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Pero
¿por qué empezó todo con la obsesión del cambio? ¡Muy sencillo!
Porque los capitalistas del centro
desean (legítimamente)
alimentar la prima de riesgo, la
diferencia entre las tasas de interés, sin sufrir riesgo del cambio, es
decir, sin correr el riesgo de que Periferia
devalúe, que sería en el fondo lo
natural para un país se convierte en un
importador neto de capital y por lo tanto de mercancías. En el fondo no hay
nada malo: juegos inocentes, siempre que se sepa acabarlos en el momento debido
(es decir, en el momento adecuado: no sé por qué he usado la palabra “debido”
que tiene que ver con "deuda"). Y luego, piensen en esto un momento: aunque las tasas de interés sean las mismas
en el centro y la periferia, al
fijar el cambio se consigue un efecto de todos modos. ¿Saben cuál? Pues se lo
digo ahora mismo: aumenta la prima de riesgo. "¿Cómo?", me responderán ustedes, "¿acaso al adoptar
un tipo de cambio creíble no descienden las primas de riesgo, como ha ocurrido
en Europa, donde los griegos y los
españoles han podido beneficiarse de las tasas alemanas?". Esperen un momento:
a su razonamiento le falta una pata.
Al
hacer una inversión en otra divisa, en el rendimiento general hay que
considerar también la revaluación o
devaluación que se espera para esta moneda. Un ejemplo práctico: antes del euro, el alemán que prestaba al español
tenía que mirar no sólo a las tasas de interés más altas (en España), sino también lo que sucedería con el cambio. De poco
vale ganar un punto de interés más prestándole a Carlos en lugar de a Hans,
si luego va Carlos y devalúa, digamos, un 4%, ¿verdad? Ya, pero cuando hablamos
de primas de riesgo, comparamos dos tasas de interés: no es que estemos
hablando de cambio. Y es que está claro: hoy ya no hay cambio: 1 euro (español) vale 1 euro (alemán). Por eso no hablamos de cambio: porque ya no hay
cambio. Pero cuando lo había, sí que se hablaba de ello.
/////
El Centro y la Periferia. ¿Será realmente un cuento financiero?.
***
EL CUENTO DE CENTRO Y PERIFERIA.
*****
Alberto Bagnai.
Goofynomics.
Traducido por Gorka Larrabeiti.
Rebelión lunes 21 de enero
del 2013.
Los
protagonistas son dos: el masculino es un país desarrollado con una base
financiera sólida e industrial al que llamaremos Centro; el femenino es un país o grupo de países relativamente
atrasados a la que llamaremos Periferia.
Entre
Centro y Periferia, la atracción es súbita y fatal (especialmente para
Periferia), pero, como en toda trama digna de serlo, la diversidad de orígenes
plantea ciertos problemas. ¿Dónde estaría si no el interés de la historia? La historia es interesante precisamente
porque los protagonistas son distintos, muy distintos.
Centro es un
tipo moderno, atrevido, mientras que Periferia
es una chica chapada a la antigua, ahorradora, sabia y un poco reprimida. ¿En
qué están pensando? ¡No, no sexualmente reprimida! Eso, a Centro, no le
interesa. ¿No se acuerdan? Centro es virtuoso. Lapida a las adúlteras (después
de haberse acostado con ellas).
No, Periferia está, como dicen los economistas, un poco reprimida financieramente, lo
que significa, en esencia, que el Estado
mantiene en ella un cierto grado de control del circuito del ahorro y la
inversión.
Por
ejemplo, piensen qué idea tan estrafalaria, en la periferia se considera la política monetaria como una herramienta a
disposición de la actuación del gobierno, que ha de mantenerse, aunque sea de
forma mediada, bajo el control de la
soberanía democrática del pueblo. Sí,
lo han entendido bien: eso es exactamente lo que los intelectuales de nuestra izquierda definirían como "populismo", que es el
término con el que ciertos siniestros intelectuales etiquetan cualquier circunstancia
en la que el pueblo no hace lo que ellos han decidido que haga. ¿Qué va a saber
el pueblo de la moneda?
