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(De
la lectura del Dr. Stiglitz, sólo abordamos el aspecto político). La
mundialización de las desigualdad económico social
hoy es el gran problema global, su complejidad y polarización aún
parece que no estuviera en el centro del interés mundial – por el crecimiento
económico, la propia dimensión y
carácter de la crisis estructural actual
– Triple crisis y/o Poli-crisis – y las
protestas
sociales en su diversidad, sus
plataformas de lucha aún dentro del propio sistema – en parte están
aparentemente invisibilizando la importancia y profundidad político-social que
en la coyuntura actual tiene la desigualdad
económico social. En el escenario
mundial múltiple, complejo y multipolarizado, aún tampoco se ha logrado construir
una conciencia ciudadana y responsabilidad de los gobernantes,
- muy a pesar de algunos acuerdos globales por las Instituciones o propios
gobiernos de los países del Primer Mundo
- en relación a la significación e importancia que en la coyuntura del mundo en crisis estructural
tiene el calentamiento planetario.
Problemas
centrales, entre otros, que están originando grandes cambios estructurales, el propio “Cambio
de Época Histórica”, nos presenta un panorama diferente, que en el futuro
muy próximo estarán presentes en el escenario local-global, la profundización –
erosión cercana y definitiva – en la
economía de mercado, la crisis multidimensional en las Instituciones – se agravará
definitivamente su mal actual “la crisis de representación” y su situación “incurable” de no corresponder al
sistema económico, social y político actual -. Las instituciones vigentes no corresponden al sistema actual, están
fuera del tiempo histórico y político actual, no han experimentado reformas e innovaciones, a pesar de
los grandes cambios estructurales de los últimos
30 años que ha generado la globalización neoliberal - así como la fe en la Democracia liberal representativa, como hoy está, sorda, ciega, violenta, - para
los derechos “de los abajo” elitizada, novelada y “multimillonaria”
– para los “de arriba” – está ingresando en su “crisis final” por falta de
confianza personal y social, ausencia
de credibilidad institucional y
absoluta descomposición de legitimidad
desde la opinión pública.
Resultado
multidimensional, tenemos en la coyuntura actual mundial, una realidad de
aparente convivencia, - realidad dialéctica, compleja, profunda y
extensa desigualdad económico-social, polarizada, turbulenta, violenta, insegura - entre las consecuencias
salvajes de la crisis global – que liquidan
los derechos ciudadanos - y la propia
destrucción de las instituciones – que no sirven o crean problemas en el
camino – y ahora el propio cuestionamiento del
Estado de bienestar – también está en el objetivo central del radicalismo
neoliberal – simplemente ya no sirven a los intereses inmediatos de las
clases dominantes, en especial a la élite
global – banqueros, comerciantes, prestamistas, financieros, especuladores,
corporaciones, – las Agencias Calificadoras de Riesgos, el Foro Económico
Mundial (Davos) a la Troika Europea y
el propio y terrorífico Club de Bilderberg o los nuevos Amos del Mundo y su actual “bancocracia”
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Dr. Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001. Mantiene un oposición crítica a la globalización neoliberal.
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JOSEPH STIGLITZ: La crisis de la
post-crisis.
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Jaque al neoliberalismo. Lunes 7 de enero del 2013.
A la sombra de la crisis del euro y del precipicio
fiscal de los Estados Unidos, resulta fácil pasar por alto los problemas a
largo plazo de la economía mundial, pero mientras nos centramos en las preocupaciones
inmediatas, siguen agravándose y no por no tenerlos dejarán de afectarnos.
El problema más grave es el calentamiento
planetario. Si bien los débiles resultados de la economía mundial han
propiciado una desaceleración correspondiente del aumento de las emisiones de
carbono, representa tan sólo un corto respiro. Y estamos muy retrasados: como
la reacción ante el cambio climático ha sido tan lenta, lograr el objetivo de
limitar a dos grados (centígrados) el aumento de la temperatura mundial
reducciones pronunciadas de las emisiones en el futuro.
Algunos indican que dada la desaceleración
económica, debemos relegar la lucha contra el calentamiento planetario. Al
contrario, reequipar la economía mundial para luchar contra el cambio climático
contribuiría a restablecer la demanda agregada y el crecimiento.
Al mismo tiempo, el ritmo de cambio tecnológico y
mundialización requiere rápidos cambios estructurales tanto en los mercados de
los países en desarrollo como en los desarrollados. Dichos cambios pueden ser
traumáticos y con frecuencia los mercados no reaccionan bien al respecto.
Así como la Gran Depresión se debió en parte a las
dificultades para pasar de una economía agraria y rural a otra urbana y
manufacturera, así también los problemas actuales se deben en parte a la
necesidad de pasar de la manufactura a los servicios. Se deben crear nuevas
empresas, pero los mercados financieros modernos son mejores para la
especulación y la explotación que para aportar fondos para nuevas empresas, en
particular las pequeñas y medianas.
