómo funciona o no funciona la parte del dinero del imperio
norteamericano. ([I]La construcción del capitalismo global, la economía
política del imperio norteamericano,[/I] Verso, 2012.)
Los que han vivido sin saber de instituciones
como el Departamento del Tesoro, el FMI y la Reserva Federal descubrirán
en este libro el papel imperial que desempeñan estas misteriosas agencias,
las cuales penetran cada vez más en el mundo que los más publicitados
Pentágono y la CIA.
Durante la 1ra. Guerra Mundial, las finanzas
y la industria norteamericana demostraron cómo el poder económico de
EE.UU., más que la fuerza militar, se podían relacionar con la victoria
de una guerra mundial.
Las instituciones financieras norteamericanas
también allanaron el camino para el surgimiento de EE.UU. como el poder
capitalista preeminente en el mundo, un poder cuyo alcance llegaba a
cualquier punto del planeta.
Cuando terminó la 2da. Guerra Mundial, con
las potencias europeas destruidas, Estados Unidos se convirtió en el
líder lógico de la ideología de la “libertad”, la cual tenía como
principio fundamental la noción del capitalismo de mercado.
Después de 1945, Washington hizo cambios
imperiales en su Tesorería y Departamento de Estado e incrementó los
poderes de la Reserva Federal para elaborar una política de postguerra
que buscaba asegurar los necesarios recursos globales para empoderar a
los titanes de la industria y de Wall Street, los cuales el estado
necesitaba para ayudar a acumular el capital mundial. En el acápite
“Inversión Global, Reglas Norteamericanas” los autores citan a Benjamin
Cohen para demostrar cómo el ajuste estructural impuesto por el FMI trae
inmensos beneficios, al citar al economista Benjamin Cohen acerca de
“grandes capitales como los grandes productores de artículos comerciados
globalmente, bancos y otras firmas de servicios financieros, y grandes
poseedores de bienes privados”. No precisamente las tiendas de la Calle
Real
El imperio norteamericano necesitaba
condiciones en todo el mundo que atrajeran la inversión extrajera. Pocas
personas, incluso en círculos informados, saben mucho acerca de cómo funcionan
los tratados bilaterales de inversiones y de cómo integran a otros países
en un capitalismo global dirigido y controlado por EE.UU. Tratados como
ALCAN y ACALC, por ejemplo.
Los autores también demuestran cómo las
instituciones financieras controladas por EE.UU. impusieron el ajuste
estructural a países pobres para beneficiar al gran capital y explotar
más a las clases trabajadores. Tanto Europa como Japón se convirtieron en
parte de lo que William Appleman Williams llamó el “imperio informal” de
Estados Unidos. El crecimiento postguerra de las finanzas norteamericanas
–incluyendo la externalización de prácticas e instituciones
norteamericanas– llevó a la creación de un sistema integrado de mercados
financieros en expansión que caracteriza a la globalización capitalista.
Para fines del siglo veinte, escriben Panitch y Ginden, “los
capitalistas, literalmente casi en cualquier parte, por regla general
reconocen una dependencia de Estados Unidos para establecer, garantizar y
administrar la red global en cuyo seno todos pueden acumular”.
Este libro revisa las economías del mundo que
comenzaron con el control de EE.UU. en 1944 en la reunión de Bretton
Wood. Los autores argumentan que se desarrolló un interés internacional
de clase, que funcionarios de EE.UU. poseían una visión del capitalismo
universal en el período posterior a la 2da. Guerra Mundial, una visión
que promovía no tanto intereses especiales norteamericanos sino el
florecimiento del capital en sí, el cual necesitaba acceso mucho mayor a
todas partes del mundo. Esto, a su vez, hizo posibles los vínculos
que se desarrollaron entre grupos capitalistas a gran escala en Estados
Unidos y sus socios internacionales. A medida que las fuerzas de EE.UU.
trataban de imponer, sin éxito, su voluntad militar en Corea y Vietnam,
las armas financieras del imperio convencieron a los capitalistas
europeos de desarrollar “vínculos con capitalistas norteamericanos, tanto
en el seno de Europa como en el de Estados Unidos”, fortaleciendo así los
poderes capitalistas al otro lado de las fronteras.
Panitch y Ginden abogan por la solidaridad de
clase del 1 por ciento a medida que describen el camino que llevó a “un
sistema financiero verdaderamente global, basado en la internacionalización
del sistema financiero de EE.UU.”
La desventaja de esta organización del gran
capital apareció en la década de 1990, a medida que la movilidad del
capital global indujo una serie de crisis financiera entre las naciones
de bajo y mediano ingresos.
Sin embargo, los autores repudian
perspectivas apocalípticas de la próxima destrucción del capitalismo y en
su lugar ofrecen sugerencias de cómo “convertir las instituciones
financieras que son el salvavidas del capitalismo global en propiedad
pública”, como un “prerrequisito necesario para la justicia social y la
democracia”.
Este nivel del discurso no se liga
exactamente con los lemas de Ocupar o las exigencias de los trabajadores
griegos y españoles, pero los activistas serios aprenderán: estos autores
enseñan el cómo y el por qué del sistema económico capitalista mundial.
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