Periferia es reprimida y populista, de ahí que tenga apego a toda una serie de
costumbres antiguas: el banco central no
es "independiente" (se entiende independiente de los
trabajadores, por supuesto, no de los capitalistas), y varias instituciones financieras (bancos,
fondos de pensiones) están bajo el control directo o indirecto del Estado; el costo del dinero no se fija
al arbitrio del mercado, sino que lo gestiona y dirige el Estado. Para lograr
este objetivo, se someten los movimientos internacionales de capital a
controles, porque de lo contrario los
capitales huirían a otros lugares en busca de mejor remuneración. Pero no
sólo se controla la entrada de flujos de capital sino también su salida desde la periferia reprimida: la
idea moderna de que las empresas (públicas o privadas) nacionales están ahí a
la venta esperando al mejor postor, esa idea tan avanzada, aún no ha llegado a
la periferia; y ello vale sobre todo
en el sector financiero, donde se aplica a los bancos extranjeros un principio
que los países desarrollados aplican sólo a los trabajadores extranjeros:
"Yo no soy racista, siempre que cada cual se quede en su casa", un principio
que da escalofríos cuando se aplica a la gente, pero también cuando no
se les aplica a los bancos. Sin embargo, mira por dónde, Periferia está tan reprimida que incluso las instituciones
financieras nacionales están controladas por el Estado, que les impone limitaciones a su cartera, lo que, a su vez,
significa que estas instituciones tienen la obligación de comprar una cierta
cantidad de la deuda pública, y también impone límites al crédito, lo que
significa que los bancos no pueden
prestar demasiado, es decir, que el sector privado no puede endeudarse
demasiado. Por lo demás, ni siquiera el Estado toma prestado demasiado, y de
hecho, su ratio de deuda / PIB ha disminuido porque las tasas de interés se
mantienen bajo control, y entonces no es necesario perseguir, elevando la carga
impositiva y la reducción de la tasa de servicios esencial, la explosión de
pago de intereses (lo que significa redistribuir renta de los contribuyentes
-que contribuyen- a los tenedores de bonos de deuda, quienes a menudo no contribuyen...).
Pues
bien: en esto consiste la represión financiera. No se ocupó de ella Sigmund
Freud, pero sí Carmen Reinhart
(entre otros). Hay quien, con más cortesía, la llama "regulación" de los mercados financieros.
¿Les parece un mundo tan extraño, tan vetusto? Pues
tienen poca memoria: hasta los años 80 este mundo fue nuestro mundo, el mundo
occidental, y está claro que hace falta que vuelva a serlo.
Sea como
fuere, ese mundo ahora ya no es el nuestro, así que la cosa no funciona: ¡Centro, que es un chico que ha
evolucionado con el tiempo, no puede presentar a sus padres, “los mercados”, a una chica tan pasada de moda! Así, Centro “sugiere” a Periferia ciertas reformas; o mejor: dos reformas cualesquiera, que, vaya por dónde, son las de siempre:
la adopción de una tasa de cambio fijo y
la liberalización de los mercados financieros y también de los movimientos
internacionales de capital.
Centro,
que es bastante listillo, obtiene así dos ventajas. Primera ventaja: en la periferia la liberalización de los mercados
financieros provoca una subida de las tasas de interés. Piénsenlo: el Estado ya no puede contar con una
serie de compradores institucionales para sus títulos (ni el Banco Central, que
se vuelve “independiente”, ni los fondos de pensiones, que poco a poco pasan a
manos del sector privado), de ahí que para financiarse tenga que ofrecer tasas
de interés más altas.
