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Hobsbawm nunca se escondió ni tampoco fue neutral. Siempre que
escribía un libro contaba e incluía en el texto lo que pensaba,
dónde militaba, es decir, se metía en sus trabajos. Así conseguía algo muy importante: que el lector se distanciara
críticamente de sus libros y no se sintiera engañado. Desde el prólogo te
mostraba sus presupuestos de partida. Es
decir, ser militante y no neutral, en el caso de Hobsbawm, no podía
confundirse con pretender llevarse al huerto al lector. Al contrario, quería que el lector
aprendiera a razonar de manera crítica. Su obra hay que entenderla, en ese
sentido, como una apuesta por el
pensamiento crítico. Y por eso Hobsbawm es,
también, un hijo de la modernidad.
Efectivamente lo era. Estudió la cuestión en profundidad. En “Las revoluciones burguesas” y “La
era del Capitalismo” ya trataba los nacionalismos del periodo
1789-1848, fase álgida de la
construcción de los estados-nación en Europa, aunque no sólo en el viejo
continente. Lo que ocurre es que Hobsbawm siempre arriesga en las interpretaciones. En ese sentido no era un positivista. Nos
dice que hasta finales del siglo XIX, en los estados-nación, la política se organiza en torno a los ejes
izquierda (clase obrera, primeros sindicatos y radicalismo democrático
pequeño burgués) y derecha (burguesía conservadora). Pero este segundo eje percibe que va perdiendo
terreno frente a la izquierda. A finales del XIX surge un nuevo
nacionalismo –y los sucesos de la Comuna
de París explican en buena medida el fenómeno- de carácter horizontal o
transversal, en lo que lo esencial es el sentido de pertenencia (de “lealtades
sectoriales”). Surge este nacionalismo,
en opinión de Hobsbawm, para frenar al socialismo y al movimiento obrero en sus aspiraciones
de revolución social. Así, muchos obreros se sentirán
antes de su nación que de su clase.
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Eric Hobsbawm, murió el 1 de octubre del 2012. Pensador marxista, clave del siglo XX.
Entrevista al historiador Francesc Martínez Gallego
sobre la figura
y obra de Eric Hobsbawm.
“Hobsbawm fue el gran renovador de la Historia Social y de la Historiografía
Marxista”.
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Rebelión viernes 26 de
octubre del 2012.
Enric Llopis.
El historiador Francesc
Martínez Gallego imparte clases de Historia de la Comunicación en la Facultad
de Filología, Traducción y Comunicación de la Universitat de València. Se
declara un “admirador” y “alumno a distancia” de Eric Hobsbawm, a quien conoció
personalmente a finales de los 90, en un curso sobre el recientemente fallecido
historiador británico organizado por la revista “Historia Social”.
Autor o colaborador en más
de una veintena de libros de historia, Martínez Gallego participó en un
monográfico sobre Hobsbawm de la citada revista, con un artículo que analizaba
su síntesis de la Historia Universal Contemporánea en cuatro volúmenes: “La era
de la revolución (1789-1848); “La era del capital (1848-1875)”; “La era del
Imperio (1875-1914)” y “La era de los extremos: el corto siglo XX
(1914-1991). Por sus contribuciones a la historia total y desde abajo,
la apertura a los aportes de las diferentes ciencias sociales o las
investigaciones a cerca de la clase obrera en su conjunto, Martínez Gallego
considera a Hobsbawm “un gran renovador de la historia social y de la historiografía
marxista”.
¿Opinas que con la muerte
de Hobsbawm desaparece uno de los últimos grandes paladines de la razón
crítica, en contraposición a la postmodernidad?
Te diría, de entrada, que
Hobsbawm tiene un libro, más bien una joya , absolutamente vigente hoy:
“Política para una izquierda racional” (Ed. Crítica). El título es ya, por sí
sólo, una declaración de principios. Hobsbawm se mostró, a lo largo de toda su
obra, como un gran partidario de la razón crítica, de la ilustración y de la
modernidad –tronco común que comparten, por lo demás, el marxismo y el
liberalismo democrático-, al tiempo que fue muy crítico con las visiones
postmodernas y postestructuralistas. Compartía, de todos modos, algunas de las
críticas que pudieran formularse a la modernidad. Pero recordaba que avances
muy notables en el mundo del conocimiento, la neurociencia o la genética
-herederos de la razón, la ciencia y la modernidad- no pueden rechazarse en
nombre de planteamientos postmodernos.
