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La urbanización se consolida y la
industrialización da frutos. La población activa en el sector industrial crece
7.8 por ciento entre 1964 y 1969. Los trabajadores especializados fueron las figuras del proceso. La
estructura social se diversificaba, posibilitando el ascenso social. España se integra a las llamadas sociedades
de clases medias. La meritocracia, las reformas de acceso a la función
pública, la perspectiva institucional y menos política, hicieron que los gobiernos se definieran como tecnocráticos.
El franquismo ideológico tenía los días contados. Lo sustituía una élite
interesada en perpetuar un proyecto que se desprendiera de sus raíces
dictatoriales. La sociedad española
debía creer en la instauración de una monarquía parlamentaria, apoyada en
la democracia representativa, fuente
del progreso. Las clases medias se
sintieron arropadas, compraron el discurso.
España seguía la senda del progreso.
Pero algo no calzó en los planes. El
neoliberalismo se adueñó de las élites dirigentes. Unos y otros se hicieron eco de las críticas al Estado de bienestar y
comenzaron a destruir lo poco que de forma paternalista hizo el franquismo. En vez de hacer una crítica política a la
tiranía y separar el polvo de la paja, se procedió a tirar el agua sucia con el
niño dentro. El sector público se
privatizó. Se impuso la categoría de rentabilidad gerencial en sanidad,
educación, construcción social y servicios de atención primaria. El dinero ha sido la marca universal de medida.
Así han llegado los cambios. También en la política. El marketing electoral sustituye
el debate ideológico, los programas y las alternativas. Se vende un
producto. El
ciudadano se esfuma. Hay consumidores de objetos imposibles que
mantienen su fidelidad al producto. España hoy es una sociedad dual. El
subdesarrollo social, económico y también político es la consecuencia
de la fiebre liberalizadora. Los índices de pobreza, exclusión social,
marginación, desempleo, pérdida de derechos laborales, sindicales o culturales
están en todas las estadísticas. Y lo peor, siguen aumentando. No paran las políticas brutales, salvajes y
fascistas contra los ciudadanos. El Peligro el nacionalismo autonomista se acerca amenazando
su independencia.
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Según los españoles como también los académicos y estudiosos del mundo de la crisis europea - la euro-zona -consideran que Rodríguez Zapatero y Rajoy como los directos responsables del desastre económico y destrucción del Estado de bienestar. Sonrien para la eternidad de su extraordinaria performance política.
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ESPAÑA: El fin del milagro, el regreso al
subdesarrollo.
*****
Marcos Roitman.
La Jornada. Miércoles 31 de octubre del 2012.
Los años
felices en los cuales España parecía salir del subdesarrollo se esfuman. Fue un
tiempo que se adjetivó, cuando las cifras macroeconómicas eran un éxito, como
el milagro español”. Pero al igual que sucedió con el “milagro brasileño” de
los años 70 del siglo XX, ambos carecían de legitimidad política.
Sirva este
recordatorio para valorar, en su dimensión, el significado de los recortes, las
reformas laborales y el aumento de la desigualdad en España. Si a mediados del
siglo pasado sus élites se vanagloriaban de haber dejado atrás la España rural
y caciquil de posguerra, lo hacían convencidas del carácter irreversible del
proceso. La visión lúgubre de un país inconexo, autárquico y fuera del orden
mundial fue sustituida por una España alegre, moderna y emprendedora. La
modernización social hizo acto de presencia. Al férreo control político, la
dictadura opuso un sentido social a sus reformas. Proteccionista del trabajador
y limitante del poder de los empresarios. Su visión corporativa de la sociedad
llevó a la dirigencia franquista a valorar como triunfo la paz obtenida a base
de garrote y represión.
La población
sentía que el franquismo era permisivo y que si no se metía en política, podría
gozar de oportunidades, hasta los años 50, desconocidas. Las cartillas de
racionamiento eran pasado. El pleno empleo se acariciaba y la clase obrera
industrial accedía a vivienda social, crédito privado, educación... Se
edificaba un sistema de salud pública que iba cubriendo poco a poco a la
población. La etapa de la beneficencia, pobreza extrema y exclusión social eran
reminiscencias y así fue interpretada por las autoridades. Se dejó en manos de
la Iglesia y organizaciones de caridad residual. Por otro lado, las relaciones
socio-laborales entraron en un periodo de poca conflictividad, aunque se
mantuvo la represión en los enclaves tradicionales, como la minería. Sin
embargo, hubo acuerdos de base.