Pero
también las tasas del sector privado se
liberalizan, así que tienden a crecer. Miren: en la periferia, necesidad de capitales, la hay, ya que, como hemos
dicho, su base industrial está atrasada, y ello conlleva necesariamente que las
tasas de interés tiendan a ser altas. Sin embargo, antes, cuando Periferia
estaba reprimida, el Estado controlaba en cierto modo el coste del dinero
manteniéndolo dentro de los límites que fijaba. Claro, el dinero costaba así
relativamente poco, pero si la economía se recalentaba porque los empresarios
se sacaban demasiados créditos, el
Estado intervenía, acaso con instrumentos de tipo cuantitativo como el
límite de activos bancarios. Y si, debido a un determinado coste del dinero, el
sector privado se estaba endeudando demasiado financiando a crédito su demanda
de bienes, entonces el Estado iba y les
prohibía a los bancos prestar más allá de cierto límite. Pero ahora los
controles cuantitativos quedan abolidos porque –qué horror- recuerdan a la economía planificada y nosotros no
vamos a ser bolcheviques, ¿no? El
mercado sabe qué hacer; dejemos que sean la oferta y la demanda quienes guíen
los precios: ¡liberalicemos las tasas!
Si se
quiere evitar que se conceda demasiado crédito, hay que dejar que las tasas de
interés crezcan, desde luego. Así, los empresarios
locales se pensarán dos veces el endeudarse a esas tasas superiores (la ley
de la oferta y la demanda: si cuesta más, compro menos).
Sí, ya... Pero
quizá han pasado por alto un detallito. Resulta
que hemos liberalizado también los movimientos internacionales de capitales.
Y entonces, ¿qué pasa? Pues que los acreedores del centro, los grandes bancos
del sistema maduro, atraídos por esas tasas más altas, exportan capitales a la periferia. Capital, tienen, y a
montones. Centro tiene, además, una
industria que gana bien, y los industriales no suelen guardarse el dinero
debajo del colchón, ¿saben? De modo que los bancos del centro, que, dinero,
tienen, lo colocan en la periferia, donde tanto el Estado como los bancos
privados pagan intereses mayores que en el centro, maduro, ahíto, repleto de
capital.
¿Cómo lo hacen? Pues de mil maneras: abren sucursales de sus bancos en la periferia
(ahora se puede); abren establecimientos financieros que
gestionan el ahorro y conceden créditos al consumo (ahora se puede); pueden
integrar esos establecimientos financieros de crédito en las cadenas de
distribución (supermercados, concesionarios) que, entre tanto, se han podido
comprar (ahora se puede); pueden intervenir siempre en los mercados bursátiles
y hacerse con paquetes de control de empresas nacionales (ahora se puede); y si
alguna empresa nacional que hace mucho dinero fuera, desgraciadamente, pública,
no hay problema: se compran dos o tres
periódicos (ahora se puede) y unos
pocos ministros (siempre se ha podido) y se empieza a difundir las
veinticuatro horas del día la idea de que el Estado es ineficiente y fuente de todo mal, y que, por tanto, hay
que privatizar las empresas públicas, empezando por las que funcionan. Ya está.
Ilustres
economistas desde columnas de distinguidos periódicos aprobarán complacidos
esas medidas.
Pero ¿por
qué empezó todo con la obsesión del cambio? ¡Muy sencillo! Porque los capitalistas del centro desean (legítimamente) alimentar
la prima de riesgo, la diferencia entre las tasas de interés, sin sufrir riesgo
del cambio, es decir, sin correr el riesgo de que Periferia devalúe, que sería en el fondo lo natural para un país se
convierte en un importador neto de capital y por lo tanto de mercancías. En el
fondo no hay nada malo: juegos inocentes, siempre que se sepa acabarlos en el
momento debido (es decir, en el momento adecuado: no sé por qué he usado la
palabra “debido” que tiene que ver con "deuda").