¿En qué términos se
plantea esta crítica a la filosofía de la postmodernidad?
Desde la década de los 80
del siglo XX, y singularmente de los 90, la izquierda comienza a retroceder en
todo el mundo, pero sobre todo en Europa. Por descontado, esto tiene mucho que
ver con la caída del socialismo realmente existente . Los intelectuales
que se habían dedicado hasta ese momento a pensar en alternativas al
capitalismo, dejan de creer en estas alternativas y se integran poco a poco en
el sistema. La vía de integración es la postmodernidad. Empiezan por una
condena de los grandes relatos , por ejemplo, del marxismo. A estos
intelectuales ya no les sirven las explicaciones globales del pasado ni del
presente. Piensan, por el contrario, que todo es relativo y sobre todo que todo
depende del lenguaje. En otros términos: el lenguaje no sólo deja de tener una
referencia en la realidad sino que, además, construye realidades. Foucault y
Derrida son dos de los máximos exponentes de esta manera de filosofar. Pues
bien, es posible que el sueño de la razón moderna haya podido construir
monstruos, como el estalinismo; pero no por ello deja de ser monstruosa la
postmodernidad.
¿Qué parte destacarías de
la vasta obra de Eric Hobsbawm?
En primer lugar, los
cuatro volúmenes en los que sintetiza la Historia Contemporánea desde 1789
hasta hoy: “Las revoluciones burguesas”; “La era del capitalismo”; “La era del
imperio” y “La era de los extremos: el corto siglo XX”. Demuestra en
esta parte de su obra una portentosa capacidad de síntesis. Además, destaca su
dedicación a la historia de la clase trabajadora, campo en el que tiene
aportaciones muy originales que ayudaron a cambiar la perspectiva de la
Historia Social. De hecho, desde Hobsbawm la historia social se hace desde abajo
. No sólo estudia e investiga, como se hacía anteriormente, al conjunto de
trabajadores afiliados a sindicatos o partidos obreros. Hobsbawm amplía el
campo de mira al conjunto de la clase trabajadora, también a la marginada.
“Trabajadores. Estudios de Historia de la Clase Obrera”; “El mundo del
trabajo”; “Rebeldes primitivos” o “Bandidos” adoptan esta perspectiva.
¿Y en cuanto a la
metodología?
Hay una cuestión decisiva.
Hobsbawm mira y analiza la política desde el punto de vista de la Historia
Social, no como un fenómeno aislado. En el campo de la reflexión
historiográfica, Hobsbawm apostó además por una relectura de la obra de Marx y
por repensarla, con el objetivo concreto de desacralizarla y dejar de
considerarla un catecismo . Este principio lo llevó a la parte de su
obra dedicada a la renovación de la Historia Social. Destacaría, además, si me
permites, su magnífica obra autobiográfica “Años interesantes: una vida en el
siglo XX”, en la que aproxima y atrapa al lector con sus vivencias personales
en lenguaje claro y estilo directo.
¿Consideras, por tanto,
que en la obra de Hobsbawm hay una apuesta clara por la historiografía
marxista?
Sí, pero como te decía,
por un marxismo no catequístico . Lo sustantivo de Marx en la obra de
Hobsbawm son el pensamiento dialéctico y el materialista. Pero, cuidado, sin
que se confunda “materialismo” con “economía”. Hay que entender el
“materialismo” como un conjunto de relaciones sociales, que incluyen desde el
trabajo en la fábrica hasta las manifestaciones espirituales o las emociones.
Es por ello, por ejemplo, por lo que Hobsbawm estudió por qué parte de la clase
trabajadora se afiliaba a sectas religiosas, como los cuáqueros. Quiero decir
que nunca aisló objetos de estudio, como política, economía, sociedad, cultura
o religión. No los consideraba en modo alguno como esferas autónomas. Se trataba, muy al contrario, de buscar la
relación entre todos estos ámbitos.
Es la noción de historia
total, acuñada por Pierre Vilar
En
efecto. Hobsbawm siempre hacía historia total.