Además, para hacer la transición hacen falta
inversiones en capital humano que con frecuencia las personas no pueden
costear. Entre los servicios que las personas necesitan figuran la salud y la
educación, sectores en los que el Estado desempeña de forma natural un papel
importante (dadas las imperfecciones inherentes a los mercados en esos sectores
y las preocupaciones por la equidad).
Antes de la crisis del 2008, se hablaba mucho de
los desequilibrios mundiales y la necesidad de que los países con superávits
comerciales, como Alemania y China, aumentaran su consumo. Esa cuestión sigue pendiente;
de hecho, uno de los factores de la crisis del euro es el de que Alemania no
haya abordado su crónico superávit exterior. El superávit de China, como porcentaje
del PIB, ha disminuido, pero aún no se han manifestado sus consecuencias a largo
plazo.
El déficit comercial total de los Estados Unidos no
desaparecerá sin aun aumento del ahorro interno y un cambio más esencial de los
acuerdos monetarios mundiales. El primero exacerbaría la desaceleración del país
y no es probable que se dé ninguno de esos dos cambios. Cuando China aumente su
consumo, no necesariamente comprará más productos de los Estados Unidos. En
realidad es más probable que aumente el consumo de productos que no son objeto
de comercio – como la atención de salud y la educación – lo que originará
perturbaciones profundas en la cadena mundial de distribución, en particular en
los países que han estado suministrando los insumos a los exportadores de
manufacturas de China.
Por último, hay una crisis mundial en materia de
desigualdad. El problema no estriba sólo en que los grupos que tienen los
mayores ingresos estén llevándose una parte mayor de la torta económica, sino
también en que los del medio no están participando del crecimiento económico,
mientras que en muchos países la pobreza está aumentando. En los EE.UU. se ha
demostrado que la igualdad de oportunidades era un mito.
Aunque la Gran Recesión ha exacerbado esas
tendencias, resultaban evidentes antes de su inicio. De hecho, yo (y otros)
hemos sostenido que el aumento de la desigualdad es una de las razones de la
desaceleración económica y es en parte una consecuencia de los profundos
cambios estructurales que está experimentando la economía mundial.
Un sistema político y económico que no reparte beneficios a la mayoría de los ciudadanos no es sostenible a largo plazo. Con el tiempo, la fe en la democracia y la economía de mercado se erosionarán y se pondrá en tela de juicio la legitimidad de las instituciones y los acuerdos vigentes. La buena noticia es la de que en los tres últimos decenios se ha reducido en gran medida el desfase entre los países avanzados y los países en ascenso. No obstante, centenares de millones de personas siguen sumidas en la pobreza y se han logrado sólo pequeños avances en la reducción del desfase entre los países menos desarrollados y los demás.
Un sistema político y económico que no reparte beneficios a la mayoría de los ciudadanos no es sostenible a largo plazo. Con el tiempo, la fe en la democracia y la economía de mercado se erosionarán y se pondrá en tela de juicio la legitimidad de las instituciones y los acuerdos vigentes. La buena noticia es la de que en los tres últimos decenios se ha reducido en gran medida el desfase entre los países avanzados y los países en ascenso. No obstante, centenares de millones de personas siguen sumidas en la pobreza y se han logrado sólo pequeños avances en la reducción del desfase entre los países menos desarrollados y los demás.
A este respeto los acuerdos comerciales injustos
–incluida la persistencia de subvenciones agrícolas injustificables, que
deprimen los precios de los que dependen los ingresos de muchos de los más
pobres– han desempeñado un papel. Los países desarrollados no han hecho
realidad la promesa que formularon
en Doha en noviembre de 2001
de crear un régimen comercial pro desarrollo o la que formularon en la
cumbre del G-8 celebrada en Gleneagles en 2005 de prestar una asistencia mucho mayor a los países
más pobres.
Por sí solo, el mercado no resolverá ninguno de
esos problemas. El del calentamiento planetario es un problema de “bienes
públicos”. Para hacer las transiciones estructurales que el mundo necesita, es
necesario que los gobiernos desempeñen un papel más activo... en un momento en
que las exigencias de recortes van en aumento en Europa y los EE.UU.
Mientras luchamos con las crisis actuales, debemos
preguntarnos si no estaremos reaccionando de formas que exacerban nuestros
problemas a largo plazo. La vía señalada por los halcones del déficit y los
defensores de la austeridad a un tiempo debilita la economía actual y socava
las perspectivas futuras. Lo irónico es que, al ser una demanda agregada
insuficiente la causa mayor de la debilidad mundial actual, hay una opción
substitutiva: invertir en nuestro futuro, en formas que nos ayuden a abordar
simultáneamente los problemas del calentamiento planetario, la desigualdad y la pobreza mundiales
y la necesidad de cambio estructural.
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