Y luego,
piensen en esto un momento: aunque las tasas de interés sean las mismas en el centro y la periferia, al fijar el
cambio se consigue un efecto de todos modos. ¿Saben cuál? Pues se lo digo ahora
mismo: aumenta la prima de riesgo. "¿Cómo?",
me responderán ustedes, "¿acaso al adoptar un tipo de cambio creíble no
descienden las primas de riesgo, como ha ocurrido en Europa, donde los griegos y los españoles han podido beneficiarse
de las tasas alemanas?". Esperen un
momento: a su razonamiento le falta una pata.
Al hacer
una inversión en otra divisa, en el rendimiento general hay que considerar
también la revaluación o devaluación
que se espera para esta moneda. Un ejemplo práctico: antes del euro, el alemán que prestaba al español
tenía que mirar no sólo a las tasas de interés más altas (en España), sino
también lo que sucedería con el cambio. De poco vale ganar un punto de interés más
prestándole a Carlos en lugar de a Hans, si luego va Carlos y devalúa,
digamos, un 4%, ¿verdad? Ya, pero cuando hablamos de primas de riesgo,
comparamos dos tasas de interés: no es que estemos hablando de cambio. Y es que
está claro: hoy ya no hay cambio: 1 euro
(español) vale 1 euro (alemán). Por eso no hablamos de cambio: porque ya no
hay cambio. Pero cuando lo había, sí que se hablaba de ello.
¿Quieren un ejemplo? En 1998, un año antes de la entrada en Eurolandia, la tasa de interés de los valores a largo plazo era el 4.8 en España frente al 4.6 de Alemania (datos IFS, 2010), y
por lo tanto la prima de riesgo era 0.2,
es decir, 20 puntos básicos. Pero como la peseta
en 1998 perdió cerca de un 1,2%
frente al marco, la prima de riesgo
efectiva, es decir, corregida por la devaluación, fue negativa: 0.2-1.2= -1.0, es decir, el inversor
alemán, al prestarle a Carlos, al final salió perdiendo. Así que mejor
prestarle a Hans. En 1999, las dos
tasas bajaron a la par: España 4.7, Alemania 4.5. Luego, la prima de riesgo era
0.2, como el año anterior. ¿Y corregida por la devaluación? Oigan, amigos, ¡despierten! En 1999 estaba
ya el euro, de manera que ya no
había que corregir por la devaluación. ¿Entienden lo que significa? Pues
significa que la prima de riesgo de España aumentó -1.0 a 0.2, es decir que
aumentó un 1.2, o sea, 120 puntos
básicos. Con el euro, mejor prestarle a Carlos,
¿no? Nos parece poco, ya lo sé, a ustedes y a mí que nos ocupamos de los
movimientos de una cuenta bancaria con
tres ceros (si la cosa va bien), pero si ustedes movieran millones de
euros, esta diferencia en los rendimientos sería significativa, créanme, y
llevarían su plata donde fuera positiva; en nuestro caso, a España.
La llegada de liquidez a la periferia abre nuevas oportunidades para la inversión y el consumo, tanto porque el flujo de entrada de dinero desde el extranjero, poco a poco, después de la fase inicial, hace que las tasas de interés y la prima de riesgo disminuyan (la ley de la oferta y la demanda) como porque la liberalización de los mercados financieros crea nuevas oportunidades de gasto. En el mundo reprimido no “se compra a plazos” un televisor; en el libre, sí. Los economistas llaman "mercados financieros perfectos" a aquellos donde se puede conseguir todo inmediatamente, con tal que haya quien les financie, obviamente pagando un precio. De manera que Periferia está eufórica: le parece estar tocando el cielo con un dedo. Excitada por los capitales del centro, alcanza cumbres de placer que jamás pudo imaginar hasta hacía unos meses. Orgasmos múltiples, lubricados a plazos: coche nuevo, frigorífico nuevo, nuevo televisor... Por no hablar de la posibilidad de obtener préstamos para comprar primeras e incluso las segundas viviendas (porque a menudo, en la periferia, una primera casa las familias ya la tenían)...