Los
contratos daban seguridad al trabajador, impedían el despido arbitrario y libre
y sujetaban al empresario a estrictas normas de negociación colectiva, vía los
sindicatos verticales. Los sueldos subían en proporción al coste de vida. La
gente parecía estar “contenta”. La mejora en las condiciones de vida de las
clases trabajadoras tuvo efectos inmediatos sobre el consumo, el crecimiento y
la distribución de la renta. Las desigualdades disminuían, y muchos pudieron
acceder a una vivienda de protección oficial. Sus hijos podían incorporarse a
la universidad y la política diseñada de familias numerosas comenzaba a dar
frutos. Con cuatro o cinco hijos, las demandas educativas aumentaron. La
educación, a pesar de sus componentes ideológicos franquistas, sufrió la
avalancha.
Si en 1957
había 64 mil 281 estudiantes universitarios, en 1968 la cifra se disparó a 139
mil 266. Nuevas universidades, más becas, más profesores, mejores sueldos y
sobre todo control político. Aun así, la vida parecía entrar en esa dinámica de
progreso imparable. Así ocurría en cuanto a las migraciones campo-ciudad. De
casi 30 millones de españoles, entre 1961 y 1969 cambiaron de residencia unos
3.5 millones de personas. De ellas un millón abandonó poblaciones de menos de
10 mil habitantes; casi 300 mil pasaron a engrosar ciudades de 10 mil a 100 mil
habitantes, y cerca de 800 mil buscaron asentarse en ciudades de más de 100 mil
habitantes.
La
urbanización se consolida y la industrialización da frutos. La población activa
en el sector industrial crece 7.8 por ciento entre 1964 y 1969. Los
trabajadores especializados fueron las figuras del proceso. La estructura
social se diversificaba, posibilitando el ascenso social. España se integra a
las llamadas sociedades de clases medias. La meritocracia, las reformas de
acceso a la función pública, la perspectiva institucional y menos política,
hicieron que los gobiernos se definieran como tecnocráticos. El franquismo
ideológico tenía los días contados. Lo sustituía una élite interesada en
perpetuar un proyecto que se desprendiera de sus raíces dictatoriales. La
sociedad española debía creer en la instauración de una monarquía
parlamentaria, apoyada en la democracia representativa, fuente del progreso.
Las clases medias se sintieron arropadas, compraron el discurso. España seguía
la senda del progreso.
Pero algo no
calzó en los planes. El neoliberalismo se adueñó de las élites dirigentes. Unos
y otros se hicieron eco de las críticas al Estado de bienestar y comenzaron a
destruir lo poco que de forma paternalista hizo el franquismo. En vez de hacer
una crítica política a la tiranía y separar el polvo de la paja, se procedió a
tirar el agua sucia con el niño dentro. El sector público se privatizó. Se
impuso la categoría de rentabilidad gerencial en sanidad, educación,
construcción social y servicios de atención primaria. El dinero ha sido la
marca universal de medida. Así han llegado los cambios. También en la política.
El marketing electoral sustituye el debate ideológico, los programas y
las alternativas. Se vende un producto. El ciudadano se esfuma. Hay
consumidores de objetos imposibles que mantienen su fidelidad al producto.
España hoy es una sociedad dual. El subdesarrollo social, económico y también
político es la consecuencia de la fiebre liberalizadora. Los índices de
pobreza, exclusión social, marginación, desempleo, pérdida de derechos
laborales, sindicales o culturales están en todas las estadísticas. Y lo peor,
siguen aumentando.
El suicidio
del dueño de un quiosco de periódicos en Granada, agobiado por las deudas y
desahuciado por el banco, es la punta del iceberg. A diario, las entidades
bancarias, Santander, BBVA, las cajas privatizadas, desahucian a 535 familias.
Padres con hijos en edad escolar, bebés, o personas mayores a su cargo. Sin
trabajo, se ven abocados a vivir en la calle. Son al menos, 2 mil personas al
día. Sin embargo, existen más de 3 millones de pisos vacíos. Más de la mitad en
manos de entidades financieras. Pero eso no les preocupa ni a la élite política
ni a los bancos. Prefieren hacer la vista gorda y seguir la senda del
subdesarrollo. Hoy miles de jóvenes y familias emprenden, como durante el
franquismo, el
éxodo. Alemania y América Latina se convierte en su destino. El milagro español
resultó ser una falacia.
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