Nada en la realidad sucede por una sola causa, sino por un conjunto de acciones
que interactúan. Esta idea le llevaba a Hobsbawm a rechazar de lleno el
determinismo económico, pero no así la mutua determinación de los hechos, es
decir, la dialéctica. Te comentaba que el pensamiento dialéctico está muy
presente en su obra. Por ejemplo, al trasladar la mirada de la economía a la
política y, en una relación dialéctica, volver de la política a la economía. De
hecho, según Marx, “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de
clases”. Dialéctica y contradicción en estado puro. También puede apreciarse
esta idea de historia total en el estudio de la clase obrera. Se pregunta en
sus investigaciones por qué hay obreros que votan a la derecha, se afilian a
sectas religiosas o buscan soluciones individuales en la rebeldía y el
bandolerismo; pero también como se socializan en las tabernas o la
incorporación de las mujeres al mundo del trabajo.
¿Consideras a Eric
Hobsbawm un renovador el marxismo en el campo de la Historia?
El mayor renovador del
marxismo del siglo XX, por encima de E.P. Thompson, sobre todo porque éste
dedicó parte de su vida al activismo político. Por el contrario, Hobsbawm se
dedica a una ininterrumpida labor de renovación del marxismo desde la
historiografía. Ahora bien, si en “Miseria de la teoría” Thompson arremete con
fuerza contra el estructuralismo francés, singularmente contra Althusser,
Hobsbawm no era tan partidario de entrar en estos debates. Tampoco contra los
filósofos postmodernos. Decía que él escribía libros de historia, mientras que
Foucault y Derrida, no. Respecto al estructuralismo, Hobsbawm subrayaba que la
historia la hacen los hombres y las mujeres, no las estructuras. Pero también
reconocía que entre individuos y estructuras existe una relación dialéctica.
Por lo demás, fue un gran lector de Marx y de Gramsci; incorpora, de hecho, las
aportaciones de Gramsci al marxismo. La historia total y desde abajo ,
el diálogo interdisciplinar: son todos ellos sustantivos elementos de
renovación.
Otra cuestión es la transversalidad ,
el diálogo entre la historia y el resto de las ciencias sociales, en la que
también destacan Hobsbawm y los historiadores británicos
En Francia, tras la
Segunda Guerra Mundial, la Escuela de Anales aboga por una historia con
influencias de la Sociología y la Economía, primero, y, a partir de los años 60
del siglo XX, por la Antropología. La Escuela de Annales derivó, al contrario
que la historiografía británica, hacia una historia de corte cultural, en la
que la cultura quedará como una instancia aislada de las otras esferas
(económica, social o política). La escuela marxista británica liderará la
historia social, en buena parte gracias al prestigio de Hobsbawm (también de
otros, como Thompson o Rodney Hilton). Realmente consiguen salvar la
historia social, y eso a pesar de ser historiadores marxistas, algo que no está
precisamente muy bien visto en la academia. Pero es que nadie podía negarles su
prestigio obtenido como grandes investigadores (siguiendo la mejor tradición
empirista de Bacon), con horas y horas de archivo, hemeroteca y trabajo con
fuentes primarias.
Y dentro de la escuela
historiográfica marxista, la revista “Past and Present”
El grupo de historiadores
marxistas británicos crean, a principios de la década de los 50, una revista,
“Past and Present”, en la que participan Hobasbawm, Thompson, Hill, Rudé o
Hilton, entre otros muchos. No sólo participan contemporaneístas, sino también
medievalistas, prehistoriadores o modernistas. Demuestran, por lo demás, que no
son sectarios. Su marxismo procede de los frentes populares de la década de los
30 y del partisanismo . En “Past and Present” se da la bienvenida a
todos los planteamientos críticos y renovadores. Pienso, por ejemplo, en historiadores
liberales no marxistas, pero que entienden la historia como historia social. Y,
en cuanto a la transversalidad , también están abiertos a antropólogos,
demógrafos, sociólogos o economistas, con los que entran a dialogar.
¿Cómo conjugó Hobsbawm su
labor historiográfica con su militancia política?