La llegada de liquidez a la periferia abre nuevas oportunidades para la inversión y el consumo, tanto porque el flujo de entrada de dinero desde el extranjero, poco a poco, después de la fase inicial, hace que las tasas de interés y la prima de riesgo disminuyan (la ley de la oferta y la demanda) como porque la liberalización de los mercados financieros crea nuevas oportunidades de gasto. En el mundo reprimido no “se compra a plazos” un televisor; en el libre, sí. Los economistas llaman "mercados financieros perfectos" a aquellos donde se puede conseguir todo inmediatamente, con tal que haya quien les financie, obviamente pagando un precio. De manera que Periferia está eufórica: le parece estar tocando el cielo con un dedo. Excitada por los capitales del centro, alcanza cumbres de placer que jamás pudo imaginar hasta hacía unos meses. Orgasmos múltiples, lubricados a plazos: coche nuevo, frigorífico nuevo, nuevo televisor... Por no hablar de la posibilidad de obtener préstamos para comprar primeras e incluso las segundas viviendas (porque a menudo, en la periferia, una primera casa las familias ya la tenían)...
Como se puede ver, aquí entra en juego la
segunda ventaja para Centro: drogando con sus capitales el crecimiento de
rentas de Periferia, Centro se
asegura un mercado para sus productos, que los ciudadanos de la periferia ya
pueden adquirir gracias a los efectos directos e indirectos de un acceso más
fácil al crédito.
Vamos,
que es la historia de siempre. Centro
sirve las copas, y Periferia, distraída (vale, no siempre), bebe y concede
al centro los mayores favores... de sus ciudadanos, que compran, y compran, y
compran, absorbiendo el excedente del maduro sistema industrial del centro.
Comienza
la parte triste de la historia.
Periferia
se hincha.
También
aquí andan ustedes descaminados. No, no es un embarazo, sino una burbuja.
Imagino que saben bien qué es un embarazo, pues este es definitivamente un cuento para adultos. Pero ¿están seguros de que saben qué es una burbuja? ¿Cómo la definirían? Venga, vale, no quiero meterles en líos. Después de todo, si alguien me preguntara qué es exactamente un embarazo, no estoy seguro de que yo pudiera ofrecer una respuesta técnicamente exacta. Una burbuja es la desviación del precio de un activo financiero de su valor fundamental. Me explico. El valor actual de una acción, en principio, depende del valor de los dividendos futuros, de cuánto rendimiento va a garantizar la acción a largo plazo. Un valor incierto, por supuesto. La acción, sin embargo, también pueden ser comprada y vendida libremente, ya lo saben. Ahora: resulta que si alguien espera que los rendimientos futuros crezcan, ofrecerá más para comprar una acción determinada. Y si alguien espera que alguien ofrezca algo más, intentará adquirirla para venderla cuando otro esté dispuesto a pagar más. Al hacerlo (es decir, al adqurirla), contribuirá a que suba el precio. Esto se llama "expectativa que se autorealiza" (self-fulfilling expectation). Pues bien: como a la primera persona que hace este razonamiento las cosas le salen evidentemente bien, resulta que viene después un segundo, y luego un tercero, y un cuarto buscando esa acción, cuyo precio sufre un empuje al alza por una demanda que ya no tiene ninguna relación con el rendimiento esperado a largo plazo (los dividendos futuros) sino solo por la expectativa que todo el mundo tiene en que el precio crezca.
Imagino que saben bien qué es un embarazo, pues este es definitivamente un cuento para adultos. Pero ¿están seguros de que saben qué es una burbuja? ¿Cómo la definirían? Venga, vale, no quiero meterles en líos. Después de todo, si alguien me preguntara qué es exactamente un embarazo, no estoy seguro de que yo pudiera ofrecer una respuesta técnicamente exacta. Una burbuja es la desviación del precio de un activo financiero de su valor fundamental. Me explico. El valor actual de una acción, en principio, depende del valor de los dividendos futuros, de cuánto rendimiento va a garantizar la acción a largo plazo. Un valor incierto, por supuesto. La acción, sin embargo, también pueden ser comprada y vendida libremente, ya lo saben. Ahora: resulta que si alguien espera que los rendimientos futuros crezcan, ofrecerá más para comprar una acción determinada. Y si alguien espera que alguien ofrezca algo más, intentará adquirirla para venderla cuando otro esté dispuesto a pagar más. Al hacerlo (es decir, al adqurirla), contribuirá a que suba el precio. Esto se llama "expectativa que se autorealiza" (self-fulfilling expectation). Pues bien: como a la primera persona que hace este razonamiento las cosas le salen evidentemente bien, resulta que viene después un segundo, y luego un tercero, y un cuarto buscando esa acción, cuyo precio sufre un empuje al alza por una demanda que ya no tiene ninguna relación con el rendimiento esperado a largo plazo (los dividendos futuros) sino solo por la expectativa que todo el mundo tiene en que el precio crezca.
¿Entienden,
pues, lo que significa que el precio se desvía del valor fundamental? La matemática financiera nos enseña que
con tasas de interés del 5%, tiene sentido pagar 20 un trozo de papel que te da
una renta anual de 1. Pero si, por alguna razón, ese pedazo de papel lo quiere
tener todo el mundo, va usted y lo paga igual de contento por 100, ya que cree
que al día siguiente lo venderá por 150.
¡Diablos! ¿Van a comparar un 50% en dos días con un 5% en un año?
Pero
quienes tenían acciones en cartera el 25
de octubre de 1929 y esperaban la reapertura de los mercados el lunes
siguiente -sí, ese que pasó a la historia como el "Lunes Negro"- saben muy bien lo largas que pueden llegar
a ser cuarenta y ocho horas.
¿Y la burbuja inmobiliaria? Fácil: retrocedan unas pocas líneas, sustituyan la palabra "acción" por la palabra "apartamento", y la palabra "dividendo" por la palabra "renta", y ahí tienen la burbuja inmobiliaria, que, sin embargo, presenta una diferencia: que los apartamentos son menos "líquidos" que las acciones: no basta con llamar a su asesor financiero para deshacerse de ellos...
¿Y la burbuja inmobiliaria? Fácil: retrocedan unas pocas líneas, sustituyan la palabra "acción" por la palabra "apartamento", y la palabra "dividendo" por la palabra "renta", y ahí tienen la burbuja inmobiliaria, que, sin embargo, presenta una diferencia: que los apartamentos son menos "líquidos" que las acciones: no basta con llamar a su asesor financiero para deshacerse de ellos...
En resumen, Periferia, gracias al capital
extranjero, crece. Crecen
sus consumos, crecen también sus inversiones. Atraídos por este crecimiento,
los mercados de capitales colocan en ella cada vez más capital. Tanto es así
que el crecimiento drogado por la deuda
privada (los capitales extranjeros prestados a familias y empresas) causa
una mejora de las finanzas públicas: la relación deuda pública / PIB se
estabiliza o desciende. Los bobos
(¿o avispados?), según los cuales “la
única deuda es la pública” se sienten seguros. ¡Qué virtuosa que les parece
Periferia a los sheriffs del Fondo
Monetario Internacional (¿ingenuos o cómplices?)! ¿Lo ven? Periferia es una
chica buena, ha hecho lo que le decíamos nosotros, los sheriffs: se ha fijado
un cambio "creíble" (eufemismo de mal agüero), se ha vuelto un poco
ramera, o sea, se ha liberalizado, y los resultados se ven...
Libertad (financiera), ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
Libertad (financiera), ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
El flujo de capitales ya no se basa en la prima de riesgo, en la
diferencia entre las tasas de interés de la periferia y las del centro. De hecho, puede ocurrir (aunque no
siempre sucede) que esta diferencia se reduzca: la movilidad de los capitales,
según dicen los libros de los economistas, iguala los rendimientos entre países
(la ley de la oferta y la demanda). No siempre es así, pero incluso si lo
fuera, ahora lo que atrae capitales a la periferia
no es la tasa de interés, el rendimiento a largo plazo, sino las plusvalías, el
crecimiento trepidante del precio de los activos.