Hobsbawm militó en el
Partido Comunista hasta el final, en contraposición a lo que hizo gran parte
del grupo de historiadores marxistas británicos. En ello mostró una gran
coherencia intelectual. El historiador había luchado contra el fascismo durante
la Segunda Guerra Mundial en el servicio secreto británico. Tuvo una gran
capacidad, asimismo, para distanciarse de los cánones oficiales, del marxismo
soviético y de los estructuralismos. Señalaba que los comunistas europeos que
él había conocido dieron la vida por el antifascismo y la libertad de Europa. Y
agregaba que ese era su camino. Por lo demás, hay una, a mi juicio, gran frase
de Hobsbawm que modestamente hago mía: “si alguien te pregunta si está superado
el marxismo, dile que sí, pero por los marxistas”. Hizo compatible su
militancia en el Partido Comunista con el hecho de pedir el voto para el
laborismo en diferentes elecciones. Y esto lo hacía porque consideraba que,
mientras el objetivo de la revolución permaneciera lejano, había que centrar
los esfuerzos en la defensa del Estado del Bienestar. Precisamente era esta una
de sus grandes obsesiones: la mejora de la calidad de vida de la clase
trabajadora.
¿Le considerarías un
historiador militante?
Sí, y lo demuestra en el
intento de hacer llegar su interpretación materialista y dialéctica de la
historia al lector medio. Pienso que sus cuatro libros de síntesis de la
Historia Contemporánea son una forma de militancia y, a mi juicio, muy radical.
Hobsbawm hizo un gran esfuerzo en el lenguaje para hacerse comprensible por el
gran público. Por cierto, en materia de estilo, es el historiador que mejor ha
escrito del siglo XX. Y he decirte que hacer lo contrario es pecar de elitismo,
algo en lo que incurre demasiadas veces la izquierda. Pienso, en resumen, que
todo esto supone un gran esfuerzo de militancia.
No se le puede considerar,
por tanto, un historiador neutral
Hobsbawm nunca se escondió
ni tampoco fue neutral. Siempre que escribía un libro contaba e incluía en el
texto lo que pensaba, dónde militaba, es decir, se metía en sus
trabajos. Así conseguía algo muy importante: que el lector se distanciara
críticamente de sus libros y no se sintiera engañado. Desde el prólogo te
mostraba sus presupuestos de partida. Es decir, ser militante y no neutral, en
el caso de Hobsbawm, no podía confundirse con pretender llevarse al huerto
al lector. Al contrario, quería que el lector aprendiera a razonar de manera crítica.
Su obra hay que entenderla, en ese sentido, como una apuesta por el pensamiento
crítico. Y por eso Hobsbawm es, también, un hijo de la modernidad.
También trabajó en la
cuestión de los nacionalismos. ¿Lo consideras un especialista en este campo?
Efectivamente lo era.
Estudió la cuestión en profundidad. En “Las revoluciones burguesas” y “La era
del Capitalismo” ya trataba los nacionalismos del periodo 1789-1848, fase
álgida de la construcción de los estados-nación en Europa, aunque no sólo en el
viejo continente. Lo que ocurre es que Hobsbawm siempre arriesga en las
interpretaciones. En ese sentido no era un positivista. Nos dice que hasta
finales del siglo XIX, en los estados-nación, la política se organiza en torno
a los ejes izquierda (clase obrera, primeros sindicatos y radicalismo
democrático pequeño burgués) y derecha (burguesía conservadora). Pero este
segundo eje percibe que va perdiendo terreno frente a la izquierda. A finales
del XIX surge un nuevo nacionalismo –y los sucesos de la Comuna de París
explican en buena medida el fenómeno- de carácter horizontal o transversal, en
lo que lo esencial es el sentido de pertenencia (de “lealtades sectoriales”).
Surge este nacionalismo, en opinión de Hobsbawm, para frenar al socialismo y al
movimiento obrero en sus aspiraciones de revolución social. Así, muchos obreros
se sentirán antes de su nación que de su clase.
Por último, ¿Por qué un
joven historiador piensas que debería leer a Hobsbawm? Y, en tu condición de
profesor de periodismo, ¿deberían leerlo también los que quieran dedicarse a
este oficio?
En primer lugar, creo que
las profesiones de historiador y periodista son en gran medida concomitantes.
El periodista viene a ser como un historiador del presente, mientras que
historiar puede asimilarse a un periodismo retrospectivo. Pero en ambos casos
han de saber hacer bien su trabajo, es decir, no sólo responder a las preguntas
de “cuándo”, “cómo” y “dónde” sino, sobre todo, el porqué de los hechos. No
sólo contar algo, sino explicarlo e interpretarlo. Si así lo hacen, serán
discípulos de Hobsbawm aunque no lo sepan. Y esto es así por una razón: el porqué es la cuestión clave
de la ilustración, de la modernidad y de la ciencia.
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