En la economía drogada sube la fiebre: el acceso al crédito fácil hace que suba la
inflación, y si al principio se acudía al extranjero para comprar artículos de
lujo, con el tiempo los productos extranjeros se vuelven competitivos incluso
en las franjas más bajas, ya que los precios internos han aumentado. Se profundiza entonces el déficit comercial,
y se necesitan nuevos capitales extranjeros
para financiarlo. Por otra parte, como ya hemos dicho antes, un importador neto
de capital también es un importador neto de bienes.
Tal cual. Drogada: Periferia está drogada de
capital extranjero, y la
dosis debe ser más y más fuerte para que haga efecto. No hay crimen que Periferia no perpetre contra sí
misma, con tal de conseguirla. Se
prostituye de mil maneras, destruyendo en pocos años el estilo de vida y las
expectativas razonables de rentas de sus ciudadanos, que se ven privados de
la noche a la mañana de los derechos tenían por adquiridos, como la seguridad social y las pensiones; se desmantela el sistema industrial, que
ya no le hace falta, ya que los capitales
llegan, y llegarán siempre, y siempre se podrá comprar en el extranjero,
donde hacen mucho mejor todo aquello que no conviene producir ya en casa. En
resumen, Periferia entrega lo mejor de sí misma, se entrega por entero a
Centro.
"¿Me quieres, Centro?". "Claro,
Periferia". "¿Me querrás siempre, verdad?" "Pues claro,
tontita mía, ¿acaso lo dudas? Por
cierto, ¿para qué te vale ese consorcio, cómo se llama... el Consorcio Central
de Uranio, Lignito y Oro. Venga, va, dámelo, dame el CCULO, verás que a cambio
te entra una oleada de capital que ni te imaginas". “Pero ¿también tengo
que darte eso?". "Pues claro, qué más te da, si ya me has dado
todo...". "Pero es que mi
madre me dijo...”."¡Tu madre! ¡Qué va a decir tu madre! ¿Has visto lo
que dicen Solón y Licurgo en las
columnas de El País? ¿Has visto cómo te invitan a vender el CCULO
?". "Pero es que tengo un poco de miedo...". " Ya, pero yo
te quiero mucho, Periferia. Dime que sí, y verás cuánta liquidez inyectaré en
tu circuito”.
Total: la desdichada acaba cediendo.
Pero
resulta que hay una ley, no sé si es económica o meramente natural, que dice
que la avaricia rompe el saco. En
economía, creo que la llaman la ley de los rendimientos decrecientes.
Encontrar colocaciones productivas para masas enormes y crecientes de capital
no es fácil, y las entradas de capital (sí, esas cuya carencia tanto extrañan a
nuestros Quisling en Italia) son, para el país que las recibe, deuda exterior,
que habrá que ser reembolsar, pero que, cuanto más crezcan, menos rentas
producirán para saldarlas.
Ah, ¿no lo sabían? ¿Cómo? Precisamente ustedes, los
lugar-comunistas, los espagueti-liberales, los heraldos de la economía de libre mercado y de
la economía ortodoxa, vienen a ignorarme esta otra sencilla verdad: no hay
barra libre, nadie da de comer gratis, no free-lunch, no se puede
obtener algo a cambio de nada. Ya veo, ya veo... En realidad, sí, me pareció
leer algo en este sentido en la prensa. Saben, ahora yo sólo la uso para
envolver pescado, pero resulta que un día, entre una escama de lubina y un
manchurrón de tinta de sepia, me
pareció vislumbrar que hay una genial progenie de imbéciles que cree que los
capitales del extranjero llegan gratis, que los inversores extranjeros compran
acciones españolas, o que se hacen con el control de empresas españolas porque
somos simpáticos y creativos; vamos: porque nos quieren mucho. Y que los flujos
de capital son buenos: los necesitamos, ellos nos lo dan, y se acabó la
historia. Pero pensé que había leído mal, ya saben: iba a toda prisa, tenía la
sartén al fuego, los invitados en la terraza... Ahora: ¿me van a decir ustedes que realmente hay alguien tan
estúpido como para pensar que los extranjeros el capital nos lo regalan y que no sólo no se han de malvender las
empresas públicas y privadas a los extranjeros sino que lo que se ha de hacer
es fomentar ese mal negocio? ¿Y me dicen
encima que a ese alguien le dejan escribir en los periódicos?
Pues me
van a disculpar, pero yo, a partir de mañana, con esos periódicos no vuelvo a envolver el pescado. Las pobres lubinas
no merecen tan abyecto sudario.
Se lo explico: quienes prestan saben bien que
pedirán que les devuelvan el dinero con intereses. ¡Como que van a
regalarlo...! ¡Ni que fueran bobos! Esto vale para todos los tipos de
préstamos, ¿entendido?
Un ejemplo: los que compran una empresa en la periferia, no lo hacen porque quieran crear puestos de trabajo y crecimiento en la
periferia (de hecho, en dos de cada tres casos empiezan despidiendo a
gente, ¿se han dado cuenta?). No: lo
hacen porque quieren hacer dinero para luego llevárselo al centro (y tal
vez, para hacer todavía más negocio, se saltan algunas reglas y todo, ¿no se
habían dado cuenta?). Pues bien: traten de meterse bien en la cabeza este
simple hecho: lo que hoy es una entrada
de capital, mañana se convierte en una salida de rentas. El flujo de entrada de capital extranjero
(para comprar un título público, para financiar la compra de una segunda
vivienda o una televisión de plasma de un ciudadano, para adquirir una
empresa), mañana se convierte en una salida de ingresos hacia el extranjero
(intereses o beneficios). ¿Entendido?
Hoy entra el dinero, en forma de crédito (para el centro), es decir, de deuda
(para la periferia). Mañana se va el dinero: son ingresos pasivos en el balance
de pagos, ingresos que aumentan aún más el déficit exterior de la periferia,
que, como enseña la usura, en un momento se ve obligada a pedir prestado
capital adicional, no ya para financiar la inversión productiva, e incluso para
financiar el consumo, sino simplemente... ¡para pagar los intereses! Un capital
que Periferia al principio ni quería ni necesitaba, ¿recuerdan? En el mundo
"reprimido" el circuito del ahorro se cerraba dentro del país: a Periferia le bastaba con los ahorros
de sus ciudadanos, que los tenían,
porque, como no todo se había privatizado, los servicios esenciales no costaban
cada vez más dinero. En el fondo no se estaba tan mal. Algo se ahorraba.
Nos vamos acercando al triste epílogo.
Un buen día Periferia se despierta con náuseas,
vómitos. ¿Una gran empresa entra en
crisis financiera? ¿Los bancos tienen síntomas de "sufrimiento" (o
sea que entienden que sus deudores no podrán devolver el dinero)? En resumen: algo ha ocurrido. El amor
se acaba, y da paso a cierto malestar. Centro
empieza a dudar de la capacidad de Periferia
para saldar sus deudas. Exige, pues, el pago de intereses cada vez mayores
para protegerse del riesgo: la prima de riesgo, que había empezado alta
(¿recuerdan?), y luego se había anulado, despega de nuevo. Periferia entra en una
espiral de deuda exterior. Se hincha más y más. Para saber cómo sigue la historia, basta con
abrir un periódico. No es un final feliz.
*****
Alberto Bagnai es
profesor titular de Economía Política en la Universidad Gabriele D'Annunzio de
Pescara. Acaba de publicar recientemente el libro Il tramonto dell'euro [El
ocaso del euro], aún por traducir y editar en español. Desde hace un año
este economista keynesiano edita un blog de gran éxito: Goofynomics
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
*****
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